Gülen, Confucio y Platón sobre el Ideal Humano

Las filosofías humanísticas más extendidas y sistemáticas ofrecen visiones de un ideal humano. En algunos casos, el ideal es de naturaleza social o colectiva e incluye la política, la educación, el gobierno, las estructuras sociales, etc. En otros casos, la visión se centra en el individuo y en cómo cada persona ha de alcanzar lo más elevado y mejor en la vida humana. Ejemplos de lo primero incluyen a los tres filósofos más famosos de los antiguos griegos, Sócrates, Platón y Aristóteles. El escritor estoico Epícteto, los epicúreos y Buda son ejemplos de lo segundo. Lo que emerge en casi todos ellos, sin embargo, es una visión de un ideal humano que tiene como meta el desarrollo y la realización humanos. El humanismo, ya que defiende al ser humano en estos casos, sostiene una forma ideal y perfecta del ser humano como medida, como meta a la que todo esfuerzo aspira, ya sea por sí mismo o por lo que proporciona con respecto a una realidad superior y trascendente como Dios.

En este capítulo y en el próximo, elaboro un «triálogo» entre Gülen y dos de los exponentes más poderosos del ideal humano conocidos a nivel mundial: Confucio y Platón. Curiosamente a Confucio (551-479 a. de C.) y a Platón (427-347 a. de C.) los separó tan solo una generación, viviendo uno en China y el otro en Atenas, y ambos expresaron visiones similares y revolucionarias de la sociedad y del individuo basándose en lo que ellos creían sobre las posibilidades inherentes de la naturaleza humana, por un lado, y el orden o la «vía» de las cosas en la más amplia realidad, por el otro. Gülen resume una visión de una sociedad renovada espiritualmente cuya fuerza y coherencia provienen en gran medida de la presencia y de los esfuerzos de la gente que se ha perfeccionado a sí misma, hasta el máximo grado posible, según los principios del Islam. En las obras de los tres, Confucio, Platón y Gülen, podemos apreciar una afirmación en común que dirige todo en sus respectivas visiones: la sociedad funciona mejor cuando es gobernada y constituida por gente de virtud moral e intelectual. Esta gente de virtud moral e intelectual recibe distintos nombres, por supuesto, en cada una de las obras de los pensadores y existen dentro de marcos culturales, filosóficos y religiosos diferentes. Se asemejan, sin embargo, en su esencia profunda, y es hacia esta esencia del ideal humano hacia la que ahora nos tornamos.

Confucio, Platón y Gülen, a pesar de provenir de contextos y cosmovisiones enormemente diferentes, comparten una visión fundamental sobre la estructura de la realidad. Los tres expresan sus respectivas visiones sobre la comunidad humana en referencia a un ideal trascendental que es la base, fuente, verdad o premisa de toda la realidad humana. Para Confucio, esta realidad trascendental es el Tao, o la Vía de todas las cosas. El Tao no es un dios o una deidad personal. Es la fuerza natural, el principio o la energía de la Realidad. Todas las cosas existen en el Tao y desde el Tao, en la Vía de todas las cosas. Ambas filosofías chinas, el confucionismo y el taoísmo, proponen como principio el Tao como la base profunda de todo el ser, la esencia y la realidad, y sólo fluyendo al Tao o integrándose con el mismo, sumergiéndose en él o imitándolo puede la armonía llegar a la vida humana en sus dimensiones sociales, políticas y cósmicas.

Platón describe la realidad trascendente como el «ideal» en oposición al mundo «real». En los diálogos que elabora entre su maestro Sócrates y sus alumnos, Sócrates expresa estas dos dimensiones primarias de la existencia, lo ideal y lo real, o a veces en términos diferentes, la Real y la sombra. Lo ideal o Real es eterno, inmaterial, lo que significa pensamiento o espíritu puro, inmortal, inalterable, la fuente del Bien, de la Verdad y de la Justicia, entre otras cosas. Lo simboliza con la luz y el brillo en oposición a la sombría oscuridad de la realidad empírica que los seres humanos frecuentemente confunden con la realidad verdadera y fundamental. El reino real o sombrío es material, cambiante, mortal, el reino de los bienes cambiantes, las verdades en conflicto y nociones relativas de justicia. En resumen, el mundo ideal o Real es el mundo de la mente pura o el espíritu y sus deseos, mientras que el reino real o sombrío es el mundo del cuerpo y de sus deseos. La vida individual y colectiva humana es virtuosa cuando lo primero gobierna lo segundo.

Finalmente, Gülen expresa su visión sobre la vida humana dentro del marco del Islam, el cual propugna una cosmovisión igualmente bifurcada entre el mundo terrenal y celestial. La vida en la Tierra alcanza su plenitud, significado y autenticidad sólo cuando es vivida con conocimiento de Dios, o Allah, como la verdadera Fuente y base de toda la realidad. En esencia, todos los seres que existen son musulmanes, aquellos sometidos a Dios, porque no se da existencia en absoluto fuera del domino de Dios. Cuando las cosas discurren por su camino cumpliendo sus vidas y propósitos del modo en que han sido creadas, lo hacen en «sumisión» a Dios, como musulmanes. Concretamente, la vida se vive de modo más pleno cuando es vivida conscientemente, no simplemente de manera inconsciente, con la visión hacia un Paraíso eterno de vida en sumisión a Dios.

Por lo tanto, vemos en estos tres ejemplos una versión de una realidad dividida. La realidad es una, desde luego, pero comprende diferentes divisiones, reinos o modos de ser. Aquellos que conocen esto y viven conscientes de lo mismo encuentran la felicidad, la bondad y la verdad, cualquiera que sean sus circunstancias, porque su orientación es siempre hacia arriba, hacia una realidad más elevada. Aquellos que viven ignorantes de esto se revuelcan en un pantano de confusión y de apetitos corpóreos, cegados por la realidad finita, inferior y «sombría». En conclusión, hay dos tipos básicos de personas, el vidente y el ciego. Para que la vida en la Tierra sea virtuosa, ha de ser gobernada y guiada por el primero.

En Las Analectas, Confucio y otros pensadores distinguen entre aquellos de mentes «elevadas» o «nobles» y aquellos de vías «inferiores», «menores» o de miras estrechas. Frecuentemente, son reflexiones opuestas unas de otras:

Una persona noble es diferente de las demás, pero está en paz con ellas. Una persona de miras estrechas es igual que las demás, pero nunca está en paz con ellas1.

La persona noble alienta lo bello en la gente y desalienta lo feo en ellos. La gente de miras estrechas simplemente hace lo opuesto2.

La gente noble busca dentro de sí misma. La gente de miras estrechas busca en otro lugar3.

En estos fragmentos, apreciamos que las personas nobles poseen una orientación categóricamente diferente a la de los demás. La gente noble posee una capacidad mayor en todas sus dimensiones internas que les permite ser y actuar en el mundo de modo fundamentalmente diferente a los demás. El texto continúa:

La gente noble tiene temor reverencial de tres cosas: el Mandato del Cielo, los grandes hombres y las palabras de un sabio. La gente de miras estrechas no comprende el Mandato del Cielo, por lo que no tiene temor reverencial del mismo; desprecia a los grandes hombres; y ridiculiza las palabras de un sabio4.

La gente noble posee nueve estados mentales: respecto a los ojos, brillantes; respecto a los oídos, penetrantes; respecto al semblante, cordial; respecto al comportamiento, humildes; respecto a las palabras, dignos de confianza; respecto al servicio, reverentes; respecto a la duda, inquisitivos; respecto a la ira, circunspectos; y respecto a la oportunidad para beneficiarse, morales5.

La gente noble sigue un camino diferente en la vida del de la gente de miras estrechas. Sus oídos están orientados hacia la sabiduría, la disciplina, la dignidad y el servicio, mientras que la gente común o «inferior» no posee oídos en absoluto para dichos menesteres.

Platón menciona una división similar de la gente en La República, su diálogo más largo. Muchas obras se han dedicado a la interpretación de solo este diálogo. No busco de ninguna manera llevar a cabo un análisis en profundidad de ninguna de las partes del diálogo. Más bien, voy a centrarme simple y exclusivamente en aquellos pasajes que nos son de utilidad. Tal y como indiqué anteriormente, Platón divide la realidad en dos reinos, el reino eterno del espíritu o pensamiento puro y el reino finito de la corporeidad. Gran parte de la conversación entre Sócrates y sus estudiantes en el diálogo tiene que ver con el filósofo o «amante de la sabiduría» que comprende con profundidad esta división en la existencia y vive tanto desde el reino puro e ideal como hacia el mismo. Al final del diálogo, Sócrates describe a aquellos que no son amantes de la sabiduría, no entienden la Verdadera Realidad y, por lo tanto, no viven, ni disfrutan de los beneficios de una vida vivida que está acorde con la sabiduría. Señala:

Por eso los faltos de inteligencia y virtud, que siempre andan en festines y otras cosas de este estilo, son arrastrados, según parece, a lo bajo y de aquí llevados nuevamente a la mitad de la subida y así están errando toda su vida; y, sin rebasar este punto, jamás ven ni alcanzan la verdadera altura ni se llenan realmente de lo real ni gustan de firme ni puro placer, sino, a manera de bestias, miran siempre hacia abajo y, agachados hacia la tierra y hacia sus mesas, se ceban de pasto, se aparean y, por conseguir más de todo ello, se dan de coces y se acornean mutuamente con cascos y cuernos de hierro y se matan por su insatisfacción, porque no llenan de cosas reales su ser real y su parte apta para contener aquéllas. ¿No es, pues, fuerza que no tengan sino placeres mezclados con dolores, meras apariencias del verdadero placer y sombras sin otro color que aquel, aparentemente muy intenso, que les da la yuxtaposición de placer y dolor y que nazcan en los insensatos unos mutuos y furiosos amores, por los cuales luchan como cuenta Estesícoro que, por ignorancia de la verdad, se luchó ante Troya en torno a la apariencia de Helena?6

Tal y como en las enseñanzas confucianas, aquí es clara la separación entre los dos grupos de personas: aquellos que son sabios y fijan su atención en los placeres elevados y aquellos que son ignorantes y fijan su atención en los placeres inferiores. Como mucho, la gente ignorante y común alza sus cabezas hacia el punto medio; pero pasa la mayor parte de sus vidas centrada en un rango que va de lo medio a lo bajo. Por ello, son como bestias que pacen, viviendo una vida centrada en los placeres más apropiados para los animales, que no tienen alma, que para los seres humanos, quienes poseen un alma inmortal.

Platón ilustra la distinción entre los filósofos y la gente común en el libro séptimo de La República con su famoso mito de la caverna. Aquí Sócrates nos pide que nos imaginemos una gente que ha vivido en una caverna desde la niñez fijos en una posición de tal manera que su mirada está fija en la pared que se halla ante ellos. Lo que no pueden ver es que detrás de ellos se extiende un largo pasadizo que lleva a la salida de la caverna. También tras ellos hay una luz brillante que proyecta en la pared que se halla delante de ellos la sombra de los objetos que están detrás de ellos. La gente vive sus vidas de cara a la pared, ocupados con las sombras que hay en la pared como si fuesen objetos verdaderos y reales, sin ver que, de hecho, son sólo sombras, copias o simulacros de objetos reales. Oyen los ecos de los sonidos en la caverna y creen que el sonido proviene de las sombras. Crean historias respecto a las sombras y les dan significados. Las sombras son la «realidad» para la gente.

Pero luego, una de las personas, de algún modo, se libera de esa posición fija y se vuelve para ver la luz brillante, las sombras que crea y el camino que se dirige fuera de la caverna hacia una luz incluso más brillante. Sigue el camino, sus ojos le duelen por la luz, hasta que sale de la caverna y emerge a la plena luz del día del mundo «Real». No puede ver el brillo total de la realidad al principio, sus ojos han de acostumbrarse con la práctica. Finalmente, sin embargo, ve con claridad y plenitud y retorna a la caverna para informar a los otros de su oscuridad y de la luz que pueden alcanzar si se liberan, si se apartan de las sombras y siguen el camino hacia la luz. Se mofan de él, se enfadan con él y, finalmente, intentan matarle por sus ideas, que a ellos les parecen absolutamente ridículas y alejadas de la realidad7.

El mito es claro: poca gente puede formar todo su carácter según la luz de la sabiduría y de la verdad, y se dedicará a la búsqueda de éstas a pesar de las dificultades. La mayor parte, sin embargo, preferirán la caverna de oscuridad y pasarán sus vidas dedicadas a las búsquedas «sombrías» mucho más fáciles a costa de los placeres más elevados, más apropiados para los que poseen un alma. Sócrates continúa:

Ahora bien, la discusión de ahora muestra que esta facultad, existente en el alma de cada uno, y el órgano con que cada cual aprende deben volverse, apartándose de lo que nace, con el alma entera —del mismo modo que el ojo no es capaz de volverse hacia la luz, dejando la tiniebla, sino en compañía del cuerpo entero— hasta que se hallen en condiciones de afrontar la contemplación del ser e incluso de la parte más brillante del ser, que es aquello a lo que llamamos bien. ¿No es eso?8.

Por lo tanto, mientras que la facultad de vivir una vida como amante de la sabiduría radica en todo el mundo, sólo algunos activamente vivirán de esta facultad interna. Hacerlo implica volver la entera orientación de uno hacia la Verdadera Realidad y resistir el encanto de los placeres transitorios que, como mucho, no son más que meras copias de la Verdadera Realidad. De nuevo, tanto para Platón como para Confucio, existen dos tipos básicos de personas en el mundo, el vidente y el ciego.

Gülen se une a Platón y Confucio al identificar las características de los seres humanos ideales que les distinguen de las masas. La gente que ejemplifica a los seres humanos ideales son nombrados de distintas maneras en las obras de Gülen: «herederos de la Tierra»9, «persona de ideales»10 y «gente ideal»11. Sea cual sea el nombre, comparten rasgos diferentes en común que claramente les separa del resto de la gente. Según la visión de Gülen, la renovación y el renacimiento vendrán al mundo en general, y a Turquía en particular, cuando esta gente ideal se eleve espiritual, moral e intelectualmente para dirigir a la humanidad, a través del servicio y del ejemplo de sus propias vidas, hacia una nueva era. Sin dicha gente, la sociedad interactúa de una manera incontrolada con todo tipo de ideologías oportunistas y sensualidades y la gente dentro de dicha sociedad apenas asciende a un nivel en el que pueden ser llamados «humanos». Gülen dice:

Algunos viven sin pensar; algunos sólo piensan, pero no pueden poner sus ideas en práctica… Aquellos que viven sin pensar son instrumentos de la filosofía de otros. Dichas personas siempre se desplazan de patrón en patrón, cambiando incesablemente los moldes y las formas, y luchando frenéticamente a lo largo de toda su vida con pensamientos y sentimientos desviados, con desórdenes personales y metamorfosis del carácter y de la apariencia, sin llegar nunca a ser ellos mismos… Esta gente siempre se parece a un estanque de agua infecundo, estéril, estancada, y propensa a pudrirse. Más allá de ser incapaces de expresar nada en nombre de la vitalidad, es inevitable que dicha gente se convierta en un montón de virus que amenazan la vida o en un nido de microbios12.

Estas son las palabras de Gülen; pero podrían igualmente ser las de Platón o Confucio. Aquí Gülen hace lo que sus contertulios hicieron con anterioridad, describir los dos tipos de personas en el mundo: la gente ideal, o aquellos que son conscientes del ideal y que se esfuerzan en pos del mismo, y la gente mundana. Lo que la gente mundana tiene en común es que, a cierto nivel, olvidan que son gente de valor. Gülen continúa:

Esta gente es tan superficial en sus pensamientos y en sus puntos de vista que imitan cualquier cosa que oigan y vean, igual que los niños, yendo a la deriva tras las masas de acá para allá, y nunca encontrando una oportunidad para escucharse a sí mismos o ser conscientes de examinar su propio valor. De hecho, nunca perciben que poseen valores propios de sí mismos. Viven sus vidas como si fueran esclavos que nunca pueden aceptar liberarse de sus sentimientos materiales y corporales… Consciente o inconscientemente, se encuentran presos en una o más de dichas redes fatales cada día y matan sus almas una y otra vez en la más miserable de las muertes13.

Tal y como los habitantes de la cueva de Platón, la gente mundana descrita por Gülen vive fijada a placeres finitos y materiales a costa de los placeres más elevados del desarrollo intelectual, del perfeccionamiento espiritual y de la contribución a la sociedad. Haciéndolo, niegan su humanidad y viven como animales. Gülen indica con respecto a la realización de una humanidad completa:

Los seres humanos, sin embargo, están lejos de llevar a cabo un logro en base a su corporeidad o sensualidad. Es más, podemos decir que cuando los seres humanos son inconscientes de ellos mismos o de su existencia entonces son más inferiores que otras criaturas. Sin embargo, los seres humanos, gracias a sus intelectos, creencias, consciencias y espíritus son observadores y comentadores de los secretos sagrados de la vida que se hallan ocultos entre líneas. Por lo tanto, los seres humanos, independientemente de lo insignificantes que puedan parecer, son el «ejemplo más elevado» y los más amados de todos. El Islam no evalúa a los seres humanos sin tomar medidas extremas. Es la única religión entre todos los sistemas de creencia que contempla a los seres humanos como criaturas elevadas dirigidas hacia una misión especial, equipadas con capacidades y talentos superiores. Según el Islam, los seres humanos son superiores por el mero hecho de serlo14.

La opinión de Gülen es clara, aunque algunos puedan cuestionar su afirmación de la visión diferente que el Islam tiene sobre los seres humanos. Tal y como se trató en el primer capítulo, Gülen aboga por la dignidad humana inherente y un valor moral dentro del sistema religioso filosófico del Islam. Los seres humanos que viven inconscientes de este valor inherente y de esta promesa o desafiando a los mismos eligen una vida infrahumana. Desafortunadamente la mayor parte de la gente elige exactamente eso.

Sin embargo, de entre las masas surgen algunos individuos extraordinarios que dejan pasar los placeres condicionales y transitorios y las búsquedas de la vida mundana. Estos individuos, descritos de varias maneras por Confucio, Platón y Gülen alcanzan el ideal humano, y así, son los ejemplos brillantes de lo que es posible en el reino de la vida humana. Para los tres, la esperanza de una vida humana virtuosa a nivel individual, social y político depende de esta gente. Los tres, por lo tanto, sostienen cada uno a su manera que esos individuos ideales han de ocupar su lugar como líderes en la sociedad.

Como indiqué anteriormente, el hombre superior confuciano se distingue de las masas por su carácter moral. Confucio y otros pensadores de la misma tradición hablan frecuentemente de las virtudes fundamentales que definen al hombre superior y que hacen surgir su profunda humanidad. Estas virtudes fundamentales son comúnmente llamadas «virtudes constantes» del confucianismo. Varían en número así como en la designación «menor» o «mayor» según el comentarista, sin embargo sirven como colección minuciosa de los rasgos del carácter que los hombres superiores ejemplifican. Las virtudes incluyen: ren — humanidad, benevolencia, bondad; li — ritual, etiqueta, decencia; yi — rectitud, exactitud; zhi — sabiduría; xin — fidelidad, veracidad; cheng sinceridad; y xiao — devoción filial. La tradición narra que Confucio hacía énfasis en todas estas virtudes y muchas otras más. Sin embargo, ren y li reciben el trato más prolongado y, de estas dos, ren capta la esencia de toda virtud. Ren es la base de todas las virtudes y, tal y como el comentarista Laurence G. Thomson afirma: «La perfección moral queda resumida en el término ren… Para el maestro K’ung es un ideal tan exaltado que nunca conoció a una persona a la que se pudiese calificar con dicha palabra»15. El enfoque en ren distingue al confucianismo de otras formas de religión que proponen un ideal enraizado en la renuncia social o política, el ascetismo, o las prácticas alimenticias, yóguicas o alquímicas comunes a otras religiones chinas. La Tradición de los Literatos, nombre dado a la tradición confuciana que insta al desarrollo del hombre superior en virtud moral e intelectual, enfatiza la formación del carácter, independientemente de la consanguinidad, la cual es puesta luego al servicio del estado. Ren es el pleno ideal moral de bondad, humanidad y benevolencia y es cultivado en hombres por medio del li, la práctica del ritual. Una historia de Las Analectas de Confucio lo explica:

Yen Hui preguntó acerca de la humanidad (ren). El Maestro respondió: «La práctica de la humanidad se reduce a domesticar el yo y a restaurar los ritos (li). Domestica el yo y restaura los ritos, aunque sea un solo día, y el mundo entero se unirá a tu humanidad. La práctica de esta virtud procede del yo, no de ninguna otra cosa». Yen Hui dijo: «¿Puedo preguntar cuáles son los siguientes pasos?». El Maestro respondió: «Observa los ritos de la siguiente forma: no mires, no escuches, no digas ni hagas nada impropio». Yen Hui dijo: «Tal vez no esté dotado, pero con tu permiso, intentaré hacer lo que me has dicho»16.

La convicción aquí es que la eterna adhesión a las formas de decencia, etiqueta y ritual en cada dimensión de la vida exige una disciplina tal que, a cambio, una persona emplea para cultivar en sí misma un carácter de benevolencia, bondad y humanidad. Ren, a medida que la persona lo desarrolla en sí misma, le proporciona la base para desarrollar todas las demás virtudes a través de la constante práctica de li. Ren aquí funciona similarmente a la buena voluntad en la teoría kantiana del carácter moral descrita en el Capítulo 1. Sin la buena voluntad, nada bueno es posible. Del mismo modo, sin ren, una inclinación básica hacia la bondad y la humanidad, las demás virtudes carecen de base.

Ya que el hombre superior encarna las virtudes constantes y asume su papel en el servicio público, comienza a poseer un poder en la sociedad que es claramente moral. El término para esto es te, frecuentemente traducido como «fuerza moral» o «integridad». La integridad del hombre superior civiliza e inspira a aquellos que le rodean hasta tal punto que el gobierno de éstos llega a ser una extensión de su carácter personal. Leemos en Las Analectas lo siguiente:

El Maestro dijo: «Quien gobierna mediante la virtud es como la estrella polar, que permanece fija en su casa mientras las demás estrellas giran respetuosamente alrededor de ella»17.

El Maestro dijo: «Manejado por maniobras políticas y contenido con castigos, la gente se vuelve astuta y pierde la vergüenza. Conducidos por la virtud y moderados por los ritos desarrollan el sentido de la vergüenza y de la participación»18.

El señor Chi K’ang preguntó a Confucio sobre el gobierno diciendo: «¿Qué pensarías si matara a los delincuentes para ayudar a las personas honradas?». Confucio respondió: «Estás aquí para gobernar, ¿qué necesidad hay de matar? Si deseas lo bueno, la gente será buena. La fuerza moral del caballero es viento, la fuerza moral del hombre ordinario es hierba. Ante el viento, la hierba ha de inclinarse»19.

El Maestro quiso establecerse entre las nueve tribus bárbaras del Este. Alguien comentó: «Esos lugares son salvajes, ¿cómo te las arreglarías?». El Maestro respondió: «¿Cómo podrían ser salvajes una vez que un caballero se ha establecido allí?»20.

La opinión en estos pasajes es que te es una fuerza en sí misma y por sí misma, suficiente para gobernar el comportamiento de los demás cuando se manifiesta en la vida de un hombre superior. Un hombre superior que manifiesta te consecuentemente no tiene problema alguno al gobernar la gente de una sociedad, ya que los miembros de dicha sociedad son inspiradas por su buen ejemplo hasta el punto de que las cualidades virtuosas surgen de ellos gracias a su ejemplo. Por su virtud, sienten remordimiento de su inmoralidad. Por su virtud, seguirán su guía de maneras virtuosas a pesar de ellos mismos. Por su virtud, reformarán sus modos vulgares y él no tendrá que forzarles a que lo hagan. En estas afirmaciones es inherente la creencia confuciana en una naturaleza básica humana que es intrínsecamente buena. Confucio no era ingenuo sobre los seres humanos y su tendencia al mal; esto lo ve suficientemente claro. En su lugar, estaba convencido de que la naturaleza humana moralmente buena puede ser cultivada con la práctica deliberada y ferviente debido a las cualidades inherentes que la hacen estar abierta a dicha cultivación. Además, esta receptividad significa que la naturaleza humana responde a las demostraciones de la bondad moral reformándose a sí misma, aunque sea de manera simple, en dirección a la bondad moral. Por lo tanto, la hierba se dobla con el viento y las estrellas menores giran alrededor de la estrella polar. Ese es el poder de te.

Confucio afirma sistemáticamente a lo largo de la tradición que sin los servicios de los hombres superiores, estos dechados de virtud moral e intelectual, la sociedad sucumbe en el caos. La sociedad cae víctima del materialismo absoluto, el ritual vacío, la mezquindad y la vileza moral. En verdad, así es como Confucio valora la sociedad de su época, y sus enseñanzas están dirigidas a tratar este grave problema. Para él, en la sociedad no puede haber otro orden o armonía que no comience por el carácter interno de los individuos morales los cuales contribuyen entonces con su virtud moral en la sociedad a través del servicio estatal. Por consiguiente, el confucianismo es tanto una teoría política como una teoría moral o religiosa. Además, es una teoría humanística o naturalista que da prioridad a los individuos que se dedican a realizar en sus propias personas los posibles logros humanos más elevados, el ideal de perfección moral e intelectual.

Al igual que Confucio, Platón proporciona una teoría del desarrollo moral y del gobierno político en La República, la cual se centra en la existencia de un ser humano ideal que es un amante de la sabiduría o un «filósofo». Los diálogos de Platón presentan a su respetado maestro Sócrates como el principal ejemplo de dicho filósofo en todos los aspectos. Sócrates, por lo tanto personifica el ideal humano tal y como aparece en los diálogos de Platón y enseña el ideal a los jóvenes que se reúnen en torno a él. Tanto su vida como sus ideas instruyeron a sus estudiantes, aquellos que se sentaron con él en la antigua Atenas, y aquellos que hoy por hoy leen los diálogos de Platón.

El «personaje» socrático está bien definido a lo largo de los diálogos platónicos; pero posiblemente la Apología, el Critón y Fedón ilustran este personaje de un modo más espectacular. En estos diálogos, Sócrates se enfrenta al jurado ateniense que le acusa y finalmente culpa de impiedad y de corromper a los jóvenes de la ciudad. Luego, se somete a la sentencia de muerte impuesta y en las famosas líneas finales de Fedón, bebe la cicuta que le es dada por el carcelero y muere. Sócrates, del mismo modo que se defiende de los cargos ante el jurado, expresa su visión de la vida humana ideal; es decir, describe la mejor y más elevada clase de vida para vivir y se defiende a sí mismo habiendo vivido tratando de comprender y cumplir dicha vida para sí mismo y para los demás. Continúa explicando y ejemplificando esta mejor y más elevada clase de vida en el Critón y Fedón mientras vive sus últimos días en prisión y es visitado por sus estudiantes.

El principal entre los rasgos del filósofo, tal y como es enseñado y ejemplificado por Sócrates, es la sabiduría. La palabra «filósofo», por supuesto, significa «amante de la sabiduría». Esto es explicado, sin embargo, bastante paradójicamente en la Apología. Resulta que el filósofo es sabio porque admite que sabe muy poco o nada. Sócrates es el más sabio porque sabe que, a diferencia de los enseñantes profesionales y sofistas de su época, él no es sabio. La sabiduría es precisamente eso, conocer las limitaciones del conocimiento humano, especialmente cuando el proceso de aprendizaje es obstaculizado por la arrogancia o la apatía. El resultado de este tipo especial de sabiduría es una vida vivida precisamente para adquirir conocimiento, buscándolo dónde y cómo sea posible. En resumen, Sócrates vivió y propuso que los demás vivan una vida en busca de la verdad, y una vida en busca de la verdad examina todo una y otra vez. Por lo tanto, la imagen que Platón presenta de su maestro en todos los diálogos es la de un hombre que está dispuesto a abandonar todas las búsquedas a cambio de una conversación en profundidad y una exploración de la naturaleza de las cosas valiosas: el amor, la belleza, la bondad, la justicia, etc. Sócrates nunca se cansaba de dichas conversaciones, incluso cuando parecía que mantenía firmes y asentadas convicciones sobre dichos asuntos. Siempre quería investigar más, prolongar la investigación y poner a prueba incluso firmes conclusiones. Dicha actitud en la vida dio lugar a uno de los dichos más famosos de Sócrates: «La vida no examinada no merece ser vivida»21.

Sócrates encarnaba otras características del ser humano ideal, o filósofo, las cuales incluían la preocupación por el alma más que por el cuerpo, temer la maldad más que la muerte y ser insensible ante la opinión de las masas. Este último tema es importante para nuestra discusión aquí. Sócrates le dice a Critón que debe vivir la vida buscando sólo las opiniones de los buenos y de los sabios, no de las masas. Las masas son dadas a una miríada de opiniones sobre todas las cosas y tienden a centrarse en la ganancia inmediata y material a costa de las realidades eternas. Por lo tanto, Critón solo debía buscar las opiniones y la aprobación de unos pocos sabios. En el núcleo de estas afirmaciones hay una profunda convicción moral de que la vida humana más elevada y mejor es una vida de una virtud o excelencia cultivada. Es más, tal y como Sócrates explica en La República, aquellos individuos que poseen dicha virtud han de hacerse cargo del estado; de lo contrario, el desorden y la tiranía son inevitables.

La idea de que el orden llega a la vida cuando las virtudes gobiernan es un tema constante en las enseñanzas de Sócrates y es el tema fundamental de La República. Sócrates sostiene que la «parte» virtuosa de una entidad es la que debe gobernar las otras partes de modo que el orden, la armonía y la bondad existan en toda la entidad. Esto es verdadero tanto a nivel individual como a nivel colectivo. Las vidas de los individuos gobiernan como es debido cuando lo hacen desde lo mejor y más elevado de ellas, sus almas, que están intrínsecamente armonizadas con las elevadas virtudes de bondad, verdad y justicia. Del mismo modo, una sociedad encuentra orden, armonía y justicia cuando los más elevados y mejores miembros de la misma gobiernan a todos los demás. Los elevados y mejores son los filósofos, los individuos cultivados moralmente anteriormente mencionados que Sócrates denomina «guardianes» del estado. Sócrates admite que puede haber quien considera increíble la idea de que los filósofos han de ser reyes, sin embargo insiste en ello. Le dice al Glaucón, uno de los jóvenes que está con el:

A menos que los filósofos reinen en las ciudades o cuantos ahora se llaman reyes y dinastas practiquen noble y adecuadamente la filosofía, vengan a coincidir una cosa y otra, la filosofía y el poder político, y sean detenidos por la fuerza los muchos caracteres que se encaminan separadamente a una de las dos, no hay, amigo Glaucón, tregua para los males de las ciudades, ni tampoco, según creo, para los del género humano; ni hay que pensar en que antes de ello se produzca en la medida posible ni vea la luz del sol la ciudad que hemos trazado de palabra. Y he aquí lo que desde hace rato me infundía miedo decirlo: que veía iba a expresar algo extremadamente paradójico porque es difícil ver que ninguna otra ciudad sino la nuestra puede alcanzar la felicidad ni en lo público ni en lo privado22.

Es importante darse cuenta que en este pasaje Sócrates identifica como poseedores de una «naturaleza inferior» a aquellos que buscan únicamente o el poder político o la inteligencia filosófica, y no en combinación con el otro. Su argumento aquí es que el primero sin el segundo resulta en tiranía y corrupción, mientras que el segundo sin el primero resulta en trivialidad e inutilidad. Aquellos poseedores de poder político, pero carentes de verdadera inteligencia filosófica para utilizarlo, gobernarán el estado con vistas a adquirir ganancia personal y poder explotador. Aquellos poseedores de inteligencia filosófica, pero sin miras a la aplicación política de su conocimiento malgastarán sus energías en caprichos y nimiedades intelectuales carentes de aplicación útil. Por lo tanto, ambos dominios han de combinarse y los verdaderos filósofos han de gobernar.

Los verdaderos filósofos, por supuesto, son aquellos descritos con antelación; aquellos que se preocupan por las realidades eternas más que por las temporales; aquellos que buscan la luz en vez de la oscuridad de la caverna; que viven como las almas inmortales, en vez de como animales que comen y copulan, que es lo que la mayoría de la gente eligen emular. Sólo aquellos individuos, hombres y mujeres que viven en común sin interés por la riqueza personal o privada incluso a nivel de vida familiar personal, pueden guiar el barco del estado de modo que la bondad, el orden y la verdad prevalezcan en todas sus obras*. Estos filósofos verdaderos buscan la verdad sobre todas las cosas y la buscan para vivir de acuerdo con ella individual y colectivamente. No existe posibilidad de armonía social y política aparte de su gobierno.

Sócrates admite que su ideal republicano puede nunca cumplirse totalmente en realidad, sin embargo insiste que aquellos que se preocupan por la sociedad han de intentar cumplirlo tanto como sea posible. Si no, sólo la anarquía y la tiranía perdurarán como opciones finales para la sociedad. Tanto Confucio como Sócrates vieron claramente durante sus vidas las profundidades en las que la sociedad podría sumergirse cuando aquellos que no se preocupan por la virtud o la verdad controlan las palancas del poder. Las caóticas posibilidades presentes en la antigüedad permanecen vivas hoy en el mundo actual por lo que Gülen expresa hoy una visión para la guía de la sociedad que se asemeja en gran medida con las de sus colegas de la antigüedad. Para Gülen, al igual que para Confucio y Sócrates, la esperanza de la sociedad radica exclusivamente en la influencia de los «seres humanos ideales».

Las reflexiones de Gülen sobre el mundo del Islam y, particularmente, sobre la historia y el destino de Anatolia son paralelas a las reflexiones de Confucio sobre la antigua China. Ambos hombres se refieren a un pasado de grandeza perdida que ahora ha de ser recuperada. Confucio se refiere con regularidad a los antiguos gobernantes, emperadores y a otros de generaciones pasadas con ejemplos de nobleza y sabiduría que han de ser emulados ahora, en su época, para que China pueda volver a restaurar su antigua grandeza y evitar la fragmentación y la tiranía. Gülen también reflexiona sobre el pasado glorioso del Imperio Otomano, una época en la que la civilización turca estaba en su culmen, y sobre el Islam como religión y cultura que alcanzó su supremacía global de un modo importante. En su valoración, la verdadera grandeza de los otomanos se encontraba en su dedicación a los grandes ideales que tenían como propósito el bien para la sociedad de su época y para la del futuro, y en su esencia islámica hasta el punto de que imitaron a los primeros cuatro califas del Islam después de la muerte del profeta Muhammad. Gülen afirma que mientras que personas notables tales como los faraones, César y Napoleón fueron infames por sus acciones, sus obras no tienen una naturaleza duradera porque fueron motivadas en su esencia, no por elevados ideales para toda la humanidad y para el futuro, sino por ambición personal, avaricia y ansia de poder. Gülen dice sobre ellos:

Sus ruidosas y frenéticas vidas, que a tantos deslumbraron, nunca fueron ni podrán ser prometedoras para el futuro de ninguna manera. Ya que esa gente fue pobre y miserable, quienes subyugaron la verdad bajo el mandato de la fuerza, quienes buscaron siempre vínculos sociales y coherencia alrededor del interés y del beneficio propio, y que vivieron sus vidas como esclavos, sin aceptar nunca la libertad del rencor, el egoísmo y la sensualidad23.

La falta de ideales elevados y valores eternos para el presente y el futuro impide que las obras de esas figuras memorables tengan ninguna influencia duradera o positiva. Sin embargo, ese no es el caso de los califas y de los otomanos, según Gülen. Gülen señala:

Por contraste, en primer lugar los cuatro Califas Rectamente Guiados y después los otomanos elaboraron unas obras tan grandiosas que, cuyas consecuencias excedieron este mundo y llegaron al siguiente, estas obras en esencia son capaces de competir con los siglos; por supuesto, sólo para aquellos que no son engañados por eclipses temporales. A pesar de haber vivido sus vidas y haber cumplido sus deberes totalmente y haber muerto, siempre serán recordados, siempre se hablará de ellos y tendrán un lugar en nuestros corazones como buenos y dignos de admiración. En cada rincón de nuestro país, el espíritu y la esencia de dicha gente como Alparslan, Melikşah, Osman Gazi, Fatih y muchos otros flotan en el aire como el aroma del incienso, y esperanzas y buenas nuevas desembocan en nuestros espíritus desde sus ideales24.

Hay una diferencia cualitativa para Gülen entre figuras como César, Napoleón y los faraones por un lado y Fatih y Suleymán el Magnífico y los Cuatro Califas por otro. Su diferencia radica en su respectiva personificación de los elevados ideales de bondad, verdad, moralidad y justicia o sumisión a los mismos. Dichos ideales son la única base legítima para un programa social, político y cultural que producirá el bien para su época y para el futuro. Gülen aprecia la reivindicación de dichos ideales en la Turquía contemporánea como resultado del nacimiento de una nueva generación de gente dedicada a esos elevados ideales. Indica: «Ahora hay un gran número de elevados representantes —o futuros candidatos— de la ciencia, el conocimiento, el arte, la moral y la virtud que son herederos de todos los valores de nuestro glorioso pasado»25.

Gülen describe profusamente sus seres humanos ideales a lo largo de su obra, pero en ningún lugar tan sucintamente como en The Statue of Our Souls («La Estatua de Nuestras Almas»). En esta obra, utiliza los términos «persona de ideales» o «herederos de la Tierra» para referirse a la gente virtuosa intelectual y moralmente que realiza la verdadera humanidad y que, por lo tanto, ha de liderar a la sociedad para que sea buena. De hecho, tal y como Gülen expone, se trata de la idea de una gente y la cultura espiritual que personifican que llega a tener prominencia en la vida terrenal a causa de su rectitud. Dios les da esta prominencia como don y es suya como responsabilidad y deber hasta que su propia falta de mérito exija que Dios se la retire. Gülen menciona un pasaje del Corán, el cual a su vez se refiere a la Tora, en el que Dios dice: «Mis siervos rectos heredarán la Tierra»26. Gülen continúa diciendo:

Sin duda alguna esta promesa, garantizada en este versículo por un juramento, se cumplirá un día. Sin duda alguna, no solamente es la herencia de la Tierra, ya que la herencia de la Tierra también significa gobernar y administrar los recursos del cielo y del espacio. Será casi un «dominio» universal. Como este dominio que será delegado a un regente o edecán en nombre del Señor es extremadamente importante, en realidad esencial, los atributos apropiados para heredar la Tierra y los cielos han de ser adecuados. De hecho, sólo en la medida en que los atributos se lleven a cabo y se pongan en práctica, el sueño puede hacerse realidad27.

Gülen continúa explicando que en épocas pasadas la civilización islámica tuvo el nombre de «heredera de la Tierra»; pero perdió este lugar por los fracasos en sus dimensiones internas y externas, es decir, en el reino interno del corazón y el alma y en el reino externo del conocimiento contemporáneo. Las sociedades musulmanas se perdieron espiritual e intelectualmente y, por lo tanto, perdieron su lugar como «herederas de la Tierra», el cual pasó a ser ocupado por otras entidades en occidente. A lo largo de su obra, Gülen sistemáticamente hace una llamada al renacimiento del Islam en términos espirituales e intelectuales, a restaurarse a sí mismo, y para que toda la humanidad y la Tierra se conviertan en una nueva era gloriosa de tolerancia y paz. A través de un cuadro de dirigentes altamente virtuosos, el Islam, tal y como espera Gülen, y Turquía pueden ser restaurados a una posición de prominencia global para dirigir el mundo a una nueva era.

Es importante destacar aquí que Gülen no hace ninguna llamada en sus obras hacia ningún tipo de actividad política o gubernamental para hacer que surja esta nueva era. Gülen no es un político o un teórico político, y no está, a diferencia de Confucio y Platón, llamando hacia una nueva generación de líderes políticos. Esta es una diferencia fundamental entre Gülen y sus contertulios en este capítulo y en el siguiente. Las ideas de Gülen que a su vez son repeticiones de los más amplios ideales islámicos, no se basan en el poder gubernamental para su puesta en práctica. Al contrario, Gülen hace hincapié en el reestablecimiento de una comprensión cultural, intelectual y humanitaria que surja a través de la gente común de virtud y servicio que viven sus vidas en sus diferentes roles profesionales, comunitarios y familiares. El «dominio» al que se refiere Gülen aquí no es el dominio de una elite de líderes políticos sobre los demás. Más bien, es el dominio y la preeminencia de una cosmovisión caracterizada por la paz, el conocimiento, la espiritualidad, la tolerancia y el amor. Es más, esta cosmovisión adquiere importancia por la miríada de gente que, a través de su virtud y administración, llegan a ser herederos de la Tierra.

Gülen dedica todo un capítulo en su obra The Statue of Our Souls («La Estatua de Nuestras Almas») a enumerar los rasgos de los herederos de la Tierra, y en esta enumeración contemplamos la expresión más sucinta de Gülen respecto al ser humano ideal tal y como él lo visualiza desde una perspectiva islámica. Identifica ocho atributos principales propios de los herederos de la Tierra28 o, como él los llama en otros pasajes, la «gente de ideales». Estos rasgos son: fe perfecta, amor, pensamiento científico tamizado por el prisma del Islam, autoevaluación y criticismo de los puntos de vista y perspectivas, libre pensamiento y respeto por la libertad de pensamiento, conciencia social y una preferencia por las decisiones basadas en la consulta, pensamiento matemático y sensibilidad artística.

Esta lista parece, en apariencia, ser bastante diferente a la lista de virtudes del hombre superior confuciano o a la de las virtudes de Sócrates, sin embargo, un examen más minucioso revela fuertes paralelismos entre las tres. La fe perfecta y el amor, en la persona de ideales de Gülen, está enraizada en una perspectiva islámica firmemente basada en la sumisión a Dios. La fe y el amor enumerados aquí están contextualizados dentro de ese marco más amplio de referencia eterna que la sumisión a Dios proporciona. Esta fe y amor no estarán desubicados en las cosas mundanas o materiales y no se realizarán en las mismas, por consiguiente, no llevarán a toda la civilización hacia un camino del materialismo absoluto y corporeidad. Mantiene los ojos fijos en las realidades eternas, del mismo modo que hacen los guardianes de Sócrates. El pensamiento matemático y científico de los herederos de la Tierra de Gülen es una perspectiva enraizada en la convicción de que la Verdad es Una y que no está dividida en categorías dispares de verdades religiosas frente a las verdades científicas o de verdades de la fe frente a verdades de la razón. La verdad es indivisible para los herederos de la Tierra y ellos tratan de entender toda la verdad con el rigor de la ciencia y las matemáticas, deseosos de progresar el entendimiento científico del cosmos como un «Libro Sagrado» infinitamente intrincado de las obras del Creador. Al igual que el hombre superior de Confucio, sobresalen en muchas disciplinas del conocimiento, no solamente en el conocimiento «religioso». En temas de gobierno y de decisiones, los herederos de la Tierra actúan con vistas al bien de la comunidad, no meramente el bien personal. Por otra parte, valoran la consulta y el diálogo como la mejor conducta para tomar buenas decisiones. Al igual que la clase de guardianes de Sócrates, se someten unos a otros a preguntas y análisis a fin de emerger con un consenso que es bueno para todos. Al igual que los guardianes de Sócrates y el hombre superior de Confucio, los herederos de la Tierra son tan duros consigo mismos que se someten a un intenso escrutinio, desafiando sus propias ideas y perspectivas, purificándose y refinándose siempre a sí mismos y a sus ideas en su sed de verdad y virtud. Finalmente, al igual que los guardianes y el hombre superior, los herederos de la Tierra valoran la belleza allá donde se encuentre y saben que solamente con el libre ejercicio del pensamiento y de la creatividad pueden las almas cultivadas crear nuevas visiones del mundo y de la humanidad, ya sea en los dominios de la estética, la filosofía, el gobierno o en otros dominios.

La diferencia principal entre los herederos de la Tierra de Gülen y el hombre superior de Confucio o los guardianes de Sócrates es que los primeros son musulmanes y generan todo su ser y su cosmovisión desde una perspectiva islámica. Lo que impide al gobierno de los herederos musulmanes de la Tierra que se convierta en una tiranía opresiva es exactamente lo que impide a los guardianes de Sócrates y al hombre superior de Confucio que se conviertan en tiranos; es decir, una preocupación por el bien de toda la humanidad y un reconocimiento fundamental del valor inherente de todos los seres humanos por su semejanza con lo divino tal y como hemos mencionado en el Capítulo 1. Gülen describe a estos herederos de la Tierra con mucho detalle. Señala:

Una persona de tal carácter siempre irá de victoria en victoria. No, sin embargo, para arruinar países y establecer capitales sobre las ruinas de los mismos, sino para mover y activar los pensamientos, sentimientos y facultades humanos, para reforzarnos con tanto amor, afecto y benevolencia que podremos abrazar a todo y a todos, restaurando los lugares arruinados e insuflar vida dentro de las secciones muertas de la sociedad, convertirse en la sangre y la vida que fluye en las venas de los seres y de la existencia y hacernos sentir los vastos placeres de la existencia. Con todo lo que dicha persona posee esta persona es un hombre de Dios y, como vicerregente Suyo, siempre está en contacto con la creación. Todos sus actos y actitudes son controlados y supervisados. Todo lo que hace lo hace como si ello fuese a ser presentado a Su inspección. Sienten tal y como Él siente; ven con Su mirada; derivan su modo de hablar de Su Revelación; son como el cadáver en manos del ghassal* ante Su Voluntad. Su mayor fuente de poder es su consciencia de su propia debilidad, incapacidad y pobreza ante Él. Siempre intentan hacer todo lo posible, e intentan no cometer errores a fin de usar de la mejor manera posible ese inagotable tesoro29.

Los herederos de la Tierra de Gülen, obviamente, no son conquistadores en el nombre de Dios o del Islam. No son yihadistas que hacen la guerra a los infieles. Son más bien gente de increíble virtud, bondad y amor que se ofrecen enteramente a los más elevados ideales y tratan de crear un mundo en el que todo el mundo tenga la oportunidad de realizar su pleno potencial humano en todos los dominios de la vida, desde el más mundano hasta el más trascendente. Por otra parte, se trata de un mundo en que los miembros de la comunidad proporcionan un ejemplo inspirador de esa humanidad plenamente realizada.

Esta gente de ideales es fundamental para todo tipo de sociedad factible, buena y perdurable. Sin ellos tanto los ideales como la gente que los personifican, el legado de una sociedad es enmudecido, en el mejor de los casos, y el bien que parece lograr es efímero y pasajero. Gülen indica:

Si los funcionarios que conducen un estado recto y virtuoso son escogidos por su nobleza de espíritu, de ideas y de sentimientos, el estado será bueno y fuerte. Un gobierno manejado por funcionarios carentes de estas elevadas cualidades sigue siendo un gobierno, pero no el mejor ni el más duradero. Tarde o temprano, el mal comportamiento de sus funcionarios producirá manchas oscuras en su rostro y lo ennegrecerá a ojos del pueblo30.

El dominio del poder es transitorio, mientras que el dominio de la verdad y la justicia es eterno. Aún si éstas no existen hoy en día, tendrán la victoria en el futuro cercano. Es por esta razón que los políticos sinceros deben guiarse a sí mismos y a su política por la verdad y la justicia31.

Gülen, al igual que sus contertulios, insiste en que la bondad de la sociedad depende directamente de la bondad de los que la lideran; además, los líderes y los miembros de otras comunidades que personifican estos rasgos sacrifican todas sus ambiciones personales por el bien de todos. Se dan completamente al servicio de la humanidad sin cesar de pensar nunca en el futuro. Se fundamentan en valores espirituales eternos y valoran el mérito de todos los logros científicos y tecnológicos, con miras a esos valores eternos. Gülen señala sobre ellos:

Serán amantes de la verdad y dignos de confianza y, para apoyar la verdad en todos los sitios, están siempre dispuestos a abandonar a sus familias y hogares cuando sea necesario. Al no tener adhesión alguna a las cosas mundanas, las comodidades y los lujos, emplearán los talentos concedidos por Dios para el beneficio de la humanidad y para plantar las semillas de un futuro feliz. Luego, pidiendo constantemente ayuda y éxito a Dios, harán todo lo posible para proteger dichas semillas del daño, al igual que la gallina protege sus huevos. Todas sus vidas serán dedicadas a este camino de verdad… Esta nueva gente unirá profunda espiritualidad, diversos conocimientos, pensamiento válido, temperamento científico y activismo sabio. Nunca contentos con lo que saben, continuamente aumentarán en conocimiento: conocimiento de sí mismos, de la naturaleza y de Dios32.

Gülen describe aquí a la gente ideal como aquellos que escapan de las tentaciones perennes que Sócrates menciona en La República, es decir, las tentaciones de adhesión a los placeres mundanos, la riqueza y las comodidades privadas. La gente ideal de Gülen, al igual que los guardianes de Sócrates, no sucumben a dichas tentaciones porque sus naturalezas están construidas para buscar siempre los placeres y las verdades eternas, a costa de lo temporal. También, igual que Sócrates y los guardianes, nunca están contentos consigo mismos y con su conocimiento. Siempre tratan de llegar más allá y más alto, hambrientos de nuevas alturas de conocimiento, virtud, bondad y verdad. Para Gülen, solamente cuando la sociedad turca y las demás sociedades estén constituidas o se hallen bajo la influencia de dichos individuos, la civilización humana entonces se volverá hacia la vida, la vitalidad y la salud en vez de hacia la muerte y la decadencia.

Asimismo, la visión de Gülen respecto al liderazgo es extensa y funciona de un modo claramente apolítico. Sus sermones y enseñanzas no constituyen en sí mismos un sistema de gobierno o una teoría política, como hacen las enseñanzas de Confucio y las ideas de Platón en La República. Gülen es un predicador y teólogo musulmán, no un politólogo o activista. No llama a su audiencia específicamente a que se presenten como candidatos a un cargo o que tomen el mando del gobierno. No llama a la disolución de los actuales sistemas de gobierno. A pesar de que su visión de la sociedad incluye a gente ideal ocupando cargos de autoridad en el gobierno, en su mayor parte él no habla en términos específicos. Más bien, Gülen habla de un liderazgo de la comunidad dispersado a lo largo de la sociedad en la miríada de profesiones. La gente de ideales dará forma a la sociedad a la vez que se entregará plenamente a sus respectivos deberes como científicos, profesores, hombres de negocios, funcionarios, padres, trabajadores en el sector servicios, obreros etc. La imagen es más la de una masa o de un movimiento de base de gente que ha elegido, por medio del proceso democrático, gente que personifica los virtuosos ideales de servir y guiar al estado. El resultado final, sin embargo, es el mismo para Confucio, Platón y Gülen: La existencia de una sociedad buena y estable existe de ese modo para sus ciudadanos porque es gobernada por gente que realiza en sí misma los más elevados ideales humanos posibles de virtud y bondad.

Por lo tanto, nuestros tres contertulios, desde sus distintas cosmovisiones y épocas históricas propias, han materializado para nosotros un rasgo principal de lo que se necesita para vivir una vida humana buena a nivel individual y colectivo. El rasgo principal es la virtud, tanto intelectual como moral. La gente vivirá la más plena y, por consiguiente la más feliz, de las vidas humanas cuando aspiran a convertirse a sí mismos en gente de virtud intelectual y moral. Por otra parte, la sociedad como un todo logra su más alto y beneficioso desarrollo cuando es guiada por aquellos individuos de moral elevada y virtud intelectual, que son los más capacitados para apreciar el bien de todos, en vez de solamente el bien de unos pocos privilegiados o el bien de ellos mismos. Esta gente virtuosa guiará a la sociedad de tal manera que todos sus miembros tengan amplias oportunidades para desarrollarse a sí mismos hasta la capacidad humana más elevada que puedan.

La cuestión ahora es: ¿De dónde viene esta gente virtuosa? ¿Dónde vamos a encontrar a esta gente de carácter y liderazgo elevados que van a guiar nuestra existencia social y colectiva hacia la bondad, la verdad y la justicia? ¿Esta gente desciende a nosotros desde el cielo totalmente formada y lista para gobernar? ¿Son seres divinos que andan entre nosotros? No, esta gente son seres totalmente humanos, no seres divinos, que han nacido de madres y padres humanos y han de ser criados y educados para ser los modelos de virtud que la sociedad precisa para su plena existencia. Nuestros tres contertulios están de acuerdo que la educación es el medio a través del cual nosotros como una sociedad de gente desarrollamos de entre nosotros a aquellos individuos virtuosos. Por lo tanto, hablaremos de sus respectivas teorías sobre la educación en el próximo capítulo.


1 Confucio, Las Analectas, pág. 146.
2 Ibíd., pág. 132.
3 Ibíd., pág. 176.
4 Ibíd., págs. 188-189.
5 Ibíd., pág. 189.
6 Platón, La República, págs. 277-278.
7 Ibíd., págs. 209-211.
8 Ibíd., pág. 212.
9 Gülen, The Statue of Our Souls («La Estatua de Nuestras Almas»), pág. 5 y sig.
10 Ibíd., págs. 125-126.
11 Gülen, Toward a Global Civilization of Love and Tolerance, págs. 128-130.
12 Gülen, The Statue of Our Souls («La Estatua de Nuestras Almas»), pág. 135.
13 Ibíd., págs. 135-136.
14 Gülen, Toward a Global Civilization of Love and Tolerance, pág. 113.
15 Thompson, Chinese Religion, pág. 13.
16 Confucio, Las Analectas, pág. 127.
17 Ibíd., pág. 11.
18 Ibíd.
19 Ibíd.
20 Ibíd., pág. 95.
21 Platón, La República, pág. 41.
22 Ibíd., pág. 165.
23 Gülen, The Statue of Our Souls («La Estatua de Nuestras Almas»), pág. 124.
24 Ibíd.
25 Ibíd., pág. 119.
26 Ibíd., pág. 5.
27 Ibíd.
28 Ibíd., págs. 31-42.
29 Ibíd., pág. 89.
30 Gülen, Perlas de la Sabiduría, págs. 71-72.
31 Ibíd., pág. 73.
32 Gülen, Toward a Global Civilization of Love and Tolerance, pág. 82.