La Belleza y los Dotados de Hermosura

La belleza eleva nuestros corazones y despierta nuestras almas con una dulce excitación y aprecio, para luego convertirse en la estética de nuestro yo interior. Este fenómeno, difícil de describir, esta sensación presente en los momentos más gozosos, es la belleza. Y aunque esta definición pueda parecer limitada, debe verse como una interpretación. Desde el punto de vista estético, ha habido interpretaciones muy elaboradas del concepto de la belleza, pero aquí nos centraremos en la relación de la belleza con la existencia, con la naturaleza y con los seres humanos, e incluso con lo que está más allá de la naturaleza.

Para que puedan ser correctamente apreciados, los significados de la belleza deben ser definidos en conjunto. Aunque esto ya ha sido hecho con frecuencia por los maestros de la estética, intentaremos explicar nuestro entendimiento de la belleza en el contexto de nuestra creencia y pensamiento, según el cual cada objeto bello es una réplica o un reflejo de la Belleza Divina. Todo aquello que produce reconocimiento, amor y asombro es un reflejo de la Belleza Divina, y nuestros corazones están llenos de estos reflejos de lo imperecedero. Siendo así, podemos considerarnos absortos en la belleza. Bajo esta perspectiva, podemos concebir cosas en apariencia tristes, como la muerte y la decadencia, como parte esencial de las armonías más maravillosas, y con ello sentir que estamos rodeados por una belleza infinita. De esta manera nunca nos sentiremos contrariados o desanimados al romperse nuestros apegos. Más bien al contrario; experimentamos la belleza externa de la fe, respiramos en el aire edificante de la esperanza, nos esforzamos por hacer lo correcto, confiando en cumplir nuestros anhelos espirituales, buscando la autenticidad en cada acto, nos esforzamos por ser tolerantes, misericordiosos y constructivos en toda nuestra conducta e intentamos con denuedo reconocer las acciones hechas en nombre de Dios como los mejores momentos de nuestras vidas. La fe se convierte en la luz que ilumina nuestros horizontes y una fuente de esperanza. La fe es lo único que permite superar el caos que produce el vacío. La fe es lo único que nos permitirá obtener la felicidad que conecta nuestros corazones con el Paraíso infinito. Gracias a su poder y su grandeza, la fe se convierte en algo hermoso. Gracias a la fe podremos descubrir la Unidad Divina, volvernos hacia la Verdad y degustar la bienaventuranza divina y mundana, libres de preocupaciones.

Estas son las bellezas dentro de la belleza que puede disfrutarse gracias a la fe en Dios. El universo, los acontecimientos, los objetos y el intelecto humano que pueden apreciarlas son bellos, puesto que nos ayudan a descubrir la fe. De igual modo, son también hermosas las acciones correctas que proceden de la fe, la buena moral y el deseo de alcanzar la fe verdadera y el progreso en los rangos espirituales del amor y el conocimiento de Dios. Incluso los actos de adoración o las calamidades que sufrimos, o las tentaciones a las que nos es difícil resistir –cosas que desde fuera pueden parecer auténticas penalidades– son manifestaciones de la belleza si las consideramos con la actitud correcta. La belleza auténtica pertenece a Dios. La perfección es un Atributo exclusivo de la Divinidad.

La totalidad de la existencia es un espejo que refleja la belleza de Dios, en la medida en que lo permita su potencialidad. La extraordinaria belleza de las estrellas cuando centellean, cantando cada noche sobre la belleza de la luz, hacen que Lo recordemos. La luz de la Luna afecta a los corazones con su belleza y suavidad, y el Sol extiende su misericordia sobre todo lo que hay sin distinción alguna. Derrama su luz y sus colores a lo largo del día para luego ponerse, regalándonos otra maravillosa escena. Los mares crecen y decrecen con las mareas y se ocupan de millones de seres vivos como madres misericordiosas. Montañas gigantescas de un tamaño que aceleran el latido de nuestros corazones parecen estar susurrando algo a los cielos, al tiempo que juegan con las nubes. Las montañas invitan a las lluvias y contienen los océanos con su altiva mirada y, sin embargo, acaban por desmoronarse y convertirse en polvo y barro. Las voces de los pájaros, las ovejas, los bosques y las montañas componen una canción llena de armonía que alimenta nuestras almas con ritmos sosegados.

Sí, todo lo que hay, desde los cielos sonrientes hasta las incontables glorias de la Tierra, es tan hermoso que procura la conciencia de la belleza de los Cielos. Y entonces no nos queda más que exclamar: «¡No podría ser más hermoso!». Y los seres humanos parecen ser lo más bello entre toda esta belleza. Con nuestro aspecto exterior, nuestro mundo interno emocional, la reflexión y la fe, somos un compendio, una réplica del universo. Se hace así manifiesto que los seres humanos han sido creados como la clave capaz de resolver el enigma de la creación. Esta es la manera en la que deberíamos percibir la belleza: una herramienta para interpretar el significado real de la existencia. En este inmenso reino de la belleza, todo lo existente puede considerarse como un signo que señala al Creador. Si somos capaces de percibir la existencia como un reflejo de la belleza del Más Bello, podremos experimentar el deleite espiritual.

Ser conscientes de esto debería ser, ciertamente, fácil. Hay ocasiones en las que una ciudad hermosamente diseñada o un lugar de adoración son suficientes para hacernos disfrutar de este placer sagrado. Otras veces un buen poema, una leyenda, una historia bien contada o una música compuesta para afectar a nuestra sensibilidad, que infunde armonía en nuestra alma, pueden atraernos hacia esta belleza y hacernos presentir la belleza del más allá. No obstante, para que se prolongue el deleite de estos placeres espirituales y evitar el sufrimiento, necesitamos relacionar esta belleza mundana con su Dueño. De lo contrario, todo terminará en el momento más inesperado. El Sol se pondrá y la Luna desaparecerá, al tiempo que nuestra alma se hunde en la oscuridad. Y para las almas que colapsan es imposible apreciar y disfrutar de la belleza. Como toda la belleza de este mundo se agosta y acaba por dejarnos un buen día, para que nuestra alma no se desespere y sea capaz de disfrutar de la belleza real e infinita, es necesario reconocer al verdadero Poseedor y Originador de la belleza. Relacionando este concepto con un versículo coránico, un poeta dijo: «Incluso rostros tan hermosos como el Sol acaban por ponerse; así pues, lo que yo amo no es lo efímero, sino la belleza infinita que jamás se marchita». Rumi habla de lo mismo en los versos siguientes: «Dios mío; tras haberte visto y tras haberte conocido, ya no veo la belleza de este mundo».

Sí, la belleza material no es más que un medio para reconocer al Más Bello. Quedarse atrapado en los «medios» sin darse cuenta del objetivo último de esta belleza es lo mismo que estar ciego ante el propósito real, la Verdad real. El Creador ha colocado a lo largo del camino todo tipo de signos y de bellezas para que no nos ceguemos. No obstante, para las almas que no han alcanzado la comprensión y no tienen la perspectiva de la fe, esta belleza es una fuente de mala conducta o un medio que conduce hacia el pecado. Pero para los capaces de discernir, incluso el amor por las criaturas más bellas no es más que la sombra de la sombra de la sombra de la Belleza de la Belleza de Dios. Siempre que podamos distinguir entre la Fuente Real de la Belleza y su reflejo, el amor que sentimos por lo creado es inofensivo. En este sentido podemos aceptar como hermoso a lo creado.

En ocasiones tomamos consciencia de las emociones más profundas con solo sentir la belleza abstracta que llena nuestros corazones con el amor a Dios. En esos momentos, en los que se entrelazan la belleza y el amor, el alma —cuya única capacidad es ver, sentir y oír— percibe la Fuente Real en todo lo que encuentra. Gracias a estas facultades, que Dios mismo nos ha dado, nuestra alma percibe la esencia de todo lo que hay y se lo atribuye a su verdadero Dueño. La ausencia de estas facultades es lo que hace que los materialistas y los naturalistas sean tan cortos de miras. Sólo son capaces de observar la belleza externa de las cosas, sin poder ver los horizontes espirituales e infinitos. Y sin embargo, toda la belleza existente tiene el fin de transportarnos a los cielos, a los reinos divinos.

Los seres humanos se ponen de manifiesto a sí mismos, con sus sentimientos y capacidades, a través de sus obras. Esto significa que están presentando algo que los demás observarán y percibirán a través del prisma de su propio entendimiento. Dios presenta Sus obras adornadas de color, sentido y contenido, para darse a conocer y ser amado por los que Lo buscan. Hemos sido pues enviados a este mundo con la responsabilidad de incidir y modificar las cosas con Su permiso, para reflejar nuestra comprensión, pero también para ser conscientes del verdadero propósito y significado de la creación. En este sentido, el universo y los acontecimientos que contiene son ejemplos perfectos a imitar. No importa sin embargo lo perfectos que estos sean: cada uno los interpretará según sus propias capacidades. Hablando de estética, Charles Lalo dijo en cierta ocasión que la escena espectacular de la puesta de Sol evocaría en el campesino el burdo pensamiento de la hora de cenar; para el físico, no tendría que ver con la belleza o la fealdad, sino con la corrección o el error del análisis de una materia. Para Lalo, la puesta de Sol sólo es hermosa para los que son conscientes de la belleza. Del mismo modo, sólo los que ven con Dios y oyen con Dios pueden apreciar la belleza que se exhibe en la existencia, puesto que sus sentidos están en sintonía con los reinos espirituales.

Un corazón que palpita con el amor a Dios y que desea encontrarse con Él, será consciente de muchos de Sus signos a lo largo del camino. Este tipo de corazón sentirá la excitación del encuentro con Él cuando lea los mensajes de la Luna, de la puesta del Sol, de las estrellas centelleantes, de la naturaleza variopinta, del soplo de la brisa, de la nieve. Y ese corazón hablará el lenguaje del que ha logrado unificar la visión y el corazón: «Todo lo que hay, dondequiera que sea, viene a contemplar Tu belleza. Ya sea desde arriba o desde abajo, cada uno de los seres Te afirma y muestra el reflejo de Tu belleza». Este corazón contempla la naturaleza y los objetos, pero ve los reinos espirituales invisibles. Esta es la clave del amor y el vínculo con Dios.

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