El Profeta esperado

La Tora y los Salmos

Un Compañero una vez le pidió al Mensajero de Dios que hablara sobre sí mismo. Él dijo: «Yo soy aquel para quien Abraham hizo el salat y de quien Jesús transmitió buenas nuevas».[18] A esto se refieren los siguientes versículos coránicos:

«¡Señor nuestro! Haz que surja en esa comunidad un Mensajero de entre ellos, para que les recite Tu Revelación y les instruya en el Libro (que Tú le revelarás) y la Sabiduría, y les purifique (de falsas creencias y doctrinas, de pecados y de todo tipo de impurezas). Es cierto que Tú eres el Glorioso poseedor de irresistible poder, el Omnisapiente» (2:129).

Y Jesús, hijo de María, dijo: «¡Oh Hijos de Israel! No cabe duda de que soy el Mensajero de Dios enviado a vosotros, confirmando (todo aquello de la verdad contenida en) la Tora que fue revelada antes de mí, y trayendo las buenas nuevas de un Mensajero que vendrá después de mí, cuyo nombre es Ahmad». Pero cuando llegó a ellos (toda la humanidad incluyendo las posteriores generaciones de los Hijos de Israel) con los signos manifiestos (de ser el Mensajero de Dios), dijeron: «Esto (lo que predica y hace) es obviamente (nada más) que hechicería» (61:6).

Se esperaba al Mensajero de Dios. Todos los Profetas precedentes hablaron de él y predijeron su llegada. El Corán (3:81) expresamente declara que Dios hizo un pacto con los Profetas, en el cual todos ellos prometían creer y ayudar al Mensajero que vendría después y que confirmaría el Mensaje que ellos habían traído.[19]

Aunque distorsionadas y alteradas, las versiones actuales de la Tora, el Evangelio y los Salmos todavía contienen versículos que aluden al profeta Muhammad. El difunto Husayn Yisri encontró ciento catorce de tales alusiones y las citó en su Risalat al-Hamidiya. Citamos unos ejemplos aquí, comenzando con: «El Señor vino del Sinaí, brilló para ellos desde Seír; resplandeció desde el monte Parán» (Deuteronomio 33:2).

Esto se refiere, respectivamente, a la Misión Profética de Moisés, Jesús y Muhammad. El Sinaí es el lugar donde el profeta Moisés habló con Dios y recibió la Tora. Seír, un lugar en Palestina, es donde el profeta Jesús recibió la Revelación Divina. Parán es el sitio en el que Dios se manifestó a la humanidad por última vez a través de Su Revelación al profeta Muhammad.

Parán es una formación montañosa ubicada en La Meca. Es mencionada en la Tora (Génesis 21:19-21) como el área del desierto en donde Hayar fue abandonada por su marido Abraham para vivir con su hijo Ismael. El pozo de Zamzam también está localizado allí. Como se indica en el Corán (14:35-37), Abraham abandonó a Hayar e Ismael en el valle de La Meca, que era entonces un lugar deshabitado entre las sierras de Parán.

Debido a tales predicciones evidentes en la Tora, los judíos esperaban al Último Profeta y sabían que aparecería en La Meca.

El versículo del Deuteronomio, según la versión árabe publicada en Londres (1944), sigue así: Él vino con gran número de santos; en su mano derecha había un hacha de fuego de dos filos. Esto hace referencia al Profeta prometido, que tendría muchos Compañeros con el más alto grado de santidad y al que le sería permitido, e incluso ordenado, luchar contra sus enemigos.

El Señor me dijo (a Moisés): «Es cierto lo que han dicho. Levantaré un Profeta entre sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará de todo lo que yo le mande. Mas a cualquiera que no oyera las palabras que él les diga en mi nombre, yo le pediré cuentas» (Deuteronomio, 18:17-19).

Está claro en estos versículos que un Profeta entre sus hermanos, como tú significa un Profeta de la descendencia de Ismael, ya que Ismael es el hermano de Isaac, el antepasado de los Hijos de Israel. El único Profeta que vino después de Moisés y se pareció a él en muchos aspectos (por ejemplo, trayendo una nueva ley y haciendo la guerra contra sus enemigos) es el profeta Muhammad. El Corán señala a este: Sin duda os hemos enviado (Oh pueblo) un Mensajero, un testigo en vuestra contra (alguien que atestiguará en el Más Allá con respecto a vuestros actos como respuesta al Mensaje de Dios), precisamente como enviamos un Mensajero al Faraón (73:15).

Abdullah ibn Amr, un asceta al que el Profeta recomendó que no dejara de dormir con su esposa y que ayunara sólo un día sí y un día no, se relató que había dicho: «Todo el mundo que ha seguido las religiones anteriores sabe que Dios enviaría un Profeta a la humanidad como portador de buenas nuevas y advertidor». Leí personalmente en la Tora estos versículos sobre él:

¡Oh Profeta! Te hemos enviado a la humanidad como portador de buenas nuevas, como apoyo y refugio para la gente común y corriente, aquel que les previene. Eres Mi siervo y Mensajero. Te he llamado Mutawakkil —aquel que deposita su confianza en Dios—. Él no es un grosero, un petulante ni una persona enojada, tampoco grita en las calles. No repele el mal con el mal; por el contrario, disculpa y perdona. Dios no lo hará morir antes de que él dirija la nación desviada al camino recto declarando que no hay más deidad que Dios.[20]

Este informe fue confirmado por Abdullah ibn Salam y Kab al-Ajbar, los eruditos más cultos de la comunidad judía en la época del Profeta. Después se convirtieron al Islam.

También leemos sobre Muhammad en los Salmos de David:

Dominará de mar a mar desde el río hasta los confines de la Tierra. Ante él se postrarán los moradores del desierto, Y sus enemigos lamerán el polvo. Los reyes de Tarsis y de las costas traerán presentes; Los reyes de Sabá y de Seba ofrecerán dones. Todos los reyes se postrarán ante él; Todas las naciones le servirán, porque él librará al menesteroso que clame, y al afligido que no tenga quien le socorra. Tendrá misericordia del pobre y del menesteroso, y salvará la vida de los pobres. De engaño y de violencia redimirá sus almas, Y la sangre de ellos será preciosa ante sus ojos. Vivirá, y se le dará del oro de Sabá, y se orará por él continuamente. Todo el día se le bendecirá. Será echado un puñado de grano en la tierra, en las cumbres de los montes; y se balanceará su fruto sobre la cima, y los de la ciudad florecerán como la hierba de la tierra. Será su nombre para siempre, se perpetuará su nombre mientras dure el sol. Benditas serán en él todas las naciones; Le llamarán dichoso (72:8-17).

Los Evangelios

De manera más enérgica y frecuente que cualquier otro Profeta, Jesús dio buenas nuevas sobre Muhammad. En el Evangelio de Juan, Jesús promete su llegada utilizando varios nombres:

Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Paráclito no vendría a vosotros; mas si me fuera, os lo enviara. Y cuando él venga, convencerá al mundo de la culpa de los pecados, de la justicia y del juicio (Juan, 16:7-8).

Aquí, el Profeta Muhammad es mencionado como el Paráclito. Esta palabra griega significa «el que distingue la Verdad de la Falsedad». Los comentaristas cristianos le han dado varios significados, según la edición de la Biblia, como por ejemplo Consejero («Gideons International»), Ayudante (American Bible Society), o Consolador («Company of the Holy Bible»), y afirman que es una alusión al Espíritu Santo. Pero nunca han podido establecer si el Espíritu Santo descendió después de Jesús e hizo lo que dijo Jesús que haría.

Si, según los cristianos, el Espíritu Santo es el Arcángel Gabriel, él de hecho vino muchas veces ante la presencia del profeta Muhammad para llevarle las Revelaciones Divinas. Además, Jesús mencionó y predijo al Paráclito con otros nombres, pero con la misma función:

Cuando venga Paráclito, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí (Juan 15:26).

Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará de todo lo que haya oído, y os hará saber las cosas que habrán de venir. Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber (Juan, 16:12-14).

No hablaré ya mucho más con vosotros; porque viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí (Juan, 14:30).

¿Quién ha venido después de Jesús sino el profeta Muhammad, como Consolador que ha confortado a tantos seres humanos ayudándoles a afrontar su miedo a la muerte, sus preocupaciones sobre el futuro y las enfermedades espirituales? Como Ayudante, ¿quién ha ayudado a la humanidad a alcanzar la verdadera paz y la felicidad en ambos mundos? Como Príncipe del mundo, ¿quién ha gobernado casi la mitad del mundo durante catorce siglos y se ha convertido en el ser más querido de miles de millones de personas? Como Espíritu de verdad, ¿quién ha atestiguado a Jesús, le trajo la gloria reafirmando su Misión Profética contra la negación de los judíos y la falsa deificación de los cristianos y restaurando su religión en su pureza prístina por el Libro revelado a él?

Aunque Jesús y otros Profetas predijeron la llegada de Muhammad, y mientras muchos cristianos creyeron en él y se hicieron musulmanes unas décadas después de su muerte, ¿qué defectos le atribuyen algunos cristianos occidentales al profeta Muhammad, persistiendo en negarlo?

Mawlana Yalaluddin Rumi, un gran santo sufi, expresa en la estrofa siguiente las buenas nuevas encontradas en el Evangelio sobre el profeta Muhammad:

En el Evangelio, Mustafa —Muhammad— es mencionado con todos sus atributos. El misterio de todos los Profetas está en él; él es un portador de felicidad. El Evangelio lo menciona con su forma y rasgos externos, y también con sus virtudes personales y cualidades proféticas.

El Antiguo y Nuevo Testamento, a pesar de la autenticidad discutible de sus versiones actuales, todavía contienen referencias al profeta Muhammad. Hemos citado algunas de éstas. Si un día las copias originales o las menos alteradas de la Tora y del Evangelio salieran a la luz, contendrían referencias explícitas al Último Mensajero. Esto se puede deducir de las Tradiciones Proféticas que dicen que el Cristianismo será purificado de sus elementos prestados.[21]

Muchos otros esperaron al Profeta

Debido a las numerosas predicciones de su llegada, todo el mundo esperaba al profeta Muhammad. En aquella época oscura de la historia de la humanidad, ésta esperaba a alguien que destruiría la incredulidad y reanimaría al mundo. El Judaísmo y el Cristianismo, siendo religiones reveladas por Dios en su origen, no tenían nada más que ofrecer. Aquellos que habían estudiado los antiguos libros sin prejuicios, en particular el monje Bahira, esperaban su venida.

Muchos en La Meca también lo esperaban. Una de las personas más destacadas era Zaid Ibn ‘Amr, el tío de ‘Umar ibn al-Jattab. Él había rechazado la idolatría, había vivido una existencia pura y solía dirigirse a la gente así: «No hay ningún bien para vosotros en los ídolos que adoráis. Yo sé de una religión que pronto será enseñada y divulgada. Será proclamada no más tarde de unos cuantos años a partir de hoy, pero no sé si viviré bastante para dar fe de ello».

Según Amr ibn Rabia, Zayd dio una descripción detallada del Profeta esperado:

Espero a un Profeta que está a punto de venir. Aparecerá entre los descendientes de Ismael y los nietos de Abdulmuttalib. Es de estatura media, ni demasiado alto ni demasiado bajo. Su pelo no es rizado ni liso. Se llama Ahmad. Su lugar de nacimiento es La Meca. Su gente lo obligará a dejar su ciudad, y emigrará a Yazrib —Medina—, donde su religión se extenderá. He viajado de un lugar a otro buscando la religión de Abraham. Sin embargo, todos los eruditos judíos y cristianos con los que he hablado me han aconsejado esperarlo. Él es el Último Profeta; ningún Profeta vendrá después de él. No podré vivir bastante para verlo, pero he creído en él.

Al final de su introducción, Zaid dijo a Amr ibn Rabia: «Si vives el tiempo suficiente para verlo, salúdalo de mi parte». Pasaron años antes de que el profeta Muhammad declarara su Misión Profética. Amr ibn Rabia, atestiguando su fe en el Profeta, explicó lo que Zayd le había dicho y le transmitió sus saludos. Muhammad devolvió los saludos y añadió: «Vi a Zayd en el Paraíso, arrastrando sus ropajes».[22]

Waraqa ibn Nawfal, un erudito cristiano y el primo paterno de Jadiya, estaba entre aquellos que buscaban la verdad. Cuando la primera Revelación llegó, Jadiya contó a Waraqa lo que había pasado. Waraqa le contestó: «Muhammad es un hombre veraz. Lo que él vio es lo que sucede al comienzo de una Misión Profética. Aquél que vino hasta él es Gabriel, que también vino hasta Moisés y hasta Jesús. Muhammad será un Profeta. Si vivo lo suficiente para ser testigo de su declaración de Misión Profética, creeré en él y le apoyaré».[23]

Uno de aquellos que buscaban al Último Profeta era el judío Abdullah ibn Salam. Los judíos tenían tal confianza en él que le llamaron «el erudito y el noble». Era tan grandioso como los más grandes Compañeros, como Abu Bakr y ‘Umar, y Dios consideraría su testimonio en el Corán de tal modo:

Di: «¿Habéis tenido en cuenta el hecho de que este Corán es de Dios, y que a su vez vosotros no creéis en el mismo cuando un testigo (como muchos) de entre los Hijos de Israel (ésos que tenían conocimiento de la Revelación) había dado testimonio a sus semejantes y (también) había creído, ya que vosotros sois demasiado arrogantes para creer: (esto no es una clara desviación y mal)? No cabe duda de que Dios no guía a los malhechores» (46:10).

Este gran Compañero describe cómo encontró al Profeta:

Cuando el Mensajero de Dios emigró a Medina, fui a verlo, como hicieron todos los demás. Estaba sentado entre un grupo de gente cuando yo entré, y decía: «Dad el alimento a otros y saludadles». Su discurso era tan dulce y su rostro era tan encantador que me dije: «Juro por Dios que alguien con tal rostro no puede mentir». Sin tardanza declaré mi creencia en él.[24]

Los judíos y los cristianos de aquel tiempo reconocieron al Mensajero de Dios. Como el Corán señala: «Aquellos a los que otorgamos el Libro (con anterioridad) le conocen (al Mensajero con todas sus características distintivas, incluida la dirección a la que se volverá en Oración) como conocen a sus propios hijos» (2:146). Después de su conversión, ‘Umar preguntó a Abdullah ibn Salam si había reconocido al Mensajero de Dios. «Lo reconocí» le contestó Ibn Salam, y añadió: «Puedo dudar de mis hijos, mi esposa puede haberme engañado, pero no tengo ninguna duda sobre que el Mensajero de Dios es el Último Profeta».[25]

Aunque los judíos y los cristianos lo reconocieron, una mayoría le envidió y, por prejuicio y envidia, no le creyó:

Y cuando (ahora) les ha llegado un Libro de Dios, confirmando (de la verdad de) lo que ya poseían —y a pesar de que con anterioridad pidieron la victoria contra (las tribus de al-Aws y Jazray, que entonces eran) los incrédulos, (diciendo: «El Último Profeta vendrá y os derrotaremos y destruiremos bajo su liderazgo»)— y cuando les llegó lo que reconocían (también como a sus propios hijos), no creyeron en ello. Por lo tanto, la maldición (rechazo) de Dios sea sobre los incrédulos (2:89)

Después de su conversión, Abdullah ibn Salam dijo al Mensajero de Dios: «¡Oh Mensajero de Dios! Escóndeme tras una esquina y luego convoca a todos los eruditos judíos de Medina y pregúntales sobre mí y mi padre. Su evaluación será seguramente positiva. Entonces déjame salir para declarar mi conversión». El Mensajero de Dios aceptó esta sugerencia.

Cuando los eruditos judíos se reunieron, el Mensajero de Dios les preguntó qué pensaban de Ibn Salam y su padre. Todos contestaron: «Están entre nuestra gente más culta y noble». Entonces, el Mensajero de Dios preguntó otra vez: «¿Cómo reaccionaríais si él me reconociera?» Ellos respondieron: «¡Es imposible que te reconozca!». Entonces salió Ibn Salam y declaró su conversión, con lo cual los eruditos judíos inmediatamente cambiaron su actitud y contestaron: «Ibn Salam es el más infame de entre nosotros, y a su vez el hijo del más malvado».[26]

El profeta Muhammad había sido buscado durante siglos. Salman al-Farisi era uno de aquellos buscadores. En un principio fue zoroastra (adorador del fuego), y había abandonado Persia, su país de nacimiento, por su ardiente deseo de encontrar la verdad eterna. Antes de abrazar el Islam, trabajó para varios monjes cristianos, y fue el último de ellos quien le aconsejó en su lecho de muerte:

Hijo, no queda nadie a quien pueda recomendarte. Pero, según lo que leemos en nuestros libros, el Último Profeta está a punto de aparecer. Él vendrá con el credo puro de Abraham y aparecerá en el lugar adonde Abraham emigró. Sin embargo, él emigrará a otro lugar y se establecerá allí. Hay signos explícitos de su Misión Profética. Por ejemplo, no comerá de la caridad, pero aceptará regalos, y el sello de la Misión Profética estará entre sus hombros.

Ahora dejemos a Salman narrar el resto de su historia:

Me puse en camino en una caravana hacia el lugar mencionado por el anciano monje. Cuando llegamos al Wadi al-Qura, me vendieron como esclavo a un judío. Al ver jardines de palmeras datileras, pensé que el Profeta emigraría a este lugar. Mientras yo trabajaba allí, otro judío del Banu Qurayza me compró y me llevó a Medina. Comencé a trabajar en su jardín de datileras. Aún no había noticia alguna del Mensajero de Dios. Sin embargo, un día yo recogía dátiles cuando un primo de mi dueño judío vino apresuradamente hacia mí. Me dijo enfadado: «¡Maldito sea! La gente afluye a Quba. Ha venido un hombre de La Meca que afirma tener la Misión Profética. Piensan que es un verdadero Profeta».

Comencé a temblar de entusiasmo. Bajé del árbol y pregunté: «¿De qué hablas?». Mi dueño vio mi entusiasmo y me abofeteó la cara con el dorso de su mano, diciendo: «¡Eso no te concierne, no te metas en lo que no te importa!».

Ese mismo día, al atardecer, fui a Quba y le di a Muhammad como limosna el alimento que había traído conmigo. El Mensajero de Dios no lo tocó, pero dijo a aquellos alrededor de él: «Saciad vuestros estómagos con esto». Me dije: «Este es el primer signo». Otro día le di algo como regalo. Él lo aceptó y lo comió con sus Compañeros. «Este es el segundo signo» me dije.

Una vez, asistí al entierro de un Compañero difunto. Me acerqué al Mensajero de Dios en el cementerio. Después de saludarlo, me quedé de pie tras él, con la esperanza de ver el Sello de la Profecía. Sus hombros estaban desnudos, y el Sello era tal y como el monje había descrito. No pude contenerme y comencé a besarlo llorando, después de contarle mi historia. Él se puso muy contento, y quiso que sus Compañeros oyeran mi historia.[27]

La gente que sinceramente lo buscó, lo encontró. Quienquiera que lo busque, lo encontrará; mientras que aquellos que permanezcan obstinados y sean gobernados por su nafs al-ammara —el yo carnal que ordena el mal— se ahogarán en la incredulidad y en la hipocresía. Mughira ibn Shuba relata:

Un día yo estaba con Abu Yahl en La Meca. El Mensajero de Dios vino y nos invitó a aceptar el Islam. Abu Yahl le respondió: «Si tú haces que declaremos ante Dios en el otro mundo que tú has llevado a cabo tu Misión Profética, lo haremos. ¡Déjanoslo a nosotros!» Cuando el Mensajero de Dios nos abandonó, pregunté a Abu Yahl si él había aceptado la Misión Profética de Muhammad. Él dijo que lo había hecho, y luego añadió: «Sé que él es realmente un Profeta. Sin embargo, competimos con los hashimitas en todo. Ellos han estado jactándose de proveer de alimento y agua a los peregrinos. Ahora si comienzan a jactarse de tener un Profeta, no seré capaz de soportarlo en absoluto».[28]

Esto es típico de los pensamientos mantenidos por los Abu Yahl del pasado y del presente. La gente inteligente que no tiene prejuicios y cuya fuerza de voluntad no está paralizada, no puede por menos que creer en el Islam y el Mensajero de Dios. En cuanto a esto, Dios dice a Su santo Mensajero: Sabemos en verdad que lo que dicen (mentiras, burlas y calumnias) te entristece; pero no es a ti a quien niegan (no te pueden llamar mentiroso ya que previamente te han llamado «el Digno de Confianza»); más bien, son los signos y Revelaciones de Dios lo que los malhechores obstinadamente rechazan (6:33).

¿Cómo habrían podido acusarlo de mentir a él, que era conocido por todos como al-Amin (el veraz, digno de confianza)? El testimonio de uno de sus enemigos implacables, Utba ibn Abi Rabi'a, demuestra que hasta sus enemigos admitían su veracidad.

Los líderes de los quraishíes se reunieron para acordar cómo prevenir la expansión del Islam. Enviaron a Utba con la esperanza de que él pudiera persuadir al Mensajero de que se retractase. Él preguntó: «¡Oh Muhammad! ¿Quién es mejor, tú o tu padre?» El Mensajero de Dios no le contestó, probablemente porque el silencio es la mejor respuesta a una pregunta tan absurda. Utba siguió: «Si tu padre fue mejor que tú, él no puede haber estado siguiendo la religión que tú predicas ahora. Si, por el contrario, tú eres mejor que tu padre, entonces estoy listo para escuchar lo que tú tienes que decir».

El Mensajero de Dios preguntó: «¿Es esto todo lo que piensas decir?» Utba dijo que sí, y se calló. Entonces, el Mensajero de Dios se arrodilló y comenzó a recitar la Sura al-Fussilat. Cuando llegó al versículo 13: Si se apartan en repulsión, di (a ellos): «Os he advertido de un castigo que sobreviene como el relámpago (que les sobrevino a las tribus) Ad y Zamud» (41:13), Utba temblaba como si tuviera fiebre. Tuvo que poner su mano sobre los labios del Mensajero de Dios y dijo: «¡Por favor para, por Dios en quien tú crees!». Utba volvió a casa perplejo.

Los líderes de los quraishíes le esperaban con inquietud. Temiendo que Utba pudiera haber aceptado el Islam, Abu Yahl tocó a su puerta y, cuando fue admitido, se enfadó con Utba diciéndole: «He oído que Muhammad te trató muy generosamente y te dio un festín, y a cambio tú creíste en él. Esto es lo que la gente dice». Utba le contestó con furia:

Tú sabes que no necesito ser recibido con agasajos por él. Soy más rico que todos vosotros. Pero sus palabras me han impresionado. No era una poesía, tampoco se parecía a las palabras de un adivino. No sabía cómo responderle. Él es una persona veraz. Mientras yo escuchaba su recitación, temí que lo que les había pasado a los aditas y los tamudeos pudiera pasarnos a nosotros.[29]

Ellos habían estado esperando a un Profeta durante mucho tiempo. Todos conocían el carácter de al-Amin, y nadie lo había oído nunca mentir. Quedaron encantados de su personalidad y de la elocuencia del Corán, pero no pudieron vencer su orgullo y arrogancia, o la envidia y la rivalidad, y proclamar su creencia en él. Tampoco pudieron adaptar sus hábitos y su estilo de vida a su Mensaje. ¿No es esto cierto de todos aquellos que, conociendo la verdad, persisten en la incredulidad?

[18] Muttaqi al-Hindi, Kanz al-Ummal, 11:384.
[19] Y cuando Dios concertó un pacto con los Profetas: «Os he dado el Libro y la Sabiduría. A continuación, vendrá a vosotros un Mensajero que confirmará (de las Revelaciones Divinas) lo que ya poseéis. Vais a creer en él y ayudarle». Dicho eso, preguntó: «¿Confirmáis esto y estáis de acuerdo en tomar (sobre vosotros) Mi carga en este asunto?». Respondieron: «Lo confirmamos». Dijo: «Entonces, sed testigos (vosotros y vuestras comunidades) y Yo daré testimonio con vosotros».
[20] Bujari, «Buyu», 50; Ibn Hanbal, Musnad, 2:174.
[21] Bujari, «Enbiya», 49; Muslim, «Iman», 244-247.
[22] Ibn Kazir, Al-Bidaya, 2:223.
[23] Bujari, «Bad‘u al-Wahy», 3.
[24] Ibn Hanbal, 5:451.
[25] Ibn Kazir, Muhtasar Tafsir, 1:140.
[26] Bujari, «Enbiya», 1; «Manaqibu’l Ansar», 45.
[27] Ibn Hisham, «Sira», 2:228-34.
[28] Kanz al-Ummal, 14:39-40; Ibn Kazir, 3:83.
[29] Ibn Kazir, 3:80-81; Ibn Hisham, 1:313.