Ningún defecto corporal ni mental

Todos los teólogos musulmanes están de acuerdo con que los Profetas no tienen ningún defecto corporal o mental. Como ellos eran extraordinariamente atractivos en personalidad y conducta, también eran distinguidos y encantadores en su aspecto externo. Su estructura corporal era perfecta además de ser bien parecidos y bien formados.

Anas dice que el Mensajero de Dios era el más hermoso de los hombres. Yabir ibn Samura comenta: «Una vez durante la luna llena, nos sentamos en la mezquita. El Mensajero de Dios entró. Primero miré la luna brillante y luego su cara. Juro por Dios que su cara era más brillante que la Luna».[240]

Los Profetas deben estar libres de todos los defectos corporales, porque su apariencia no debe repeler a los demás. En la explicación de la Divina sabiduría del Mensajero de Dios viviendo 63 años, Said Nursi escribió:

Los creyentes están obligados a amar y respetar al Mensajero de Dios en grado sumo, y seguir cada orden suya sin sentir aversión alguna por su aspecto. Por esta razón, Dios no permitió que él viviera hasta el período humillante y lleno de problemas propios de la vejez y le envió a la «morada más alta» cuando tenía 63 años. Este era el promedio de vida de los miembros de su comunidad, y así se convirtió en ejemplo en cuanto a esto se refiere.[241]

Las aflicciones de Job

Aunque la característica de hallarse libre de defecto corporal alguno es común en todos los Profetas, las historias falsas sobre Job y Moisés, prestadas de fuentes israelitas o incorrectas interpretaciones de los versículos coránicos, se hicieron hueco en los comentarios del Corán.

En un hadiz, el Mensajero de Dios dice: «Los Profetas experimentan los procesos más severos; las mayores desgracias los golpean. Entonces vienen otros creyentes; cuanta más firmeza en su creencia, más grande su desgracia». El profeta Job es elogiado en el Corán de la siguiente manera: Sin duda, lo encontramos lleno de paciencia y constancia. ¡Qué siervo tan excelente! Sin duda él era quien se tornaba siempre a Dios en contrición (38:44). Como se puede deducir de los versículos coránicos y de lo mencionado en la Biblia, él sufrió de una enfermedad de la piel, que le causó llagas dolorosas desde las plantas de sus pies hasta su cabeza (Job 2:7). Bajo la influencia de historias israelitas, algunos comentaristas coránicos han añadido que los gusanos vivieron en sus llagas, y un olor desagradable emanaba de estas heridas e hizo que la gente lo abandonara.

Estos añadidos son completamente infundados. Si la gente realmente lo hubiera abandonado, esto podría haberse debido a su pobreza posterior. Al principio, Job era un siervo rico y agradecido de Dios; más tarde, perdió su riqueza y a sus hijos. Como todo Profeta, no podía haber tenido un aspecto repulsivo o asqueroso, con su cara exenta de llagas. Tampoco su cuerpo podría haber emitido un olor desagradable.

Al contrario de lo que dice la Biblia que él maldijo el día en el que nació (Job 3:1) y a Dios abiertamente (Job 7:20-21), y pretendía tener razón frente a Dios (Job 32:2), Job aguantó sus aflicciones muchos años sin ninguna objeción rezando: «Sin duda, la aflicción me ha visitado (y no puedo ya venerarte como debo) y Tú eres el más Misericordioso de los misericordiosos» (21:83). Dios le respondió y apartó de él su aflicción y le devolvió a su familia y a los seres queridos (21:84).

La dificultad que tenía Moisés en el habla

El Corán expone que Moisés al recibir la orden de ir al Faraón, suplicó: «¡Señor mío! Expande para mí mi pecho. Haz mi tarea fácil para mí. Desata cualquier nudo de mi lengua (para hacer mi discurso más fluido). Para que entiendan mi discurso claramente» (20:25-28). Algunos comentaristas, influidos por fuentes israelitas y la errónea interpretación de la súplica de Moisés, han afirmado que él tenía un defecto en el habla. Ellos dicen que él joven Moisés una vez tiró de la barba del Faraón. Enfadado, el Faraón quiso que lo mataran. Pero su esposa, tratando de salvar al niño le pidió al Faraón que le pusiera a prueba para discernir si él merecía ser juzgado o si se decidía en su favor. Trajeron una balanza de peso, y puso una pieza de oro en un platillo y algunas ascuas en el otro. Moisés puso dichos rescoldos en su boca, lo que le provocó un tartamudeo permanente. De este modo, según estas interpretaciones, Moisés pidió a Dios que le quitara el tartamudeo.

Una historia inventada no puede servir como base para interpretar un versículo coránico. Si Moisés hubiera tenido tal defecto en el habla, debería haber rezado por «el nudo» —no por cualquier nudo— para que fuera desatado. Lo que Moisés preguntaba era una mayor capacidad de pronunciar el Mensaje de Dios en presencia del Faraón, ya que él no era tan elocuente como su hermano Aarón (El Corán, 28:34; Éxodo 4:10).

En conclusión, todos los Profetas eran perfectos tanto física como mentalmente. Sin tener en cuenta que los otros podrían reclamar, no hay nada en sus vidas que pueda sugerir hasta el más leve defecto. Sin embargo, algunos de ellos pueden ser superiores que otros en algunos aspectos: De entre tales Mensajeros, a algunos les hemos ensalzado por encima que a otros (en ciertos aspectos). Entre ellos están aquellos a los que Dios habló (de un modo peculiar) y a otros a los que elevó en grados (2:253). El profeta Muhammad es superior a todos ellos en virtud de ser el último Profeta enviado tanto a la humanidad como a los genios. Su misión no fue dirigida a un grupo reducido de gente o a un período limitado; más bien, fue dirigida a toda la gente y permanecerá válida hasta el fin de los tiempos.

[240] Suyuti, Al-Khasa’is al-Kubra, 1:123; Hindi, Kanz al-Ummal, 7:168.
[241] Nursi, The Letters («Las Cartas»), 2:84-85.