Una Sociedad Ideal

Los grupos que están compuestos de individuos desorganizados e inmorales (desobedientes), son una simple horda sin valores morales ni estéticos, gente que está muy lejos de pensar en hacer el bien. Por otro lado, las personas ideales o completas tienen las cualidades de los ángeles y son monumentos a la previsión y la comprensión humanas.

Estas cualidades se ven mencionadas en el siguiente versículo coránico y en muchos otros más:

En verdad que hemos creado al ser humano con la naturaleza y la forma más perfectas. (Sura at-Tin, 95: 4)

Los individuos a los que se refiere este versículo son las formas de la creación más bellas y agraciadas, tanto en lo material como en lo espiritual. Disfrutan de un estado perfecto de creación y son conscientes de los innumerables regalos que han recibido.

Vamos a intentar comprender este versículo: la humanidad asumió la responsabilidad que habían rechazado la Tierra, el cielo y las montañas al temer no poder cumplir con aquella obligación. En cierto modo percibieron que la humanidad era la única candidata a alcanzar la inmortalidad.

A los seres humanos se les puede considerar como viajeros que recorren el camino que les llevan a ser personas completas, siempre que desarrollen los regalos con los que fueron distinguidos y vivan de acuerdo con la inspiración divina.

Misterios como el significado de la vida y de la muerte, la razón de la existencia y de nuestras propias responsabilidades, están siempre presentes en los pensamientos de este tipo de personas. Meditan profundamente sobre los errores, sobre hacer el bien y ser devotos. El significado de las catástrofes que asolan a la humanidad hace que se agiten sus mentes; la luz de la sabiduría divina resplandece en sus corazones; los rayos de esta luz se reflejan en sus almas.

Todo esto les permite mirar detrás del velo. Su asombro y estupor se transforma en amor y cariño y se vuelven hacia el Creador de sus almas, algo que les produce complacencia. Las almas que están en este nivel no dejan que se les suba a la cabeza la benevolencia Divina ni tampoco se estremecen por su pérdida, porque ven el beneplácito y la pérdida como una sola y misma cosa; y comprenden también que la recompensa y el castigo son lo mismo. Mientras que los demás se alteran por culpa de estos favores y sucumben al pesimismo al primer indicio de problemas, la gente ideal triunfa incluso cuando parece condenada a fracasar. Son capaces de cultivar rosas en el desierto, de obtener azúcar de una caña seca.

La gente ideal sabe que está siendo refinada y puesta a prueba constantemente para poder llegar a la bienaventuranza. Y aunque se enfrente a duras catástrofes y se vea arrastrada a los remolinos más terribles, incluso en los momentos de mayor impotencia y angustia es capaz de percibir alientos de ánimo y consuelo que proceden del Más Allá; susurros que proceden de su alma más profunda y que hacen que se incline llena de gratitud y admiración.

Estas personas confían plena y absolutamente en Dios porque creen y confían en ese omnipresente y omnipotente Poder Inmortal. La creencia pura que habita en las profundidades de sus corazones, la percepción que les suministra perspectivas increíbles, además de su conocimiento y de sus pensamientos, las eleva hasta un punto tal que casi pueden oír una voz que dice: «No temáis ni os aflijáis, sino regocijaros por las buenas nuevas del Paraíso que os ha sido prometido» (Sura al-Fussilat, 41: 30); y entonces atestiguan los deleites más maravillosos.

Las personas ideales tratan de permanecer alejadas del pecado, puesto que han diseñado sus vidas según la Ley Divina en la que creen de forma tan sincera. Y como siempre están luchando contra sus egos, no tienen tiempo ni energía para ocuparse de pasatiempos insulsos o implicarse en estilos de vida bohemios. Están siempre pendientes de la belleza de su Amigo, sus mentes están en la Otra Vida, sus corazones son jardines brillantes y multicolores que están abiertos a las visitas de seres espirituales, y ellos mismos son viajeros y exploradores de esta tierra y atmósfera místicas.

La gente mundana que está esclavizada por su ego solo vive para satisfacer sus deseos corporales. Siempre descontenta, es incapaz de sentir tranquilidad. Pero la gente ideal está en paz consigo misma. Está satisfecha y, además, pone su conocimiento y entendimiento al servicio de la humanidad. Se dedica con valentía a eliminar las injusticias y las tiranías del mundo y no tiene miedo a la hora de proteger su patria y su honor. Y en ocasiones extiende graciosamente las alas del perdón sobre sus hermanos y hermanas.

Como sabe que todo excepto Dios es mortal y acabará por desaparecer, la gente ideal no se inclina ante nada ni ante nadie que no sea Dios. Se resiste a los atractivos seductores del mundo material… evalúa y utiliza en nombre de Dios lo que se les ha otorgado, lo mismo que los seres celestiales… examina todo lo que ocurre como un científico en su laboratorio… entrega su vida a la humanidad y deja tras de sí un mundo mucho mejor para las generaciones venideras.

La gente ideal va en pos de las bendiciones de Dios y se esfuerza por ser genuina. Las pasiones corporales y los objetivos espirituales no hacen que dude de su sinceridad. Considera que todos los siervos de Dios son las mejores personas y las considera a cada una de ellas como su igual. En sus corazones hacen que se derrita cualquier aspereza o malos sentimientos que procedan de los demás, demostrando así que la bondad vence siempre a la maldad.

En su atmósfera brillante, las lanzas de los relámpagos se apagan… Nimrod, un emperador sanguinario que ordenó se arrojase al fuego al profeta Abraham, vio cómo las llamas se apagaban y se convertían en un verde jardín que apaciguaba las almas violentas y de mal carácter.

La mayoría de nosotros todavía no hemos llegado a este nivel. No podemos enfrentarnos a la maldad con la bondad. Hacemos frente a la maldad con más maldad y al odio con más odio. Nos convencemos a nosotros mismos de que nuestros pensamientos son objetivos y que no surgen de nuestros propios deseos egoístas. Y así es como perdemos y devaluamos nuestra lucha en nombre de Dios, por mucho que hayamos querido vencer. De no ser por la belleza, la atracción y los rayos vivificadores del Corán, las malas interpretaciones y los malos ejemplos a los que hemos dado lugar nos habrían impedido ver este día.