Las Generaciones de la Esperanza – I

Fethullah Gülen: Las Generaciones de la Esperanza

Las generaciones de la esperanza, que son, respecto a la actual, las representantes de la ciencia, el conocimiento, la fe, la moral y el arte, son también las arquitectas de los espíritus de quienes nos sucederán. Derramarán sobre los corazones necesitados la más pura inspiración de sus corazones, que se alimentan en los reinos superiores, y generarán las estructuras más novedosas en todos los sectores de la sociedad. Lo desfavorable, el esfuerzo inútil, la locura, las obsesiones y el delirio de sucesivas generaciones de nuestro pasado reciente se produjeron, en gran medida, porque no habían conocido a ninguna generación de la esperanza.

En los últimos siglos de nuestra historia hemos experimentado un fracaso tras otro, incluso en aquellas situaciones en las que deberíamos haber tenido éxito, y lo hemos perdido todo en ámbitos en los que deberíamos haber ganado y logrado una victoria. Nos tratamos unos a otros como lobos, y dejamos una herencia de rencor, odio, egoísmo y ambición política a los que vendrían después. Quienes andaban enredados en la política y quienes les apoyaban consideraban cualquier medio y acto como legítimo y admisible si servía para mejorar la posición de su propio equipo o partido. Tramaron y se implicaron en complejas intrigas, y se engañaron a sí mismos creyendo que derrocando al grupo dominante y cambiando el partido en el poder iban a transformarlo todo y a salvar el país. Ni los gobernantes ni quienes se les oponían entendieron jamás que sólo sería posible alcanzar las metas que se habían propuesto llevando a cabo acciones de naturaleza revolucionaria dirigidas por el pensamiento, el conocimiento, la fe, la moralidad y la virtud. Por esa razón, creyeron que el deseado «cambio» y la deseada «transformación» tendrían lugar únicamente mediante una alteración vacía, formal y sin sentido, de lo externo, y así, lo que podría haber sido una gran restauración y una verdadera reforma histórica quedó reducida a maquillaje, colores blanqueados y meros cambios cosméticos. Por otra parte, algunos, ajenos a nuestros auténticos valores nacionales, vendieron el ideal de patriotismo a Satanás a cambio de nimiedades, como el ingenuo Fausto. Y, de acuerdo con los requisitos y las condiciones del tiempo, a cambio de algunos intereses y ganancias efímeras, se sometieron a la locura de ser un tipo de nación un día y otro tipo de nación al día siguiente, a pesar de que, de hecho, no era así, sino que tan sólo lo parecía. Unas veces respiraban turanismo, otras farfullaban ser una nación de agricultores y campesinos; en ocasiones hablaban de aristocracia en tono pretencioso, y en otras intentaban hablar de democracia o le hacían un guiño al comunismo, pero nunca se libraron de ir a la deriva de aquí para allá. Especialmente, el apetito ecléctico de nuestros intelectuales —apetito sin dimensiones ni criterios— se manifestaba a veces como fantasía y apetencia por Francia, como gusto y admiración por Inglaterra, otras veces era pasión por Alemania, y, más tarde, era un amor y un afán por los Estados Unidos o por cualquier otro país. Esto se convirtió en la dinámica subyacente de nuestra interpretación de la vida, en los puertos desde donde íbamos a partir hacia el futuro.

En contraste con todo esto, el sentido de nacionalidad y religión, que es el ideal común de nuestro pueblo, necesariamente ha de estar basado sobre un fundamento. El fundamento ha de estar por encima de todo tipo de fantasía, debe exceder la verdad de los espíritus individuales, y ha de implicar una gran fe, un firme pensamiento, una sólida moral y una virtud tal que sea reconocida y adoptada por todas las almas. Debe ser más fuerte que el más fuerte de todos los fundamentos. Se trata de un movimiento moral que prosigue continuamente en la misma dirección, que se dirige hacia su propia riqueza espiritual y hacia su comprensión de la realidad, que está abierto a todo tipo de cambios y nuevas iniciativas, que gira en torno a complacer a Dios, que es completamente inmune a consideraciones de interés y beneficio, y que supone una promesa de salvación para las generaciones venideras. Por el contrario, cuando nuestro mundo intelectual se precipita hacia un camino tortuoso, cuando nuestros corazones profesan una fe que aún no ha adquirido certeza (yaqin) y, al mismo tiempo, están en una total confusión y desorden, mientras nuestras mentes contemplan diversos métodos y conceptos con múltiples puntos de vista sobre la civilización, nos parece imposible poder reclamar la propiedad de un espíritu y de una esencia —auténtica riqueza de nuestra nación—, tomarlos bajo nuestra protección y transmitirlos con seguridad hacia las futuras generaciones como un arquero digno de confianza.

Muchos han visto y conocen muy bien nuestro pasado cercano, esos períodos críticos en los que perdimos nuestros valores. Pensábamos entonces mucho en producir un nuevo estilo y una nueva filosofía de vida para nosotros mismos combinando demasiados criterios e interpretaciones, muy distantes unas de otras, demasiados pensamientos contradictorios entre sí. Lamentablemente, hemos echado a perder muchas vidas, y aún nos consolamos con la ilusión de que estamos haciendo algo. Como no hemos sido capaces de hacerlo hasta ahora, nos será imposible hacerlo de ahora en adelante si seguimos igual. Ya que, sin abrazar las raíces de la espiritualidad y del sentido de nuestras vidas, no nos será posible llegar a una nueva síntesis de pensamiento y a una nueva forma de expresión de nosotros mismos. Durante este período, en lugar de alcanzar una nueva síntesis y un nuevo estilo, hemos experimentado una náusea continua, debido a la dicotomía entre nuestra comprensión y nuestros sentimientos, y a los efectos de las fluctuantes contradicciones de nuestras almas. Por supuesto, todas las oportunidades que recibíamos de vez en cuando, y las energías y poderes potenciales que teníamos, se echaron a perder por completo, se perdieron y se malograron.

Aunque nos parezca haber logrado algunas cosas en los últimos siglos, no hemos sido capaces de presentar un trabajo convincente o admirable en los términos de nuestra fe, de nuestra forma de pensar, moralidad, cultura, arte, economía o de nuestra manera de administrar. Aunque haya habido algunos logros durante este período, no han resultado ser sino cosas «fantásticas» o «superficiales» llevadas a cabo para atraer la atención de los jóvenes. Estos logros no son más que la satisfacción de un par de docenas de deseos, insignificantes en comparación con nuestras necesidades reales, tales y como lo son la comprensión del tiempo en que vivimos, la evaluación y apreciación del conocimiento y de la ciencia, una comprensión del espíritu de concordia y de alianza (wifaq e ittifaq), y la resolución y superación de las necesidades y deseos que nos han doblegado durante tanto tiempo. Nuestra salvación de esos estrechos puntos de vista y pensamientos que esclavizan nuestros sentidos y nos mantienen prisioneros, sólo puede ser llevada a cabo por los héroes de la comprensión, el conocimiento y la conciencia de Dios, que son conscientes y se dan cuenta del tiempo en que vivimos, que son amantes de la verdad, que están inspirados por un deseo de conocimiento, sobre los que recae la carga de las dificultades y los problemas verdaderos de hoy y de mañana, cuyos actos son el reflejo de su vida interior y de sus palabras, cuyas promesas son hálitos de sus corazones, personas capaces de ver más allá del horizonte, que sienten dolor por la indeseable situación actual y por el oscuro futuro que le espera a la gente, que sufren para elevar a las generaciones a niveles superiores y derraman lágrimas por ellos, como Job, que comparten los dolores y angustias presentes y futuras de su generación, y que vivencian su felicidad y su placer como obra y don de Dios, cada vez más agradecidos por ello y más elevados por dicho agradecimiento. Estos héroes de la conciencia divina tomarán su fuerza e inspiración de nuestra vida y de siglos de colorida historia, nos infundirán el espíritu de ser un verdadera nación, más verdadera y pura que lo más puro, fascinarán a nuestra juventud con fe, esperanza e ideales de acción, y producirán nuevos canales y cursos de agua en la laguna de nuestros ideales nacionales, que se ha estancado y ha permanecido inactiva en el embalse mortal de una larga y terrible extinción.

Y entonces nosotros, como nación, correremos raudos hacia el lugar de adoración que hemos perdido en nuestros corazones a través de dichos canales y cursos, derramando lágrimas de reencuentro. Al retornar a nuestros hogares, tan cálidos como las esquinas del Paraíso, nos encontraremos con los reflejos del Jardín que perdimos hace ya mucho tiempo. Redescubriendo nuestras propias escuelas, cuyos pilares son la búsqueda de la verdad y el amor al conocimiento, nos reuniremos y volveremos a ser introducidos en la creación a través de las puertas de unas escuelas abiertas al universo. Amando a todos los seres humanos vamos a aprender a compartirlo todo. Viviendo con más preocupación por los demás abrazaremos a todos en las colinas diamantinas de nuestros corazones. Observando y estudiando la creación nos entusiasmaremos por el sentido del arte, y pensaremos en nuestras relaciones con los demás con profundas preocupaciones y suspiros. Y, bañados en lágrimas y palpitando con desgarro, nos expresaremos.