Nuestra Filosofía de Vida

Fethullah Gülen: Nuestra Filosofía de Vida

Algunos viven sin pensar; otros sólo piensan pero no puede poner sus ideas en práctica. Sin embargo, tenemos la obligación de vivir con esmero y, mientras lo hacemos, producir las más novedosas combinaciones para desarrollar múltiples y variadas vías de pensamiento. Los que viven sin pensar son objeto de la filosofía de los demás. Estas personas van siempre de patrón en patrón, cambiando sin cesar de molde y de forma, luchando febrilmente toda su vida, padeciendo desviaciones de pensamiento y sentimiento, trastornos de personalidad y metamorfosis del carácter y de la apariencia, sin poder llegar nunca a ser ellas mismas. Aunque de vez en cuando compartan los logros de la sociedad y se beneficien aquí y allá de la brisas ocasionales de determinados eventos —como si dichas brisas tuviesen un efecto sobre su pensamiento, conciencia o voluntad de poder— jamás pueden ayudar o animar a sus espíritus con sus propios méritos y virtudes libremente elegidos, ni pueden dirigirlos hacia el infinito. Estas personas se parecen siempre a un estanque de agua infértil, estéril, estancada y maloliente. Incapaces de expresar algo que mejore la vida en lo más mínimo, resulta inevitable que dichas personas se conviertan en una peligrosa reserva de virus o en un nido de microbios.

Estas personas son tan superficiales en sus pensamientos y en sus puntos de vista que imitan todo lo que oyen o ven, como niños, a la deriva tras las masas, de aquí para allá, sin darse nunca la oportunidad de escucharse a sí mismas, de ser conscientes o de examinar su propia valía. De hecho, nunca sienten tener valores propios, personales. Viven sus vidas como esclavos que no pueden aceptar la libertad de sus sentimientos materiales y corporales, ni evaluar todas las oportunidades que han tenido y tendrán dentro de su estrecho marco corporal. Convierten sus corazones, voluntades, sentimientos y conciencias, que son los mejores regalos de Dios a los seres humanos, en medios para alcanzar placeres carnales sin valor, impulsando a la gente a vivir de modo bohemio. La pasión de esta gente por los rangos, los títulos, las posiciones, la fama, los intereses, las ganancias, los lujos y la vida, es el factor esencial que determina sus actos, obras y actividades. Consciente o inconscientemente, se encuentran a diario atrapados en una o varias redes mortales y masacran así a sus almas, una y otra vez, con la más miserable de las muertes.

Estas personas, que carecen de pasado y de futuro, dicen, como Omar Jayyam: «El pasado y el futuro son un cuento / Trata de disfrutar de ellos, y no arruines tu vida», y así siguen sus instintos animales. Consideran al mundo como un prado, un prado en el que pastar, en el que vivir, a pesar de sus emociones y facultades humanas. De hecho, se debaten continuamente en una charca de decadencia.

Por otro lado, están aquellos que viven reflexivamente y que, cada uno de acuerdo a su nivel, convierten cada hora y día de sus vidas en una búsqueda de los pensamientos e ideas más novedosas. Viven la experiencia extraordinaria, sorpresiva y encantadora, de estar siempre más allá del tiempo. Beben del pasado como de una bendita primavera, lo respiran y llenan sus pulmones de él como si fuese un fragante aroma, lo estudian como si fuese un libro esclarecedor y así, ingresan preparados en el futuro. Abrazan el pasado con todo el calor de sus corazones, lo colorean con sus esperanzas, lo moldean con su celo y su fuerza de voluntad. En cuanto al presente, lo aceptan como un centro para desarrollar estrategias, como taller para producir la necesaria tecnología, como puente para cruzar desde la teoría a la práctica, a fin de hacer realidad sus ideales. Por ello, tratan siempre de situarse más allá del espacio y del tiempo.

Mientras evalúan la creación y el tiempo desde esta perspectiva y salen de los estrechos confines de esta vida material y corpórea, se adentran en las vastedades de los mundos del pensamiento y viajan por sus anchas laderas hacia otro mundo infinito de eternas dimensiones, mientras siguen en esta vida transitoria y perecedera. Así, aspiran a lo infinito en sus pensamientos, emociones y anhelos. Observan la riqueza de ser humanos desde la inmensidad divina que abren en las profundidades de sus corazones. Con las redes que han colocado en sus corazones tratan de atrapar cosas sorprendentes que ningún ojo ha visto jamás, cosas que ningún oído ha escuchado y que la imaginación humana es incapaz de concebir. Lo hacen de tal manera que su aprendizaje, su conocimiento espiritual y sus logros, que son inconmensurables, les muestran siempre los reinos egregios, incluso los más elevados, prometiéndoles cada uno de ellos que se convertirá en una paloma paradisíaca. Puedes llamar a estas personas, que piensan y viven de esa manera y que convierten sus vidas en un huerto donde han plantado abundantes árboles de pensamiento, gente de sabiduría o héroes de la filosofía creyente. Independientemente de cómo les definas, es un hecho cierto que, desde la antigüedad, la gente iluminada que ha tejido la historia como un encaje delicado y elegante, siempre ha surgido entre esos elevados espíritus. El Brahmanismo, el Budismo, el Confucianismo, el Taoísmo y el Zoroastrismo, que se asemejan más a sistemas filosóficos que a religiones, son cada uno de ellos un regalo para la humanidad, cedido por esos héroes del espíritu.

Entre el murmullo de las largas corrientes filosóficas del pasado se pueden oír las voces de las composiciones de esos edificios del pensamiento. En las cuatro esquinas del globo, ya sea en el antiguo o en el nuevo mundo, las diferentes cosmovisiones y estilos de vida, la riqueza cultural y la acumulación incesante de civilizaciones, son siempre fruto de la reflexiva y meditada cosecha de este heroico pueblo. A pesar de tantos cambios y tanta distorsión, y a pesar de que la gente se ha distanciado de su esencia, podemos decir con toda tranquilidad que la gran mayoría de las personas que viven en el mundo anhelan ese viejo espíritu, esa esencia y ese contenido, aunque esto contradiga la forma en la que viven hoy en día. Hasta que la gente no tome como referencia a los heroicos representantes de la esencia propia del ser humano, no adulterada ni modificada, seguiremos de modo natural teniendo buena opinión de los demás.

Mientras procuramos renovarnos y permanecer firmemente conectados a nuestras raíces espirituales, nuestro deber consiste en crear héroes que sepan estimularse a sí mismos desde sus propias almas, es decir, que puedan reinterpretar y dar voz en nuestro tiempo a la música de nuestro ayer sin quedarse aprisionados o enredados en nada. Son ellos quienes nos pueden hacer sentir siempre el entusiasmo de nuestros corazones en un tono continuamente renovado y distinto. De hecho, es evidente que, hasta que no los hagamos surgir, seguiremos en la ruina, en manos extrañas e inexpertas que no saben qué hacer ni cómo hacerlo. Durante ese tiempo, la humanidad tratará de llenar los espacios vacíos dejados por los valores universales y eternos que buscan sus conciencias, pero, lamentablemente, nunca podrán hallarlos en sus mentes o en sus antiguas historias, anécdotas, leyendas y mitos. Por ello, continuarán vagando a la deriva hacia la insatisfacción, y de la insatisfacción irán hacia la crisis, y de la crisis hacia la destrucción.

El hecho de que no tengamos un sistema de pensamiento o una filosofía de vida que conforme las raíces espirituales de nuestra cultura nacional, y que esté basado en la dinámica islámica, implica que suframos una gran miseria y desdicha. No estamos solos en esto, una gran parte del mundo relacionada con nosotros también la sufre. Necesitamos diferenciar nuestros sistemas de pensamiento y nuestra filosofía de vida de los sistemas de sabiduría de Al-Kindi, Al-Farabi (Al-Pharabius), Ibn Rushd (Averroes), y en cierto sentido también del de Ibn Sina (Avicena). Fueron pensadores que tradujeron sistemas filosóficos griegos, tales como las ideas y conceptos de Aristóteles, mientras que las raíces de nuestro sistema de pensamiento se encuentran en los Cielos, un sistema que es tan antiguo como el pasado eterno (azal), que es más reciente que lo nuevo, y que es capaz de abarcar todas las épocas. Está basado en y se deriva de la Divinidad (lahut), del Poder y la Majestad divinas (yabarut), del dominio supremo de Dios (malakut), y de la naturaleza humana (nasut). Sus orígenes son claros y conocidos, es decir, luminosos, y se basan y se relacionan con la verdad de la criatura. Si esta interpretación es comprendida dentro de su propio espíritu y esencia, nos será posible, incluso en el presente, proponer y realizar nuestro propio sistema de pensamiento, el cual generará serias renovaciones en el mundo entero y abrirá vías y rutas mucho más ricas para todos.

Desde mediados del siglo XV, han sido muchos los intentos de desarrollar este sistema de pensamiento ideal. Sin embargo, ninguno ha podido alcanzar los objetivos deseados. A pesar de que esta observación es discutible, en ciertos aspectos es generalmente cierta. Desde Hodjazade hasta Zeyrek, desde Mustafa Reşit Pachá hasta los arquitectos de la monarquía constitucional[1], desde éstos hasta los últimos trabajadores del pensamiento, que son bastantes, ya sean sinceros o no, todos han tratado de encontrar respuestas a esta búsqueda y a estas expectativas en la conciencia colectiva. Sin embargo, unos se enredaron en los Tahafuts[2] de Ibn Rushd y del Imam Ghazali, algunos se ahogaron y perecieron en los remolinos de la Revolución Francesa y de Auguste Comte, mientras que otros se mantuvieron ocupados en el delirio y en la obsesión de Durkheim. Siempre estaban activos, pero nunca tuvieron en cuenta la época en la que vivieron y, o bien fueron demasiado fantásticos, o bien relegaron a la incertidumbre valores nacionales de mil años de antigüedad al tratar sus caprichos y fantasías como si fuesen su dios. Ojalá hubiésemos podido haber superado ya esas vejaciones y negatividades. ¡Cómo me gustaría que pudiésemos superar estas contrariedades desarrollando un sistema de pensamiento y una filosofía nacional que pudiésemos alimentar nosotros mismos!

Permítanme expresar esto de manera concisa. Debido a que las perspectivas de los sentimientos, la percepción y la interpretación de los fenómenos naturales son diferentes, si no tenemos una base sólida de pensamiento o un sistema filosófico sobre el que construir el conjunto, nuestros puntos de vista siempre serán contradictorios y nos devoraremos los unos a los otros sumidos en una red de oposición y conflicto. Tanto el mañana como el hoy, sólo pueden ser nuestros mediante un método y un sistema fuertes, mediante una manera y un estilo comunes, que todas las generaciones compartirán voluntariamente. Si carecemos de dicha unidad en nuestros pensamientos, sentimientos y forma de vida, cuando se hable de unidad nacional y de solidaridad, no estaremos hablando sino de ilusiones desmesuradas, tanto de hoy como de mañana. Esto es así porque los sistemas, la lógica nacional, el pensar, el razonar y las inspiraciones espirituales (waridat) son asuntos muy importantes. En la medida en que un sistema de pensamiento surja de la mente, de la conciencia y de las emociones propias de un pueblo, podrá hacerse realidad la unidad de sentimiento, la lógica, el razonamiento y la posibilidad de vivir juntos como nación. Por el contrario, cuando los sentimientos, pensamientos, interpretaciones y estilos de vida de un pueblo chocan unos con otros, y cuando el razonamiento y la racionalidad están en contradicción, las acciones y actividades humanas no dan fruto, aunque se prodiguen en abundancia. En tales casos, es muy probable que se produzca una devastación completa. En una sociedad que sufra conflicto y conmoción en su comprensión e interpretación, todos los esfuerzos colisionarán y se quebrarán mutuamente, como las olas del mar, y al verterse todo en un charco de inercia, quedará girando en un círculo vicioso. Hay una sabiduría visible e invisible en el batir de las olas del mar, en su estallido y en su calma. Sin embargo, en las colisiones y enfrentamientos que se producen en una sociedad sólo hay estancamiento, putrefacción, desintegración y auto-aniquilación. En una sociedad así, todo el mundo parece ser un lobo para el otro y cada pensamiento refleja un proyecto de muerte. Incluso si las bendiciones celestiales se derraman continuamente sobre dicha sociedad, sería como la ropa comida por las polillas. Incluso los valores históricos son objeto de ataques y acaban siendo comidos por las polillas. Lo sagrado se encuentra cara a cara con el peligro de ser destruido; y no puedes hablar ni de la lealtad de los antiguos, ni de la caballerosidad de los jóvenes. Los jóvenes, de los cuales esperamos que se conviertan en héroes, que sean el poder dinámico, que lleven el estandarte de un brillante futuro sobre los hombros, en lugar de ello juran la bandera y maldicen la historia de su país, considerando el futuro como el ámbito en el que llevarán a cabo toda su impetuosidad y su locura. Los viejos y la intelectualidad, que se entregan a una espeluznante negligencia, actúan casi como si fuesen los defensores de esta decadencia. En sus expresiones, escritos y programas de televisión, incitan a la vida bohemia del espíritu y a devastar la comprensión y el discernimiento de la gente, que es como si vertiesen ácido sobre ella.

Durante dicho período, las cátedras de la ciencia y el conocimiento han sido incapaces de suscitar pensamiento científico o amor por el conocimiento. Quienes representaban el poder y la autoridad se convirtieron en peones de ideologías particulares y se devoraron unos a otros. La lógica, el razonamiento y la inspiración fueron condenadas a caminar por estrechos pasillos llenos de signos y expresiones enigmáticas. En esa sociedad en la que se desarrollaron tales contrariedades y vejaciones, la ociosidad, la ambición y la vanidad sustituyeron al pensamiento y la vida se convirtió en una mera tortura.

Nuestro sistema de pensamiento o filosofía de vida, sin embargo, no sólo está relacionado con el mundo de la existencia, sino también con el reino de la pre-existencia y con todo lo que está situado más allá del ámbito existencial. También se ocupa, en su conjunto, de todos los fenómenos naturales y de lo que está más allá. Es lo suficientemente amplio como para definir la forma evolutiva de nuestras vidas. Con este sistema, la sociedad, desde su elemento más pequeño que es el individuo, es capaz de realizar la justicia universal tan esperada en la Tierra y responder a todas las expectativas de la humanidad, animando a las personas a actuar moralmente. De esta manera, la sociedad se alimenta de espíritu, moral, virtud y contemplación, y así alcanza la posibilidad de renovarse por sí misma. Por lo tanto, nuestra comprensión de la civilización y de la riqueza cultural se convierte en un bien deseable, solicitado y buscado en el mundo entero. Es entonces cuando somos capaces de extender nuestras manos para ayudar al resto del mundo y presentar fácilmente nuestros ideales de humanidad, nuestra filosofía moral, nuestra comprensión de la virtud y nuestra aceptación e interpretación de la justicia. Una vez más, como consecuencia de haber adquirido un nivel y una posición, todas las fuentes de poder de un estado, su dinámica administrativa y sus principios sociales y económicos, surgirán desde el espíritu de la gente y, de esta manera, la sociedad estará a salvo de todo tipo de «dependencias». Hasta ahora, la dependencia tácita que hemos estado sufriendo como un yugo al cuello, debido a nuestras debilidades y a nuestro endeudamiento, ha paralizado y ha provocado la inercia de nuestros sistemas políticos, económicos y judiciales, así como nuestro sistema administrativo. En el pasado, las generaciones doradas, que una vez hicieron de Anatolia uno de los países más cultos y prósperos del mundo, desarrollaron y establecieron sus propios sistemas administrativos, políticos y judiciales, a partir de los materiales de su propio espíritu. No permitieron que ningún pensamiento, sistema o comprensión extraños penetrasen en las instituciones del pueblo, que fueron protegidas tal y como lo fueron sus hogares, su orgullo familiar y su buen nombre, sin tener que comprobarlo por sus propios criterios y medios. Lejos de dejarles entrar, incluso después de haber luchado con casi el mundo entero y de haber experimentado una derrota temporal, e incluso cuando se retiraban heridos y zarandeados —pero siempre con esperanza y fe y con gran celo y anhelo—, trataron de preservar sus propios orígenes, se aglutinaron alrededor de su conciencia histórica y abrazaron con fuerza la dinámica a la que debían su existencia, tal y como se expresa en un hadiz, «se aferraron (a ellos) con fuerza entre sus dientes y su paladar». Sus cabezas no se inclinaron sino que se mantuvieron erguidas. Su comprensión, aceptación e interpretación del mundo y del Más Allá fueron sólidos y se mantuvieron intactos, y así avanzaron hacia un nuevo renacimiento sin detenerse ni tan siquiera para tomar aliento.

Hoy en día, un amanecer sucede a otro nuevo desde la perspectiva de nuestro horizonte de sabiduría. Si somos capaces, una vez más, de evaluar con solidez y hacer buen uso del mundo en el que vivimos, si somos capaces de interpretar correctamente las cosas y los aconteceres, si somos capaces de determinar los materiales básicos de la estructura interna de nuestra propia gente, y si somos capaces de aferrarnos a los eternos ideales, seremos siempre como nuestros gloriosos antepasados, e incluso podremos adelantarles. En efecto, ¿por qué no pueden las perspicaces generaciones de hoy superar a las del pasado y, de hecho, a todas las generaciones? Analizarán el pasado, el presente y el futuro, los pondrán en perspectiva sincrónicamente y los evaluarán obteniendo el máximo provecho. Tomarán bajo su protección las tradiciones, la cultura y la dinámica histórica de la sociedad en la que viven. Interpretarán correctamente el ciclo recurrente de la historia que marcha hacia su propia renovación.

Es importante recordar, una vez más, que la primera responsabilidad que nos corresponde es hacer sentir en la conciencia de las generaciones los efectos del dolor, el sufrimiento, las penurias, las creencias adoptadas y las culturas arraigadas en proporción a su importancia. Esto se logrará desarrollando en las personas la conciencia histórica. Si conseguimos hacer esto, tras unas pocas generaciones, nadie en nuestra tierra pensará en buscar o encontrar una fuente extraña para nuestras diversas instituciones más allá de nuestra dinámica espiritual.

Vamos a extraer del pasado todos los elementos de nuestra vida del mañana. Si somos capaces de mezclarlos con la luz de nuestra religión y con los rayos de la ciencia y el conocimiento en el crisol de nuestra cultura, habremos sido capaces de crear el engrudo de nuestra eternidad.

[1] La nueva constitución y el nuevo sistema parlamentario de la historia otomana, promulgado por primera vez en 1876, pero que no operó debidamente debido a una interminable guerra hasta su segunda promulgación en 1908.
[2] Tahfut at Tahafut (La Incoherencia de la Incoherencia) de Ibn Rushd y Tahafut al-Falasifa (La Incoherencia de los Filósofos) del Imam Ghazali, son dos obras famosas de historia de la filosofía.