Yaqin (Certeza)

Yaqin (Certeza)

Yaqin significa no tener duda alguna sobre la veracidad de una cuestión y llegar a un conocimiento preciso y sin indecisiones mediante una verificación exacta. Se utiliza también para expresar constatación, búsqueda de la certeza, examinar y realizar un esfuerzo agotador para llegar a la certeza, siendo ésta una estación espiritual que el viajero del camino ya ha alcanzado y experimentado. Sólo la logran aquellos que tienen algún defecto y, en consecuencia, necesitan desarrollarse. Este término no se utiliza para el Conocimiento de Dios, que es infinito, razón de que no aumente ni tampoco disminuya. Dios no tiene un Nombre como «Aquél Quien tiene u otorga certeza». Por otra parte, la certeza es un grado al que se llega con el estudio y la verificación de algo de lo que se había dudado con anterioridad. El Ser Divino no duda ni necesita verificación.

Según los sabios que buscan la verdad, yaqin significa certeza o convicción de la verdad expresada en los fundamentos de la fe, entre los que se incluye especialmente, sin duda alguna, la creencia en la Existencia y Unidad de Dios. Se define también como llegar a esa convicción mediante la observación o experimentación de la esencia de la verdad de esos fundamentos en los que cree la gente común, además de discernir o penetrar en los ámbitos que están más allá del reino material.

La certeza puede también ser considerada como un punto, final en un aspecto e inicial en otro, al que se llega utilizando todas las fuentes del conocimiento y las formas de observación y discernimiento. El viajero que ha llegado a este punto suele zarpar hacia lo eterno, realizando la ascensión en su corazón y alcanzando el horizonte de: « La vista (del Mensajero) no se apartó (para que mirara a cualquier otra parte y viera algo diferente), ni se equivocó (para que pudiera haber visto una ilusión)» (53: 17). El individuo viaja en medio de manifestaciones Divinas entre los reinos materiales e inmateriales y es favorecido con una lengua con la que hablar, ojos para ver y oídos con los que oír las verdades contenidas en el «Signo Supremo».[1] Esto significa que la observación repetida y el estudio del libro del universo, de las cosas y acontecimientos que contiene, permiten que el viajero hacia la eternidad perciba los significados de los signos inimitables que son propios de Dios.

Al observar y reflexionar de forma repetida las escenas del mundo exterior que se ofrecen a ser estudiadas, al igual que las de su propio mundo interior, se van desvelando ante el viajero las verdades que están más allá del ámbito de lo visible. Del mismo modo, al vivir en la atmósfera brillante y misteriosa de la Revelación Divina, esto es, del Corán y la Sunna, y de las inspiraciones que proceden de los mundos del más allá, el individuo siente en su corazón la manifestación del Tesoro Oculto. El creyente es consciente y experimenta los símbolos y los signos que surgen del prisma de su conciencia que refleja los rayos de los regalos Divinos que proceden del mundo externo, del suyo interno, y de la Revelación Divina; y luego los envía a sus sentidos y facultades. No cabe la menor duda de que, en lo que respecta a este grado y significado, es un regalo con el que Dios favorece a los que están cerca de Él.

Incluso en su grado más bajo, la certeza es tan poderosa que llena el corazón de luz, elimina de la mente la neblina de la duda y hace que soplen brisas de alegría, satisfacción y exultación en el mundo interior del individuo. Como indicó Dhu’n-Nun al-Misri, la certeza hace que el corazón rebose de deseo por alcanzar la eternidad. Esto suscita el deseo de vivir una vida austera, puesto que el ascetismo permite pensar y hablar con sabiduría. Quien elige las alas del ascetismo y se remonta al reino de la sabiduría, jamás olvida cuál será su final, reflexiona todo el tiempo sobre la Otra Vida y siente constantemente la compañía de Dios, incluso cuando está con otras personas.

En los primeros pasos de la certeza, el velo que existe entre los aspectos materiales e inmateriales de la existencia comienza a retirarse y, unos pocos pasos más adelante, el viajero comienza a vislumbrar los reinos que existen más allá de este mundo material. Con el corazón lleno de manifestaciones Divinas, cuyo resultado es la consecución de la paz y la satisfacción, el creyente se libera por completo de toda duda sobre las verdades de la fe. Al igual que ‘Ali ibn Abi Talib, que Dios esté complacido con él, algunos de los que han conseguido este grado de certeza han dicho: «Aunque se alzara el velo entre lo visible y lo invisible, no aumentaría mi certeza».[2] Unos pocos pasos más allá está la estación donde uno viaja hacia el reino puro de los regalos Divinos; es un lugar que jamás han visto los ojos, jamás han oído los oídos, ni jamás ha sido concebido por las mentes.

Para lograr certeza, el iniciado que comienza el viaje debe intentar hacer lo necesario para alcanzarla. No obstante, sólo se podrá lograr esta estación cuando Dios la conceda como una bendición y un regalo. Si no se adquiere el debido conocimiento de Dios, no se podrá conseguir la certeza. El conocimiento de Dios se adquiere mediante la visión y la perspectiva correcta de los objetos y los acontecimientos, mediante la capacidad de pensar de manera correcta y equilibrada, la pureza de intención, y el estudio de los signos de la Existencia y la Unidad de Dios. Por último, el conocimiento de Dios es necesario cuando se reflexiona sobre Sus Actos y sobre las manifestaciones de Sus Nombres y Atributos. El conocimiento de Dios es una luz que ilumina los mundos internos y externos de los iniciados, una luz que brilla desde todos los rincones de la existencia. Gracias a los rayos de esta luz, el iniciado ve las cosas tal y como son —al haber sido liberado de los velos de la multiplicidad (de objetos y acontecimientos)— percibe la unidad Divina y queda extasiado con un deleite espiritual indescriptible.

Aunque es posible que el iniciado se sienta incómodo en las primeras etapas del camino hacia la certeza, al final se verá inmerso en una paz y un placer inimaginables. Aquellos que no puedan distinguir entre lo que se siente al principio y lo que se experimenta al final, concluirán erróneamente que la certeza es algo arriesgado; no obstante, los que sienten constantemente la compañía de Dios y el deleite espiritual que conlleva, disfrutan de paz y seguridad frente a toda aflicción espiritual y a cualquier posible desviación. La aflicción y el desasosiego se sienten sólo al principio. En lo que respecta al posible riesgo, todas las estaciones lo tienen. Incluso el mismo Profeta, la paz y las bendiciones sean con él, decía: «Ni yo mismo podría salvarme (del Fuego o del castigo de Dios con mis propias acciones) a no ser que Dios me cubriese con Su misericordia».[3] Y en lo que respecta al hecho de estar a salvo de la aflicción y la desviación y obtener paz, estos son los frutos que Dios hace producir a la certeza.

Basándose en las referencias que aparecen en algunos versículos del Corán, los sufíes clasifican la certeza en tres categorías:

  • La certeza que procede del conocimiento: Tener una creencia o convicción fuerte y firme en lo que respecta a los fundamentos de la fe, en especial en la Existencia y Unidad de Dios, adquiridas mediante la observación correcta y el estudio de los signos y evidencias relevantes.
  • La certeza que procede del mirar o de la observación directa: Tener un indescriptible grado de certeza y conocimiento de Dios que ha sido adquirido mediante el desvelamiento y la observación de las verdades inmateriales, invisibles para los creyentes comunes, y en los que se basan los fundamentos de la creencia.
  • La certeza que procede de la experiencia directa: ser favorecido con la compañía constante de Dios, sin velo alguno y de manera tal, que sólo la percibe aquel que recibe este favor. Algunos la han interpretado como aniquilación en Dios y como ser sostenido por Él.

Estos tres grados de certeza pueden ser resumidos con los siguientes ejemplos: El conocimiento que tiene una persona de la muerte (antes de morir), adquirido mediante la observación o el estudio del cuerpo en un contexto biológico, puede servir de ejemplo de la certeza que procede del conocimiento. Atestiguar algún fenómeno metafísico, como la visión del ángel que ha venido a llevarse el alma o percibir destellos de ese mundo intermedio que es la tumba, puede considerarse como un tipo de certeza que procede de la observación directa. La certeza que se obtiene al experimentar la muerte, es una certeza que procede de la experiencia directa.

La certeza relacionada con verdades abstractas, como los Nombres y Atributos de Dios, que procede de la visión o la experiencia, es una cuestión absolutamente personal. En consecuencia, va más allá de mis capacidades el poder explicarlo.

¡Dios nuestro! Muéstranos la verdad como algo verdadero y permite que la sigamos; y muéstranos la falsedad como algo falso y permite que nos apartemos de ella. Y concede paz y bendiciones a aquél que tiene la certeza más perfecta, nuestro maestro Muhammad, el más noble de los nobles, y a su Familia y Compañeros, a todos y cada uno de ellos.

[1] El «Signo Supremo» es una expresión coránica que es considerada como el signo más grande o completo con el que se conoce a Dios de la forma más clara. Puede alcanzarse mediante el viaje físico, mental o espiritual, o con una combinación de los mismos, o mediante un estudio global de todo el universo y la visión espiritual de Dios con Sus Actos, Nombres y Atributos. El Signo Supremo es lo que el Mensajero de Dios vio en su Ascensión (53: 18). Todo el mundo puede alcanzarlo en la medida de sus posibilidades.
[2] Abu Nu’aym, Hilyatu’l-Awliya’, 10: 203; As-Subqi, Tabaqat Al-Shafi'iyah Al-Kubra, 6/61.
[3] Al-Bujari, «Riqaq», 18; Muslim, «Sifatu’l-munafiqun», 71-78.