Controlar las propias palabras

El hablar demasiado es un defecto de la personalidad que viene del desequilibrio mental y espiritual. Usa palabras precisas, que no confundan la mente del que te escucha y no uses más palabras que las necesarias para comunicar el mensaje que quieres transmitir. Efectivamente, el uso de muchas palabras puede hasta llegar a ser perjudicial, porque mientras más palabras usas, mayor será la ocasión para contradecirse, lo que confundirá aún más a los que te escuchen. Cuando esto ocurre el oyente no se beneficia; al contrario, actúa en su contra.

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La gente razonable prefiere dejar que aquellos de cuyas palabras se beneficia más la audiencia hablen. Si los individuos perfeccionados, cuyas mentes saturadas con la ciencia y cuyas almas satisfechas con los Divinos regalos espirituales están presentes, es una falta de respeto permitir que otros hablen. De hecho, el silencio de esos individuos perfeccionados es una pérdida para la sociedad.

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El hablar poco y el escuchar mucho son virtudes y signos de madurez. El deseo de ser escuchado todo el tiempo es una muestra de desequilibrio espiritual y de desvergüenza, incluso algunos lo explican como una forma de desvarío.

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Cualquier palabra hablada debería ser dirigida a la resolución de un problema o como respuesta a una pregunta. En cualquiera de estos dos casos, ni el que hace la pregunta ni el que escucha la respuesta debe aburrirse.

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Es natural que uno hable sólo cuando sea necesario y que mantenga el silencio cuando las palabras no hallen su lugar. Sin embargo, siempre es mejor que tengan preferencia las palabras que son de gran beneficio a otros. No obstante, esto depende de la adquisición de buenos modales y de percibir la virtud de quedarse callado. Esa sabiduría se refleja en un bello proverbio: el que mucho habla mucho hierra.

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La gente se revela a sí misma por medio de sus palabras y manifiesta su rango espiritual por medio de sus modales. Los que actúan como si fuesen los únicos con autoridad para hablar inevitablemente resultan ser antipáticos y son condenados por sus amigos. Como resultado, cualquier palabra valiosa que expresen es rechazada sin más. Es comprensible que a éstas verdades no se les otorga el respeto que merecen.

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Restringir nuestras palabras, como comer y dormir poco, ha sido siempre una regla de perfección básica que siguen los hombres y las mujeres. A los que desean desarrollar sus facultades espirituales se les debe aconsejar que primero frenen la lengua y se cuiden de hablar innecesariamente. No deben decir todo lo que se les venga a la cabeza.

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Pocos son más patéticos que aquellos que les indican a otros que hagan lo que ellos mismos no hacen. Así, en las palabras del Más Fidedigno el controlar las palabras y el mantenimiento de la castidad al restringir las relaciones sexuales ilícitas son llaves que abren la puerta al Paraíso.

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Mientras más te alejes de inundar a otros con tus palabras y preferir las tuyas propias a las de otros, más cerca te hallarás del Creador y los creados y serás más digno de su amor. Si no te puedes atener a esta verdad, no podrás desempeñar tus compromisos con Allah y con los demás.

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