La Comunicación

El tercer atributo de la Misión Profética es la transmisión de las verdades del Islam conocidas también como «prescribir y ordenar lo correcto o bueno y prohibir lo malo». Decimos verdades islámicas porque cada Profeta vino con la misma Religión Divina basada en la sumisión a Dios, y tenían como única misión la comunicación de este Mensaje.

Tal y como Dios manifiesta Su Misericordia a través del calor y la luz del Sol, Él manifestó Su Piedad y Compasión hacia la humanidad a través de los Profetas. Eligió a Muhammad, a quien envió como una misericordia para todos los mundos, para establecer eternamente el Mensaje de compasión y piedad. Si él no hubiera sido enviado a revivificar y revisar los Mensajes de Profetas anteriores y luego extender aquel conocimiento por todo el mundo, vagaríamos en el desierto aterrador de la incredulidad, el extravío y la ignorancia.

Los filósofos, los sociólogos y los psicólogos siempre han buscado respuestas a preguntas vitales tales como: «¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Cuál es mi destino final? ¿Cuál es el objetivo de la vida? ¿Qué significa nuestra muerte? o ¿Supone la muerte una inexistencia absoluta o sólo una puerta a una vida nueva y eterna?». Todos nosotros luchamos con tales preguntas. Pero sólo por la aclaración de los Profetas podemos encontrar la satisfacción verdadera y la paz mental. Por medio de ellos, entendemos que esta vida terrenal es solamente un apeadero en nuestro viaje perpetuo del mundo de los espíritus al mundo de la eternidad, un campo para ser plantado con semillas para cosechar en el mundo eterno. A este nivel sólo se llega tras pasar temporalmente por el reino de los muertos. Conscientes de esto, quedamos liberados de nuestras ansiedades y el mundo se convierte en un jardín florido para el esparcimiento y un lugar de reunión de amigos.

Los Profetas fueron enviados para comunicar este Mensaje e iluminar el camino a la felicidad en este mundo y el siguiente. Ahora hablaremos de tres puntos esenciales sobre cómo un Profeta comunica el Mensaje Divino.

Una llamada abarcadora a Dios

Los Profetas trataron con la gente y la vida de una manera holística, apelando al intelecto, la razón, el espíritu y todos los sentidos externos e internos y los sentimientos de cada persona. Ellos nunca ignoraron o descuidaron ninguna facultad humana.

La posición de un Profeta con relación a la Revelación Divina es similar a la de un cadáver en las manos de un enterrador: El individuo no puede hacer nada por voluntad propia. Dios dirige y guía a un Profeta como es necesario de modo que él pueda conducir a su gente. Sin esta dirección Divina, él no sería capaz de dirigir a nadie. Si él descuidara sus intelectos, el resultado final sería una comunidad de místicos pobres y dóciles. Si descuidara sus corazones o espíritus, reinaría un racionalismo rudimentario carente de cualquier dimensión espiritual. Como cada individuo consta de intelecto, espíritu y cuerpo, a cada uno le debe ser asignada su debida parte del Mensaje.

Los seres humanos son activos. Por lo tanto, deberían ser conducidos a aquellas actividades que forman el verdadero objetivo de sus vidas, como ha sido determinado por Dios y comunicado por el Profeta. Dios no creó a la gente sólo para que fueran ermitaños pasivos ni activistas sin razón o espíritu, o racionalistas sin reflexión espiritual y activismo.

Sólo cuando el intelecto, el espíritu, y el cuerpo estén en armonía y la gente esté motivada para actuar por el camino iluminado del Mensaje Divino, podrán ser completos y alcanzar la verdadera humanidad. Todos los Profetas buscaron este objetivo, y aquellos que intentan seguirlos deberían esforzarse en ello: Di (a ellos, Oh Mensajero): «Este es mi camino: Llamo a Dios basándome en una clara evidencia y con conocimiento seguro, tanto yo como los que me siguen» (12:108).

Un Profeta se halla totalmente dedicado a su misión y por ello es un altruista que vive para la felicidad y el bien de los demás. Su felicidad se apoya en ver a la gente dedicada a Dios con la esperanza de la salvación, no en aguardar una gran recompensa por sus servicios. Él sabe que su recompensa sólo está con Dios. Este hecho indispensable está enfatizado en el Corán: «¡Oh pueblo mío! No os pido recompensa alguna (por transmitiros el Mensaje); mi recompensa incumbe sólo a Dios» (11:29).

A los Profetas se les encomendó comunicar el Mensaje Divino. Ellos hicieron todo lo posible, afrontaron muchas desgracias e incluso tormentos con paciencia, cumplieron con sus responsabilidades y luego Le dejaron el resultado a Dios. Sabían con plena certeza que sólo Dios logra el resultado deseado. Estos tres fundamentos establecen los principios para todos aquellos que desean llamar a los demás al Islam.

El método

Esforzarse constantemente es un rasgo esencial de la transmisión del Mensaje, así como un elemento importante del método profético. Un Profeta siempre está profundamente preocupado en cómo cumplir su deber. Él considera todas las circunstancias posibles y hace todo lo permitido consciente de cuál es su objetivo prioritario. Como él no es el responsable de los resultados, esto se lo deja a Dios. Sabe que por sí mismo no puede lograr que nadie acepte el Mensaje, ya que es solamente un enviado para comunicarlo tan eficazmente como le sea posible: Tú no puedes guiar a la verdad a quien quieras, tan solo Dios guía a todo aquel que Su Voluntad dicta. Él sabe mejor quiénes son guiados (y propensos a la guía) (28:56).

Muchos Profetas vivieron sin que nadie a su alrededor aceptara el Mensaje. Sin embargo, ellos no se desanimaron, ni se debilitaron o recurrieron a medios impropios tales como la violencia, el terror o el engaño incluso cuando se enfrentaron con privaciones implacables y torturas. Cuando el Profeta fue herido gravemente en Uhud, algunos Compañeros le pidieron invocar la maldición de Dios sobre el enemigo. En cambio, él rezó por ellos, diciendo: «¡Oh Dios, perdona a mi gente, porque ellos no saben!».[143] Él lo hizo mientras su cara sangraba a borbotones.

Todos los Profetas reaccionaron del mismo modo a los tormentos e injurias que tuvieron que soportar. Por ejemplo:

Los dignatarios de su gente dijeron: «No cabe duda, te vemos perdido en un error obvio». (Noé) dijo: «¡Oh pueblo mío! No hay en mí extravío alguno, sino que soy un Mensajero del Señor de los mundos. Os transmito los mensajes de mi Señor, os doy sincero consejo y sé por Dios lo que no sabéis» (7:60-62).

Los dignatarios de entre su gente que persistían en la incredulidad dijeron: «Apreciamos que eres insensato y mentecato y estamos seguros de que eres un mentiroso». (Hud) dijo: «¡Oh pueblo mío! No hay insensatez ni mentecatez en mí, sino que soy un Mensajero del Señor de los mundos. Os transmito los mensajes de mi Señor y soy un consejero digno de confianza para vosotros» (7:66-68).

Nada cambió durante la historia de la Misión Profética. Los Profetas transmitieron el Mensaje con el único objetivo de lograr la complacencia de Dios. A cada pueblo le fue enviado un Mensajero.

Quien siga el camino recto lo sigue por el bien de su alma tan solo; y todo aquel que se extravíe, no se extravía sino en detrimento propio solamente. Ningún alma, como portadora de carga, porta (ni se le hará portar) la carga de otra. Nunca castigaremos (a una persona o a una comunidad por el mal que hayan hecho) hasta que no hayamos enviado a un Mensajero (para que dé consejo y advertencia) (17:15).

Y con toda seguridad, hemos alzado de cada comunidad a un Mensajero (para que transmita el Mensaje primordial): Venerad tan sólo a Dios y apartaros de las falsas deidades y las fuerzas del mal (que instituyen pautas de creencia y gobiernan desafiando a Dios) (16:36).

Después de que le llegara la primera Revelación, el Mensajero de Dios volvió a casa en un estado de gran entusiasmo. Estando envuelto en su capa, Dios le ordenó:

¡Oh tú el envuelto en la capa (quien ha preferido la soledad)! ¡Levántate y advierte! ¡Y declara la grandeza (indescriptible e incomparable) de tu Señor! ¡Y mantén tu vestimenta limpia! ¡Aléjate de toda impureza! No consideres tu cumplimiento de estas órdenes como una bondad (hacia Dios y la gente). Y por tu Señor sé paciente (al cumplir con tu deber hacia Dios y la gente) (74:1-7).

Le fue dicho también:

¡Oh tú envuelto en el manto (bajo la pesada responsabilidad de la Misión Profética)! Levántate para velar durante la noche, salvo un poco, la mitad de la noche, o disminúyela un poco; o añádela (un poco); reza y recita el Corán con calma y de manera clara (con tu mente y corazón concentrados en ello). Sin duda te encargaremos una Palabra de gran peso (y para aplicarla en tu vida diaria y transmitirla a los demás) (73:1-5).

Cada Profeta comunicó el Mensaje de Dios a su gente sin cansarse ni inmutarse. La severidad de su gente no los desalentó. Por ejemplo:

(Tras haber pasado largos períodos de tiempo transmitiendo el Mensaje de Dios, se dirigió a su Señor orando y dijo): «Mi Señor, en verdad he llamado a mi pueblo noche y día; pero mi llamada sólo ha hecho que huyan más y más (del hecho de aceptar la verdad). Y cada vez que los he llamado para que les perdones, introducían sus dedos en sus oídos, se envolvían en sus prendas, pasando a ser más obstinados y más y más arrogantes (rechazando mi llamada). A continuación los he llamado en voz alta (y de forma enfática); luego a su vez, los he llamado en público, y les he hablado confidencialmente, en privado. He dicho: “Pedid el perdón a vuestro Señor. Pues sin duda Él siempre ha sido Indulgente”» (71:5-10).

Cuando un pueblo rechaza al Profeta que les ha sido enviado e insiste en la incredulidad y la corrupción, normalmente la ira de Dios cae sobre ellos. En el Corán se atestigua la existencia de varios pueblos devastados por Dios y vemos sus ruinas por todo el mundo.

El esfuerzo consecuente

La comunicación del Mensaje Divino era la característica esencial del Mensajero de Dios. Nos preocupamos cuando tenemos hambre o sed o respiramos con dificultad; él se frustraba si pasaba un sólo día sin poder comunicar el Mensaje Divino. Le afectaba tanto su responsabilidad de guiar a la gente y se sentía tan mal por la incredulidad que Dios le aconsejó que cuidara su salud: Mas, puede ser que tú (Oh Muhammad) te atormentes a ti mismo hasta la muerte con pena, siguiéndoles, si no creen en este Mensaje (18:6).

El Mensajero de Dios invitó a todos los habitantes de La Meca, tanto públicamente como en privado, al camino de Dios. Él llamó a algunas personas extremadamente testarudas, entre ellos Abu Yahl, al menos cincuenta veces. Particularmente deseó la conversión de su tío Abu Talib, ya que él lo había criado y lo había protegido de los politeístas de La Meca. En el decimoprimer año de su Misión Profética, cuando Abu Talib estaba en su lecho de muerte, el Mensajero de Dios otra vez lo invitó a creer. Sin embargo, los dignatarios de La Meca lo rodearon para impedirlo.

Estaba tan triste por la incredulidad de Abu Talib que le dijo: «Pediré perdón a Dios por ti mientras no me prohíban hacerlo».[144] Un versículo le fue revelado algún tiempo después, prohibiéndole hacer esto:

No es propio del Profeta ni de los creyentes pedirle a Dios perdón por los que han atribuido copartícipes a Dios aunque sean parientes próximos, después de haberles aclarado que estos (murieron como politeístas y por lo tanto) han sido condenados al Fuego abrasador (9:113).

Abu Bakr, el Compañero más cercano del Profeta, sabía cuánto anhelaba el Mensajero de Dios que su tío creyera. Él llevó a su padre anciano, que se hizo musulmán durante el día de la Conquista de La Meca, al Mensajero de Dios y lloró amargamente. Cuando el Profeta le preguntó por qué lo hacía, le explicó: «¡Oh Mensajero de Dios, sabes cuánto quería que mi padre creyera, cumpliéndose finalmente mi deseo, pues mucho más deseé la conversión de Abu Talib, ya que tú así lo querías pero Dios no lo concedió, por eso lloro!».[145]

Uno de los mejores ejemplos de la preocupación del Mensajero por cada uno para creer era su llamada a Wahshi, quien había matado a su tío Hamza en Uhud. Después de la Conquista de La Meca, el Mensajero de Dios le invitó a aceptar el Islam. Wahshi respondió con una carta que incluía los siguientes versículos:

Y quienes no invocan ninguna otra deidad junto a Dios, y no matan a ningún alma —lo cual Dios ha prohibido— excepto por derecho (por causa justa y después de debido proceso), y no cometen el acto sexual ilícito. Quien cometa alguno de estos se enfrentará a un castigo severo. Su castigo será mayor el Día de la Resurrección, y allí morará en ignominia (25:68-69).

Después del versículo Wahshi añadió: «Tú me invitas a aceptar el Islam, pero he cometido todos los errores mencionados allí. He vivido sumergido en la incredulidad, mantuve relaciones sexuales indebidas y, además, maté a tu tío, que era el más querido por ti. ¿Puede realmente tal persona ser perdonada y hacerse un musulmán?».

El Mensajero de Dios le envió una respuesta escrita, conteniendo el siguiente versículo:

En verdad, Dios no perdona que se Le atribuya copartícipes, mas perdona a quien Su Voluntad dicta (a todo aquél que Él haya guiado al arrepentimiento y la rectitud, por Su gracia pura o como resultado de la elección por parte de la persona del arrepentimiento y la rectitud debido a su libre albedrío). Quien atribuya copartícipes a Dios habrá incurrido en un pecado atroz (4:48).

Wahshi devolvió la carta con la excusa de que el perdón prometido en el versículo anterior dependía de la Voluntad Divina. Entonces, el Mensajero de Dios le envió una tercera carta, en la cual el siguiente versículo fue incluido:

Di: «(Dios te da esperanza): “¡Oh Mis siervos que han derrochado (sus oportunidades y facultades otorgadas por Dios) frente a (el bien de) sus propias almas! No perdáis la esperanza de la Misericordia de Dios. Dios sin duda perdona todos los pecados. Él es en verdad el Indulgente, el Compasivo”» (39:53).

Por esta correspondencia, el Mensajero de Dios abrió el corazón de Wahshi a la creencia, y Wahshi pudo verse incluido en el versículo mencionado en la última carta. Esta correspondencia permitió a Wahshi arrepentirse sinceramente y hacerse un Compañero.[146] Sin embargo, el martirio de Hamza había afectado al Mensajero de Dios tan profundamente que le susurró a Wahshi: «Intenta no ponerte ante mi vista muy a menudo. Yo podría recordar a Hamza, y sería incapaz de mostrarte el afecto apropiado».

Wahshi hizo todo lo posible para cumplir con esta petición. Él estaría siempre en un segundo plano e intentaría vislumbrar al Mensajero de Dios con la esperanza de que pudiera permitirle presentarse ante él. Poco después de la muerte del Mensajero de Dios, Wahshi intentó encontrar un modo de expiación por su acto. Cuando la Guerra de Yamama estalló contra Musaylima «el Mentiroso», él avanzó hacia las líneas del frente con la lanza que había usado para matar a Hamza. En el momento más crítico, vio a Musaylima que estaba tratando de huir. Inmediatamente, arrojó su lanza al impostor y lo mató. Después de esto, Wahshi se postró ante Dios.[147] Con lágrimas en los ojos, era como si dijera: «¡Oh Mensajero de Dios! ¿Permitirás tú ahora que yo me muestre ante ti?».

No podemos más que desear que el Mensajero de Dios estuviera presente en espíritu en Yamama y abrazara a Wahshi para mostrar su perdón y total reconocimiento en su noble compañía.

Otro buen ejemplo de la nobleza y el altruismo del Mensajero de Dios, así como su amor por la humanidad y la preocupación por la orientación de la gente, es su aceptación de Ikrima como Compañero. Ikrima era uno de los enemigos más implacables del Islam y del Mensajero, y también un participante activo en todas las conjuras para derrotarlo. Huyó a Yemen con su esposa durante el día de la Conquista de La Meca, mientras muchos de sus compañeros eligieron convertirse al Islam. Su esposa, Umm Hakam, lo convenció de marchar y presentarse ante el Mensajero de Dios y pedirle perdón. A pesar de su hostilidad anterior, el Mensajero de Dios le dio la bienvenida elogiándolo: «¡Bienvenido, oh jinete emigrante!». Después de la Conquista de La Meca, no hubo ninguna «emigración» en el sentido estricto de la palabra; el Mensajero de Dios aludía al largo viaje de Ikrima de Yemen a Medina.

A Ikrima le impresionó profundamente tal nobleza, y le rogó que fuera él quien solicitara el perdón de Dios por sus pecados. Cuando el Mensajero lo hizo así, Ikrima se sintió tan alegre que prometió dedicarse a la causa del Islam el doble de lo que se había dedicado a combatirlo. Ikrima cumplió su promesa en la Batalla de Yarmuk, donde fue herido. Cuando vio a su esposa que lloraba a su lado en la tienda, le dijo: «No llores, ya que no moriré antes de que yo vea la victoria». Poco después, su tío Hisham entró y anunció el triunfo de los musulmanes. Ikrima pidió ayuda para levantarse porque el Mensajero de Dios había entrado en la tienda, y susurró: «¡Oh Mensajero de Dios! ¿He cumplido la promesa que te di?» y añadió: ¡Toma mi alma hacia Ti como musulmán y reúneme con los justos! (12:101), y encomendó su alma a Dios.[148]

A lo largo de su vida, el Mensajero de Dios lloró por las desgracias de la humanidad. Convocó sin cesar a la gente a seguir el camino de Dios. Durante sus años en La Meca, anduvo por las calles y visitó las ferias comerciales de los alrededores, esperando que unos cuantos se convirtieran. Los insultos, el escarnio y la tortura no lo hicieron desistir ni una sola vez. Cuando el versículo Y (Oh Mensajero) advierte a tus parientes más cercanos (26:214) fue revelado, él invitó a sus parientes más cercanos a una comida. ‘Ali relató el evento más tarde:

El Mensajero de Dios invitó a sus familiares a su casa. Después de la comida, se dirigió a ellos: «Dios ha ordenado que yo advierta a mis parientes más cercanos. Vosotros sois la tribu de mis familiares más allegados. No seré capaz de hacer nada por vosotros en el Más Allá a menos que vosotros proclaméis que no hay más deidad que Dios». Al final de su discurso, preguntó quién le apoyaría. Entonces, yo era un muchacho endeble. Cuando nadie respondió, dejé a un lado la jarra que tenía en mi mano y declaré: «¡Yo te apoyaré, Oh Mensajero de Dios!» El Mensajero repitió la llamada tres veces, y cada vez tan sólo yo le contesté.[149]

El Mensajero de Dios perseveró en su causa, soportando el escarnio implacable y cada vez más brusco, la degradación, las palizas y la expulsión de los mercados. Él fue incluso apedreado por los niños en Taif.

Sólo en el decimosegundo año de su misión él fue capaz de encontrarse con algunos ciudadanos de Medina en Aqaba (lugar localizado en las afueras de La Meca). Les habló del Islam y ellos lo aceptaron. El año siguiente, setenta personas de Medina abrazaron el Islam en el mismo lugar. Ellos juraron lealtad al Mensajero de Dios y prometieron apoyarlo en el caso de que emigrara a Medina. Él designó a Mus‘ab ibn Umayr para enseñarles el Islam. Esto fue el principio de una nueva fase en su vida. Cuando emigró a Medina el año siguiente, al menos un miembro de cada familia se había convertido ya.[150]

Comentarios Adicionales

Un punto importante que destacar es que, a la hora de comunicar el Mensaje, el Profeta estableció un excelente ejemplo de ardor en la orientación de la gente. Los Compañeros hicieron todo lo posible para imitar su técnica. Por ejemplo, el método de Mus‘ab ibn Umayr era tan eficaz y sincero que hasta las personas más obstinadas de Medina, como Sad ibn Muaz, se convirtieron al Islam. La reacción inicial de Sad a la tarea de Mus‘ab fue severa. Sin embargo cuando éste le pidió cortésmente: «Primero siéntate y escucha. Si no te agrada lo que te voy a decir, siéntete libre de cortarme la cabeza con la espada que tienes en la mano», la cólera de Sad se apaciguó. Y se despidió de Mus‘ab como un nuevo musulmán.

El Mensajero de Dios siguió enviando a Compañeros a las ciudades vecinas. Envió a Talha a Duwmat al-Yandal, y a Bara’ ibn Azib a Yemen. Si un Compañero no tuviera éxito, cosa poco frecuente, enviaba a otro en su lugar. Cuando Jalid y Bara’ no pudieron capturar los corazones de los yemeníes, el Mensajero de Dios envió a ‘Ali. Un poco más tarde, en un plazo breve de tiempo casi todos se hicieron musulmanes.[151]

Otro punto importante es su conducta después del Tratado de Judaybiya. Algunos Compañeros consideraron que varias condiciones eran deshonrosas para los musulmanes. Sin embargo, en la atmósfera resultante de paz, que acabó con años de alteraciones y guerra, muchos enemigos del Islam reconsideraron el Mensaje. Al fin y al cabo, hasta destacados opositores como Jalid y Amr ibn al-As aceptaron el Islam.[152]

El Mensajero de Dios dio la bienvenida a Jalid con una alabanza: «Me pregunto cómo un hombre tan sensible como tú podría permanecer siendo incrédulo. Yo tenía la firme convicción de que tú aceptarías un día el Islam».[153] Consoló a Amr ibn al-As, el cual le pidió que rezara para obtener el perdón de Dios, y dijo: «¿No sabes tú que aquellos que aceptan el Islam quedan purificados de todos sus pecados anteriores?».[154]

Después del Tratado de Judaybiya, el Mensajero de Dios envió cartas a los soberanos de los países vecinos. Él escribió a Negus, el rey de Abisinia:

De Muhammad, el Mensajero de Dios, a Negus Asham, el Rey de Abisinia. ¡La paz sea sobre ti! En esta ocasión, alabo a Dios, el Soberano, el Absolutamente Santo libre de todos los defectos, el Otorgador de seguridad, el Protector de Sus criaturas. Atestiguo que Jesús es un espíritu de Dios, una palabra de Él que Él otorgó sobre María, que era casta, pura y una virgen. Te convoco al Único Dios, sin copartícipe.[155]

El Mensajero pidió a Negus que se convirtiera con su primer saludo de paz. Ya que Negus era un cristiano, el Mensajero de Dios expresó su creencia en la Misión Profética de Jesús y afirmó la virginidad y pureza de María, lo que enfatizó el punto en común entre ellos.

Negus recibió la carta y besándola la puso sobre su cabeza en signo de respeto. Después de leerla, aceptó el Islam sin vacilar y dictó lo siguiente a su secretario:

De Negus a Muhammad, el Mensajero de Dios. Atestiguo que eres el Mensajero de Dios. Si ordenas que yo vaya a tu lado, lo haré, pero no estoy en posición de convertir a mis súbditos en musulmanes. ¡Oh Mensajero de Dios, declaro que todo lo que dices es verdadero![156]

Negus fue tan sincero que un día le dijo a sus confidentes: «Prefiero ser siervo de Muhammad que ser un rey». Cuando él murió, el Mensajero de Dios realizó la Oración Funeraria para él en su ausencia.[157]

La siguiente carta fue enviada a Heraclio, el emperador de Bizancio:

De Muhammad, siervo de Dios y Su Mensajero, a Heraclio, el más grande de los bizantinos. ¡La paz sea sobre aquel que sigue el camino! Te invito a entrar en el Islam. Abraza el Islam y asegura la salvación, para que Dios te dé una doble recompensa. Si tú das la espalda, se te cargará con los pecados de todos aquellos que dan la espalda a Dios además del tuyo propio. Di: «Oh Gente del Libro, convenid a una palabra común entre nosotros y vosotros: Veneremos únicamente a Dios, sin atribuirle copartícipe alguno y no nos tomemos unos a otros por señores en vez de Dios». Si (aún) le dan la espalda, decid: «Sed testigos de que somos musulmanes (sometidos exclusivamente a Él)» (3:64).[158]

El emperador de Bizancio se impresionó tanto con la carta que convocó a su presencia a Abu Sufyan, que en aquel entonces se encontraba en Siria dirigiendo una caravana de mercaderes de La Meca. Así la siguiente conversación tuvo lugar:

— ¿A qué clase social pertenece este hombre?
— A la nobleza.
— ¿Alguno de sus antepasados proclamó ser un profeta?
— No.
— ¿Hubo un rey entre sus antepasados?
— No.
— ¿Sus seguidores proceden de la élite o de la plebe?
— De la plebe.
— ¿Ha renegado alguien después de convertirse?
— Todavía no.
— ¿Sus seguidores aumentan o disminuyen?
— Aumentan diariamente.
— ¿Le has oído alguna vez decir una mentira?
— No, nunca.
— ¿Ha faltado a su palabra alguna vez?
— Todavía no, pero no sé si lo hará en el futuro.

Aunque Abu Sufyan era entonces un enemigo implacable del Mensajero de Dios, él dijo la verdad, excepto en sus últimas palabras, que pueden levantar dudas acerca de la fiabilidad del Mensajero. El emperador se inclinó a reconocer la fe, pero viendo la reacción de los sacerdotes de su entorno, sólo concluyó: «En un futuro próximo, todas estas tierras en las que reposo ahora serán suyas».[159] Imam Bujari relata que el obispo de la zona aceptó el Islam.[160]

El Mensajero de Dios envió cartas a otros reyes, entre ellos Muqawqis, el soberano de Egipto, que respondió con algunos regalos.[161] Cosroes, el emperador de Persia hizo pedazos la carta, un incidente que predecía el final de su imperio, lo que ocurrió durante el califato de ‘Umar.[162]

Cuando Dios ordena a Muhammad comunicar el Mensaje, Él se le dirige como el Mensajero para mostrar que él tiene el grado más alto entre todos los Profetas. Al resto de Profetas se les llama por su nombre; el Mensajero demuestra que él es el más destacado en la transmisión del Mensaje. La civilización islámica, que está basada en los principios que fueron transmitidos por él, ha atraído y ha asombrado a muchos, de tal modo que un episodio interesante es relatado en Mizanci Murad Tarihi («La Historia vista por Mizanci Murad»): Auguste Comte, el filósofo francés ateo, después de visitar los vestigios de la España Islámica, hizo un breve estudio sobre el Islam. Cuando se enteró de que el profeta Muhammad era un iletrado, dijo: «Muhammad no fue una deidad, pero tampoco fue un ser humano cualquiera».

Sin embargo, citando a al-Busiri, decimos: «La conclusión a la que llegamos después de toda la información que hemos reunido sobre él es que es un ser humano, pero el mejor de entre toda la creación de Dios».

Otros puntos importantes

Los tres puntos siguientes son importantes en la transmisión del Mensaje del Islam: la inteligencia, la práctica de lo que se predica y no esperar recompensa alguna.

En primer lugar, la inteligencia debe ser usada para alcanzar a la gente en su mismo nivel. Un hadiz declara: «A nosotros, la comunidad de los Profetas, se nos ordena dirigirnos al pueblo según su nivel de entendimiento». Aquellos que intentan difundir el Islam deberían saber cómo aproximarse y captar la atención de los no musulmanes. Este punto puede ser ilustrado con muchos ejemplos de la vida del Mensajero de Dios, dos de ellos son:

El Mensajero de Dios ganó el corazón de ‘Umar apreciando su sensatez. Él le dijo a ‘Umar: «No puedo entender cómo un hombre razonable como tú puede esperar algo de objetos inanimados como las piedras, la madera o el suelo». Él también inspiró confianza a ‘Umar por su buena conducta. Su veneración comprometida a Dios influyó mucho en ‘Umar, tanto que al final que se encomendó al Mensajero de Dios, y fue tan obediente y respetuoso ante él como un niño educado lo es ante su padre.

Un día, un hombre joven (por lo visto Yulaybib) pidió al Mensajero de Dios permiso para fornicar, ya que él no podía contenerse. Aquellos que estaban presentes reaccionaron de varias maneras. Algunos se mofaron de él, otros se rasgaron las vestiduras y unos estuvieron a punto de golpearle, pero el Profeta compasivo lo atrajo hacia sí y empezó a hablar. Comenzó preguntándole: «¿Dejarías a alguien hacer esto con tu madre?». A lo que el joven contestó: «¡Oh Mensajero de Dios! Por el honor de mi madre y mi padre, nunca lo admitiría». El Profeta dijo: «Desde luego que nadie aceptaría que su madre participara en un acto tan vergonzoso».

Entonces continuó preguntando a Yulaybib la misma pregunta, pero sustituyendo hija, esposa, hermana y tía por madre. Cada vez Yulaybib contestó que él no estaría de acuerdo con tal acto. Hacia el final de esta conversación, Yulaybib había perdido todo deseo de fornicar. Pero el Mensajero de Dios concluyó esta «operación espiritual» con una súplica. Rezó colocando su mano sobre el pecho de Yulaybib: «¡Oh Dios, perdónale, purifica su corazón y mantén su castidad!».[163]

Yulaybib se hizo un modelo de castidad. Tiempo después se casó con el beneplácito del Mensajero de Dios. No mucho más tarde fue martirizado en una batalla tras matar a siete soldados enemigos. Cuando su cadáver fue encontrado, el Mensajero de Dios puso la mano sobre su rodilla y dijo: «Éste es de mí y yo soy de él».[164]

El Mensajero de Dios era tan competente y acertado en la educación de la gente que esto es una prueba concluyente de su Misión Profética. La gente más incivilizada, ordinaria, maleducada, despiadada e ignorante de aquel tiempo fue transformada en los más elogiados guías de la humanidad en un período muy breve de tiempo.

Me pregunto si hasta el grupo más grande y mejor equipado de educadores profesionales, modernos pedagogos, sociólogos, psicólogos y profesores podrían conseguir, en el plazo de cien años, y en cualquier parte del civilizado mundo moderno, ni la centésima parte de lo que el Mensajero de Dios realizó al cabo de veintitres años en los desiertos incivilizados de Arabia, hace ahora catorce siglos. Los esfuerzos modernos y las técnicas aplicadas para erradicar un hábito perjudicial tan insignificante como fumar, con apenas éxito, cuando los comparamos con el éxito duradero y permanente del Profeta en la erradicación de tantos hábitos y criterios incorrectos, demuestran que el profeta Muhammad no tenía parangón en la educación de la gente.

En segundo lugar, aquellos que quieren que sus palabras ejerzan influencia sobre la gente deben practicar lo que predican. Si ellos no lo hacen, ¿cómo pueden esperar tener éxito ya que es conocido que las acciones siempre ejercen más fuerza que las palabras? El Corán es muy explícito en esta materia: ¡Oh vosotros que creéis! ¿Por qué decís lo que no hacéis (así como también lo que no haréis)? Lo más odioso ante Dios es que digáis lo que no hacéis (y no haréis) (61:2-3).

El Mensajero de Dios era la viva encarnación de su misión. Él era el primero en practicar el Islam, que consistía en demostrar lealtad a Dios y servirle a Él. Era poco común para aquellos que lo vieron requerir alguna otra prueba para creer en su Misión Profética. Por ejemplo, Abdullah ibn Salam, el renombrado erudito judío de Medina, creyó en él a primera vista, diciendo: «No puede haber ninguna mentira en este rostro. Alguien con tal presencia no puede ser sino el Mensajero de Dios».[165]

Abdullah ibn Rawaha, un poeta famoso de aquel tiempo, expresó este hecho en la siguiente copla:

Incluso si él no hubiera venido con signos manifiestos,
una sola mirada dirigida a su persona bastaría para inspirar creencia en él.
[166]

Aquellos que creyeron en él no eran gente necia o irracional. Entre ellos estaban importantes personas como los cuatro primeros califas (Abu Bakr, ‘Umar, ‘Uzman y ‘Ali) todos los cuales administraron un magnífico estado. Ellos eran tan profundos en espiritualidad y creencia que ‘Ali, por ejemplo, una vez dijo: «Si el velo (entre este mundo material y el mundo inmaterial) fuese levantado, mi certeza (de Lo Oculto) no aumentaría».[167]

Una razón por la que el profeta Muhammad es amado profundamente por cientos de millones de personas todavía a lo largo de todo el mundo, sin tener en cuenta la propaganda interminable hostil y negativa, y por la cual la gente abraza el Islam diariamente, es que él practicaba lo que predicó. Por ejemplo, invitó a la gente a venerar a Dios sinceramente, y él es el mejor ejemplo de tal veneración. Él pasaría más de la mitad de la noche rezando y llorando, lleno de humildad. Cuando le preguntaron por qué llegaba al extremo de rezar hasta que sus pies se hincharan, sabiendo que estaba libre de todo pecado, él contestó: «¿No debería yo ser un siervo agradecido a Dios?»[168]

‘Aisha relató que una noche él le pidió permiso para levantarse y rezar. Él era tan atento a los derechos de sus esposas que pedía su permiso para practicar rezos supererogatorios. Rezó hasta el amanecer y derramó lágrimas. Él frecuentemente recitaba los siguientes versículos:

Es cierto que en la creación de los Cielos y de la Tierra y en la sucesión de la noche y el día (con sus periodos de acortamiento y alargamiento) se dan signos (que manifiestan la verdad) para la gente de discernimiento. Conmemoran y mencionan a Dios (con sus lenguas y corazones) de pie, sentados y recostados (durante la oración o no) y reflexionan sobre la creación de los Cielos y de la Tierra. (Al haber entendido el propósito de su creación y el significado contenido en ello, concluyen y dicen): «Señor nuestro, no has creado esto (el Universo) sin sentido ni propósito. ¡Gloria a Ti (ya que Te hallas por encima de realizar nada carente de sentido y propósito), y sálvanos del (hecho de profesar concepciones erróneas sobre Tus actos y de actuar contra el propósito de Tu creación y, por lo tanto, merecer) castigo del Fuego! ¡Señor nuestro! Es cierto que a quien establezcas en el Fuego le habrás traído la desgracia. (Por haber ocultado o rechazado los signos de Dios en los Cielos y en la Tierra negando a Dios o atribuyéndole copartícipes,) los malhechores no tendrán quien les auxilie (contra el Fuego). ¡Señor nuestro! Ciertamente hemos oído a alguien que convocaba a la fe, diciendo: “¡Creed en vuestro Señor!”, y hemos creído. Señor nuestro, perdónanos, perdona nuestros pecados, borra nuestras malas acciones y llévanos a Ti, al morir, en compañía de los verdaderamente devotos y virtuosos. ¡Señor nuestro! Concédenos lo que nos has prometido a través de Tus Mensajeros. No nos hagas caer en desgracia el Día de la Resurrección; es cierto que Tú no faltas nunca a Tu promesa». (3:190-94).[169]

Otra vez ‘Aisha relató:

Me desperté una noche y no pude ver al Mensajero de Dios a mi lado. Como fui celosa y por miedo a que él hubiera ido junto a otra de sus esposas, me levanté. Cuando acabé de levantarme de la cama, mi mano tocó su pie. Noté que él se postraba y rezaba: «¡Oh Dios! De Tu ira me refugio en Tu misericordia y de Tu castigo en Tu perdón; también busco refugio de Ti en Ti. No puedo elogiarte como Tú Te elogias».[170]

Su vida era tan sencilla que una vez ‘Umar le dijo: «¡Oh Mensajero de Dios! Los reyes duermen en colchones de pluma, mientras que tú estás acostado sobre una dura estera. Eres el Mensajero de Dios y por ello mereces una vida mejor más que nadie». El Mensajero de Dios contestó: «¿No convienes en pensar que los lujos de este mundo deberían ser suyos y aquellos del Más Allá los nuestros?».[171] El Mensajero de Dios vivió para y por los demás. Él deseó una vida próspera y cómoda para su comunidad, a condición de que ésta no fuera pervertida por atracciones mundanas, aunque él vivió una vida sencilla.

En tercer lugar, el Mensajero de Dios, como todos los Profetas, no esperaba ninguna recompensa por realizar su misión. Sufrió hambre, sed y pasó otras tantas privaciones. Lo forzaron a exiliarse y fue objeto de asaltos y trampas. Aguantaba todo esto simplemente por la complacencia de Dios y el bien de la humanidad. Abu Huraira una vez lo vio rezar mientras estaba sentado y le preguntó si estaba enfermo. La respuesta del Mensajero le hizo llorar: «Tengo hambre, Abu Huraira. El hambre me quita todas las fuerzas para poder levantarme y rezar».[172[ El hambre era un rasgo común de la vida musulmana en aquella época. Una noche, el Mensajero de Dios, Abu Bakr y ‘Umar se encontraron el uno al otro de improviso fuera. Cuando se preguntaron mutuamente por qué estaban fuera, todos contestaron: «El hambre».[173]

Aunque la mayor parte de sus Compañeros se enriquecieron en los siguientes años, el Mensajero y su familia nunca cambiaron su modo de vida sencilla. Fátima, la única hija que le quedaba, hacía todas las tareas de la casa sola. Una vez, cuando los cautivos fueron distribuidos en Medina, ella pidió una sirvienta a su padre. Él contestó:

¡Hija mía! No puedo darte nada antes de que yo satisfaga las necesidades de las personas del Suffa.[174] Sin embargo, déjame enseñarte algo que es mejor para ti que tener una sirvienta. Cuando te vayas a dormir, di: «¡Gloria a Dios, alabado sea Dios, Dios es el Más Grande!» 33 veces cada una. (Algunos hadices dicen que la última frase debería ser recitada 34 veces). Esto es lo mejor para tu próxima vida.[175]

Un día él la vio llevando una pulsera (o un collar, según otra versión) y le advirtió: «¡Oh hija mía!, ¿quieres que la gente diga que mi hija lleva puesta una pulsera del Fuego del Infierno? ¡Quítatelo inmediatamente!».[176]

Además de no aceptar ninguna ventaja mundana, el Mensajero de Dios aguantó muchas torturas. Él fue golpeado y dejado sobre la Tierra cubierto de polvo a menudo, y sólo Fátima corría en su ayuda. Una vez que estaba siendo golpeado en la Kaba, Abu Bakr corrió para ayudarle, gritando a aquellos que le golpeaban: «¿Vais a matar a un hombre porque dice: “Mi Señor es Dios”?».[177]

[143] Qadi Iyaz, Shifa’al-Sharif, 1:105; Bujari, «Anbiya», 54; Muslim, «Yihad», 105.
[144] Ibn Kazir, Al-Bidaya, 3:153.
[145] Ibn Hisham, «Sira», 4:48; Ibn Hanbal, 3:160; Ibn Jayar, Al-Isaba,
[146] Hayzami, Majma al-Zavaid, 7:100-1.
[147] Bujari, «Maghazi», 21; Ibn Hisham, «Sira», 3:76-77
[148] Hakim, «Mustadrak», 3:241-43; Ibn Hajar, Al-Isaba, 2:496.
[149] Ibn Hanbal, 1:159; Hayzami, 8:302-3.
[150] Ibn Hisham, «Sira», 2:73.
[151] Ibn Kazir, Al-Bidaya, 5:120-1.
[152] Ibíd., 4:272.
[153] Ibíd., 4:273.
[154] Ibíd., 4:271.
[155] Ibíd., 3:104.
[156] Ibíd., 3:105.
[157] Bujari, «Yana’iz», 4:65; Muslim, «Yana’iz», 62-67.
[158] Bujari, «Bad’u al-Wahy», 6.
[159] Ibíd.
[160] Ibíd.
[161] Ibn Kazir, Al-Bidaya, 5:324.
[162] Bujari, «Ilm», 7:1; Ibn Hanbal, 1:243
[163] Ibn Hanbal, 5:256-7.
[164] Muslim, «Fada’il al-Sahaba», 131.
[165] Ibn Hisham, «Sira», 163-4.
[166] Said al-Hawwa, «Al-Rasul», 1:9; Para otra versión diferente véase Ibn Jayar, Al-Isaba 2:307.
[167] ‘Ali al-Qari, Al-Asrar al-Marfu’a, 286.
[168] Bujari, Tahayyud, 6; Muslim, Munafiqin, 81.
[169] Ibn Kathir, «Tafsir», 2:164.
[170] Muslim, «Salat», 221-2; Abu Dawud, «Salat», 148, «Witr», 4
[171] Bujari, «Tafsir», 287; Muslim, «Talaq», 31.
[172] Abu Nu’ayn, «Hilya», 7:107; Hindi, Kanz al-’Ummal, 1:199.
[173] Muslim, «Ashriba», 140.
[174] Lugar de la Mezquita del Profeta donde los musulmanes más pobres solían reunirse y pernoctar.
[175] Bujari, Faza’il al-Sahaba, 9.
[176] Nasa’i, «Zinat», 39.
[177] Bujari, «Fada’il al-Sahaba», 5; Ibn Hanbal, 2:205

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