Conocía a su gente

El Mensajero conocía a su gente más de lo que ellos se conocían a sí mismos. Igual que Abu Zarr, Amr ibn Abaza era un beduino. Llegó a La Meca y, al conocer al Mensajero, le preguntó de forma descortés: «¿Qué eres tú?». El Mensajero respondió amablemente: «Un Profeta de Dios». Dicha amabilidad le hizo a Amr arrodillarse y declarar: «Te seguiré de ahora en adelante, Oh Mensajero». El Mensajero no quiso que Amr permaneciese en La Meca, ya que no podría soportar los tormentos que se infligían a los creyentes. Por lo que le dijo: «Regresa a tu tribu y predica el Islam entre ellos. Cuando oigas que me he hecho con la victoria, regresa y únete a nosotros».

Años más tarde, Amr fue a la mezquita de Medina y preguntó: «¿Me reconoces, Oh Mensajero?». El Mensajero, que tenía una memoria extraordinariamente poderosa (que era otra de las dimensiones de la Misión Profética), le respondió inmediatamente: «¿No eres tú el que vino a mí en La Meca? Te mandé de regreso a tu tribu y te dije que te unieses a nosotros cuando oyeses que yo había vencido».[386]

He mencionado con anterioridad el caso de Yulaybib.[387] Tras esta lección moral, Yulaybib se convirtió en un joven casto y honesto. Tras solicitarlo el Mensajero, una noble familia le dio su hija en matrimonio a Yulaybib. Poco después, Yulaybib participó en una batalla y tras matar a siete soldados enemigos fue martirizado. Cuando su cadáver fue llevado al Mensajero, éste puso su cabeza en las rodillas de Yulaybib y dijo: «¡Oh Dios! Éste es de mí y yo soy de él».[388] Había descubierto la virtud esencial de Yulaybib y había predicho su futuro servicio al Islam.

La conquista de Jaybar permitió al Mensajero demostrar su habilidad única para reconocer los potenciales, habilidades y defectos de cada musulmán. Cuando el asedio se prolongó, declaró: «Mañana entregaré el estandarte a aquel que ama a Dios y a Su Mensajero y que es amado por Dios y por Su Mensajero. Dios nos permitirá conquistar Jaybar a través de él».[389] Esto era un gran honor, y todos los Compañeros lo deseaban con sinceridad. Se lo dio a ‘Ali a pesar de su juventud, debido a sus grandes dotes militares y de liderazgo. Éste, tomando el estandarte, conquistó el formidable bastión de Jaybar.

A quien el Mensajero le encomendaba una labor, la realizaba con éxito. Por ejemplo, describió a Jalid ibn Walid como «una espada de Dios».[390] Jalid nunca fue derrotado. Al lado de grandes soldados e invencibles generales como Qa‘qa‘a, Hamza y Sad, el Mensajero nombró a Usama ibn Zayd general de un gran ejército en el que figuraban musulmanes tan destacados como Abu Bakr, ‘Umar, ‘Uzman, Talha y Sad ibn Abi Waqqas. Usama tenía aproximadamente diecisiete años y era el hijo de Zayd, el esclavo de color emancipado del Mensajero. Su padre dirigió el ejército musulmán en Mu’ta contra los bizantinos alcanzando el martirio.

El Mensajero tenía veinticinco años cuando se casó con Jadiya bint Juwailid, una viuda quince años mayor que él. No se volvió a casar con otra mujer hasta la muerte de ésta en el décimo año de su Misión Profética. Todos los matrimonios que contrajo después de que cumpliera cincuenta y tres años estuvieron directamente relacionados con su misión. Una razón importante para esto es que cada esposa tenía un carácter y temperamento diferentes, por lo que así podían transmitir a otras mujeres musulmanas las reglas del Islam que incumbían a las mismas. Cada una de ellas era guía y maestra para las demás. Incluso personalidades de posteriores generaciones tan importantes como Masruq, Tawus ibn Kaysan y Ata ibn Rabah se beneficiaron considerablemente de las mismas. La ciencia del hadiz está especialmente en deuda con ‘Aisha, la cual transmitió más de cinco mil tradiciones del Mensajero y fue una gran jurista.

Posteriores eventos probaron lo sabias y acertadas que fueron las elecciones del Mensajero, no sólo en materia de matrimonio.

[386] Muslim, «Musafirin», 294; Ibn Hanbal, Musnad, 4:112.
[387] Su historia, que aparece al principio del libro, es como sigue: Un día, un hombre joven (por lo visto Yulaybib) pidió al Mensajero de Dios permiso para fornicar, ya que él no podía contenerse. Aquellos que estaban presentes reaccionaron de varias maneras. Algunos se mofaron de él, otros se rasgaron las vestiduras y unos estuvieron a punto de golpearle, pero el Profeta compasivo lo atrajo hacia sí y empezó a hablar. Comenzó preguntándole: «¿Dejarías a alguien hacer esto con tu madre?». A lo que el joven contestó: «¡Oh Mensajero de Dios! Por el honor de mi madre y mi padre, nunca lo admitiría». El Profeta dijo: «Desde luego que nadie aceptaría que su madre participara en un acto tan vergonzoso» Entonces continuó preguntando a Yulaybib la misma pregunta, pero sustituyendo hija, esposa, hermana y tía por madre. Cada vez Yulaybib contestó que él no estaría de acuerdo con tal acto. Hacia el final de esta conversación, Yulaybib había perdido todo deseo de fornicar. Pero el Mensajero de Dios concluyó esta «operación espiritual» con una súplica. Rezó colocando su mano sobre el pecho de Yulaybib: «¡Oh Dios, perdónale, purifica su corazón y mantén su castidad!».
[388] Muslim, «Fada’il al-Sahaba», 131.
[389] Bujari, «Fada’il al-Ashab», 9; Muslim, «Fada’il al-Sahaba», 34.
[390] Bujari, «Fada’il al-Ashab», 25.

 

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