Del Caos al Orden - II

Fethullah Gülen: Del Caos al Orden

La armonía entre la creación y los fenómenos naturales está predeterminada. El orden entre los hombres es voluntario y de libre elección, y en gran medida tiene su origen en el amor o en el temor. El orden es sinónimo de paz, de satisfacción y armonía social, así como garantía de un futuro prometedor. Como no hay paz ni armonía en el caos, no es posible hablar sobre el futuro o sobre la eficiencia en circunstancias anárquicas.

A primera vista, el orden parece ser el producto de la simple fuerza de voluntad, de la mente separada de la creencia. Sin embargo, la mente que no está bajo el control del alma y la fuerza de voluntad que no es capaz de cortar las raíces de las malas tendencias e incitar la inclinación hacia el bien, está más cerca de la anarquía que del orden.

Toda la creación, a excepción de la humanidad, ha mantenido siempre un orden, desde que el mundo comenzó a existir. Un fascinante orden prima sobre todo y en todas partes; desde los armoniosos movimientos de los electrones y los átomos al maravilloso diseño de las flores; del equilibrio y armonía entre lo vivo y lo inerte a las estrellas que brillan fluyendo con emoción poética y, desde los confines del espacio, hacen un guiño a nuestros corazones; desde los significados representados en las flores, hojas y ramas de las plantas y los árboles a la vida que rezuma y respira vitalidad.

Si la conciencia contempla y evalúa el libro de la creación por un instante, observará y percibirá el orden y la armonía que emanan por todas partes, verá que la fascinante belleza y la impresionante riqueza de la esencia están en todo. No se requiere una sensibilidad muy profunda. Incluso un corazón con muy poca o limitada sensibilidad puede sentir, intuir, percibir un poema —cantado y recitado con los tonos y las melodías de lo infinito— en cada forma y diseño, en todo color, voz y sonido. Desde el armonioso y agradable gorjeo de las aves al imponente y terrorífico estruendo de los relámpagos; desde el delicado colorido y el vibrante diseño de las flores a las misteriosas luces de las estrellas y el firmamento. Y los que están un paso por delante de los demás, los que saben, observan los aconteceres por medio de la física, la química, la biología y la astrofísica. Desde las abismales profundidades del mar, desde sus olas tumultuosas a la fresca tranquilidad de los paradisíacos claros del bosque; desde la digna elevación de las colinas a las inalcanzables, insuperables y majestuosas cimas de las montañas; desde el flujo continuo de las ondas del agua a las profundidades del cielo que se extiende hasta el infinito. Todo expresa orden y armonía, y anuncia a gritos los vastos significados del espíritu creador.

Entonces, si el orden lo impregna todo y está en todas partes, ¿de dónde proviene este caos, que llamaremos desorden, irregularidad e ilegalidad? El mundo llegó a conocer el caos y la inmoralidad que albergaba a través de los seres humanos: seres humanos que no sometían sus mentes a Dios, que no pudieron refrenar su fuerza de voluntad y estimular sus sentimientos por el bien. Los seres humanos son criaturas vulnerables ante una gran variedad de ambiciones y poseen más y más variadas debilidades que otras criaturas. Las emociones destructivas, los sentimientos de anarquía y los movimientos caóticos se manifiestan con diversa frecuencia en casi todas nuestras debilidades, tales como la codicia, la ambición, la ira, el odio, la maldad, la violencia y la lujuria. Es imposible que la humanidad se salve de las consecuencias negativas de todo esto sin alcanzar un control de todos estos malos sentimientos. Lo cual sólo se puede conseguir siendo culto, adquiriendo buenos modales y una buena educación. No podremos salvarnos a nosotros mismos hasta que no fortalezcamos y consolidemos nuestros sentimientos humanos, hasta que no digamos sí a un contrato social tácito en nuestra conciencia, tomando en consideración la existencia de los demás en nuestros deseos y anhelos, en nuestras alegrías y dolores, en nuestras libertades y derechos.

La educación que va a elevar a los seres humanos desde una humanidad en potencia a la verdadera humanidad debe ser orientada hacia la Divinidad y por la Divinidad, y debe basarse en los regalos y talentos otorgados por Dios. Nuestra cultura debe ser alimentada por las rosas que crecen en nuestro propio territorio y por el néctar que emana de nuestras raíces ancladas en el espíritu y en la esencia. Por consiguiente, esa educación no producirá ninguna reacción adversa o crítica por parte de la conciencia colectiva o del juicio de la historia. El contrato social debe de ser realizado de acuerdo a las condiciones y requisitos de la época y en el marco de los derechos y libertades más avanzadas, de manera que los diferentes sectores y círculos de la sociedad no pierdan su poder, su autoridad, ni el respeto y el crédito, ni la autoestima ni la dignidad, en una maraña de contrariedades, ni queden atrapados dentro del círculo vicioso de neutralizarse el uno al otro contradiciéndose mutuamente. Lo que queremos decir aquí con «contrato » no consiste en un contrato colectivo escrito donde figuren las firmas de numerosas personas a pie de página, sino un contrato basado en el respeto a los derechos y a las libertades y en el amor a la verdad, por parte de aquellas personas que han despertado en sus conciencias a los valores humanos.

El límite-marco de este contrato está definido por la estructura del corazón del individuo, por la inmensidad de su espíritu y la realización de su fe, y por aquello que constituye la parte de su naturaleza o disposición. Por ello, el contrato de la conciencia de cada ser humano está en función del grado de su sensibilidad. Una comunidad compuesta de individuos maduros, que han superado la corporalidad respecto a su corazón y a su vida espiritual, es una comunidad que sigue un orden ejemplar. Dicha armonía en el universo de lo humano es permanente y prometedora para el futuro, ya que es la dimensión de la armonía universal que abarca a toda la creación.

En nuestro mundo, el estado es como un capitán sobre el puente de un barco, cuya tripulación está compuesta de méritos, virtudes y de moralidad. La obligación del capitán es emplear y sacar lo mejor de la tripulación que se encuentra bajo su autoridad, establecer la armonía y la concordia entre ellos y con el orden del universo, y, por lo tanto, hacerles llegar a su destino y alcanzar sus metas sin que tengan necesidad de estrellarse contra las olas aplastantes de los aconteceres. Tal y como es imposible producir una sociedad sana y un estado perfecto a partir de una comunidad cuyos miembros carecen de virtudes y que se revuelcan en las simas de la inmoralidad, resulta también engañoso e ilusorio esperar que las masas inmersas en el desorden y en el caos, atacadas por todas partes por la enfermedad, logren un futuro prometedor. Por lo tanto, esperar algo que merezca la pena o sea tangible, en materia de administración estatal o de seguridad, por parte de las masas, que esperan con sombría desolación, es un consuelo infundado, sin importar el nombre que se le dé o qué forma asuma. Tanto la autoridad como el estado sólo pueden estar bien establecidos teniendo como objetivo un alto ideal que ofrezca vida y que la mantenga en la sociedad, mediante una planificación acorde con ese ideal remitiendo y reduciendo todos los esfuerzos y acciones a «Uno» sólo.

Cada persona y cada unidad fundamental deben estar capacitados para hacer planes que conduzcan y eleven al conjunto social hasta la cima, de forma que los pequeños intereses, propósitos y cuentas individuales no echen a perder la armonía general, y para que no puedan nacer, crecer, chocar y disolverse diferentes círculos o grupos dentro y en detrimento unos de otros, como las olas del mar. Antes, cuando el espíritu del Islam animaba la vida, este objetivo se definía y establecía tan cabalmente que los miembros y unidades que constituían la sociedad se erigían a sí mismos como pilares del orden, y por eso el ascenso común a las cumbres de la sociedad se lograba como parte del curso natural de la vida.

El regalo más grande de las generaciones de hoy para el mundo de mañana es revisar nuestra idea de orden, renovar la creencia de que la armonía en la creación divina se realizará en la humanidad por medio de nuestra fuerza de voluntad y de atraer el equilibrio de las naciones hacia este eje. Para llevar a cabo esta misión tan importante será suficiente, creo yo, con revisar una vez más nuestra propia fuerza de voluntad, con establecer y determinar nuestro lugar ante Dios, establecer los objetivos de nuestro pueblo y nación, consolidar estrategias y políticas lógicamente consistentes y realizar o dar vida a la dinámica que ya poseemos.

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