Hacia el Mañana

Fethullah Gülen: Hacia el Mañana

Durante siglos, el mundo islámico se ha debatido en las despiadadas garras del error y ha sido totalmente incapaz de acudir en busca de auxilio a su propio espíritu y esencia. Cada vez que se libera y consigue dar dos pasos hacia adelante, da de inmediato varios pasos hacia atrás y se pierde en los caminos. Tan caprichoso vagar o desviación deliberada, en la que hay más mal que bien y en la que lo nocivo barre lo beneficioso, obstaculiza los esfuerzos que lleva a cabo la sociedad para buscarse y encontrarse a sí misma, y perturba profundamente el trabajo realizado y a la gente que lo lleva a cabo. Hemos visto cómo, en este ancho mundo, todo se ha ido deteriorando más allá de toda posibilidad de recuperación y cómo las dinámicas de los estados y de las naciones se han vuelto contra sí mismas.

Por lo tanto, creemos necesario investigar el mundo islámico, su comprensión de la fe, su propia aceptación e interpretación del Islam, su conciencia de lo Divino, sus afanes y anhelos, su razón, su lógica, su manera de pensar, su modo de expresarse y comunicarse entre sus propias instituciones, una indagación que ayudará a que la humanidad adquiera esos atributos y habilidades. De esta forma podremos dirigir nuestro mundo hacia una profunda renovación en todos sus aspectos y ámbitos.

Los fundamentos de nuestra vida espiritual son el pensamiento religioso y la imaginación. No sólo hemos basado nuestra vida en ellos, sino que también hemos actuado en base a ellos. Si nos separasen de estos fundamentos, retrocederíamos mil años. La religión no es sólo un conjunto de rituales y de cultos, su objetivo es proporcionar sentido a la humanidad y al universo, abrirse a la naturaleza humana en su esencia y espíritu, realizar los deseos que van más allá de este mundo y responder a las ansias de eternidad que laten en la conciencia humana. La religión abarca toda la vida individual y colectiva. Interviene en todo aquello que tenemos en la mente, en el corazón y en el alma. Tiñe todos nuestros actos de acuerdo a nuestras intenciones, y lo impregna todo con su color.

El eje de todo acto de un creyente es la adoración, todo esfuerzo tiene una dimensión de lucha contra los propios deseos carnales —el gran yihad— y todos los esfuerzos se dirigen hacia la otra vida y buscan complacer a Dios. No hay separación entre este mundo y el próximo en la vida del creyente: no hay separación entre la mente y el corazón. Las emociones del creyente están siempre unidas a su razón, y sus inspiraciones no son ajenas a su juicio. Por lo tanto, en su mundo mental, la experiencia es una escalera hecha de luz que se extiende hasta la mente. El conocimiento es un elevado bastión reforzado con comprensión, sabiduría e intuición. El creyente es un águila, alzándose continuamente hacia el infinito sobre las gigantescas alas del amor. Es el grabador que estampa toda la existencia con su sello y que, con el mazo de su inteligencia, construye ese bastión. No se puede encontrar ninguna fisura en una comprensión semejante, ni abandono de la humanidad, ya sea individual o colectivamente.

Los que perciben la religión como contradictoria con la ciencia y con la razón están afligidos. No son conscientes del espíritu de la religión ni del espíritu de la razón. Por otra parte, es absolutamente fraudulento mantener que la religión sea la responsable de los enfrentamientos entre los diferentes sectores de la sociedad. Los conflictos entre pueblos y grupos humanos surgen de la ignorancia, de la ambición de poder y del beneficio personal, o de los intereses creados por determinados grupos, partidos o clases. La religión no aprueba ni excusa esas cualidades y ambiciones. Es cierto que hay conflictos y enfrentamientos entre personas religiosas, pero ello se debe a que, a pesar de tener un mismo espíritu, no poseen el mismo grado de creencia y no pueden conservar la sinceridad. A veces no pueden superar sus sentimientos y son derrotados por ellos. Por el contrario, la virtud que surge de la fe no puede aprobar ni dar lugar a tales calamidades. De hecho, la única forma de evitar caer en tales desgracias es establecer la religión con todas sus instituciones en nuestra vida cotidiana, para que así se convierta en la sangre vital de la sociedad en su conjunto.

La comunidad islámica necesita una resurrección. Necesita una seria reforma en sus facultades mentales, espirituales e intelectuales. Usando una expresión más adecuada, necesita ser reanimada, combinando serios esfuerzos para preservar los principios originales de la religión con amplitud y universalidad en la medida en que lo permita la flexibilidad de los decretos divinos, de modo que satisfaga las necesidades de las personas en todos los ámbitos de la vida, en todos los lugares y momentos, y para que abarque a la vida en su integridad.

Desde el advenimiento del Islam —y que Dios nunca nos prive de su refugio— este bendito sistema ha abierto sus puertas muchas veces a las renovaciones, experimentando muchos renacimientos. Las escuelas jurídicas (mazhab) en general, sin duda la gran mayoría de ellas, representan nuevos avances en los ámbitos de la jurisprudencia y de la ley. Las órdenes sufíes trabajaron en las rutas de acceso al corazón y al alma y las convirtieron en autopistas. Las escuelas y colegios, durante los tiempos en que funcionaban correctamente, se ocupaban en su mayor parte en darle sentido al universo y a los seres que contiene. En cuanto a la renovación y al renacimiento hoy tan esperados, han de producirse mediante una combinación de todo ello. Esto sólo será posible integrando a todas esas escuelas, renunciando a los moldes externos a favor del núcleo interior, librando al alma de las influencias externas, es decir, tornándonos hacia la firmeza en la fe, hacia la sinceridad en los hechos y la conciencia de Dios, en el pensamiento y el sentir.

Cumplir todos los actos de adoración y hacerlo de manera consciente ha de constituir nuestro objetivo: las palabras deben ser el instrumento de la oración, y para ello el alma y la sinceridad son esenciales. La Sunna debe ser la guía, y la conciencia es una necesidad. En todo esto Dios ha de constituir la meta. Las oraciones diarias prescritas no son un conjunto de ejercicios físicos en los que uno se pone de pie y se inclina. Dar limosna no consiste en pagar un pequeño impuesto sobre los ingresos personales o los bienes para aliviar las desgracias de unos desconocidos que moran en lugares desconocidos con fines también desconocidos. Ayunar no es seguir una dieta o abstenerse únicamente de comer y beber. Y la peregrinación, el hayy, no es viajar de una ciudad a otra gastando nuestros ahorros en una moneda extranjera en un país diferente. Si todos estos actos no se realizan dentro de su propio sentido, de su propio curso y espíritu, ¿en qué se diferencian del resto de nuestras actividades mundanas? Concentrarse en el número de actos de adoración puede ser simplemente un juego infantil. Gritar y clamar sin espíritu alguno durante nuestras rogativas sirve únicamente a aquellos que tan sólo buscan ejercitar sus cuerdas vocales. Peregrinar sin ser conscientes de su significado es tan sólo un esfuerzo para consolarnos a nosotros mismos con el título de peregrino y con algunas anécdotas del viaje. ¿Cómo se puede dar sentido a los actos de adoración cuando son realizados de esta manera?

Para no consumirnos en la red de tales negatividades, hemos de movilizarnos para educar a «los médicos del alma y de la realidad esencial » y así llenar el vacío que hay en nosotros, erradicar nuestras debilidades, líbranos de la esclavitud de nuestro cuerpo y de los deseos carnales, y dirigirnos hacia el ámbito de la vida del corazón y del alma. Necesitamos doctores del alma y de la realidad cuyos corazones estén abiertos a todos los ámbitos del saber: perspicacia, cultura, conocimiento espiritual, inspiraciones y bendiciones divinas, abundancia y prosperidad, iluminación. De la física a la metafísica, de las matemáticas a la ética, de la química a la espiritualidad, de la astronomía hasta la psicología, de las bellas artes al sufismo, del derecho a la jurisprudencia, desde la política hasta la formación específica de las comunidades espirituales, el viaje y la iniciación, en términos sufíes.

No necesitamos esta o aquella cualidad o habilidad particular, sino más bien las de la mente en su totalidad. Así como el cerebro tiene conexiones e interacciones con todas las partes y células de un organismo, desde la más próxima a la más lejana, desde la más pequeña hasta la más grande, por medio de fibras nerviosas, del mismo modo se conectará también interiormente esa comunidad de mentes, comunicándose e interactuando con los átomos, moléculas y partículas del cuerpo- nación, llegando así a todas las unidades y órganos que constituyen la sociedad. De tal manera que su influencia revitalizará a las instituciones. Así podrá transmitir a gentes de toda condición los conocimientos sobre el alma y la realidad provenientes del pasado, con mayor profundidad si cabe en el presente, y prolongarse hacia el futuro.

Este grupo de médicos del alma alcanzará a todos, desde los atentos y bien educados niños de las escuelas hasta aquellos que holgazanean en las calles, y transmitirán los mensajes del alma a todos ellos convirtiéndolos en personas que tienen conocimientos, habilidades y talento para el futuro, para el bien común y el beneficio de la sociedad. En todas las casas de estudiantes, albergues, escuelas, instituciones de educación superior y lugares de reposo, culto e iluminación espiritual, purificarán a todos, de todos los sectores y niveles de la sociedad, de los vicios de la época, canalizándolos hacia la perfección humana. Además, este grupo domesticará las poderosas armas de los medios de comunicación, periódicos, revistas, radio y televisión, y los convertirá en la voz y el aliento de la vida nacional y religiosa. Y a través de estos medios de comunicación, ayudarán, a quienes tienen los sentimientos, pensamientos y voces más oscuras, a ser más humanos.

Además, este grupo salvará a nuestras instituciones educativas y formativas, a esas que ahora cambian sus formas y directrices de acuerdo a desviaciones internas y presiones externas, a esas que se doblegan al poder y al control de otros, haciéndolas abiertas y receptivas a las necesidades del presente, reordenándolas y organizándolas de acuerdo a las perspectivas históricas, y elevándolas mediante el uso de estilos, metodologías y de un alto grado de planificación, a fin de que sean lugares de gran calidad y utilidad.

En suma, nos elevaremos desde la miseria de un formalismo rígido y vacío hacia una verdadera comprensión científica; desde considerar aceptables algunas vergonzosas y viles obras que se hacen llamar «arte» hacia el verdadero arte y la estética; de las costumbres, adicciones y obsesiones de origen desconocido hacia la conciencia de una moralidad basada en la historia y en la religión; desde las trampas de diversas ideologías que corroen nuestros corazones hacia un pensamiento unitario que implique servicio, sumisión, conciencia, así como resignación y confianza en Dios.

El mundo experimenta hoy esta oleada de cambios. Sin embargo, no creemos que pueda surgir algo nuevo de los jirones del capitalismo, de la quimera del comunismo, de los escombros del socialismo, de los híbridos de la democracia social o del anticuado liberalismo. La verdad del asunto es que hay un mundo abierto a un nuevo orden mundial, y ese es nuestro mundo. Las generaciones venideras que miren hacia atrás, probablemente, lo considerarán nuestro «Renacimiento».

Este renacimiento hará que nuestros sentimientos y nuestros horizontes de pensamiento, y también la comprensión del arte y de la estética, adquieran una mayor profundidad y variedad que la que ha tenido hasta ahora. De esta manera nos encontraremos con nuestros propios placeres estéticos, llegaremos a nuestra propia música y descubriremos nuestro propio romanticismo. Mediante el establecimiento de nuestro pueblo sobre una base sólida, en todos los ámbitos, que van de la ciencia al arte, del pensamiento a la moral, aseguraremos su futuro.

En estas tareas, el esfuerzo y el dinamismo serán nuestra bandera, y la conciencia de la fe y de la verdad será el fundamento de nuestra fuerza. Aquellos que nos han hecho vagar de puerta en puerta, quienes han esperado remedios o soluciones desde la incredulidad y la inmoralidad, siempre han estado equivocados. Siempre hemos adquirido honor y hemos sido honorables cuando nos hemos mantenido firmes y nos hemos entregado a Dios de todo corazón, y siempre que hemos preferido a nuestra nación, a nuestra gente y a nuestra tierra, en cuyo seno hemos prosperado, al resto del mundo. Supongo que no es necesario explicar la alternativa...

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