Dignificar la humanidad
El ser humano es el tema principal de cualquier punto de vista filosófico y científico. No hay filosofía ni ciencia que puedan desarrollarse sin tener en cuenta a los seres humanos.
Tanto en la física como en la metafísica, el ser humano es el sujeto último de todas las ciencias, y todas las líneas de investigación se pueden evaluar en función de su importancia con relación a la dignidad humana.
La ciencia explora diferentes cualidades humanas a través de las diferentes disciplinas, en libros que se multiplican continuamente, desbordándose y difundiendo luz por todas partes.
La forma y la función del cuerpo humano están tan perfectamente ajustadas que expresan una estructura increíblemente ideal. No importa qué órgano estudiemos, resulta imposible no sentir admiración ante su anatomía.
La profundidad del mundo interior de una persona tiene un rico potencial para desarrollarse, una capacidad de seguir desarrollando las dimensiones interiores: un cerebro complejo y un espíritu con una esencia evasiva que escapa a cualquier medida material, además de la perfecta y armoniosa relación entre estos dos fenómenos, el físico y el espiritual… somos seres misteriosos… Cada una de estas realidades interiores son significados cristalizados de los diversos matices que coronan esa magnífica obra de arte que es el ser humano y su dignidad.
Aquí, no vamos a abordar esta magnífica corporeidad, ni profundizar en las dimensiones internas del individuo que, en definitiva, apenas podemos percibir. En vez de ello, vamos a tratar algunas capacidades y habilidades que dignifican al ser humano.
El ser humano es una criatura difícil de entender en todas sus cualidades. Las complejidades comienzan a partir del día en que nacemos y continúan después. A excepción del ser humano, toda criatura viene a este mundo como si ya estuviera entrenada para la vida. En cambio, los seres humanos, a pesar de ser las criaturas más magníficas y apreciadas, nacemos desprovistos de todos estos dones y funciones inherentes necesarias para la vida. Todo lo que está más allá del ámbito mecánico de lo físico se desarrolla en la persona gracias a la razón, la mente, la voluntad, la libertad, el buen sentido y la introspección. Así, la persona mantiene la unidad de la realidad interna y externa, y sólo así puede alcanzar su individualidad.
Estas capacidades, que existen en todos los seres humanos en forma de intención, como un heraldo que anuncia la posibilidad de ser un gran personaje en el futuro, sólo pueden florecer a través de la formación y la educación. El descubrimiento de la dignidad requiere introspección y autocrítica. Abandonar a una persona a los caprichos de la vida significa abandonarla a la condición más miserable. Una semilla o grupo de semillas necesitan ser cultivadas para crecer de la manera más perfecta a la que están destinadas a ser. Del mismo modo en que el león viene al mundo con las patas necesarias para su supervivencia, el ganado con cuernos, etc., una persona llega al mundo con la necesidad de cultivar todos los medios para preservarse a sí misma, para prosperar y trabajar con los demás con una mutua dignidad.
Una persona debe usar su intuición e intelecto, la voluntad y la razón, y luego inventar cosas a fin de obtener lo que es beneficioso y evitar aquello que es perjudicial. Así establece tanto un mundo social como individual donde puede encontrar serenidad. De esta manera, las personas pueden legar a las generaciones futuras las obras realizadas y los valores que han establecido, de forma que la dignidad se puede salvaguardar en el corazón y en la mente.
Es natural que una persona haga estas cosas, ya que no sólo estamos interesados en el momento presente. El pasado y el futuro están siempre vivos en el presente, y son elementos de cualquier realidad existente. Por ello, a pesar de que quienes han contribuido al desarrollo del pensamiento y de la ciencia a lo largo de la historia no pudieron ver personalmente los frutos de sus esfuerzos, no desistieron ni abandonaron su trabajo. Trabajaron y se esforzaron por la humanidad, dejando un patrimonio inmenso en nombre del conocimiento y de la cultura. De no haber sido así, no seríamos capaces de hablar ni tan siquiera de la ciencia ni de la civilización en la tierra.
Además de las ciencias, de la acumulación de conocimientos y la herencia de la civilización, la dignidad humana, la perfección humana y la virtud son el fruto de esfuerzos humanos. El desarrollo de las capacidades, la regulación de la conducta humana, la canalización de las personas hacia caminos buenos y virtuosos son resultados del esfuerzo humano. A lo largo de la historia, una generación tras otra han ido heredando los modales refinados y la búsqueda de dignidad de la generación anterior y han considerado un deber el hecho de mejorarlos. ¡A este respecto, el regalo más grande legado por las generaciones anteriores ha sido la enseñanza de los buenos modales y la edificación de la dignidad humana! Esta edificación moral impide que la persona se desvíe de la dignidad humana a causa de sus inclinaciones naturales. Al establecer un marco de actos y actividades, el desarrollo moral impide a cualquier individuo moverse salvajemente y de forma degenerada. Al mismo tiempo, la edificación moral ayuda a desarrollar las capacidades con las que cada ser humano está dotado. Esta edificación ayuda desempolvar las cualidades ocultas del espíritu humano y a prosperar.
Siempre hay en nosotros semillas del bien y de la belleza; las semillas del mal y de la fealdad son inexistentes. Incluso sentimientos tales como la lujuria, la ira y la venganza pueden ser vistos, en cierto modo, como impulsos que sirven para lograr posteriormente resultados hermosos de una forma indirecta. Sin embargo, no hay que olvidar que, dado que la belleza de todo lo positivo o negativo es el resultado de alguna edificación, la verdadera dignidad humana depende de nuevo de la edificación moral. Necesitamos de esta edificación para hacer que nuestra razón, nuestra voluntad e introspección, hagan un buen uso de todas sus facultades. La edificación moral dignifica a la humanidad por encima de la existencia animal, nos permite un cierto grado de autonomía frente a la naturaleza, que funciona de acuerdo a las reglas de la causalidad.
A través de la edificación moral, el ser humano puede dignificarse mediante su apego al Absoluto, Libre y Soberano. Este rasgo peculiar se desarrolla por ser la humana una criatura racional que posee voluntad e introspección.
La razón, según define la filosofía, es la capacidad de obtener y elaborar conclusiones particulares a partir de las condiciones de leyes y principios generales. Así, en este poder de razonamiento se fundamenta la diferencia entre la bestia y el ser humano. La razón es la facultad primordial que nos hace humanos; sin embargo, no se da en su forma perfeccionada, ni en una condición madura, sino en un estado simple y potencial. Una persona tiene que trabajar en aquello que la diferencia de los animales y hacer que este potencial prospere. Cuando la razón se convierte en un camino entre los mundos interno y externo adquiere una identidad totalmente diferente. Si consideramos esto como una combinación de la búsqueda y el encuentro de uno mismo, entonces la conciencia desempeña el papel de «razón» que convierte en hechos nuestros juicios y nos muestra de qué manera actuar. El objetivo último y el ideal más sublime de la razón —la fuente última de la dignidad humana— es llegar al conocimiento de la Divinidad. La razón o la mente que ha llegado a conocer a Dios alcanza la sabiduría y se compromete con aquellas responsabilidades de la conciencia que promueven la dignidad de todos.
Una de las cualidades que hacen humana a una persona es la libertad; en otras palabras, tenemos la capacidad de decidir sobre nuestros propios actos. Tenemos una razón activa, poseemos «autonomía». Por ello, una persona sustituye al resto de la creación, viva o inerte; esto no sólo implica la capacidad de controlar nuestros actos, sino a rendir cuentas por ellos. No es posible explicar la moralidad y la inmoralidad sin tener en cuenta la libertad y la voluntad humana. El puro materialismo y la concepción mecanicista de los seres humanos, que nos consideran máquinas y niegan el libre albedrío, conducen a conclusiones superficiales y banales.
Parece que estamos obligados a aceptar que toda persona tiene una faceta libre e independiente, es decir, que existe una dimensión que no está determinada por las leyes de la naturaleza y que constituye la base de la moralidad. Por lo tanto, esta libertad resulta ser una dádiva de una autoridad divina, que nos conduce a la necesidad de asumir las responsabilidades que corresponden a esta digna posición, que implica discernir lo correcto de lo incorrecto, basándonos tanto en el razonamiento objetivo como subjetivo.
Esta dignidad combina nuestras percepciones del mundo exterior con la introspección. Una vida digna, con sentido, es como un rayo de luz que ofrece su propia evidencia. La dignidad abre puertas más allá del reino de la posibilidad. Es como si uno sintiese un ascenso desde las dimensiones del espacio actual. Tal ascensión —dependiendo del discurrir de la mente, la estabilidad de la voluntad y de la solidez de la contemplación— es posible para cualquier persona. Cada uno de nosotros participa de esta dignidad de acuerdo con la capacidad del recipiente de nuestras manos y de la bebida celestial que contiene.
Y más allá, hay un punto tal que sólo lo alcanzan las personas más perfeccionadas, las voluntades más magníficas y aquellos que han logrado una más profunda introspección y deleite espiritual: es el punto de la contemplación de la belleza incomparable de nuestro magnífico Creador, que así nos hace sentir Su Ser más allá de nuestro propio ser, nos hace sentir Su Voluntad más allá de la nuestra y nos permite disfrutar de esta felicidad.
Durante siglos, las generaciones han vivido ajenas e indiferentes a este noble viaje. Hacer a la gente consciente de la dignidad de su esencia, dejar que la razón florezca y vitalizar la voluntad, purificar los sentimientos humanos y mantener el contacto con el resto de la creación, es una obligación para nuestros eminentes educadores.
Aquí me dirijo una vez más a aquellos que son responsables de la formación de las nuevas generaciones. No os demoréis en guiar hacia los valores que nos hacen verdaderamente humanos. Esa es nuestra responsabilidad ante la historia: promover la dignidad que nos impida la destrucción mutua.
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