Si realmente queremos que nuestros hijos tengan fe, todas nuestras actitudes y sensibilidades en ciertos aspectos, como el modo en que nos acostamos y levantamos, la forma en que rezamos, la forma en que les mostramos nuestro afecto, etc., deben reflejar — todos y cada uno por igual— nuestra fe en Dios y sus corazones deben ser colmados con esta fe. Debemos siempre intentar convertirnos en personas ideales para ellos y evitar cualquier tipo de comportamiento que pueda hacerles sentir menosprecio hacia nosotros.
Nos corresponde siempre intentar conservar la dignidad y permanecer en una posición elevada desde dicha perspectiva, de tal forma que lo que les digamos pueda influir en sus corazones y no se rebelen contra nuestros deseos.