Una Estación Para Llorar

El tiempo siempre ha hecho llorar a este pobre Zihni.
Después de que el amado ruiseñor se fuera de este vergel
visité el jardín y vi llorar al guarda,
los jacintos eran infelices, las rosas lloraban con tristeza.
Zihni

Las lágrimas expresan emociones tales como la tristeza, la alegría y la compasión que se acumulan en el interior como si fueran nubes y se derraman en el llanto. Las preocupaciones, la tristeza, el entusiasmo, el fervor, las intenciones, las esperanzas, la separación, la reunión, es posible que incluso más… lo que hace llorar a una persona es el sobrecogimiento y el temor de Dios, especialmente en el caso del que tiene un corazón despierto y ama a Dios profundamente. Otras causas del llanto son el resultado de condiciones naturales y normales, no han sido producidas por el abrirse a Dios y, en consecuencia, son de lo más común.

Por lo que respecta al llanto desatado por los sentimientos sinceros, cuya esencia está basada en la fe y el conocimiento de Dios, surge de la conciencia de Dios, de sentir a Dios en todo, de vivir con el sueño de la reunión, de temblar de sobrecogimiento y de estar en Su presencia con la mayor reverencia. Esta consciencia es limitada. Son muy pocos los afortunados que la han conseguido y su continuidad depende de una mirada capaz de reconocerlo en todo lo que hay, que Lo siente, que Le pide, que Lo conoce y que habla de Él. Los que saben, sienten interés. Cuando el interés penetra en el espíritu se convierte en un amor que, con el paso del tiempo, se transforma en un amor a Dios apasionado e irreducible. Este tipo de personas no pueden estarse quietas, caminan por los desiertos como Maynun buscando a Layla. Están siempre deseando eliminar la distancia que los separa de Él. Buscan constantemente señales y huellas que les hablen de Dios. En ocasiones conversan con la creación, en otras interpretan cosas y acontecimientos como si fueran mensajes divinos, huelen su perfume y tratan de sentirlas. A veces se emocionan con estos mensajes y encuentran consuelo en las lágrimas. Otras veces quedan extasiados con los presagios que hablan de Él y siempre respiran con profundo entusiasmo. Esta es la condición de los que tratan de sentir y percibir al Artista a través del arte, despertando al Poseedor de todas las bellezas a través de las bellezas que encuentran, prestando atención a todo lo que les hace recordarlo, al tiempo que Lo escuchan con suma reverencia. Estos son los que tratan de vivir sus vidas como un trabajo de encaje del amor, sintiendo, por Su causa, gran cercanía y gran amor por todo lo que existe.

En los momentos de reunión y separación con amigos y familia-res, los ojos de la gente también se llenan de lágrimas, pero es posible que no sea por las razones que se sienten de forma tan profunda como cuando se está adorando a Dios. El valor de cada sollozo está en consonancia con la profundidad del sentimiento y del pensamiento del que sufre. Los que se abren a Dios y lloran de sobrecogimiento, por el examen de conciencia, tratando de controlar la tormenta a la que se refiere el poeta:

Si dices ser amante, no te quejes entonces de la angustia del amor;
al quejarte, no hagas que los demás se enteren de tu aflicción.
Fuzuli

Estos son los sirvientes leales ante la puerta del Amado. Esta gente guarda su secreto de forma tan fiel que tienen celos de sus propios ojos. Sus lamentos y sus silencios son válidos y están llenos de significado.

Por otra parte, los llantos forzados que no surgen del corazón son un espectáculo desagradable y engañoso que no respeta las lágrimas sinceras. Esos esfuerzos para llorar sólo satisfacen al demonio, estropeando con la ostentación un elemento que tiene la capacidad de apagar el fuego del infierno y destruirlo por completo.

Está prohibido llorar con tono lastimero y como muestra de descontento cuando se sufre una calamidad o una desgracia. Gimotear con ansiedad por el futuro es una enfermedad del espíritu, lamentar lo que se ha perdido no sirve de nada y es un despilfarro de lágrimas.

La tristeza que sentía el Profeta Jacob por sus hijos José y Benjamín se debía a sentimientos paternales y compasivos. Quién sabe, pero es posible que el llanto de ese noble Profeta fuera causado por que los veía como una esperanza para el futuro y porque le preocupaba el rango que tenían ante Dios. De ser este el caso –y nosotros lo aceptamos así– entonces este tipo de lamentos no deben evitarse. Por otra parte, los falsos sollozos de los hermanos de José ante su padre eran una argucia y un engaño. Cuando llegó el momento, José les perdonó diciendo: «Ningún reproche en este día para vosotros. Que Dios os perdone, pues Él es el Más Misericordioso de todos los misericordiosos» (Yusuf, 12: 92). Ya que sus hermanos le habían dicho: «Dios te ha preferido sobre nosotros y es cierto que hemos cometido maldades».

Llorar en el nombre de Dios es la expresión explícita del amor que se siente por Él. El que tiene fuego en el corazón tendrá lágrimas en los ojos. La persona con ojos tan secos como desiertos no tiene vida en su interior.

Las lágrimas y la tristeza son las características más importantes de los profetas de Dios. El profeta Adán lloró durante toda su vida. El llanto del Profeta Noé era como una inundación de lamentos. El profeta Muhammad, el orgullo de la humanidad, a quien Dios bendiga y conceda paz, siempre reflejaba con lágrimas la poesía de sus sentimientos. En este contexto, no sería un error calificarlo como profeta del llanto y la tristeza. En una ocasión, lloró hasta el amanecer al tiempo que repetía los versículos: «Si les castigas, son Tus siervos; y si les perdonas Tú eres Glorioso poseedor de irresistible poder y Omnisapiente» (Al-Maida, 5: 118) y: «¡Señor mío! Han causado en verdad que muchos entre la humanidad se extravíen. Así pues, aquel que me siga, verdaderamente es de mí; pero aquel que me desobedezca, sin duda Tú eres Indulgente, Compasivo» (Ibrahim, 14: 36). Cuando, por orden divina, el Arcángel Gabriel informó a Dios Todopoderoso de la causa del llanto del Profeta, Dios lo alivió con las buenas noticias de que no lo turbaría por culpa de su comunidad.[1]

El Mensajero de Dios vivió en estado continuo de tristeza y reflexión, frecuentemente en contemplación seguida por el llanto. Y aunque noticias ocasionales le proporcionaban alegría, la mayoría de las veces se comportaba como un ruiseñor y lloraba. El ruiseñor gime y solloza, incluso cuando se posa en la rosa. Parece creado para el lamento. En cambio, los cuervos no tienen estas preocupaciones y sólo alzan la voz cuando están cerca de alimentos.

El llanto y la tristeza son el estado normal de los amantes de Dios. Lamentarse noche y día es el camino más corto para llegar a Él. Los que reprochan sus lágrimas al amante manifiestan su propia zafiedad. Sin entender cosa alguna sobre los corazones que arden de anhelo, pasarán sus vidas en el otro mundo llenos de deseo y de amargura.

El Corán llama con frecuencia la atención sobre la gente que tiene fuego en el corazón y lágrimas en los ojos, y aconseja que se la tome como ejemplo.

En reconocimiento a los que lloran por el bien del alma, por la Otra Vida, por el temor a Dios o por el arrepentimiento de los pecados, el Corán dice: «…aquellos que estaban dotados antes de ello con conocimiento, caen postrados de bruces cuando el Corán les es recitado… llorando, y esto les aumenta en humildad y un sentimiento de temor reverencial» (Isra, 107–109). Y el Corán considera que las lágrimas derramadas en nombre de Dios son una especie de regalo con el que implorar Su misericordia.

En el capítulo de María, Dios alaba a varios profetas por sus méritos especiales, y acaba mencionando el llanto como característica común a todos ellos: «Cuando se les recitaba las Revelaciones del Misericordioso, caerían postrados llorando» (Maryam, 19: 58).

El Corán alaba a los que han recibido las revelaciones anteriores al Mensajero de Dios y que luego se conmueven –de modo que su fe llega al grado de la certeza– cuando escuchan el mensaje enviado al Último de los Profetas. Enfatiza la importancia que ante Dios tienen las lágrimas cuando dice: «Cuando oyen lo que se le ha hecho descender al Mensajero, ves sus ojos bañados en lágrimas porque conocen parte de su verdad…» (Al-Maida, 5: 83).

De forma similar, el Corán ensalza a otro grupo de héroes de las lágrimas en el versículo: «…aquellos que cuando vinieron ante ti para que les proporcionases monturas, les dijiste: «No puedo encontrar nada en lo que haceros montar», y volvieron con sus ojos inundados de lágrimas por la pena de no encontrar nada que gastar» (Tawba, 9: 92). Y además consuela sus corazones destrozados con la mención divina.

Además de recordarnos el hecho de que el llanto verdadero es una condición específica de la gente piadosa, el Corán advierte a los que se pasan la vida buscando divertirse y tomándola como un juego y una distracción. Aquí, el Corán enfatiza el llanto de forma diferente: «Así pues, permíteles que rían un poco y lloren mucho en recompensa por lo que se han ganado» (Tawba, 9: 82).

El Corán subraya el mismo hecho en decenas de versículos y de diferentes maneras, y nos aconseja que nos comportemos de forma consecuente con nuestra condición.

El bendecido comunicador del Corán, el Profeta, fue el primero que con su alma brillante adecuó su vida a estos mandamientos coránicos. Solía enseñar a sus Compañeros los tres peldaños para la ascensión, diciendo: «¡Buenas noticias para los que controlan sus apetitos carnales! ¡Buenas noticias para los que hacen que sus casas sean amplias y hospitalarias! ¡Buenas noticias para los que derraman lágrimas por sus faltas!»[2], invitándoles de esta manera a que lo imitaran. También solía llamar la atención sobre las cosas terribles que hay más allá de las esferas físicas, con declaraciones como ésta: «Si supierais lo que yo sé, reiríais poco y lloraríais mucho».[3]

Aconsejaba a sus Compañeros que llorasen y se lamentasen, indicando que las lágrimas derramadas por temor a Dios, y sin el menor atisbo de hipocresía, podían ser una defensa ante el castigo divino: «Hay dos tipos de ojos a los que no tocará el fuego en la Otra Vida; el ojo que derrama lágrimas por temor a Dios y el que está en las fronteras vigilando al enemigo».[4]

En otra ocasión enfatizó lo mismo con diferentes palabras: «No es posible para la leche que ha salido del pecho que vuelva de nuevo al lugar de procedencia; y es del mismo modo imposible que entre en el Fuego el que llora y se lamenta por temor a Dios».[5] De esta manera subrayaba el valor que tienen las lágrimas para Dios. Y si el llanto ocurre lejos de la gente, en un lugar que sólo ve Dios… debo confesar que no conozco calificativo alguno con el que ponderar algo tan excelente.

El Profeta recordaba constantemente a la gente este tipo de cosas y él mismo iba muy por delante de lo que decía. Cuando hacía la oración, podía oírse en su regazo un sonido similar al crujido de las piedras de moler, el sonido de su llanto interior.[6]

El Profeta pidió a Ibn Masud que le recitara unos versículos del Corán. Cuando llegó al versículo que dice: «¿Qué será, pues, (de la gente en el Día del Juicio Final) cuando traigamos un testigo de cada comunidad (para que preste testimonio contra ellos y que declare que la Religión de Dios les fue comunicada), y te traigamos a ti (Oh Mensajero) como testigo contra todos aquellos (a los que tu Mensaje ha llegado)?» (Nisa, 4: 41), el Profeta le hizo una señal para que parase. Ibn Masud cuenta: «Cuando me volví hacia él, vi que estaba llorando».[7]

No cabe duda de que, cuando él lloraba, sus Compañeros más distinguidos no se quedaban impasibles. Ellos también lo hacían y, a veces, su llanto llegaba a ser un coro de sollozos. Una vez que el Profeta hizo recordar a sus Compañeros los siguientes versículos: «¿Estimáis entonces extraño este Discurso (que posibilita vuestra salvación eterna)? ¿Y reís y no lloráis (considerando vuestra obstinación e inmoralidad)» (Naym, 53: 59-60), todos ellos empezaron a llorar y a suspirar. Y entonces el Profeta, conmovido por la escena, se contagió de ellos. Al ver llorar al Profeta, los Compañeros se sintieron aún más conmovidos y se entregaron por completo al llanto.[8] Esa gente bendecida lloraba y sollozaba constantemente. A veces lo hacían llevados por la alegría de la fe y el conocimiento de Dios, en otras ocasiones por el temor al castigo en la Otra Vida, y otras veces al ver cómo se oscurecía el horizonte. Lloraban y se volvían suplicando hacia la puerta de la misericordia divina.

A decir verdad, aquellas oraciones que llegarán a Dios más rápido son nuestros anhelos y sollozos interiores, pues estos reflejan las emociones del corazón de forma transparente e inmediata. Cuando los sollozos sinceros enarbolan sus banderas, son derrotadas las fuerzas del pecado. Los corazones despiertos sienten consuelo con las brisas placenteras del beneplácito divino acariciando sus conciencias.

Los habitantes de los cielos consideran a los que pasan la vida en aflicción y llorando en el nombre de Dios como los ruiseñores de la fidelidad y del amor divino. Cuando empiezan a cantar, los seres espirituales se callan y escuchan. Como el auténtico llanto es una cascada que nace en el corazón y surge por los ojos, debe orientarse hacia la eternidad y ofrecerse al Señor Todopoderoso en el mayor de los secretos. No debe ser contaminado con la ostentación. De lo contrario, la cascada capaz de dominar el fuego del Infierno se transformará en el ácido de la falsedad.

Vivimos en un mundo que ha perdido la luz y está cubierto de humo y polvo. Necesitamos bajar la mirada humildemente, contemplar nuestros pecados y transgresiones y luego gritar, al estilo del ruiseñor, de modo que los moradores de los cielos vayan con premura a esta celebración del llanto con antorchas resplandecientes en sus manos. Estos días en que las llamas que nos rodean están fuera de todo control, creo necesario que nos disolvamos en lágrimas. Y como las lágrimas son un bálsamo que destruye todo tipo de hechizo maligno, en vez de divertirnos con las payasadas más burdas, deberíamos más bien dar alivio a nuestras mentes, permitiendo que nuestras lágrimas pongan fin al sufrimiento y al lamento.

Según los amigos de Dios, las lágrimas contienen el secreto que devuelve la vida a los cadáveres, como el hálito de Jesús, y por dondequiera que fluyen traen vida, como el agua de la vida. Los que excavan con el llanto las grutas de su adoración nocturna, cerradas para todos excepto para Dios, y obligan a sus almas a escuchar la música de la súplica, se verán sin duda aliviados el día de mañana, o incluso hoy, y continuarán infundiendo vida dondequiera que vayan.

Nuestras alfombrillas de la oración se han secado hace mucho tiempo. Durante años, nuestros oídos se han endurecido con los gritos del corazón. Nuestra atmósfera es tan seca como la de los desiertos. Parece que no somos capaces de sentir cómo arden de aflicción nuestros corazones. Nuestros rostros parecen bloques de hielo y nuestra mirada carece de sentido. En nuestro pecho no hay el menor indicio de angustia. Y nuestras expresiones no son convincentes. Este tipo de descuido dificultará que avancemos hacia el futuro y desarrollemos nuestra existencia.

Desde el día en que nuestras lágrimas dejaron de fluir, los arroyos de bendiciones celestes en cierto sentido se han secado. Las lluvias de la inspiración ya no caen, las rosas y los tulipanes ya no crecen. Las luces del cielo titilan y los vientos ocasionales son débiles. Los moradores de los cielos están sedientos de llanto y aflicción. Según lo ha expresado el poeta Zihni:

La rosa y el jacinto invadidos de espinas
Las serpientes han capturado el trono de Salomón
Los deleites espirituales son ahora tristezas y gemidos
Antes, la era de la bienaventuranza, ahora, el tiempo del lamento.

¿Quién sabe si los seres celestiales están esperando nuestras lágrimas para acudir en nuestra ayuda? Es muy posible que, cuando gemimos y lloramos por los problemas que nos atenazan, los horizontes de los reinos celestiales se llenen de nubes cargadas de misericordia y que, al ver que nuestros pecados, transgresiones y errores fluyen en el río de nuestras lágrimas, se llenen de alegría y se derramen sobre nosotros por pura compasión. Imagino que hay ocasiones en las que los seres celestiales enjuagan sus rostros con nuestras lágrimas –del mismo modo que nosotros enjuagamos los nuestros con el agua de rosas que se ofrece en las reuniones que conmemoran el Bendito Nacimiento del Profeta– símbolo del aliento de corazones afligidos, y las toman como un valioso ofrecimiento.

Nuestros pecados y transgresiones son grandes como montañas. Pero nuestros remordimientos, y las lágrimas que los acompañan, son una mera actuación en la que no hay el menor rastro de sufrimiento en nuestros corazones. Nuestros llantos y sollozos son, en su mayor parte, por las cosas de este mundo. En esta situación, lo que necesitamos son lágrimas que nos purifiquen de la suciedad acumulada durante siglos. Es más que probable que esas lágrimas sean lo único que nos permita llegar a la puerta del arrepentimiento, y con ello reconstruir nuestras vidas desperdiciadas.

El desliz del profeta Adán, que para él fue tan grande como el monte Everest, se disolvió y desapareció gracias a sus lágrimas. Como el incienso que al quemarse emite una agradable fragancia, Adán se quemaba por dentro y gemía presa del remordimiento. De este modo fue elevado a un rango honorable, como un santuario al que deben rendir honor los ángeles. Y cuando llegó la hora y completó su sufrimiento, cada nuevo día amanecía con los colores del decreto de su perdón.

Por lo que respecta a nosotros, tras tantos pecados, transgresiones y el consiguiente sufrimiento, creo que necesitamos buscar momentos en los que estemos lejos de todas las miradas, ocultos tras el velo de la noche, para postrarnos ante Dios y derramar lágrimas… por nuestra infidelidad, por nuestra incapacidad de ser sinceros, por andar haciendo eses en el camino, por no cumplir con el deber que nos incumbe, por no haber podido defender la postura sólida que corresponde a las bendiciones que hemos recibido y por las ofensas a aquellos que han seguido nuestro mal ejemplo. Deberíamos llorar de tal manera que incluso los seres celestiales que lloran sin cesar, derramen, de ahora en adelante, lágrimas por nuestros lamentos.

No hemos sido capaces de mantener la posición que se nos ha sido concedida. No hemos sido capaces de tomar una postura consciente y decidida, basada en la sinceridad pura. Nos hemos soltado de la mano, hemos perdido lo que nos era más querido, a las rosas las ha sorprendido el otoño y los ruiseñores han comenzado a lamentarse. Las fuentes no manan, los ríos se han secado. Han aparecido las espinas y los cuervos graznan por doquier. Deberíamos decir algo con la lengua del corazón y terminar con esta sequía derramando bálsamos de lágrimas sobre nuestros anhelos y nuestras emociones.

Nuestro Creador nos ha orientado para que vivamos de acuerdo con nuestras capacidades, otorgándonos bendiciones tales como un cuerpo, la vida, los sentimientos, la consciencia, la cognición, y así sucesivamente. Pero nosotros lo hemos sacrificado todo a nuestros caprichos, alejándonos de la posición que nos había sido ordenada. Hemos retrocedido al punto más extremo y, al hacerlo, nos hemos dañado a nosotros mismos y a nuestra capacidad de vivir como seres humanos. ¡Y es que acaso, al menos desde ahora en adelante, no deberíamos decidirnos a vivir en la dirección que marca el corazón!

Venid, cantemos lamentos como expiación por la alegría alborotada que hemos vivido hasta ahora. Digamos adiós y preocupémonos por haber llevado una vida orientada hacia la sensualidad, para así poder sentir también otros matices de la vida. Hablemos de lo que nos preocupa, prestemos atención a las inquietudes y busquemos el modo de estar cerca de Aquél que escucha a los que tienen inquietudes.

La mayor parte de los mejores días de nuestra vida han sido desperdiciados. Ahora podemos ver en el horizonte los signos de la noche tras el día de nuestra vida. Lo que nos corresponde es encender una antorcha para esta larga noche. De ahora en adelante, lo que necesitamos es volvernos hacia nosotros mismos, librarnos de esta confusión, volver a nuestra esencia y expresar con lágrimas el anhelo de nuestros corazones. Y debemos saber que, a ojos de Dios, no hay nada en esta tierra que Él quiera más que las lágrimas genuinas. Las gotas que hoy se derraman sobre la tierra pronto se convertirán en hermosos vergeles. Venid; en esta estepa más yerma que los desiertos, seamos los coperos de las lágrimas y ofrezcamos a todo el mundo un banquete con las frutas más frescas que podamos ofrecer, además de los cantos líricos de nuestras emociones y las melodías de nuestras lágrimas.

[1] Muslim, «Iman», 346.
[2] Munziri, at-Targib wa’t-Tarhib, 4/116.
[3] Bujari, «Kusuf», 2; Muslim, «Fadail», 134.
[4] Tirmizi, «Fadail al-Yihad», 12.
[5] Tirmizi, «Fadail al-Yihad», 8; Nasai, «Yihad», 8.
[6] Abu Dawud, «Salat», 157; Nasai, «Sahw», 18.
[7] Bujari, «Fadail al-Qur’an, 33; Muslim, «Salat al-Musafirin», 247.
[8] Bayhaqi, «Shuab al-Iman», 1/489.
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