El Profeta y sus esposas
El profeta Muhammad personifica el papel de padre y marido perfecto. Él era tan amable y tolerante con sus mujeres que ellas no podían concebir sus vidas sin él y tampoco quisieron vivir apartadas de él.
Él se casó con Sawda, su segunda esposa, mientras estaba en La Meca. Al poco tiempo, quiso divorciarse de ella por ciertos motivos. Ella estuvo sumamente disgustada al enterarse de esta noticia y le imploró: «Oh Mensajero de Dios, no deseo ninguna cosa mundana de ti. Sacrificaré el tiempo que me tienes asignado, si tú no quieres visitarme. Pero por favor no me prives de ser tu esposa. Quiero ir al Más Allá como tu esposa. No me importa nada más».[242] El Mensajero no se divorció de ella, tampoco dejó de visitarla.[243]
Una vez notó que Hafsa estaba incómoda por su situación financiera. Entonces el Mensajero dijo: «Si ella lo desea, puedo dejarla libre», o algo similar. Esta sugerencia le preocupó tanto a ella que solicitó mediadores para que lo convencieran de que no lo hiciera. Y él mantuvo a la hija de su fiel amigo como esposa digna de confianza.
Sus mujeres veían el hecho de divorciarse del Mensajero de Dios como una calamidad, así de firme se había establecido en sus corazones. Estaban completamente de acuerdo con él. Ellas compartieron su vida bendita, suave y natural. Si él las hubiera abandonado, ellas habrían muerto de la desesperación. Si él se hubiera divorciado de una de ellas, ésta le habría esperado en el peldaño de su puerta hasta el Día del Juicio Final.
Después de su muerte, hubo mucha pena y profundo dolor. Abu Bakr y ‘Umar encontraban llorando a las mujeres del Mensajero siempre que las visitaban. Su llanto parecía continuar por el resto de sus vidas. Muhammad dejó una profunda huella en cada una de ellas. Él tenía nueve mujeres y las trató con igualdad a todas y no tuvo ningún problema serio. Era un marido amable y tierno, nunca se comportó severa o groseramente con ellas. En resumen era el marido perfecto.
Unos días antes de su muerte, dijo: «A un siervo le ha sido permitido elegir este mundo o a su Señor. Él prefirió a su Señor».[244] Abu Bakr, un hombre de gran inteligencia, comenzó a llorar, entendiendo que el Profeta hablaba de sí mismo. Su enfermedad empeoraba diariamente y su severo dolor de cabeza hizo que se retorciera de dolor. Pero incluso durante este período difícil, él siguió tratando a sus mujeres con bondad y ternura. Él pidió permiso para quedarse en una estancia, ya que no tenía ninguna fuerza para visitarlas una por una. Sus mujeres estuvieron de acuerdo y el Mensajero pasó sus últimos días en la estancia de ‘Aisha.
Cada esposa, debido a su generosidad y bondad, pensaba que ella era la más querida por él. La idea de que cualquier hombre muestre tal igualdad e imparcialidad en sus relaciones con nueve mujeres parece imposible. Por eso, el Mensajero pidió el perdón de Dios por cualquier inclinación involuntaria. Él rezaba: «Puedo haber mostrado involuntariamente más amor a una de ellas que a las demás y esto sería injusticia. De este modo, Oh Señor, tomo refugio en Tu gracia para las cosas que están más allá de mi poder».[245]
¡Qué gentileza y ternura! Me pregunto si alguien más puede mostrar tal bondad a sus hijos o a sus esposas. Cuando la gente logra ocultar sus instintos más bajos, es como si hubieran hecho algo muy inteligente y mostrado tremenda fuerza de voluntad. Pero ellos a veces exponen estos mismos defectos inconscientemente jactándose de su inteligencia. El Mensajero, a pesar de no haber demostrado ninguna falta, buscaba solamente el perdón de Dios.
Su gentileza penetró en las almas de sus mujeres tan profundamente que su partida condujo a lo que deberían haber sentido como una separación infranqueable. No se suicidaron, ya que el Islam lo prohíbe, pero sus vidas se llenaron de una pena interminable y de lágrimas incesantes.
El Mensajero era amable y tierno con todas las mujeres y aconsejó que todos los otros hombres siguieran su comportamiento. Sad ibn Abi Waqqas describió su bondad de esta manera:
‘Umar dijo: «Un día fui a ver al Profeta y lo vi sonreír. “¡Que Dios te haga sonreír siempre Oh Mensajero de Dios!”, dije y pregunté por qué sonreía. “Sonrío por aquellas mujeres. Charlaban delante de mí antes de que tú llegaras. Cuando oyeron tu voz, todas desaparecieron” contestó él aún sonriendo. Oyendo esta respuesta, levanté mi voz y les dije: “Oh enemigas de vosotras mismas, os asustáis de mí, pero no os asustáis del Mensajero de Dios y no le mostráis respeto”. “Tú eres duro de corazón y estricto” contestaron ellas.[246]
‘Umar también era sensible con las mujeres. Sin embargo, el hombre más hermoso parece feo cuando se compara con la belleza de José. De la misma manera, la delicadeza y la sensibilidad de ‘Umar parecen violencia y severidad cuando se comparan con las del Profeta. Las mujeres habían visto la delicadeza, la sensibilidad y la bondad del Mensajero, y consideraron a ‘Umar como estricto y severo. Pero ‘Umar cargó con el califato perfectamente y se convirtió en uno de los mejores ejemplos después del Profeta. Él era un gobernante justo y se esforzó por distinguir lo bueno de lo malo. Sus cualidades le permitieron ser el califa. Algunas de sus cualidades podrían parecer bastante rigurosas; sin embargo, aquellas mismas cualidades le permitieron llevar sobre los hombros responsabilidades muy exigentes.
La consulta del Profeta con sus mujeres
El Mensajero hablaba de los asuntos con sus mujeres como si fueran sus colaboradores y amigos. Seguramente él no necesitaba su consejo, ya que fue conducido por la Revelación. Sin embargo, quería enseñar a su nación que los hombres musulmanes debían consultar a sus mujeres. Eso era una idea bastante radical en su tiempo, que incluso hoy en día lo es en muchas partes del mundo. Comenzó a enseñar a su gente a través de su propia relación con sus mujeres.
Por ejemplo, las condiciones establecidas en el Tratado de Judaybiya decepcionaron y enfurecieron a muchos musulmanes, ya que por una condición estipulada no iban a poder hacer la peregrinación aquel año. Ellos quisieron rechazar el tratado, mientras querían ir a La Meca y enfrentarse con las posibles consecuencias. Pero el Mensajero les ordenó sacrificar sus animales y quitarse su atuendo de peregrino. Algunos Compañeros vacilaron esperando que él cambiara de opinión. Él repitió su orden, pero ellos siguieron vacilando. Ellos no se opusieron al Profeta; más bien, todavía esperaban que él cambiara de opinión, ya que habían salido con la intención de peregrinar y no querían parar en mitad del camino.
Al darse cuenta de esta reticencia, el Profeta volvió a su tienda y preguntó a Umm Salama, su esposa que le acompañaba entonces, acerca de lo que ella pensaba sobre la situación. Entonces ella se lo dijo, totalmente consciente de que él no necesitaba su consejo. Al hacerlo, el Profeta les dio a los hombres musulmanes una importante lección social: no hay nada incorrecto en el intercambio de ideas con las mujeres sobre los asuntos importantes o sobre cualquier otro tema en absoluto.
Ella dijo: «¡Oh Mensajero de Dios! No repitas tu orden. Ellos pueden oponerse y así fallecer. Mata a tu animal de sacrificio y quítate tu atuendo de peregrino. Ellos obedecerán, por voluntad propia o no, cuando ven que tu orden es definitiva».[247] Él inmediatamente tomó un cuchillo en su mano, salió y sacrificó a su oveja. Los Compañeros comenzaron a hacer lo mismo, ya que ahora estaba claro que su orden no cambiaría.
El consejo y la consulta, como cada buena acción, fueron practicados por el Mensajero de Dios primero dentro de su propia familia y luego en una comunidad más amplia. Incluso hoy, entendemos tan poco acerca de su relación con sus mujeres que es como si vagáramos sin rumbo fijo alrededor de una parcela de tierra, inconscientes del enorme tesoro sepultado bajo nuestros pies.
Las mujeres son seres secundarios en las mentes de muchos, incluso de aquellos que aseveran ser defensores de los derechos de la mujer así como de muchos hombres autoproclamados musulmanes. Para nosotros, una mujer es la parte que forma un todo, una parte que hace útil la otra mitad. Creemos que cuando las dos mitades se unen, la unidad verdadera de un ser humano aparece. Cuando esta unidad no existe, la humanidad no existe, ni asimismo la Misión Profética, la santidad o incluso el Islam.
Nuestro maestro nos animó con sus iluminadas palabras a comportarse tiernamente con las mujeres. Él declaró: «Los creyentes más perfectos son los mejores de carácter y el mejor de vosotros es aquel que es más amable con su familia».[248] Está claro que las mujeres han recibido el honor verdadero y el respeto que merecían, no solamente en teoría, sino en la práctica actual, sólo una vez en la historia: durante el período del profeta Muhammad.
La elección que el Mensajero de Dios dio a sus mujeres
A sus mujeres les dio a elegir quedarse con él o marcharse:
¡Oh Profeta (más ilustre)! Di a tus esposas: «Si deseáis la presente y mundana vida y sus encantos, entonces venid y dejadme hacer provisión necesaria para vosotras (a cambio del divorcio), y os dejo libres con una esplendida liberación. Pero si deseáis a Dios y a Su Mensajero, y la morada del Más Allá, entonces es un hecho que Dios ha preparado una formidable recompensa para aquellas de entre vosotras que actúan de una buena manera, y son conscientes de que Dios las está contemplando» (33:28-29).
Algunas de sus mujeres que deseaban una vida más próspera preguntaron: «¿No podríamos vivir con un poco más de lujo como los otros musulmanes? ¿No podríamos tener al menos un tazón de sopa diaria o algunas ropas más bonitas?». A primera vista, tales deseos podrían ser considerados justos. Sin embargo, ellas eran miembros de la familia que debía ser un ejemplo para todas las familias musulmanas hasta el Día del Juicio Final.
El Mensajero reaccionó ante ello permaneciendo en retiro. La noticia se divulgó y todos se precipitaron hacia la mezquita y comenzaron a llorar. La pena más pequeña sentida por su querido Mensajero era suficiente para llevarlos a las lágrimas y hasta el incidente más pequeño en su vida los molestaría. Abu Bakr y ‘Umar, viendo en el acontecimiento con una luz diferente ya que sus hijas estaban directamente implicadas, marcharon apresuradamente a la mezquita. Quisieron verlo, pero él no los dejó entrar. Finalmente, en su tercer intento, consiguieron entrar y comenzaron a reprender a sus hijas. El Mensajero vio lo que pasaba, pero sólo dijo: «No puedo permitirme lo que ellas quieren».[249] El Corán declara: ¡Oh esposas del Profeta! Vosotras no sois como las otras mujeres (33:32).
Las otras podrían salvarse simplemente realizando sus obligaciones, pero aquellas que estaban en el mismo centro del Islam tenían que tener más dedicación, de modo que ninguna debilidad apareciera en el centro. Había ventajas en ser la esposa del Profeta, pero estas ventajas traían responsabilidades y riesgos potenciales. El Mensajero las preparaba como ejemplos para todas las mujeres musulmanas del presente y del futuro. Él estaba especialmente preocupado de que ellas disfrutaran de la recompensa por sus buenas acciones en este mundo y así estar incluidas en: «Consumisteis en vuestra vida mundana vuestra (parte de) cosas puras, sanas, y gozasteis de ellas completamente (sin considerar la venida del Más Allá, y de este modo habéis tomado en el mundo la recompensa de todos vuestros buenos actos)» (46:20).
La vida en la casa del Profeta era incómoda. Por eso, sea de manera explícita o implícita, sus mujeres hicieron algunas modestas peticiones. Como su posición era única, no se esperaba de ellas divertirse en un sentido terrenal. Algunas personas piadosas se ríen sólo unas veces durante sus vidas; las otras nunca llenan sus estómagos.
Por ejemplo, Fudayl ibn Iyad nunca se rió en toda su vida. Sólo una vez sonrió y aquellos que vieron hacerlo le preguntaron por qué había sonreído, ya que estaban enormemente sorprendidos. Él les dijo: «Hoy me he enterado de que mi hijo ‘Ali murió. Me puse feliz al oír que Dios lo amaba y entonces sonreí».[250] Si se daba tal gente fuera de la casa del Profeta, sus mujeres, que eran aún más piadosas y respetuosas a Dios y consideradas como «las madres de los creyentes» deberían estar seguramente en el más alto grado.
No es fácil merecer estar junto con el Mensajero en este mundo y en el Más Allá. Así, estas mujeres especiales fueron sometidas a una gran prueba. El Mensajero permitió que ellas eligieran su pobre casa o los lujos de este mundo. Si ellas elegían el mundo, él les daría todo lo que quisieran a ellas y luego anularía su matrimonio con ellas. Si elegían a Dios y a Su Mensajero, tenían que ser felices con sus vidas. Eso era una peculiaridad de su familia. Ya que esta familia era única, sus miembros tenían que ser únicos. El cabeza de familia fue elegido, como lo fueron las mujeres y los niños.
El Mensajero primero llamó a ‘Aisha y le dijo: «Quiero hablar de algo contigo. Debes hablar con tus padres antes de tomar una decisión». Después recitó los versículos mencionados anteriormente. Su decisión fue exactamente lo esperado de la hija sincera de un padre sincero: «Oh Mensajero de Dios, ¿necesito hablarlo con mis padres? Juro por Dios que elijo a Dios y a Su Mensajero».[251]
‘Aisha nos cuenta lo que pasó después: «El Mensajero recibió la misma respuesta de todas sus mujeres. Nadie expresó alguna opinión diferente. Todas ellas dijeron lo que yo había dicho». Ellas hicieron esto porque todas ellas estaban de acuerdo con el Mensajero. Si el Mensajero les hubiera dicho que ayunaran toda su vida sin romper dicha promesa, lo habrían hecho y lo habrían soportado con placer. Así que soportaron penalidades hasta sus muertes.
Algunas de sus mujeres habían disfrutado de un modo de vida extravagante antes de su matrimonio. Una de ellas era Safiyya, quien había perdido a su padre y marido, y había sido tomada prisionera, durante la Batalla de Jaybar. Ella debía estar muy enojada con el Mensajero, pero cuando lo vio, sus sentimientos cambiaron completamente. Soportó el mismo destino que las otras mujeres. Lo soportaron porque el amor del Mensajero había penetrado sus corazones.
Safiyya era judía. Una vez, se quedó consternada cuando le mencionaron esa realidad con ironía. Ella le informó al Mensajero sobre este asunto expresando su tristeza. Él la consoló diciéndole: «Si lo repiten diles: “Mi padre es el profeta Aarón, mi tío es el profeta Moisés y mi marido es, como ya sabéis, el profeta Muhammad, el Elegido. ¿Tenéis algo más que yo para estar orgullosos?”».[252]
El Corán declara que sus mujeres son las «madres de los creyentes» (33:6). Aunque han pasado catorce siglos, aún nos complace al decir «mi madre» cuando nos referimos a Jadiya, ‘Aisha, Umm Salama, Hafsa y sus otras esposas. Sentimos esto por el amor a él. Algunos las quieren más que a sus madres reales. Ciertamente, este sentimiento debió haber sido más profundo, afable e intenso en los tiempos del Profeta.
El Mensajero fue un perfecto cabeza de familia. Tratándolas por igual, siendo un amante de sus corazones, un instructor de sus mentes, un educador de sus almas, nunca abandonó los asuntos de estado o puso en un compromiso sus deberes.
El Mensajero sobresalió en cada campo de la vida. La gente no debería compararlo consigo mismo ni con las supuestas grandes personalidades de su tiempo. Los investigadores deben considerarlo como alguien a quien los ángeles están agradecidos, siempre recordando que él sobresalió en todos los aspectos. Si ellos quieren saber sobre Muhammad deben buscarlo en sus propias dimensiones. Nuestra imaginación no puede alcanzarle, ya que ni siquiera sabemos imaginar correctamente. Dios confirió a él, como Su favor especial, superioridad en cada campo.
[242] La razón no estaba especificada en las fuentes. Sin embargo, en contadas ocasiones había discusiones entre sus mujeres debido a los celos, que podrían haber causado que ellas le hablaran incorrectamente. Otra razón puede ser que resultara raro para ellas pedirle al Profeta algo que él no podía conseguir. No hay ni un solo registro de que algo pasó entre el Profeta y sus mujeres debido a razones meramente sexuales. La visita no se restringía a las relaciones carnales. Él pudo haber sido ofendido por el comportamiento de ella en su habitación.
[243] Muslim, «Rada», 47.
[244] Bujari, «Salat», 80.
[245] Tirmizi, «Nikah», 41:4; Bujari, «Adab», 68
[246] Bujari, «Adab», 68.
[247] Bujari, Shurut, 15.
[248] Abu Dawud, «Sunna», 15; Tirmizi, «Rada», 11.
[249] Muslim, «Talaq», 34,35.
[250] Abu Nuaym, Hilyat al-Awliya, 8:100.
[251] Muslim, «Talaq», 35.
[252] Tirmizi, «Manaqib», 64.
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