Las Batallas

Como el poder musulmán se hizo fuerte en Medina, la tribu Quraish comenzó a preocuparse de una posible amenaza por su ruta comercial hacia Siria. En una carta dirigida a Abdullah ibn Ubayy ibn Salul,[313] la tribu Quraish amenazó con matar a todos los hombres de Medina y esclavizar a sus mujeres si no expulsaban al Mensajero. El Profeta puso fin a eso, e Ibn Ubayy no continuó con dicho asunto. Después, cuando Sad ibn Muaz fue a La Meca para realizar la peregrinación menor (Umra), lo pararon en la entrada de la Kaba e impidieron que realizara la circunvalación. Los habitantes de La Meca también enviaron grupos invasores con bastante regularidad.

La Batalla de Badr

Considerando tales incidentes, los musulmanes tuvieron que ampliar su control de la ruta comercial de Siria para obligar a la tribu Quraish y a otras tribus hostiles a recapacitar. Este también fue el momento en el que el Profeta mostró a las fuerzas puestas en orden contra él que la predicación del Islam no podía ser detenida o erradicada de los corazones de sus creyentes, y aquel politeísmo e incredulidad se rendirían al Islam.

A principios del año 624 d.C., llegó a un lugar al alcance de los musulmanes una gran caravana de Quraish por el camino hacia La Meca desde Siria, y escoltada por no más de cuarenta guardias de seguridad. Ésta contenía bienes que habían sido comprados con posesiones de los Emigrantes. Abu Sufyan, el líder de la caravana, naturalmente temía de una tentativa musulmana para recuperar su propiedad robada. Y por eso envió a un emisario a La Meca en petición de ayuda y refuerzos.

Esto causó un alboroto en toda La Meca. Los líderes de la tribu Quraish decidieron luchar contra el Profeta. Aproximadamente mil combatientes dejaron La Meca, entre mucha pompa y espectáculo, para aplastar el poder creciente de los musulmanes. Ellos también quisieron, como siempre, aterrorizar a las tribus vecinas para asegurar que la seguridad continuara en sus caravanas comerciales.

El Mensajero, siempre informado de los desarrollos que podrían afectar su misión, se dio cuenta de que si no se daba un paso efectivo entonces, la predicación del Islam podría recibir un duro golpe. Si la tribu Quraish hubiese tomado la iniciativa y atacado Medina, la pequeña comunidad musulmana de la ciudad debía haber muerto. Incluso si ellos tan sólo trajeran su caravana sin peligro a La Meca a fuerza de su poder militar, el prestigio político y militar de los musulmanes estaría debilitado. Una vez que pasara eso, sus vidas, sus propiedades y su seguridad estarían en peligro.

Decidiendo emplear sus fuentes disponibles, el Profeta abandonó Medina. Aunque él hubiera querido una batalla decisiva con la tribu Quraish, muchos musulmanes quisieron capturar la caravana y recuperar sus bienes. El Profeta hizo reunir a la gente y les dijo que la caravana comercial de Quraish estaba en el norte y su ejército invasor en el sur, moviéndose hacia Medina. También les informó que Dios había prometido que podrían tomar uno de los dos grupos.[314] Sólo tenían que elegir el objetivo para atacar.

Consciente de la intención del Profeta, un emigrante llamado Miqdad ibn ‘Amr contestó:

Oh Mensajero de Dios. Procede como Dios te ordenó. Estamos contigo vayas a donde vayas, incluso tan lejos como Bark al-Ghimad. No vamos a decir, como los israelitas le dijeron a Moisés: «Ve a luchar, tú y tu Señor, y lucha, nosotros nos quedamos aquí sentados». Sino nosotros diremos: «Ve a luchar, tú y tu Señor, y lucha, y nosotros también lucharemos a tu lado mientras el párpado de cualquiera de nosotros siga moviéndose».[315]

Hasta la Batalla de Badr, el Mensajero no había pedido ayuda militar de los Ayudantes. Ésta fue la primera vez que pudieron demostrar su dedicación al Islam. Sin dirigirlos directamente, el Mensajero mostró dos alternativas ante su audiencia. Dándose cuenta de lo que el Mensajero hacía, un Ayudante llamado Sad ibn Muaz, el líder de la tribu Aws, se alzó y dijo:

¡Oh Mensajero de Dios! Creo que tu pregunta está dirigida a los Ayudantes. Nosotros te creemos, afirmamos que tú eres el Mensajero de Dios y atestiguamos que son verdades tus enseñanzas. Te juramos que todo lo que oigamos será obedecido. ¡Oh Mensajero de Dios, obra como tú quieras! Por Aquel que te ha enviado con la verdad, si nos llevaras al mar y nos sumergieras en él, ninguno de nosotros se quedaría atrás. Así que llévanos al campo de batalla con las bendiciones de Dios.[316]

La decisión fue luchar. Esto también fue el decreto de Dios como se ha mencionado arriba.

El ejército de La Meca consistía en mil combatientes, incluyendo seiscientos soldados con cotas de mallas y doscientos soldados de caballería, acompañados por cantantes y bailarines. Hacían fiestas y bebían en cuanto se detenían. Los soldados hacían arrogantemente alarde de su poder militar y fuerza numérica ante las tribus y a los asentamientos por donde pasaban y se jactaban de su invencibilidad.[317] Y lo peor era que no luchaban por ningún ideal noble sino trataban derrotar a las fuerzas de la creencia, la verdad, la justicia y la buena moralidad.

El ejército musulmán constaba de trescientos trece luchadores: ochenta y seis Emigrantes y doscientos veintisiete Ayudantes. No había más de setenta camellos, por eso tres o cuatro personas montaban cada camello por turnos. Al Mensajero también le tocó montar por turnos con otros dos. Cuando le pidieron que él montara solo, el Mensajero contestó: «Vosotros no sois más fuertes que yo. Y en cuanto a la recompensa, la necesito tanto como vosotros».[318]

Los soldados musulmanes se hallaban totalmente dedicados a la causa del Islam y estaban listos para morir por ella. Para llevar a cabo lo que Él había decretado, Dios hizo que al Mensajero le pareciera poco el número de soldados de La Meca e hizo asimismo que el número de los musulmanes les pareciera poco a los de La Meca (8:44).

Los dos ejércitos se encontraron en Badr. El ejército de La Meca superaba en número al de los musulmanes tres veces y estaban mejor equipados. Sin embargo, los musulmanes estaban luchando por la causa más noble: establecer la religión de Dios, basada en la fe, la buena moralidad y la justicia. Totalmente convencidos de la verdad del Islam y ansiosos para morir por esta causa, los musulmanes estaban listos para la batalla.

Siendo los primeros en llegar al campo de batalla, se apostaron en los alrededores de los pozos. También se beneficiaron del aguacero fuerte de la noche anterior, porque éste les suministró mucha agua que guardaron inmediatamente en grandes recipientes. La lluvia también compactó la arena suelta en la parte superior del valle donde montaron sus tiendas. Y eso les permitía colocar los pies firmemente y les hacía moverse con menos dificultad. Sin embargo, en la parte inferior del valle donde el ejército quraishí estaba estacionado, el suelo estaba pantanoso. Además de estas bendiciones Divinas, Dios envió un sentimiento de somnolencia sobre los musulmanes, que les proporcionó paz y seguridad (8:11).

Desde su campamento, el ejército musulmán podía ver todo el campo de batalla. Estaba dividido en tres partes: un centro y dos flancos. La fuerza central consistía en los Emigrantes y Ayudantes principales que eran los más destacados en la dedicación al Mensajero. Mus‘ab ibn Umayr, un miembro de una de las familias más ricas de La Meca que había abrazado el Islam cuando era joven, portaba el estandarte del Mensajero. Era tan bello que cuando salía a la calle vestido con ropas de seda antes de su conversión, las chicas de La Meca se quedaban mirándole fijamente desde sus ventanas. Sin embargo, después de abrazar el Islam, siguió al Mensajero incondicionalmente. Sacrificó todo lo que tenía en el camino de Dios y fue martirizado en la Batalla de Uhud, durante la cual otra vez portaba el estandarte del Profeta. Cuando perdió su brazo derecho, se pasó el estandarte a su mano izquierda; cuando perdió su brazo izquierdo quedó sólo su «cabeza» para proteger al Mensajero ante quien se martirizó al final.[319]

Los flancos estaban al mando de ‘Ali y Sad ibn Muaz. ‘Ali era famoso por su valentía y su profunda dedicación al Mensajero. Tan sólo tenía nueve o diez años cuando le dijo al Mensajero: «Te ayudaré» después de que el Profeta reuniera a sus parientes al principio de su misión para solicitar su conversión y apoyo.[320] En la noche de la Hégira del Profeta ‘Ali había dormido en la cama del Profeta ocupando su lugar y así el Mensajero pudo salir de La Meca con seguridad.[321] Cuando los que rodeaban la casa descubrieron esa estratagema, el Mensajero ya había llegado a la cueva de Zawr. ‘Ali se había entregado en cuerpo y alma a la causa de Dios.

El Mensajero tomó todas las precauciones necesarias y realizó los mejores preparativos posibles. Movilizó sus recursos y escogió a sus mejores y más capacitados hombres como comandantes. Estacionó a su ejército en la parte superior del valle. Después montó su tienda desde donde podía ver todo el campo de batalla y transmitir sus órdenes al instante. Como requisito indispensable final, rezó con gran ardor y humildad:

Oh Dios, aquí están los quraishíes que en su vanagloria tratan de negar a Tu Mensajero y difunden mentiras sobre él. Oh Dios, apóyanos con la ayuda que me prometiste. Oh Dios, si pereciera este pequeño grupo de musulmanes no quedaría nadie en el mundo quien Te venerará.[322]

Después del rezo, tiró un puñado de polvo sobre el enemigo diciendo: «¡Que sus rostros sean secados!»[323].

Badr fue una severa prueba para los musulmanes. O vencían o serían martirizados, porque se les había ordenado que no escaparan. Se les permitía retirarse en orden cuando aumentaba la presión del enemigo, como una estratagema para buscar refuerzos o para unirse a otra tropa en la retaguardia (8:15), pero no por cobardía ni por derrotismo. Tal huida en desorden podría demostrar que ellos prefirieron sus vidas al Islam, que es un pecado grave y mortal.

Empieza la batalla

En la primera línea de la vanguardia de los quraishíes estaban Utba ibn Rabia, su hermano Shayba y su hijo Walid. Ellos desafiaron a los musulmanes a un combate cuerpo a cuerpo. Tres jóvenes de los Ayudantes dieron un paso adelante. «¡Nosotros no luchamos con los granjeros y pastores de Medina!» gritó Utba arrogantemente. En realidad, eso era lo que esperaba el Mensajero. Le ordenó a ‘Ali, a Hamza y a Ubayda ibn Hariz salir adelante para un combate individual. Hamza combatió con Utba y lo mató, ‘Ali mató a Walid de dos golpes. Ubayda, que ya era mayor, luchó contra Shayba y se hirió en la rodilla. Hamza y ‘Ali lo rescataron, mataron a Shayba y llevaron a Ubayda lejos de allí.[324]

Los quraishíes quedaron horrorizados con un comienzo así de inesperado. La fe y la sinceridad de los musulmanes les hicieron ganar la ayuda de Dios. Los quraishíes, que se regocijaban en su poder, fueron derrotados decisivamente por los musulmanes mal equipados. Setenta quraishíes fueron matados. Awf y Muawwiz (dos jóvenes hermanos de los Ayudantes) se unieron a Abdullah ibn Masud para matar a Abu Yahl a quien el Mensajero llamaba «el faraón de la comunidad musulmana».[325] Casi todos los líderes de la tribu Quraish fueron eliminados: Abu Yahl, Walid ibn Mughira, Utba ibn Rabia, As ibn Said, Umayya ibn Jalaf y Nawfal ibn Juwaylid. Antes de la batalla, el Mensajero había señalado los puntos donde ellos morirían diciendo: «Abu Yahl caerá muerto aquí, Utba aquí, Shayba aquí, Walid aquí» y así sucesivamente...[326]

Setenta quraishíes fueron apresados. Dios les permitió a los musulmanes liberarlos a cambio de un rescate y así pusieron en libertad a algunos. Los alfabetizados fueron puestos en libertad con la condición de enseñar lo que sabían a los musulmanes iletrados. Esa política tuvo varios beneficios: los cautivos que esperaban ejecución pagaron el rescate con mucho gusto; el bajo nivel de alfabetización de Medina aumentó al alza, haciendo de los nuevos musulmanes alfabetizados personas más útiles en la predicación del Islam y ganándose el respeto de la gente; los cautivos alfabetizados tuvieron la oportunidad de aprender sobre el Islam y estar en contacto cercano con los musulmanes les atraería a las filas del Islam que podrían convertir a un mayor número de gente al Islam; las familias y parientes de los cautivos estaban tan encantados de ver a sus supuestos familiares muertos que pasaron a ser mucho más receptivos al Islam.

Gracias a esa victoria decisiva el Islam fue reconocido como una fuerza a todo lo largo y ancho de Arabia y muchos corazones endurecidos se inclinaron a abrazar el Islam.

La Batalla de Uhud

La victoria de Badr alertó a las fuerzas hostiles de la península. Los musulmanes estaban en un estado de inquietud y soportaron la ira de muchas sociedades vecinas.

Las tribus judías de Medina no tenían intención de cumplir con su tratado con el Mensajero después de su Hégira. Durante la Batalla de Badr apoyaron a los politeístas de La Meca; después alentaron abiertamente a la tribu Quraish y a las otras tribus árabes a unirse contra los musulmanes. También colaboraron con los hipócritas quienes en apariencia eran una parte integrada del cuerpo político musulmán.

Para sabotear la divulgación del Islam empezaron a avivar las llamas de la antigua animosidad entre Aws y Jazray, dos tribus musulmanas de Medina. Kab ibn Ashraf, el jefe de Banu Nadir, fue a La Meca y recitó elegías conmovedoras en memoria de los hombres asesinados de La Meca en Badr para provocar a la tribu Quraish a nuevas hostilidades. Él también calumnió a los musulmanes y satirizó al Profeta en sus poemas.

La violación de las tribus judías para con las obligaciones del acuerdo rebasó todos los límites razonables. Unos meses después de la Batalla de Badr, una mujer musulmana fue tratada indecentemente por unos judíos de Banu Qaynuqa, la tribu judía con mayor animadversión hacia los musulmanes. Durante la pelea que tuvo lugar a continuación, un musulmán fue martirizado y un judío fue asesinado. Cuando el Mensajero les reprochó por esa conducta vergonzosa y les recordó las obligaciones de su trato, los judíos lo amenazaron diciéndole: «Que no te engañe el hecho de haber encontrado con unos hombres que no tienen conocimientos militares. Tuviste suerte. Si combates con nosotros, vas a saber que somos hombres de guerra».

Al final, el Mensajero atacó al Banu Qaynuqa, los derrotó y los desterró a los alrededores de Medina. Además, bajo orden del Mensajero, Muhammad ibn Maslama mató a Kab ibn Ashraf y acabó con sus actividades sediciosas.[327]

Las razones de la guerra

La tribu Quraish todavía estaba resentida de su derrota en Badr. Sus mujeres lloraban casi todos los días la muerte de sus guerreros y alentaban a los supervivientes a vengarse de ellos. Además, los esfuerzos de los judíos por alentar el sentimiento de venganza eran como echar leña al fuego en este conflicto. En el período de un año, la tribu Quraish se preparó para atacar a Medina con un ejército de tres mil soldados, incluyendo setecientos con cotas de malla y doscientos soldados de caballería.

Informado de la marcha de los habitantes de La Meca hacia Medina, el Mensajero consultó a sus Compañeros sobre cómo afrontar esta amenaza.[328 ]Había soñado que estaba con su cota de malla y su espada dentada y que algunos bueyes habían sido sacrificados. Según su interpretación este sueño significaba que ellos deberían defenderse dentro de los límites de Medina y un miembro destacado de sus parientes sería martirizado junto con algunos Compañeros.[329] Él también sabía que el ejército de La Meca venía a luchar a campo abierto. Así, si los musulmanes se defendían dentro de Medina, el ejército de La Meca no podía sitiarlos por mucho tiempo. Volvió a recalcar que los musulmanes representaban la paz y la seguridad y que debían recurrir a la fuerza sólo para eliminar un obstáculo en el camino de la predicación del Islam o para defenderse a sí mismos, su fe o su país.

Sin embargo, varios jóvenes anhelaban el martirio. Tristes por no haber combatido en Badr, querían luchar con el enemigo en las afueras de Medina. El Mensajero cedió frente a la demanda de la mayoría en última instancia. Estos jóvenes se arrepintieron, después de la advertencia sobre su insistencia de los mayores, y cuando éstos le informaron de eso al Mensajero, él les contestó: «No es apropiado de un Profeta despojarse de la cota de malla una vez que se la haya puesto».[330]

Habiendo decidido seguir a la mayoría, el Mensajero y mil guerreros salieron de Medina hacia Uhud, una montaña volcánica sólo a unos kilómetros de sus afueras al oeste. Su principal característica era una llanura que se extendía ante ella. Sin embargo, cuando estaban sólo a mitad de camino Abdullah ibn Ubayy ibn Salul regresó junto con sus trescientos hombres.[331] Este acontecimiento, que tuvo lugar justo antes del comienzo de la batalla, causó tanta perplejidad y confusión entre la gente que las tribus Banu Salama y Banu Hariza también quisieron volver pero finalmente fueron persuadidas de que se quedaran.

El ejército musulmán estaba formado por setecientos soldados mal equipados. El Mensajero los alineó a los pies del monte Uhud de modo que la montaña quedara tras ellos y el ejército de los quraishíes delante de ellos. El enemigo podría lanzar un ataque sorpresa sólo atravesando por un paso de montaña. Por eso el Mensajero dejó cincuenta arqueros ahí bajo las órdenes de Abdullah ibn Yubayr. Les dijo que no dejara a nadie acercarse a este punto ni moverse de ahí añadiendo: «Aunque veáis que los buitres llevan nuestra carne, no os mováis de aquí».[332]

Mus‘ab ibn Umayr era el portaestandarte, Zubayr ibn Awwam dirigía la caballería y Hamza la infantería. El ejército estaba listo para combatir. Para alentar a sus Compañeros, el Profeta preguntó señalando la espada que tenía en la mano: «¿Quién quería tener esta espada a cambio de ser justo con ella?». Abu Duyana preguntó: «¿Cuál es su cometido?». «Luchar con ella hasta que quede rota», dijo el Profeta. Abu Duyana la tomó y luchó.[333] Sad ibn Abi Waqqas y Abdullah ibn Yash pidieron a Dios que les dejara encontrarse con los soldados enemigos más fuertes. Hamza, el tío del Profeta y el «León de Dios» llevaba una pluma de avestruz en el pecho. El versículo revelado para describir a las personas devotas alrededor del Profeta da ejemplos de los Profetas anteriores:

Y cuántos Profetas han tenido que luchar (en la causa de Dios), seguidos por una multitud de piadosos y totalmente entregados siervos de Dios y no se desanimaron por lo que les sobrevino en la causa de Dios, ni flaquearon, ni se humillaron (ante el enemigo). Y Dios ama a los que son pacientes y firmes. Lo que dijeron (cuando se encontraron con el enemigo) fue: «¡Señor nuestro! ¡Perdónanos nuestros pecados y cualquier pecado que hayamos cometido en nuestros deberes, otórganos firmeza y ayúdanos a vencer a los incrédulos!». Y así, Dios les otorgó la recompensa en esta vida y la mejor recompensa en el Más Allá. No cabe duda que Dios ama a los que se dedican a hacer el bien y son concientes de que Dios les está contemplando (3:146-48).

En la primera etapa, los musulmanes derrotaron al enemigo tan fácilmente que Abu Duyana, con la espada que el Profeta le había dado, se internó por el centro del ejército quraishí. Allí se encontró con Hind, la mujer de Abu Sufyan (el comandante de los quraishíes). Pensó en matarla pero después «para no mancillar la espada recibida del Profeta con la sangre de una mujer» la perdonó.[334] ‘Ali mató a Talha ibn Abu Talha, el portaestandarte del enemigo. Todos los abanderados de los quraishíes fueron matados por ‘Ali, Asim ibn Zabit o Zubayr ibn Awwam. Después de eso, los abnegados héroes del ejército musulmán como Hamza, ‘Ali, Abu Duyana, Zubayr y Miqdad ibn Amr se lanzaron sobre el enemigo y lo derrotaron.

Cuando el enemigo empezó a huir, los musulmanes juntaron el botín de guerra. Los arqueros en el paso de montaña vieron eso y se dijeron: «Dios derrotó al enemigo, y nuestros hermanos están reuniendo el botín. Vamos, unámonos a ellos». Abdullah ibn Yubayr les recordó la orden del Profeta pero ellos replicaron: «Él nos lo ordenó sin saber el resultado de la batalla». Todos, salvo unos pocos, abandonaron su puesto y empezaron a reunir trofeos de guerra. Jalid ibn Walid, aún un incrédulo y comandante de la caballería del ejército quraishí, aprovechó esta oportunidad para llevar a sus hombres alrededor del monte Uhud y atacó a los flancos musulmanes a través del paso. Las fuerzas reducidas de Abdullah ibn Yubayr no pudieron repelerlos.

Los soldados enemigos que se habían retirado volvieron de nuevo y participaron en el ataque desde el frente. Ahora, la batalla se volvió en contra de los musulmanes. Ambos ataques repentinos realizados por las fuerzas superiores causaron una gran confusión entre los musulmanes. El enemigo quiso atrapar vivo al Profeta o matarlo, y por eso lo atacaron por todos los lados con espadas, lanzas, arcos y piedras. Los que le defendieron lucharon heroicamente.

Hind, habiendo perdido a su padre y a sus hermanos en Badr, instó a Wahshi, un esclavo de color, a que matara a Hamza. Cuando las tornas cambiaron, Hamza luchó como un león furioso. Había matado casi treinta hombres cuando la lanza de Wahshi le traspasó justo arriba del muslo. Hind se presentó ahí y le ordenó a Wahshi que se le abriera el estómago a Hamza. Y después ella mutiló su cuerpo y mordisqueó su hígado.[335]

Ibn Kamia martirizó a Mus‘ab ibn Umayr, el portaestandarte de los musulmanes quien había luchado delante de él. Mus‘ab se parecía al Mensajero tanto en el físico como en el carácter y eso hizo que Ibn Kamia pensara y anunciara que había matado al Mensajero. Mientras tanto, el Mensajero había sido herido por una espada y algunas piedras. Se cayó en un foso y estando sangrando profusamente levantó las manos y rezó: «Oh Dios, perdona a mi gente, porque ellos no saben (la verdad)»[336].

El rumor sobre el martirio del Profeta hizo que muchos Compañeros perdieran el coraje. Además de los hombres como ‘Ali, Abu Duyana, Sahl ibn Hunayf, Talha ibn Ubaydullah, Anas ibn Nadr y Abdullah ibn Yash, que lucharon abnegadamente, algunas mujeres musulmanas oyeron el rumor y corrieron al campo de batalla. Sumayra, de la tribu Banu Nadir, había perdido a su marido, a su padre y a su hermano. Ella sólo preguntaba por el Mensajero. Cuando lo vio dijo: «¡Oh Mensajero de Dios! ¡Todas las desgracias no tienen ningún sentido ante mí, siempre que tú estés vivo!».[337]

Umm ‘Umara luchó ante el Mensajero tan heroicamente que él la preguntó: «¿Quién más podría aguantar todo lo que tú aguantas?». La gran mujer aprovechó esa oportunidad para pedirle que rezara por ella: «¡Oh Mensajero de Dios, reza a Dios para que pueda estar en tu compañía en el Paraíso!». El Mensajero lo hizo y después ella respondió: «Desde ahora ya no importa lo que me vaya a pasar».[338]

Anas ibn Nadr escuchó que el Mensajero había sido martirizado. Entonces luchó tan valerosamente que sufrió ochenta heridas.[339] Y cuando encontraron a Sad ibn Rabi, éste había sufrido setenta heridas en su cuerpo. Sus últimas palabras fueron: «Dadle mis recuerdos al Mensajero. Me llega la fragancia del Paraíso desde detrás del monte Uhud».[340]

Además de Abu Duyana y Sahl ibn Hunayf, ‘Ali también estaba delante del Mensajero y lo defendía. El Mensajero señaló tres veces al enemigo que se estaba acercando a ellos; una y otra vez los atacó ‘Ali y los venció.[341]

A pesar de la resistencia indescriptible de los guerreros musulmanes, la derrota parecía inevitable hasta que Kab ibn Malik gritó al ver al Mensajero: «¡Oh musulmanes! ¡Hay buenas nuevas para vosotros! ¡Aquí está el Mensajero!». Los Compañeros dispersos avanzaron hacia él desde todas partes, se reorganizaron a su alrededor y lo llevaron a un lugar seguro en la montaña.

Las razones del revés en Uhud

Antes de explicar las razones de este revés, hay que señalar que los Compañeros, después de los Profetas, son superiores a todo el mundo en virtud. Ellos se honran de ser compañeros y aprendices del profeta Muhammad, el más grande de la creación, el único por el cual el Universo fue creado y el que fue enviado como una misericordia para todos los mundos. Por eso, según la norma «Cuanta más grande sea la bendición, mayor será la responsabilidad» ellos tenían que ser los más obedientes a Dios y a Su Mensajero.

Por ejemplo, el Corán dice, ¡Oh esposas del Profeta! Si alguna de vosotras cometiera un acto manifiestamente pecaminoso, el castigo sería el doble para ella. Esto es fácil para Dios... vosotras no sois como las otras mujeres (33:30-32). Asimismo, hasta un pecado sin importancia cometido por un Compañero merece un severo castigo. Todos ellos figuran como personas eminentes por su creencia a Dios y su devota fe en él y su comportamiento es un ejemplo a seguir para las generaciones posteriores. Por eso, ellos han de ser puros en creencia e intención, sinceros en veneración y devoción, rectos en conducta y sumamente cautos al abstenerse del pecado y de la desobediencia.

Dios ensalza a la comunidad del profeta Muhammad en el Corán: (¡Oh Comunidad de Muhammad!) Sois la mejor comunidad jamás antes alumbrada para (el bien de) la humanidad; ordenáis y promovéis activamente lo que es correcto y bueno así como prohibís y tratáis de evitar lo que es malo y (así obráis porque) creéis en Dios... (3:110) y los nombra como una comunidad intermedia, para que deis testimonio de la gente (respecto a los caminos que siguen) y para que el (más noble) Mensajero dé testimonio de vosotros (2:143). A comienzos de la época de Medina, aquellos que acompañaban al Profeta se dividían en verdaderos Compañeros e hipócritas. Por eso, Dios quiso discernir a Sus testigos auténticos de entre toda la humanidad, y saber quién se esforzaba más en seguir Su Camino y permanecía firme en su fe (3:141-42). Por consiguiente, la Batalla de Uhud fue una prueba decisiva para discernir a los sinceros y diligentes de entre las filas de los hipócritas y también sirvió para hacer de la comunidad islámica la más estable y formidable de entre todas.

Después de estas notas preliminares, podemos resumir por qué los musulmanes sufrieron un revés con lo que sigue:

El Mensajero, comandante en jefe, pensó que deberían permanecer dentro de Medina. Los Compañeros jóvenes, entusiasmados e inexpertos, le instaron a que se marchara de la ciudad. Esto fue un error, incluso pensando en aras de un martirio ante Dios, porque el Mensajero tenía tendencia a aplicar diferentes tácticas en las batallas y conocía con antelación que el ejército quraishí venía para luchar a campo abierto.

Los arqueros apostados para que defendieran al ejército abandonaron sus posiciones. Ellos malinterpretaron la orden del Mensajero de no desertar de su puesto bajo ningún concepto y marcharon a dar cuenta del botín.

Los trescientos hipócritas, un tercio del ejército, desertaron a mitad del camino y regresaron a Medina. Este acontecimiento socavó la moral de las tribus Banu Salama y Banu Hariza las cuales fueron persuadidas con gran dificultad para que se quedaran. Por otra parte, un pequeño grupo de hipócritas desmoralizó a los musulmanes durante la batalla.

Varios Compañeros perdieron la paciencia y se comportaron, en cierto sentido, de manera inconsecuente para con los dictados de la devoción y fueron atraídos hacia la riqueza material.

Algunos creyentes pensaron que siempre que el Mensajero estuviera con ellos, y siempre que tuvieran el apoyo y la ayuda de Dios, los incrédulos nunca los podrían vencer. Aunque eso era cierto, el revés les enseñó que merecer la ayuda de Dios requiere, además de creencia y devoción, deliberación, estrategia y firmeza. También se dieron cuenta de que el mundo es un lugar de prueba:

Sin duda alguna, antes de vosotros se han extinguido otros muchos modos de vida y prácticas (que ilustran la ley que Dios ha establecido para la vida de las sociedades humanas). Marchad sobre la Tierra y contemplad cómo acabaron los que negaron (los signos manifiestos de Dios y los Mensajeros). Esta (historia de los pueblos de antaño) es una aclaración (de la verdad) para toda la gente, una orientación clara (hacia una fe y una devoción más substancial) y una instrucción para los piadosos devotos. No desfallezcáis ni os apenéis, pues, porque seréis siempre superiores si sois (verdaderos) creyentes. Si habéis sufrido una herida (en Uhud), (sabed) que ellos (los incrédulos) han sufrido una herida similar (en Badr). Tales (históricos y azarosos) días los alternamos entre la gente por turnos para que Dios señale a los que (verdaderamente) creen y elija de entre vosotros a algunos que den fe de la verdad (con sus vidas). (Es un hecho que) Dios no ama a los malhechores (y al final castiga lo incorrecto y hace que la verdad sea superior). Y para que purifique a los creyentes (individualmente, de todas las impurezas, y colectivamente, de los hipócritas que se hallan entre ellos) y aniquile gradualmente a los incrédulos (3:137-41).

Los que no participaron en Badr imploraron a Dios sinceramente el martirio. Ellos estaban profundamente dedicados al Islam y anhelaban hallarse con Dios. Algunos como Abdullah ibn Yash, Anas ibn Nadr, Sad ibn Rabi, Amr ibn Yamuh y Abu Sad Haysama alcanzaron el martirio; el martirio de los otros se retrasó. El Corán canta las alabanzas de ellos como sigue:

Entre los creyentes se dan hombres (de gran valor) que han sido fieles a su alianza con Dios: entre ellos se dan aquellos que han cumplido con su promesa (permaneciendo firmes hasta la muerte), y aquellos que están esperando (su cumplimiento). Nunca han cambiado en modo alguno (33:23).

Cualquier éxito o triunfo radica en Dios, Quien hace lo que Él desea y no puede ser cuestionado. Creer en la Unidad de Dios significa que los creyentes deben atribuirle los logros siempre a Dios y nunca apropiarse de ellos. Si la decisiva victoria en Badr les hizo enorgullecerse un poco a algunos musulmanes, y si ellos atribuyeron la victoria a su propia prudencia, su juicio preparativo o a algunas causas materiales, esto podría haber sido parte del motivo de su revés.

En el ejército quraishí había varios soldados y comandantes ilustres (Jalid ibn Walid, Ikrima ibn Abi Yahl, Amr ibn al-As e Ibn Hisham) quienes fueron destinados por Dios para ser grandes servidores del Islam en el futuro. Ellos eran los más estimados y respetados entre la gente. Por el bien de su servicio futuro, Dios no deseó dañar sus sentimientos de honor del todo. Y como expresó Bediüzzaman Said Nursi, los Compañeros del futuro derrotaron a los Compañeros del presente.[342]

Los siguientes versículos explican la razón del contratiempo junto con sus secuelas y las lecciones que se pueden tomar de ello:

¿Creéis que vais a entrar en el Paraíso sin que Dios distingue a aquellos de vosotros que realmente se han esforzado (en Su causa) y distingue a los pacientes y férreos? (3:142).

(¿Creíais que la causa del Islam no era mantenida por Dios sino tan sólo mientras Muhammad viviese entre vosotros? Si es así, sabed que esta causa depende de Dios; y en cuanto a su función en la misma, sabed que) Muhammad es tan sólo un Mensajero, y ya ha habido Mensajeros antes que él. Si entonces él muriese o le mataran, ¿os daréis media vuelta? Quien se vuelva atrás no puede perjudicar a Dios en modo alguno. Pero Dios recompensará (abundantemente) a los agradecidos (los que son firmes en la causa de Dios). Nunca acontece que un alma muere si no es con la venia de Dios y en un momento designado. Quien desee la recompensa de este mundo, le concederemos de ella (en esta vida), y quien desee la recompensa del Más Allá, le daremos de ella; y pronto recompensaremos a los agradecidos (3:144-45).

Y por descontado que Dios cumplió Su promesa cuando les derrotasteis con Su permiso, hasta (el momento) que flaqueasteis, discutisteis la orden (dada a los arqueros de entre vosotros de que no abandonasen sus posiciones) y desobedecisteis, tras haceros contemplar eso (la victoria) que anhelabais. Entre vosotros hay quien se preocupa por esta vida y quien se preocupa por el Más Allá. Luego, os apartó de ellos (el enemigo), para probaros. Pero, sin duda, os ha perdonado: Dios posee favor y generosidad para los creyentes. Cuando huíais (del campo de batalla), sin prestar atención a nadie y el Mensajero os llamaba desde atrás (para que permanecieseis en la batalla); así, Dios os pagó con aflicción tras aflicción, para que no os entristecierais por lo que habíais perdido o por lo que os había sucedido. Dios se halla perfectamente informado de lo que hacéis (3:152-53).

Aquellos de vosotros que se dieron media vuelta el día en que se encontraron las dos tropas (en Uhud), Satanás les hizo tropezar por ciertos errores que habían cometido. Mas ahora, Dios les ha perdonado. Ciertamente, Dios es Indulgente y Clemente (3:155).

¡Oh vosotros que creéis! Nos seáis como aquellos que no creen y dicen de sus hermanos (que murieron) tras haber salido de viaje o a la guerra: «Si se hubiesen quedado con nosotros no habrían muerto ni les habrían matado». Dios quiso que semejantes pensamientos fuesen causa de aflicciones y desazones en sus corazones. Dios (sólo Él) da la vida y causa la muerte, y todo aquello que hacéis, Dios sin duda lo contempla. Y si os matan o morís en la causa de Dios, entonces, el perdón de Dios y la misericordia es mucho mejor que todo lo que puedan atesorar (en esta vida). Y, sin duda, si morís u os matan, seréis congregados ante Dios (3:156-58).

Si Dios os auxilia, no habrá quien pueda venceros; pero si os abandona, ¿quién estará ahí para ayudaros? Que los creyentes, pues, se encomienden a Dios (3:160).

¿Por qué, cuando os ha sobrevenido un desastre, a pesar de que vosotros habíais infligido el doble (del de vuestro enemigo en Badr), decís: «¿A que se debe esto?». Diles (Oh Mensajero): «Se debe a vosotros mismos». Ciertamente, Dios posee pleno poder sobre todas las cosas. Lo que os sobrevino el día en que se encontraron (en batalla) las dos tropas fue con permiso de Dios, para que Él distinguiese a los (verdaderos) creyentes. Y distinguiese a los que actuaron con hipocresía cuando se les dijo: «Venid y combatid en la causa de Dios o defenderos (activamente para mantener al enemigo fuera de la ciudad)»; indicaron: «Si hubiésemos sabido que iba a haber lucha, os habríamos seguido». Ese día estuvieron más cerca de la incredulidad que de la fe, diciendo con sus bocas lo que no estaba en sus corazones. Dios sabe muy bien lo que ocultaban (3:165-67).

No creáis que todos aquellos que han caído en la causa de Dios están muertos, sino que se hallan con vida; reciben su provisión junto a su Señor. Alegrándose con lo que Dios les ha concedido de Su favor y contentos por las buenas nuevas sobre los que han quedado atrás y aún no se les han unido, porque (en caso de martirio) no tendrán que temer ni se entristecerán. Se regocijan por las buenas nuevas de la gracia y generosidad de Dios (que ha dispuesto para los mártires) y porque Dios nunca deja que se eche a perder la recompensa de los creyentes (3:169-71).

No fue (la voluntad) de Dios dejar a los creyentes en el estado en que os encontráis ahora (no pudiéndose distinguir a los que tienen verdadera fe de los hipócritas), hasta que distinga al corrupto del puro. Tampoco fue (la voluntad de Dios) que os revelaría Lo Oculto (para que conozcáis vuestro futuro y tengáis acceso a los corazones de las personas). Pero Dios elige de entre Sus Mensajeros a quien Él quiere (y le imparte algo del conocimiento de Lo Oculto y completa la prueba a la cual os pone en el mundo). Así pues, creed en Dios y en Sus Mensajeros: Si (verdaderamente) creéis y vivís en piedad, apartándoos de la desobediencia a Él y a Su Mensajero, obtendréis una inmensa recompensa (3:179).

La última etapa de la Batalla de Uhud y la Campaña de Hamra al-Asad

Después de que terminara esa confusión, sus Compañeros se reunieron alrededor del Profeta, quien estaba herido y se había desmayado. Muchos Compañeros también estaban heridos. Se retiraron a lugares seguros en la montaña. El ejército quraishí empezó a abandonar el campo de batalla pensando que habían vengado la derrota en Badr. Al ver que no podían aplastar la resistencia de los musulmanes, montaron en sus cabalgaduras y se dirigieron hacia La Meca.

Al Mensajero le preocupaba que el ejército quraishí retornara y lanzara otro ataque contra Medina. Por lo tanto, en el segundo día de Uhud, ordenó que los que habían luchado el día anterior se agruparan y perseguieran a los incrédulos. Algunos miembros de la tribu Banu ‘Abd al-Qays, nombrados por Abu Sufyan, trataron de desanimarlos diciéndoles: «La gente se puso en vuestra contra, por eso temedlos». Pero esto solamente fortaleció la fe de los creyentes que contestaron: «¡Dios es suficiente para nosotros, ¡cuán excelente Guardián es!» (3:173).[343]

La mayoría estaba gravemente herida; algunos no podían mantenerse en pie y tenían que ser llevados por sus amigos.[344] En este momento tan crítico, se ciñeron sus espadas y se prepararon para dar sus vidas a instancias del Mensajero. Lo acompañaron a Hamra al-Asad, a trece kilómetros desde Medina. Los politeístas de La Meca se habían detenido y estaban hablando sobre un segundo ataque contra Medina. Sin embargo, cuando vieron a los creyentes, supuestamente casi derrotados, marchando hacia ellos, no pudieron armarse de suficiente valor y continuaron hacia La Meca.

La prudencia y el genio militar del Profeta tornaron la derrota en victoria. El enemigo no tuvo el valor suficiente para enfrentarse con la determinación de los musulmanes otra vez más marchando a Medina y regresaron a La Meca. Dios reveló los versículos siguientes alabando a los héroes musulmanes:

Aquéllos que respondieron a la llamada de Dios y del Mensajero, después del daño que les había acontecido, para todos aquellos que perseveraron haciendo el bien, conscientes de que Dios les contemplaba y actuando con veneración a Dios y piedad, existe una enorme recompensa. Aquéllos a los que la gente dijo: «Mirad, esa gente se ha reunido contra vosotros, por lo tanto, temedles». Pero eso no hizo sino darles más fe y respondieron: «¡Dios es suficiente para nosotros, ¡cuán excelente Guardián es!». Y regresaron con el favor y la generosidad de Dios sin sufrir mal alguno. Se esforzaron por conseguir la complacencia de Dios actuando del modo que Él aprueba. Dios es de una gracia y una munificencia formidables (3:172-74).

Hacia la Batalla del Foso

La tribu judía Banu Nadir era, en principio, el aliado declarado de los musulmanes en Medina. Sin embargo, sus miembros intrigaron en secreto con los paganos de La Meca y con los hipócritas de Medina. Hasta intentaron matar al Profeta mientras él los visitaba, quebrantando toda norma de hospitalidad así como su tratado. El Mensajero les pidió que cambiaran su posición estratégica, unos cinco kilómetros al sur de Medina, y estuvieron de acuerdo en hacerlo así. Pero cuando Abdullah ibn Ubayy, el jefe de los hipócritas, les prometió ayuda en caso de batalla, los Banu Nadir se mostraron reacios.

El ejército musulmán los sitió en sus fortalezas. Los Banu Nadir, al ver que ni los politeístas de La Meca ni los hipócritas de Medina se molestaron en ayudarles, abandonaron la ciudad. Estaban consternados pero se les perdonó la vida. Tenían diez días para abandonar la ciudad, la mayoría, junto con sus familias y todo lo que podían llevar, y muchos de ellos se unieron a sus hermanos en Siria y los otros en Jaybar.

Mientras volvían de Uhud, Abu Sufyan había desafiado a los musulmanes con una revancha en Badr para el año siguiente.[345] Pero cuando llegó la hora designada, le falló el valor. En un ardid para salvar las apariencias, envió a Nuaym ibn Masud (entonces un incrédulo) a Medina para que hiciera correr el rumor de que los quraishíes estaban haciendo grandes preparativos de guerra y juntaban un ejército enorme e invencible. Sin embargo, cuando el Profeta llegó a Badr con un ejército de mil quinientos guerreros, no había ningún enemigo. Permanecieron durante ocho días allí, esperando el temible encuentro; pero como no hubo ninguna señal de que apareciera el ejército quraishí, volvieron a Medina. Esta campaña se llamaba Badr al-Sughra (la pequeña Badr).

En 627, se le comunicó al Mensajero que las tribus del desierto, Anmar y Sa’laba, habían decidido atacar Medina. Él fue a Zat al-Riqa’ con cuatrocientos guerreros y al escuchar que las tribus enemigas habían huido, regresó a Medina.[346] Después de eso, marchó en busca de la tribu pagana Banu Mustaliq que se había preparado para luchar con los musulmanes. Los atacó y los derrotó con setecientos guerreros.[347] En el camino de vuelta a Medina, los hipócritas intentaron crear un clima de disensión entre los Emigrantes y los Ayudantes pero fracasaron. Los versículos enviados revelaban todos sus secretos y demostraban cuán contaminado era su mundo interior (63:1-11).

La Batalla del Foso

En 627, un grupo de los judíos expulsados de Banu Nadir, incluidos entre ellos a Sallam ibn Abi al-Huqayq, Huyayy ibn Ajtab y algunos de Banu Wa’il, fueron a La Meca. Ahí se encontraron con los quraishíes, les instaron a que continuaran la lucha, y les prometieron su ayuda y apoyo. Después estos judíos fueron a las tribus Ghafatan y Qays Aylan y prometiéndoles ayuda, también los alentaron a luchar contra el Mensajero.[348] Estas intrigas resultaron en una gran confederación contra los musulmanes por parte de los politeístas de La Meca, las tribus del desierto de Arabia Central, los judíos (tanto los expulsados como los que aún eran residentes) en Medina y los hipócritas. Los dos últimos constituyeron una quinta columna en Medina.

Cuando el Mensajero fue informado de este encuentro de la confederación de tropas contra los musulmanes a través de sus servicios de inteligencia, consultó a sus Compañeros. La opinión unánime de todos era quedarse en Medina y luchar desde allí. Salman al Farisi sugirió cavar un foso alrededor de la ciudad. Llevó seis días de febril trabajo construir este foso. El Mensajero dividió a los musulmanes en grupos de diez y les ordenó competir entre ellos. Era una tarea difícil, no había mucho tiempo, y la hambruna se extendía por todas partes. Pero aún así todos los Compañeros trabajaron con entusiasmo. Para no sentir el hambre, cada uno sujetó una piedra alrededor de su estómago y recitaban, mientras cavaban:

Somos la gente que
juró lealtad a Muhammad;
por eso debemos luchar siguiendo el camino de Dios
mientras vivamos.
Por Dios, si Él no nos hubiera permitido,
Nosotros no podríamos ser guiados.
Ni haber sido caritativos, ni realizaríamos los rezos.
Envía sobre nosotros calma y tranquilidad
Y haz que nos mantengamos firmes si nos enfrentamos al enemigo.
[349]

El Mensajero, cavando junto a ellos con dos piedras ajustadas alrededor de su estómago, les contestó con un pareado:

¡Oh Dios! La vida real es la vida del Más Allá,
Así que, perdona a los Ayudantes y a los Emigrantes.
[350]

Mientras cavaban el foso, los Compañeros desenterraron una roca grande que no podían romper. Cuando el Mensajero se enteró de ello empezó a golpearla con su piqueta. En la luz de las chispas resultantes, predijo: «Me han sido otorgadas las llaves de Persia; mi comunidad la conquistará». Volvió a golpear la roca y otra vez en el fulgor resultante del roce de la roca con el metal declaró: «Dios es el Más Grande. Me han sido otorgadas las llaves de Bizancio. Mi comunidad la conquistará».[351]

Medina bajo amenaza

Los aliados avanzaron hacia Medina con la esperanza de aniquilar a los musulmanes en una batalla a campo abierto. Sin embargo, enfrentarse con esta nueva estrategia fue el primer golpe para ellos. Con unos veinte mil soldados acamparon cerca del foso. Los habitantes de Medina no tenían más de tres mil soldados. Además, los quintacolumnistas de la tribu judía Banu Qurayza y los infiltrados de los hipócritas ya habían contactado con el enemigo. Como señala el Corán en la sura 33:12-20, cuando los hipócritas avistaron al enemigo por primera vez, entre ellos ya se había propagado un sentimiento derrotista. No contentos con su propia deslealtad, intentaron influir en los demás, los cuales pusieron excusas poco convincentes para retirarse. Si el enemigo pudiera conseguir la entrada, ellos traicionarían a la ciudad.

El Mensajero, una vez más, demostró su sagacidad y su genio militar: Posicionó a los soldados dentro de la ciudad de modo que pudieran proteger sus casas frente los posibles ataques de Banu Qurayza. Llegó el momento más crítico cuando la tribu Banu Qurayza mandó un hombre a Medina para estar al corriente de las condiciones en las que se encontraban las mujeres musulmanas. Sin embargo, sus esperanzas fueron frustradas cuando Safiyya, la tía del Profeta, ajustició al espía.[352]

Mientras la guerra continuaba con intercambios de saetas y proyectiles de piedra, el Mensajero emprendía tentativas diplomáticas con la intención de dividir a los Aliados. Se puso en contacto con los líderes del Ghatafan y ofreciéndoles paz, les instó a que retirara a su gente. Nuaym ibn Masud, un líder aliado que había venido antes de la batalla a Medina para sembrar la discordia, empezaba a inclinarse a favor de la causa del Islam. Durante la batalla, entró en el Islam secretamente y siguió la orden del Mensajero de provocar la desconfianza entre las filas de Banu Qurayza. Nuaym los enemistó con los quraishíes afirmando que los habitantes de La Meca los abandonarían y deberían rehusar la ayuda de Quraish hasta que éstos les entregaran rehenes. Y después les dijo a los quraishíes que los Banu Qurayza no podían cumplir su promesa e intentaban entretenerlos exigiendo a los rehenes compartir la responsabilidad en caso de ser derrotados. Esta estratagema tuvo éxito y la disensión creció entonces entre los Aliados.[353]

El Mensajero, gracias al monte Sal que se encontraba detrás de la ciudad y protegía a ésta en su retaguardia, había ordenado que un paso estrecho sea abierto en el foso defensivo pues Él contaba con que los jinetes de Quraish más adelantados intentarían cruzar por allí. Y esto es lo que sucedió, que algunos de los más renombrados guerreros Quraishíes intentaron cruzar este punto para entablar combate individual. Entre ellos estaban Amr ibn Abd Wudd, Ikrima ibn Abi Yahl, Hubayra ibn Abi Wahb, Dirar ibn al-Jattab, y Nawfal ibn Abdullah ibn al-Mughira.

Orgulloso de su fuerza y habilidad en la lucha, Amr desmontó de su caballo y se enfrentó con ‘Ali, el cual había sido designado para luchar por el Mensajero. Amr avanzó hacia ‘Ali con su espada desenvainada. Rápidamente asestó un golpe con su arma pero ‘Ali lo atajó con su escudo. A continuación ‘Ali contraatacó y golpeó con tal fuerza a su rival que el polvo que había a su alrededor se elevó. Entonces las palabras «¡Allahu Akbar!» (Dios es el Más Grande) fueron escuchadas. ‘Ali había aniquilado a su oponente.[354] También mató a Dirar, a Hubayra y a Nawfal.[355] Ninguno otro jinete o general quraishí pudo cruzar por este lugar. El sitio se prolongó durante veintisiete días. Los musulmanes soportaron con gran sufrimiento la hambruna, el frío, la lluvia interminable de flechas y proyectiles de piedra, las tentativas de cruzar el foso mediante ataques concentrados y traiciones e intrigas dentro de Medina. El Corán describe esta situación así:

(Recordad) cuando vinieron sobre vosotros por encima de vosotros (desde el este), y desde debajo de vosotros (desde el oeste), y cuando (vuestros) ojos estaban sin brillo, y (vuestros) corazones subieron a las gargantas, y (aquellos de débil fe entre) vosotros abrigabais pensamientos inútiles sobre Dios. Allí (en medio de esas circunstancias) los creyentes fueron puestos a prueba, y fueron sacudidos con un golpe tremendo. Y (recordad) cuando los hipócritas y aquellos en cuyos corazones había una enfermedad (justo en ese punto de la situación) decían: «Dios y Su Mensajero no nos prometieron sino el engaño». Y cuando un grupo entre ellos dijo: «¡Oh gente de Yazrib! No podéis resistir al enemigo (aquí); por lo tanto, regresad (a vuestras casas)». Y otro grupo entre ellos pidió el permiso del Profeta, diciendo, «Sin duda nuestras casas están expuestas (al ataque)», aunque (en realidad) no lo estaban. No desearon nada más que huir (33:10-13).

Casi cuatro semanas más tarde, durante las cuales el enemigo estuvo desmoralizado a causa de su fracaso y los creyentes demostraban su paciencia y lealtad, vino del este una ráfaga penetrante de aire helado. Las tiendas de los enemigos fueron arrancadas de cuajo, sus fuegos fueron apagados, y la arena y la lluvia azotaba sus rostros. Aterrorizados por los portentos en contra de ellos, y ya divididos por la discordia, se retiraron pronto. Hudayfa al-Yamani, enviado por el Mensajero para espiar los movimientos del enemigo, escuchó a Abu Sufyan decir: «¡Venga, nos vamos a casa!».[356]

Los musulmanes salieron victoriosos con la ayuda de Dios, porque las fuerzas ocultas (los ángeles) les estaban ayudando:

¡Oh vosotros que creéis! Recordad el favor de Dios sobre vosotros cuando las huestes (del enemigo) vinieron sobre vosotros, y Nosotros enviamos contra ellos un viento violento (que congela) y huestes (celestiales) que no pudisteis ver. Y Dios vio todo lo que hicisteis (33:9).

La Batalla del Foso fue la última tentativa quraishí para destruir el Islam y los musulmanes. A continuación de su retirada siendo derrotados y humillados, el Mensajero declaró: «A partir de este momento vamos a marchar sobre ellos; ya no serán capaces de atacarnos por más tiempo».[357]

Después de que los Aliados fueran vencidos y volvieran a su casa, el Mensajero centró su atención en Banu Qurayza, que había traicionado su acuerdo con el Mensajero y se alió con los quraishíes. Y también concedieron asilo a los líderes de Banu Nadir como Huyay ibn Ajtab quien había sido expulsado de Medina y siguió conspirando contra los musulmanes.

Apenas el Mensajero había regresado de esta batalla cuando el Arcángel Gabriel se le apareció y le dijo: «No me he desprendido aún de mi cota de malla y parto al encuentro de Banu Qurayza».[358] El Mensajero ordenó a sus Compañeros marchar sobre esta tribu judía y montar su tienda de batalla frente a su fortaleza. Si le hubieran solicitado el perdón él se lo habría concedido pero prefirieron resistirse. El Mensajero los asedió durante veinticinco días. Al final preguntaron por los términos de rendición, acordando que debían someterse a la justicia de Sad ibn Muaz quien decretaba veredicto según la Tora. Esto fue el final de las conspiraciones de Banu Qurayza además de la presencia de los judíos en Medina.[359]

Sad ibn Muaz, un líder de los Ayudantes, había sido herido en la Batalla del Foso. Rezó a Dios: «Oh Dios, si soy capaz de luchar una vez más al lado del Mensajero déjame vivir, sino, estoy preparado para morir». Se martirizó muy poco después de que terminaran las conspiraciones judías.[360]

Hacia la Conquista de La Meca

Como se va a explicar con mayor detalle más adelante, el Tratado de Judaybiya fue una clara victoria que abrió una puerta a nuevos y más grandes triunfos. Terminó la amenaza de La Meca, y el Mensajero mandó enviados a los países vecinos para invitarles al Islam. También empezó a solucionar los problemas con los que se enfrentaba dentro de Arabia.

La mayoría de los judíos de Banu Nadir habían sido reasentados en Jaybar. Junto a ellos, los judíos de Jaybar continuaron su lucha en contra del Islam, en momentos distintos, colaborando ya sea con los quraishíes o con Banu Ghatafan. La tribu Banu Nadir tuvo un papel decisivo en la formación de una alianza contra los musulmanes de veinte mil hombres, derrotados en la Batalla del Foso. Los musulmanes trataron de poner fin a esta hostil presencia continua de los judíos para que Arabia fuera un lugar seguro y libre en el futuro y así allanar el camino de la predicación del Islam.

El castigo de Banu Qurayza provocó que los judíos de Jaybar se aliaran con Banu Ghatafan con la intención de atacar Medina.[361] Estaban realizando los preparativos cuando, después del Tratado de Judaybiya, el Mensajero marchó sobre Jaybar. Hizo como si fuera a atacar a Banu Ghatafan y los obligó a refugiarse en los límites de su fortaleza para que no ofrecieran ayuda a los judíos de Jaybar. Luego se dirigió de repente hacia Jaybar. Los campesinos del lugar, que habían abandonado temprano sus casas con sus herramientas de labranza, vieron al ejército musulmán acercarse a la ciudad y empezaron a huir y refugiarse en sus formidables alcázares.

El Mensajero cercó Jaybar durante tres semanas. Hacia el final del sitio, reunió a sus soldados y les dijo: «Mañana entregaré el estandarte a aquel que ama a Dios y a Su Mensajero y que es amado por Dios y por Su Mensajero. Dios nos permitirá conquistar Jaybar a través de él».[362] Al día siguiente, casi todos esperaban recibir el estandarte. Sin embargo, el Mensajero preguntó por ‘Ali. Dijeron que «le dolían los ojos», el Mensajero ordenó que lo trajeran a su presencia, aplicó su saliva a los ojos doloridos de ‘Ali (así se le curaron los ojos) y le dio el estandarte.[363] ‘Ali marchó a la fortaleza, y después de una batalla encarnizada, Jaybar fue conquistada. Entre los prisioneros estaba una mujer noble, Safiyya, hija de Huyay ibn Ajtab, el jefe de Banu Nadir. Casándose con ella, el Mensajero estableció un parentesco con la gente conquistada.

La Batalla de Mu’ta

En un clima de paz establecido gracias al Tratado de Judaybiya, el Mensajero envió cartas a los reinos vecinos para invitarlos a abrazar el Islam. El soberano Shurahbil de Busra, un árabe cristiano, asesinó al enviado (Hariz ibn Umayr). Esto fue una violación imperdonable de los tratados internacionales y una falta de respeto al prestigio del Islam que no podía quedarse sin respuesta. El Mensajero formó un ejército de tres mil hombres, con Zayd ibn Hariza como comandante y dijo: «Si algo le pasará a Zayd, Yafar ibn Abi Talib asumirá el mando. Si Yafar muere martirizado, Abdullah ibn Rawaha tomará el mando. En el caso de que le acontezca algo a Abdullah, entonces elegid a alguien de entre vosotros como comandante».

Cuando el ejército musulmán llegó a Mu’ta, se encontró con el ejército bizantino compuesto por cien mil soldados. Obviamente iba a ser una batalla encarnizada. Cada guerrero musulmán debía luchar contra treinta y tres del enemigo. Mientras tanto, el Mensajero estaba en la mezquita relatando la lucha a aquellos que estaban a su alrededor. Zayd tomó el estandarte. Se abrió paso en las filas enemigas y fue martirizado. El estandarte pasó a Yafar ibn Abi Talib. Él también fue elevado al Paraíso. Entonces Abdullah ibn Rawaha tomó el estandarte y también fue martirizado. Ahora bien, en estos momentos el estandarte ya estaba en las manos de uno de las «espadas de Dios»,[364] o sea Jalid ibn Walid, que a partir de ese instante sería llamado «la Espada de Dios».[365]

Cuando se hizo de noche, Jalid situó las tropas en la parte posterior del frente y cambió la posición de los flancos, colocando los que estaban a la derecha a la izquierda y viceversa. Al ver las nuevas tropas por la mañana, el ejército bizantino se desmoralizó. Cuando cayó la noche, ambos ejércitos se separaron el uno del otro y se retiraron. El ejército musulmán regresó a Medina con tan sólo doce bajas. Aunque esto significó una victoria para los musulmanes, les avergonzaba ver al Mensajero. Sin embargo, él les dio la bienvenida y los consoló: «Vosotros no huisteis; os retirasteis para uniros a mí. Después de armaros de valor vais a luchar de nuevo contra ellos».

La Conquista de La Meca y sus repercusiones

En 627, el Mensajero tuvo un sueño o una visión en la que él y sus Compañeros entraban en la Mezquita Sagrada de La Meca a salvo, con sus cabezas afeitadas o con el pelo recortado, y sin miedo. Como se explicará más adelante, desde tiempo atrás se les impedía la entrada en La Meca; por eso hicieron un tratado con los quraishíes en Judaybiya. Al principio, a los musulmanes no les parecieron bien las condiciones de dicho pacto pero los versículos revelados después proclamaron al tratado como una victoria muy clara.

Los dos años que siguieron a este evento demostraron la veracidad de aquellas palabras. Figuras tan relevantes como Jalid ibn Walid y Amr ibn al-As se hicieron musulmanes y el Islam se divulgó por toda Arabia. Se puso fin a las conspiraciones judías y el Islam se extendió a otras tierras a través de las cartas enviadas a los reyes vecinos. Al cabo de este período, Banu Bakr (una tribu aliada quraishí) atacó a Banu Juda’a (una tribu aliada de los musulmanes) y asesinaron a algunos de ellos. De este modo se había roto la tregua entre los musulmanes y los quraishíes. Como ya no podían oponerse a los musulmanes, Abu Sufyan se presentó en Medina con la esperanza de renovar la tregua. Sin embargo, el Mensajero se negó a recibirlo.[366]

El Mensajero empezó a hacer preparativos para la guerra. Como siempre, lo guardó en secreto y nadie, incluso sus mujeres y sus mejores amigos sabían dónde iba a tener lugar la campaña. Cuando Abu Bakr le preguntó a su hija ‘Aisha adónde pensaba dirigirse el Mensajero, ella respondió que no lo sabía.[367] Sin embargo, un emigrante llamado Jatib ibn Abi Baltaa adivinó sus intenciones y mandó una carta a los quraishíes informándoles de los planes del Mensajero. El Profeta, al enterarse de eso por medio de la Revelación, ordenó a ‘Ali y a Zubayr que interceptaran dicha carta, que una mujer portaba por encargo de Jatib; lo lograron con éxito.[368]

El Mensajero salió de Medina con diez mil hombres. Dos años antes, en su primer intento de peregrinación menor (umra), fruto del Tratado de Judaybiya, fueron mil seiscientos. La resultante atmósfera de paz provocó que muchos reconsideraran y aceptaran el Islam.

Los Compañeros no conocieron su destino hasta que se les ordenó dirigirse hacia La Meca. Cuando se acercaron a la ciudad sagrada, el Profeta ordenó que cada soldado encendiera un fuego, para que el pueblo de La Meca estimara en un número mayor la cifra de combatientes, ya que los habitantes de La Meca, en lugar de un fuego por hombre encendían uno por tienda mientras viajaban por el desierto.[369] Por ende, ellos calcularon que el ejército musulmán constaba de casi treinta mil hombres. Como no tenían modo alguno de resistir, se rindieron. Abu Sufyan, quien había sido invitado por el mismo Mensajero a ver el ejército musulmán, también lo aconsejó así.

El Mensajero no deseaba la perdida de vidas humanas. Dividió a su ejército en seis columnas, y cada una entró en La Meca por accesos diferentes. El Profeta ordenó a sus comandantes que evitaran la lucha y el derramamiento de sangre hasta que no fueran atacados. Para llevar a cabo este objetivo y conquistar La Meca pacíficamente, anunció: «Los que se refugien en la Kaba estarán a salvo, los que se cobijen en la casa de Abu Sufyan no serán importunados y los que permanezcan en sus propias casas también estarán seguros».[370]

Como Profeta de la misericordia absoluta que vino para asegurar la felicidad de la humanidad tanto en este mundo como en el otro, el Mensajero entró en La Meca, inclinándose sobre el lomo de su mula, como un conquistador victorioso. No se mostró orgulloso de sí mismo y tampoco pensaba vengarse o tomar represalias. Él avanzó hacia la Kaba en completa modestia y absoluta gratitud a Dios, que lo había hecho victorioso en su misión sagrada. Se detuvo en la Kaba y les preguntó a sus enemigos: «¿Cómo creéis que os voy a tratar?». Ellos contestaron: «Tú eres un hombre noble, hijo a su vez de un hombre noble». El Mensajero declaró: «Hoy no se os reprochará nada. Dios os perdonará; Él es el Más Misericordioso de los Misericordiosos. Os podéis marchar».[371]

Esto marcó el final de politeísmo en La Meca. Mientras él destruía los ídolos en la Kaba, pronunció: Y di: «La verdad ha venido y la falsedad se ha desvanecido. Sin duda, la falsedad siempre tiene que desvanecerse por su propia naturaleza» (17:81).[372] Casi todos los habitantes de La Meca se hicieron Compañeros en ese momento.

La Batalla de Hunayn

Las tribus árabes esperaban a ver quién ganaría antes de aceptar el Islam, diciendo: «Si Muhammad prevalece sobre su gente, es un Profeta». Por consiguiente, después de la victoria de los musulmanes empezaron a abrazar el Islam en multitudes. Esto impresionó tanto a los paganos, que organizaron una gran reunión cerca de Taif para coordinar sus proyectos de ataque. Las tribus Hawazin y Zaqif, famosas por su coraje y su excelente dominio del tiro con arco, tomaron la delantera y prepararon una gran expedición contra La Meca. Informado de sus movimientos por Abdullah ibn Hadrad, quien había sido enviado allí en labores de espionaje, el Mensajero actuó así en consecuencia y dejó La Meca con doce mil musulmanes que estaban llenos de entusiasmo por las dos mil nuevas conversiones acontecidas entre sus filas. Para proteger La Meca y consolidar la creencia de los nuevos musulmanes curando sus sentimientos heridos, el Mensajero no quiso luchar en el interior de La Meca.

La batalla se libró en Hunayn, un valle entre La Meca y Taif. Los nuevos musulmanes tenían más entusiasmo que sabiduría, más sensación de euforia que de fe y una confianza enorme en la honradez de su causa. Y el enemigo, a su vez, poseía la ventaja de conocer el terreno a fondo. Ellos tendieron una emboscada en la cual la avanzadilla de los musulmanes fue capturada o intencionadamente empujada por el Mensajero a ser apresada, quien parecía haberlo planeado así con el pretexto de engañar al enemigo haciéndoles ver que se batían en retirada. Sin embargo, el repliegue fue confuso y se produjo bajo una lluvia de flechas enemigas.

El Profeta, manteniendo como siempre la calma mediante su fe y sabiduría en estas horas tan cruciales, espoleó su caballo hacia posiciones más adelantadas. Su tío Abbas estaba a su derecha, y el hijo de su tío, Fadl, a su izquierda. Mientras Abu Sufyan ibn al-Hariz intentaba detenerlo, el Mensajero gritaba: «Ahora la guerra ha sido declarada. ¡Soy un Profeta! ¡Esto no es una mentira! ¡Soy el nieto de Abdulmuttalib! ¡Tampoco es una mentira!».[373]

Abbas gritó: «¡Compañeros que juraron lealtad bajo el árbol de la acacia!».[374] Desde todos los lugares se oyeron respuestas: «¡Labbayk!» —¡A tu servicio!—, y siguieron al Profeta. El enemigo, ahora en el centro del ejército musulmán, fue rodeado por todos los lados. El coraje, la sabiduría y la firmeza del Mensajero convirtieron un fracaso aparente en una victoria decisiva. Fue la ayuda de Dios lo que permitió que los musulmanes ganaran en ese día. Completaron la victoria con una persecución enérgica del enemigo, apropiándose de sus campos, capturando sus rebaños de ganado y apresando sus familias, que ellos se habían traído consigo, jactándose de poder conseguir una victoria fácil.

El enemigo derrotado se refugió en Taif. La victoria de los musulmanes persuadió a las tribus del desierto a aceptar el Islam, y a partir de entonces, de manera paulatina, las tribus rebeldes y Taif también se rindieron y abrazaron el Islam.

La expedición a Tabuk

El resultado del encuentro de los musulmanes con los bizantinos en Mu’ta impactó a Arabia y a todo el Oriente Medio, ya que los bizantinos no habían vencido, aunque superaron en una proporción de treinta y tres a uno a los musulmanes. Finalmente, miles de personas procedentes de las tribus semi-autónomas árabes que vivían en Siria y en los territorios colindantes se convirtieron al Islam. Para vengarse de lo ocurrido en Mu’ta y evitar el avance del Islam, Heraclio (el emperador bizantino) ordenó realizar preparativos militares para invadir Arabia.

El Mensajero, siempre consciente de los desarrollos que tenían que ver con su misión, rápidamente decidió desafiar a los bizantinos en el campo de batalla. Cualquier demostración de debilidad por parte de los musulmanes podría haber reanimado las fuerzas agonizantes del politeísmo y la hostilidad árabe, que habían recibido un golpe aplastante en Hunayn. Tal manifestación de flaqueza también podría animar a los hipócritas de Medina y causar un daño enorme al Islam desde su interior. Ellos ya estaban en contacto con el príncipe cristiano gasánida y con el emperador bizantino, y habían construido una mezquita a la que el Corán llama la Mezquita de Dirar (Disensión) (9:107), cerca de Medina para servir como su base operativa.

Consciente de la gravedad de la situación, el Mensajero públicamente apeló a los musulmanes a prepararse para la guerra y, contra su práctica habitual, declaró que los bizantinos eran su objetivo militar.

Era pleno verano. El tórrido calor que abrasaba la piel estaba en su máximo apogeo, la temporada de la cosecha acababa de llegar, y había escasez de recursos materiales. Además, el enemigo era una de las dos superpotencias regionales de ese momento, aunque los Compañeros respondieron ardientemente a su llamada y comenzaron sus preparativos de guerra, todos contribuyendo con mucho más de lo que sus medios económicos podían garantizar. Las enormes cantidades de dinero fueron donadas por los Compañeros adinerados, tales como ‘Uzman y Abd al-Rahman ibn al-Awf.[375] Aquellos que no pudieron ser incluidos en el ejército musulmán, debido a la escasez de animales a los que montar y otras provisiones necesarias, lloraron tan amargamente y lamentaron su exclusión tan patéticamente que el Mensajero se conmovió. Dios los elogia en el Corán (9:92). La ocasión, de hecho, sirvió como piedra de toque para diferenciar a los sinceros de los falsos, a los creyentes de los hipócritas.

En 631, el Mensajero y treinta mil soldados dejaron Medina y marcharon sobre Tabuk, bastante cerca de lo que era entonces territorio bizantino en Siria. El emperador bizantino, que había comenzado a reunir un enorme ejército, abandonó dicho proyecto e hizo que su ejército se retirara, ya que el Mensajero había llegado antes de lo esperado y mucho antes de que las concentraciones de tropas bizantinas se completaran.[376]

El Mensajero permaneció en Tabuk durante veinte días, y obligó a varios estados vasallos, bajo la hegemonía bizantina, a pagar la contribución urbana —yizya— y vivir bajo su dominio. Muchas tribus cristianas abrazaron el Islam por voluntad propia.[377] Esta victoria sin derramamiento de sangre permitió a los musulmanes consolidar su posición antes de lanzar un conflicto prolongado contra los bizantinos, e hizo pedazos el poder tanto de los incrédulos como de los hipócritas en Arabia.

[313] Estaba a punto de ser el rey de Medina cuando empezó la Hégira. Viendo que mucha gente había aceptado al Profeta como el nuevo líder de Medina, finalmente se convirtió al Islam. Sin embargo, la pérdida de su reino hizo que creciera en él sentimientos de rencor y de venganza y provocó que se convirtiera en el líder de los hipócritas, siendo una espina clavada en la comunidad musulmana.
[314] Incluso cuando Dios prometió que una de las dos huestes (la caravana de mercancías y el ejército de La Meca que se acercaba) caería en vuestro poder, aún así pretendíais que fuera el menos poderoso y armado el que cayese en vuestras manos; pero Dios quería hacer prevalecer la verdad por Sus decretos, haceros triunfar y aniquilar a los incrédulos (haciendo que sus líderes mueran). (Dios así lo dispuso) para hacer prevalecer la verdad y hacerla triunfar y probar la falsedad como falsa, no importa cuán odioso les puede resultar a los incrédulos criminales (8:7-8).
[315] Ibn Sad, 3:162.
[316] Muslim, Kitab al-Yihad wa al-Siyar, 30; Waqdi, «Maghazi», 1:48-49.
[317] Tabari, Tariqh al-Umam wa al-Muluk, 2:430.
[318] Ibn Hanbal, 1:411, 418.
[319] Ibn Sad, 3:120.
[320] Ibn Hanbal, 1:159.
[321] Ibn Hisham, 2:127.
[322] Ibíd, 1:621.
[323] Ibíd, 1:668; Ibn Hanbal, 1:368.
[324] Ibn Hisham, 2:277.
[325] Ibn Hisham, 2:280-7; Ibn Kazir, 3:350.
[326] Abu Dawud, 2:53; Muslim, 5:170.
[327] Ibn Hisham, 3:58.
[328] Un sistema consultivo de gobierno es un artículo imprescindible de la constitución islámica. En el mismo se buscan a los piadosos y los que tienen juicio acertado y conocimiento experto, y que se ganan la confianza de la gente. A cambio, se espera que expresen sus opiniones según los dictados de su conciencia con precisión e integridad. Este sistema consultivo es tan importante que Dios elogia a la primera comunidad musulmana ejemplar cuyos asuntos se resuelven mediante un consejo entre todos. Cuando se considera el liderazgo del Profeta esa importancia se hace más explícita. Él nunca habló por capricho y apoyado en su mera autoridad, tan sólo transmitió lo que Dios le había revelado (53:3-4). Así, él prefirió la opinión de la mayoría a la suya. Pero desde el momento en que tuvo que ejecutar sus decisiones en total sumisión y confianza hacia Dios, no pudo cambiar éstas por diversas razones: la primera, que podría causar cierta presión a otros para aceptar sus opiniones; la segunda, que los líderes que cambian sus decisiones según sus inquietudes e intereses personales pueden perder su autoridad y seriedad; la tercera, que cualquier vacilación o duda transmite sensaciones de miedo, ansiedad y confusión a los seguidores; la cuarta, que si el Mensajero hubiera cambiado su decisión y defendiera a los musulmanes de los que estaban en La Meca, un sentimiento de derrota invadiría a sus oponentes y les llevaría a estos últimos a criticarle a él y a los Compañeros destacados. En cada una de sus palabras y actos, el Mensajero establece un ejemplo a ser seguido. Todas las reflexiones anteriormente citadas se refieren a su comportamiento anterior a Uhud y sus palabras: «No es apropiado de un Profeta despojarse de la cota de malla después de habérsela puesto».
[329] Ibíd. 3:664-67.
[330] Bujari, Itisam, 28; Ibn Hisham, «Sira», 3:68.
[331] Ibn Hisham, 3:68.
[332] Bujari, «Yihad», 164; Abu Dawud, «Yihad», 6.
[333] Muslim, «Fada’il al-Sahaba», 128; Ibn Hanbal, 3:123.
[334] Hayzami, Majma al-Zawaid, 6:109.
[335] Ibn Sad, Tabaqaat, 3:12; Waqidi, «Maghazi», 221.
[336] Qadi Iyad, «Shifa», 1:78-9; Hindi, Kanz al-Ummal, 4:93.
[337] Ibn Hisham, 3:99.
[338] Ibn Sad, «Tabaqat», 8:413-15.
[339] Ibn Hanbal, 3:201; Bayhaqi, Sunan, 9:44.
[340] Ibn Kazir, Al-Bidaya, 4:35-6.
[341] Tabari, Tarij, 3:17; Ibn Azir, Al-Kamil, 2:74; Ibn Hisham, «Sira», 3; 100.
[342] Said Nursi, Lemalar, 28, Estambul.
[343] Ibn Hisham, 3:120; Ibn Kazir, Al-Bidaya, 4:43.
[344] Ibn Hisham, 3:101.
[345] Ibn Hisham, 3:94; Ibn Sad, 2:59.
[346] Ibn Hisham, 3:213.
[347] Ibn Kazir, 4:178-79.
[348] Ibn Hisham, 3:225-26; Waqidi, 441-43.
[349] Bujari, «Manaqib al-Ansar», 9; «Maghazi», 29; Muslim, «Yihad», 123-25.
[350] Bujari, «Manaqib», 9; Muslim, «Yihad», 127.
[351] Ibn Hisham, 3:230; Ibn Kazir, Al-Bidaya, 4:116.
[352] Ibn Hisham, 3:239.
[353] Ibíd., 3:240-42.
[354] Ibíd., 3:235-36.
[355] Ibn Kazir, 4:123.
[356] Ibn Hisham, 3:243.
[357] Bujari, «Maghazi», 29; Ibn Hanbal, 4:262.
[358] Bujari, «Maghazi», 30.
[359] Ibn Hisham, 3:249-51.
[360] Ibn Hisham, 3:238, 262; Ibn Sad, 3:423-24; Tabari, Tarij, 3:49.
[361] Ibn Hisham, 3:226; Diyarbakri, Jamis, 1:540.
[362] Bujari, «Maghazi», 38.
[363] Bujari, 5:77; Muslim, 4:1872.
[364] Bujari, «Maghazi», 44.
[365] Ibn Hanbal, 5:299; Tabari, 3:110.
[366] Ibn Hisham, 4:31.
[367] Ibíd., 4:39.
[368] Ibíd., 4:41.
[369] Ibn Kazir, Al-Bidaya, 4:330; Ibn Hisham, 6:41-45.
[370] Ibn Kazir, 4:331-32.
[371] Ibn Sad, 2:142; Ibn Hisham, 4:55; Tabari, 3:120; Balazuri, Futuh al-Buldan, 1:47.
[372] Bujari, 5:93; Muslim, 3:1408; Ibn Hisham, 4:59; Ibn Sad, 2:136.
[373] Bujari, «Yihad», 52; Muslim, «Yihad», 78.
[374] Ibn Kazir, 4:373.
[375] Bujari, «Tafsir», 18; Ibn Hisham, 4:161; Tabari, Tarij, 3:143; «Tafsir», 10:161.
[376] Ibn Sad, 2:165-68; Tabari, Tariqh, 3:100-11.
[377] Ibn Kazir, Al-Bidaya, 5:13.

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