La escala de valores creada por el Mensajero
Es difícil para nosotros comprender al profeta Muhammad completamente. Debido a que tendemos a dividir en categorías el Universo, la vida y la humanidad misma, carecemos de una visión unitaria. No obstante, el profeta Muhammad combinaba perfectamente en su persona el intelecto de un filósofo, el valor de un comandante, el genio de un científico, la sabiduría de un sabio, la visión y la capacidad administrativa de un estadista, la profundidad de un maestro sufí y el conocimiento de un erudito.
Los filósofos preparan estudiantes, no seguidores; los líderes sociales o revolucionarios preparan seguidores, no gente completa; los maestros sufíes instruyen «señores de sumisión», no luchadores activos o intelectuales. Pero en el profeta Muhammad encontramos las características del filósofo, el líder revolucionario, el guerrero, el estadista y el maestro sufí. Su escuela es de intelecto y pensamiento, revolución, sumisión y disciplina, bondad, belleza, éxtasis y movimiento.
El profeta Muhammad transformó a los groseros, ignorantes, salvajes y obstinados árabes del desierto en hábiles luchadores, en una comunidad de sinceros devotos de una sublime causa, una sociedad de dulzura y compasión, en una asamblea de santidad y en una hueste de intelectuales y eruditos. En ninguna parte vemos semejante fervor y ardor combinados con dulzura, amabilidad, sinceridad y compasión. Ésta es una característica única de la comunidad musulmana, algo visible desde sus primeros días.
El «Jardín» de Muhammad
Islam, la escuela del profeta Muhammad, ha sido un jardín rico en todo tipo de «flores». Como agua que cae en una cascada, Dios ha hecho brotar de dicho jardín seres tan majestuosos como Abu Bakr, ‘Umar, ‘Uzman, ‘Ali, ‘Umar ibn Abd al-Aziz, Mahdi al-Abbasi, Harun al-Rashid, Alp Arslan, Mehmet «El Conquistador», Selim y Sulayman «El Magnífico». Éstos no sólo eran estadistas de gran calibre e invencibles jefes militares, sino hombres de profunda espiritualidad, hondo conocimiento, oración y literatura.
El puro y bendito clima del Mensajero dio lugar a que surgiesen comandantes invencibles. En la primera generación, vemos genios militares tales como Jalid, Sad ibn Abi Waqqas, Abu Ubayda, Shurahbil ibn Hasana y Ala al-Jadrami. Fueron seguidos por comandantes tan brillantes como Tariq ibn Ziyad y Uqba ibn Nafi, los cuales combinaron el genio militar con la ternura humana, la convicción religiosa y la devoción.
Cuando Uqba, el conquistador del Norte de África, alcanzó el Océano Atlántico, a tres mil doscientos kilómetros de distancia de Arabia, gritó: «¡Y ahora, Dios, llévate mi alma! ¡Si este océano no se extendiese ante mí, transmitiría Tu Sagrado Nombre a través del mismo a otras tierras!». Apenas podemos imaginarnos a Alejandro Magno pensar lo mismo cuando salió hacia Persia. Aun así, ambos conquistadores realizaron hazañas comparables.
El idealismo de Uqba y su «posibilidad» respecto a la Voluntad Divina se convirtió en una irresistible acción en este mundo. El imperio de Alejandro se hundió tras su muerte mientras que las tierras conquistadas por Uqba aún mantienen el Islam como cosmovisión, credo y modo de vida dominantes catorce siglos después, a pesar de los intentos realizados para cambiar dicha realidad.
Tariq era un comandante victorioso. No sólo cuando pudo derrotar a los noventa mil hombres que componían el ejército visigodo con un puñado de abnegados hombres valientes, sino también cuando se paró ante el tesoro del rey visigodo y se dijo a sí mismo: «¡Cuidado, Tariq! Ayer eras un esclavo y hoy eres un comandante victorioso; y mañana vas a estar bajo la tierra».
Yavuz Selim, el Sultán Otomano que vio el mundo demasiado pequeño para dos gobernantes, fue realmente victorioso cuando coronó a algunos reyes y destronó a otros; y también cuando entró silenciosamente en Estambul mientras la gente dormía, tras conquistar Siria y Egipto, a fin de evitar la entusiasta bienvenida de la gente. También fue victorioso cuando ordenó que la toga manchada por el caballo de su maestro fuese puesta sobre su atáud por su santidad: había sido «manchada» por el caballo de un erudito.
Durante las rápidas conquistas después del Profeta, muchas de las personas capturadas fueron distribuidas entre las familias musulmanas. Esos esclavos liberados se convirtieron al final en los sabios religiosos más importantes: Hasan ibn Hasan al-Basri (Basora); Ata ibn Rabah, Muyahid, Said ibn Yubayr y Sulayman ibn Yasar (La Meca); Zayd ibn Aslam, Muhammad ibn al-Munkadir y Nafi ibn Abi Nuyayh (Medina); Alqama ibn Qays al-Najai, Aswad ibn Yazid, Hammad y Abu Hanifa Numan ibn Zabit (Kufa); Tawus e Ibn Munabbih (Yemen); Ata ibn Abdullah al-Jorasani (Jorasán); y Maqhul (Damasco). Todos se abrieron como espléndidas y aromáticas flores del jardín de Muhammad. Establecieron el sistema legal del Islam y formaron a miles de juristas que escribieron y compilaron volúmenes que siguen teniendo valor como referencia legal.
Uno de esos juristas, Imam Abu Hanifa, fundó la escuela hanafí, que tiene cientos de millones de seguidores hoy en día. Formó a eruditos de la talla de Imam Abu Yusuf, Imam Zufar e Imam Muhammad Hasan al-Shaybani, que enseñaron a Imam Muhammad Idris al-Shafí. Las notas que Abu Hanifa le dictó a Imam Shaybani fueron comentadas siglos después por Imam Sarajsi (el «Sol de los Imanes») en su obra de treinta volúmenes titulada Al-Mabsut.
Imam Shafí, que estableció los principios metodológicos de la ley islámica, es considerado como el renovador de las ciencias religiosas. Sin embargo, cuando sus estudiantes le dijeron a Imam Sarajsi que Imam Shafí había memorizado trescientos fascículos de Tradiciones proféticas, el respondió: «Tiene el zakat (es decir, tan sólo una cuadragesima parte) de las Tradiciones que tengo en mi memoria». Imam Shafí, Abu Hanifa, Imam Malik o Ahmad ibn Hanbal y otros muchos fueron formados en la escuela del profeta Muhammad.
Luego están comentaristas coránicos de la talla de Ibn Yarir al-Tabari, Fajr al-Din al-Razi, Ibn Kazir, Imam Suyuti, Allama Hamdi Yazýr y Sayyid Qutb. Además, hay recopiladores del hadiz tan famosos como Imam Bujari, Muslim, Tirmizi, Abu Dawud, Ibn Maya, Nasai, Ibn Hanbal, Bayhaqi, Darimi, Daraqutni, Sayf al-Din al-Iraqi, Ibn Hayar al-Asqalani, y muchos otros más. Todos son estrellas brillantes en el luminoso firmamento de las ciencias islámicas. Todos recibieron su luz del profeta Muhammad.
Según el Islam, Dios creó la humanidad según el mejor modelo, como el más universal y abarcador escenario de Nombres y Atributos Divinos. Sin embargo, la gente, debido a su irresponsabilidad, puede llegar a sucumbir a los niveles más bajos. El Sufismo, la dimensión interna del Islam, guía a la gente a la perfección o les permite que puedan adquirir otra vez su estado angélico primordial. El Islam ha hecho surgir innumerables santos. Al no separar nunca nuestra búsqueda metafísica o gnosis del estudio de la naturaleza, muchos sufíes eran también científicos. Santos como Abd al Qadir al-Yilani, Shah Naqshbandi, Maruf al-Karji, Hasan Shazili, Ahmad Badawi, Shayj al-Harrani, Yafar al-Sadiq, Yunayd al-Bagdadi, Bayazid al-Bistami, Muhyiddin ibn Arabi y Mawlana Yalaladdin al-Rumi han iluminado la vía hacia la verdad y han capacitado a otros para que puedan purificarse a sí mismos.
Como encarnación de la sinceridad, el amor Divino y la intención pura que eran, los maestros sufíes eran la fuerza motriz y la fuente del poder que se hallaba tras las conquistas musulmanas e islamizar dichos territorios. Figuras como Imam Gazali, Imam Rabbani y Bediüzzaman Said Nursi son renovadores de la más alta distinción, los cuales combinaban en sí mismos la iluminación del sabio, el conocimiento del erudito religioso y la espiritualidad de los grandes santos.
Islam es el camino medio. Su elaborada jerarquía del conocimiento está integrada en el principio de la Unidad Divina. Hay ciencias jurídicas, sociales y teológicas, además de metafísicas, las cuales derivan sus principios del Corán. A lo largo del tiempo, los musulmanes han elaborado ciencias filosóficas, naturales y matemáticas, cada una de las cuales tiene su fuente en uno de los Bellos Nombres de Dios. Por ejemplo, la medicina procede del Nombre Sanador; la geometría y la ingeniería proceden de los nombres Justo, Determinante, Dador de Forma y Armonizador; la filosofía refleja el Nombre Omnisapiente.
Cada nivel de conocimiento ve la naturaleza desde un determinado prisma. Los juristas y los teólogos lo ven como el ambiente para la acción humana; los filósofos y los científicos lo ven como un dominio que ha de ser analizado y entendido; los metafísicos lo consideran como objeto de contemplación y el espejo reflector de las realidades suprasensibles. El Autor de la Naturaleza ha inscrito Su Sabiduría sobre cada hoja y piedra, en cada átomo y partícula, y ha creado el mundo natural de tal manera que cada fenómeno es un signo que canta la gloria de Su Unidad.
El Islam ha mantenido una íntima conexión entre la ciencia y los estudios islámicos. De ahí que la educación tradicional de los científicos musulmanes, sobre todo en los primeros siglos, comprendía la mayoría de las ciencias contemporáneas. Luego, la aptitud o el interés de cada científico le hizo convertirse en un experto y en un especialista en una o varias ciencias.
Universidades, bibliotecas, observatorios y otras instituciones científicas desempeñaron un importante papel en la continuada vitalidad de la ciencia islámica. Esto, además de los estudiantes que viajaban cientos de kilómetros para estudiar con reconocidos eruditos, aseguró que todo el corpus de conocimientos se mantuviese intacto y se transmitiese de un lugar a otro y de una generación a otra. Este conocimiento no se mantenía estático; sino que seguía expandiéndose y enriqueciéndose. Hoy hay cientos de miles de manuscritos islámicos (en su mayoría en árabe) en las bibliotecas del mundo. Un gran número de los cuales tratan de temas científicos.[487]
Por ejemplo, Abu Yusuf Yaqub al-Kindi (el «Filósofo de los Árabes») escribió sobre filosofía, mineralogía, metalurgia, geología, física y medicina, entre otros temas, y era un consumado médico. Ibn al-Hayzam era un destacado matemático musulmán y, sin lugar a dudas, el mejor físico. Conocemos los nombres de más de cien obras suyas. Alrededor de diecinueve de las mismas tratan de las matemáticas, astronomía y física y han sido estudiadas por eruditos actuales. Su obra ejerció gran influencia en científicos posteriores, tanto en el mundo musulmán como en el occidental, donde se le conocía como Alhacen. Una de sus obras sobre óptica, Kitab al-Manazir, fue traducida al latín en 1270.
Abu al-Rayhan al-Biruni fue uno de los grandes eruditos del Islam medieval, y seguramente el más original y profundo. Era bastante versado tanto en matemáticas como en astronomía y ciencias físicas y naturales. También se distinguió como geógrafo e historiador, cronista y lingüista y observador imparcial de diversos credos y costumbres. Figuras como al-Jarizmi (matemáticas), Ibn Shatir (astronomía), al-Jazini (física), Yabir ibn Hayyan (medicina) todavía son hoy recordadas. Al-Andalús fue el centro principal desde donde Occidente adquirió el conocimiento y la luz durante siglos.
El Islam fundó una civilización esplendorosa. Esto no se puede considerar como algo sorprendente, puesto que el Corán comienza con la orden: Lee en y con el Nombre de tu Señor, Quien ha creado (96:1). El Corán le dijo a la gente que leyese cuando había muy poco que leer y la mayor parte de la gente era iletrada. Lo que entendemos de esta aparente paradoja es que la humanidad debía «leer» el Universo mismo como «Libro de la Creación» que es.
Su equivalente es el Corán, un libro de letras y palabras. Debemos observar el Universo; percibir su significado y contenido y, a través de dicha actividad, adquirir una percepción más profunda de la belleza y el esplendor del sistema del Creador y la infinitud de Su Poder. Por lo tanto, estamos obligados a penetrar dentro de los múltiples significados del Universo, descubrir las Leyes Divinas de la naturaleza y establecer un mundo en el que la ciencia y la fe se complementan mutuamente. Todo esto hará que consigamos la felicidad en ambos mundos.
En obediencia a las órdenes del Corán y el ejemplo del Profeta, los musulmanes estudiaron el Libro de la Revelación Divina (el Corán) y el Libro de la Creación (el Universo) y acabaron erigiendo una magnífica civilización. Los estudiosos de toda Europa se beneficiaron de los centros de estudios superiores establecidos en Damasco, Bujara, Bagdad, El Cairo, Fez, Qairawan, Zeituna, Córdoba, Sicilia, Isfahán, Delhi y otras grandes ciudades islámicas. Los historiadores comparan el mundo musulmán medieval, oscuro para Europa pero dorado y luminoso para los musulmanes, a una colmena. Los caminos estaban llenos de estudiantes, científicos y eruditos viajando desde un centro de enseñanza a otro.
Durante los primeros cinco siglos de su existencia, el reino del Islam fue la región más civilizada y progresista. Salpicado de magníficas ciudades, refinadas mezquitas y tranquilas universidades, el Oriente musulmán ofrecía un sorprendente contraste con el Occidente cristiano, sumido en la Edad Oscura. Incluso tras la desastrosa invasión mogol y las Cruzadas del siglo XIII en adelante, manifestaba vigor y estaba por delante de Occidente.
A pesar del que el Islam gobernó dos tercios del mundo civilizado conocido durante al menos once siglos, la pereza y la negligencia con respecto a lo que ocurría más allá de sus fronteras le hizo decaer. Sin embargo, se ha destacado claramente que sólo declinó la civilización musulmana no el Islam. Las victorias militares y la superioridad, que prosiguió hasta el siglo XVIII, fomentó el hecho de que los musulmanes se durmieran en los laureles y descuidasen las investigaciones científicas. Se dedicaron a vivir sus vidas y recitaron el Corán sin estudiar sus profundos significados. Mientras tanto, Europa hizo grandes avances en las ciencias que habían tomado prestado de los musulmanes.
Lo que llamamos «ciencias» son, en realidad, lenguajes del Libro Divino de la Creación (otro aspecto del Islam). Los que ignoren dicho libro están abocados al fracaso en este mundo. Cuando los musulmanes empezaron a ignorarlo, fue sólo cuestión de tiempo que fuesen dominados por alguna fuerza externa. En este caso, dicha fuerza externa era Europa. La crueldad, la opresión y el imperialismo europeo también contribuyeron en gran medida a este resultado.
Cada civilización tiene sus propias características que la distingue de las demás. La moderna civilización actual, a pesar de haber realizado grandes distribuciones al desarrollo de la humanidad en los campos de las ciencias y la tecnología, es principalmente materialista y no puede satisfacer las eternas necesidades humanas. Es por eso que según muchos sociólogos occidentales tales como Oswald Spengler no puede durar por mucho tiempo. Spengler ha predicho su colapso alegando que va contra la naturaleza y los valores humanos. El brillante mundo del futuro se construirá sobre la firme base de la unión de las ciencias con la fe, espiritualidad, y moralidad, le otorgará su debida importancia a los básicos derechos y valores humanos. El Islam llevará a cabo la más grandiosa contribución a este mundo.
Nota final: Un tributo al Profeta
Este es el homenaje del historiador francés Lamartine al Profeta del Islam: «¿Existe algún hombre más eminente que Muhammad?».
- Nunca un hombre ha establecido para sí mismo, voluntaria o involuntariamente, un objetivo más sublime, puesto que el objetivo era sobrehumano: Socavar las supersticiones que se han interpuesto entre el ser humano y su Creador, hacer a los seres humanos conocer a Dios e interceder con Dios por los seres humanos; restaurar la idea racional y sagrada de la divinidad en medio del caos de dioses materiales y desfigurados de la idolatría entonces existente. Nunca un hombre ha acometido un trabajo tan fuera del alcance del poder humano con medios tan débiles, pues en la concepción y la ejecución de semejante empresa no tenía otro instrumento que a sí mismo y la única ayuda que un puñado de hombres que vivían en los confines de un desierto. Por último, nunca un hombre ha logrado una revolución de semejante envergadura y duración en el mundo. Pues en menos de dos siglos tras haber aparecido, el Islam reinó religiosa y militarmente sobre toda Arabia, y conquistó en Nombre de Dios Persia, Jorasán, el Oeste de la India, Siria, Abisinia, todas las tierras conocidas del Norte de África, numerosas islas del Mediterráneo, España y parte de la Galia.
- Si la grandeza del propósito, los pocos medios e increíbles resultados son los tres criterios del genio humano, ¿quién se atreve a comparar cualquier gran hombre con Muhammad? Los hombres más famosos solamente desarrollaron armas, leyes e imperios. Si algo fundaron, no eran más que poderes materiales que frecuentemente se desmoronaron ante sus ojos. Este hombre no sólo cambió ejércitos, legislaciones, imperios, gentes y dinastías, sino millones de seres humanos en un tercio del entonces mundo conocido. Más incluso que eso, cambió altares, dioses, religiones, ideas, creencias y almas. Sobre la base de un Libro, cuyas letras se han convertido en ley, formó una nacionalidad espiritual que ha mezclado a gente de todas las lenguas y razas. Ha dejado en nosotros la imborrable característica de la nacionalidad musulmana, el odio a los falsos dioses y la pasión por el Único Dios inmaterial. Este patriotismo vengador contra la profanación del Cielo formó la virtud de los seguidores de Muhammad: la conquista de un tercio de la Tierra por parte de su credo fue su milagro.
- La idea de la Unidad de Dios proclamada en medio de las ya agotadas fabulosas teogonías era en sí un milagro de tal envergadura que, su sola declaración hecha por sus labios destruyó todos los antiguos templos de ídolos e iluminó con su luz un tercio del mundo. Su vida, sus meditaciones, su heroica revolución contra las supersticiones de su país, y su valor en la lucha contra la furia de la idolatría; su determinación al resistir durante trece años en La Meca… Su predicación incesante, sus guerras contra la incertidumbre, la fe en su propósito y su confianza sobrehumana en Dios en momentos de desgracia, su paciencia para conseguir la victoria, su ambición completamente dedicada a una idea y de ninguna manera orientada a ensalzar un determinado imperio; su rezo incesante, su conversación mística con Dios, su muerte y su triunfo después de la muerte; todo esto no atestigua más que una convicción firme… Y fue esta convicción la que le dio el poder de restaurar un credo. Este credo era dual, la Unidad de Dios y Su inmaterialidad; lo primero dice lo que Dios es; y lo segundo lo que no es.
- Filósofo, orador, apóstol, legislador, guerrero, conquistador de ideas, restaurador de dogmas racionales, de un culto sin imágenes; fundador de veinte estados terrenales y un estado espiritual, ese es Muhammad. Respecto a los criterios por los cuales la grandeza humana puede ser medida, podemos preguntarnos: ¿Existe algún hombre más eminente que él?
[487] George Sarton, en su monumental Introducción a la Historia de la Ciencia, dividió su obra en capítulos que iban en orden cronológico, nombrando cada capítulo con el nombre del científico más eminente de dicho período. Desde la mitad del siglo II después de la Hégira (siglo VIII d.C.) hasta la mitad del siglo V después de la Hégira (XI d.C.), cada período de cincuenta años lleva el nombre de un científico musulmán. Por lo que tenemos la «Época de Jarizmi», la «Época de Biruni», etc. En esos capítulos también figuran los nombres de otros importantes científicos musulmanes y sus principales obras (Nota del traductor).
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