Su amabilidad y tolerancia
La amabilidad es otra dimensión de su carácter. Era un espejo brillante donde Dios reflejaba Su Misericordia. La amabilidad es un reflejo de la compasión. Dios hizo a Su Mensajero amable y dulce, lo cual le permitió superar muchos obstáculos y hacer que muchos abrazaran el Islam.
Tras una victoria en Badr, la Batalla de Uhud fue una gran prueba para la joven comunidad musulmana. A pesar de que el Profeta quiso luchar en las afueras de Medina, la mayoría de los musulmanes deseaban luchar a campo abierto. Cuando ambos ejércitos se encontraron al pie del monte Uhud, el Mensajero situó cincuenta arqueros en el paso de Aynayn y les ordenó que no se moviesen sin su permiso, incluso si veían que los musulmanes habían vencido definitivamente.
El ejército musulmán, con sólo un tercio de hombres y dotación que el enemigo, casi derrotaron al principio a los politeístas de La Meca. Al ver al enemigo escapar, los arqueros se olvidaron de la orden del Profeta y abandonaron sus puestos. Jalid ibn Walid, el comandante de la caballería de La Meca, se percató de ello y, cabalgando alrededor de la montaña, atacó a los musulmanes por la retaguardia. Los soldados enemigos que escapaban se dieron la vuelta y atraparon a los musulmanes entre dos frentes. Empezaron a ser derrotados, alcanzando el martirio más de setenta musulmanes y siendo herido también el Mensajero.
Pudo haber recriminado a los que buscaron satisfacer sus deseos y a los arqueros que abandonaron sus puestos, pero no lo hizo. En vez de ello, mostró indulgencia:
Fue por una obra misericordiosa de Dios que (cuando ocurrió el revés) fuiste (Oh Mensajero) indulgente con ellos (tus Compañeros). Si hubieses sido severo y duro de corazón, se habrían alejado de tu alrededor. Así pues, perdónales, reza por su perdón y consúltales en las decisiones (públicas); y cuando te decidas (a hacer algo), encomiéndate a Dios. En verdad que Dios ama a los que se encomiendan (a Él) (3:159).
Este versículo muestra dos condiciones previas para el liderazgo: afabilidad e indulgencia hacia los que hacen errores bienintencionados, y la importancia de consultar en cuestiones de administración pública.
Esta afabilidad y capacidad de perdonar era el reflejo de los Nombres de Dios, el Afable, el Clemente, el Indulgente. Dios no deja de proveer a la gente a pesar de su rebelión e incredulidad. A pesar de que la mayoría de la gente Le desobedece obrando con incredulidad al asociar implícita o explícitamente copartícipes a Dios, o incumpliendo Sus mandamientos, el Sol sigue enviándoles su calor y luz, las nubes llenas de lluvia les auxilian, y la tierra no deja de alimentarles con sus frutos y plantas. La Clemencia y la Indulgencia de Dios se reflejan a través de la compasión, la afabilidad y la indulgencia del Mensajero.
Al igual que Abraham, a quien decía que se parecía, el Mensajero era afable, suplicante, clemente y siempre entregado en cuerpo y alma a Dios (11:75), cortés con los creyentes y lleno de piedad y compasión hacia ellos (9:128). Abraham nunca se enfadaba con la gente, a pesar de cuanto le atormentaran. Quería el bien incluso para sus enemigos; Le imploraba a Dios y derramaba lágrimas en Su Presencia. Al ser un hombre de paz y salvación, Dios ordenó al fuego al que fue arrojado que fuera fresco y seguro (21:69).
Al igual que él, el Mensajero nunca se enfadaba con nadie por lo que le hubieran hecho. Cuando su esposa ‘Aisha fue calumniada, no consideró castigar a los calumniadores incluso después de que el Corán la exculpase. Los beduinos a veces se comportaban con él maleducadamente; pero él ni siquiera les fruncía el ceño. A pesar de ser extremadamente sensible, siempre mostraba paciencia tanto con el amigo como con el enemigo.
Por ejemplo, cuando estaba distribuyendo el botín de guerra tras la Batalla de Hunayn, Zu al-Huwaysira protestó: «Sé justo, Oh Muhammad». Esto fue un insulto imperdonable, pues el Profeta había sido enviado a establecer la justicia. No soportando dicha ofensa, ‘Umar pidió permiso para matar a «ese hipócrita» en el acto. Sin embargo, el Mensajero sólo respondió: «¿Quién va a ser justo si yo no lo soy? Si yo no soy justo, estaría extraviado y malogrado».[452] Según otro posible significado de esa expresión, habría dicho: «Si no soy justo, al seguirme tú estarías extraviado y malogrado».[453] Además de ello, hizo ver que ese hombre participaría más tarde en movimientos sediciosos. Ello se hizo realidad durante el califato de ‘Ali: Zu al-Huwaysira fue encontrado muerto entre los Jariyitas tras la Batalla de Nahrawan.
Anas ibn Malik relató que una judía ofreció un cordero asado al Mensajero tras la conquista de Jaybar. Justo antes de que tomase el primer bocado, se detuvo y dijo a los demás que no lo comiesen y pronunció: «Este cordero me dice que ha sido envenenado». Sin embargo, un Compañero llamado Bishr murió tras haber tomado un bocado (lo tomó antes de que el Mensajero hubiese hablado). El Mensajero mandó llamar a la mujer y le preguntó por qué había envenenado la carne. Ella respondió: «Si eres realmente un Profeta, el veneno no te habría afectado. Y si no lo eres quería librar a la gente de tu mal». El Mensajero la perdonó por haber conspirado para matarle.[454] Según otras fuentes, los familiares de Bishr exigieron que la mujer fuese castigada y así fue.
Una vez, el Profeta se dirigía a casa tras haber estado hablando con sus Compañeros en la mezquita. Entonces, un beduino le tiró fuertemente del cuello y dijo con rudeza: «¡Oh Muhammad, dame lo que me debes! ¡Carga mis dos camellos! ¡Pues no los vas a cargar con tu riqueza ni con la de tu padre!». Sin mostrar signos de haber sido ofendido, dijo a los otros: «Dadle lo que quiere».[455]
Zayd ibn San‘a narró lo siguiente:
Antes de abrazar el Islam, el Mensajero tomó prestado de mí algo de dinero. Fui a él a cobrar mi deuda antes de su debido plazo y le insulté: «¡Oh hijos de Abdulmuttalib, sois muy reacios a pagar vuestras deudas!». ‘Umar se enfadó mucho y me gritó: «¡Oh enemigo de Dios! ¡Si no fuese por el trato que hay entre nosotros y la comunidad judía, te cortaría la cabeza! ¡Háblale al Mensajero con educación!». Sin embargo, el Mensajero me sonrió y volviéndose hacia ‘Umar dijo: «Págale y añádele a ello veinte sa‘ (unos sesenta kilos) por haberle asustado».
‘Umar narró así el resto de la historia:
Fuimos juntos. En el camino, Zayd dijo repentinamente: «‘Umar, estabas enfadado conmigo; pero yo encontré en él todos los rasgos que debería tener el Último Profeta según figuraban en el Antiguo Testamento. Contiene este versículo: “Su afabilidad sobrepasa su ira. La insolencia extrema sólo le hace crecer en afabilidad y en paciencia”. Para probar su paciencia, le provoqué deliberadamente. Ahora estoy convencido que él es el Último Profeta cuya venida estaba predicha en la Tora. Por lo tanto, creo y doy fe de que él es el Último Profeta».[456]
Su afabilidad y paciencia fueron suficientes para que se convirtiese Zayd ibn Sa‘na, un erudito judío.
El Mensajero era extremadamente meticuloso practicando el Islam. Nadie le podía igualar en Oraciones supererogatorias. A pesar de no cometer pecados, pasaba más de la mitad de la noche rezando y llorando, y a veces ayunaba durante dos o tres días consecutivos. A cada momento avanzaba un paso hacia la «alabada estación» que Dios le había concedido. Era muy tolerante con los demás. Para no cargar a su comunidad, no hacía las Oraciones supererogatorias en la mezquita. Cuando la gente se quejó de un imán que prolongaba la Oración, el Profeta subió al púlpito y dijo: «¡Oh gente! Hacéis que la gente odie la Oración. Cuando dirijáis el rezo no lo prolonguéis, pues hay quien está enfermo, es viejo o tiene necesidades urgentes».[457 ]Una vez, su congregación se quejó de Muaz ibn Yabal, diciendo que prolongaba la Oración nocturna. El amor del Profeta por Muaz no le impidió preguntarle a Muaz tres veces si es que era un alborotador.[458]
La afabilidad del Mensajero y su paciencia conquistaron los corazones y preservaron la unidad musulmana. Tal y como figura en el Corán, si hubiese sido duro de corazón, la gente le habría dejado. Sin embargo, los que le vieron y escucharon fueron tan impregnados de manifestaciones Divinas que se convirtieron en santos. Por ejemplo, Jalid ibn Walid fue el general quraishí que infligió una derrota a los musulmanes en Uhud. Sin embargo, al no ser incluido en el ejército que salió el día después de su conversión, se disgustó tanto que lloró.
Al igual que Jalid, Ikrima y Amr ibn al-As estuvieron entre aquellos que causaron gran daño al Mensajero y a los musulmanes. Tras sus conversiones, cada uno de ellos se convirtió en una espada del Islam desenvainada contra los incrédulos. Ibn Hisham, el hermano de Abu Yahl, se convirtió al Islam poco después de que el Mensajero falleciese. Fue un musulmán tan sincero que antes de alcanzar el martirio en Yarmuk, no bebió el agua que Hudayfa al-Adawi le ofrecía; pues pidió que antes se la diesen a un hermano musulmán herido que allí cerca gemía pidiendo agua. Murió anteponiéndose un hermano musulmán a sí mismo.[459]
Dicha gente alcanzó elevados rangos en el iluminado entorno del Mensajero. Se convirtieron en sus Compañeros, considerados y respetados como la virtuosa gente después de los Profetas por casi todos los musulmanes desde los primeros días del Islam. Explicando esta grandeza, Said Nursi, el gran revitalizador musulmán del siglo XX, dice:
Me pregunto por qué incluso los más grandes santos como Muhyiddin ibn Arabi no lograron alcanzar la categoría de los Compañeros. Un día Dios me permitió realizar en la Oración una postración que nunca pude repetir. Llegué a la conclusión de que es imposible alcanzar el rango de los Compañeros ya que todas sus postraciones eran como aquella postración en significado y mérito.[460]
El Mensajero educó a los Compañeros. Su grandeza radica en que, a pesar de los pocos que eran, transmitieron con éxito el Islam a los confines de Asia y África en pocas décadas. En dichos lugares, el Islam quedó tan enraizado que a pesar de los esfuerzos concertados por parte de las superpotencias de cada época para extinguir el Islam, sigue ganando empuje y representa la única alternativa realista para la salvación humana. Los Compañeros fueron transformados de su miserable estado antes del Islam al estado de ser guías y maestros de una considerable parte de la humanidad hasta el Día del Juicio Final, la vanguardia de la más magnífica civilización de la historia.
Además, el Mensajero era totalmente equilibrado. Su compasión universal no le impidió ejecutar la justicia Divina, y su afabilidad y paciencia hicieron que nunca transgrediese ninguna de las reglas islámicas o que se humillase a sí mismo. Por ejemplo, en una batalla, Usama ibn Zayd derribó a un soldado enemigo al suelo. Cuando estuvo a punto de matarle, el hombre declaró su creencia en el Islam. Creyendo que sólo lo hizo por miedo a una muerte inminente, Usama le mató. Cuando el Mensajero fue informado del incidente, reprendió severamente a Usama, y le dijo: «¿Le abriste el corazón para ver (que lo que sospechabas era verdad)?». Repitió esa frase tantas veces que Usama dijo luego: «Hubiese deseado no haberme hecho musulmán todavía el día que fui tan severamente reprendido».[461]
Asimismo, una vez Abu Zarr se enfadó tanto con Bilal que le insultó y le dijo: «¡Hijo de negra!». Bilal fue al Mensajero y le contó llorando el incidente. El Mensajero le reprochó a Abu Zarr diciéndole: «¿Todavía tienes restos de la Yahiliya?». Lleno de arrepentimiento, Abu Zarr se tiró al suelo y dijo: «No voy a levantar mi cabeza (queriendo decir que no se levantaría) hasta que no ponga Bilal su pie sobre la misma y pase por encima de ella». Bilal le perdonó y se reconciliaron.[462] Ésa era la hermandad y humanidad que el Islam creó entre gente que una vez fue salvaje.
[452] Muslim, «Zakat», 142, 148; Bujari, «Adab», 95; «Manaqib», 25.
[453] Bujari, «Adab», 95; Muslim, «Zakat», 142.
[454] Bujari, «Hiba», 28; Abu Dawud, «Diyat», 6.
[455] Abu Dawud, «Adab» 1; Nasa’i, «Qasama», 24.
[456] Suyuti, Al-Jasa’is, 1:26; Ibn Hayar, Al-Isaba, 1:566.
[457] Bujari, «Ilm», 28; «Azan», 61.
[458] Muslim, «Salat», 179; Nasa’i, «Iftitah», 71; Bujari, «Adab», 74.
[459] Hakim, «Mustadrak», 3:242.
[460] Said Nursi, Sözler («Las Palabras»), (Estambul: 1986), 459.
[461] Muslim, «Iman», 158; Ibn Maya, «Fitan», 1.
[462] Bujari, «Iman» 22.
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