Una victoria manifiesta: El Tratado de Judaybiya
El Mensajero era un hombre de acción. Nunca dudó acerca de poner sus planes en acción, ya que ello podría confundir a sus seguidores y desmoralizarles. El Mensajero siempre actuó con deliberación y consultó a otros. Pero una vez que decidía o planeaba algo, lo ejecutaba inmediatamente sin que le entrasen dudas ni encontrar razones para lamentar su decisión. Antes de actuar, tomaba las precauciones necesarias, consideraba las probabilidades y consultaba a los expertos disponibles. La irrevocabilidad de sus decisiones era una importante razón de sus victorias y de por qué sus Compañeros le seguían incondicionalmente.
Un acontecimiento que merece explicación es el Tratado de Judaybiya. El Mensajero dijo a sus Compañeros que había soñado que dentro de poco iban a entrar en la Mezquita Sagrada de La Meca seguros, con sus cabezas rapadas o con el pelo recortado. Sus Compañeros, especialmente los Emigrantes, estaban deleitados. Durante ese año, el Profeta se dirigió hacia La Meca con mil quinientos hombres desarmados vestidos de peregrino.
Informados de este acontecimiento, los quraishíes se armaron y convocaron a las tribus vecinas armadas para mantener a los musulmanes fuera de La Meca. Enviaron unos doscientos soldados, dirigidos por Jalid ibn Walid e Ikrima ibn Abu Yahl hasta Qura' al-Ghamim. Al ver a los musulmanes acercarse, regresaron a La Meca para difundir la noticia. Cuando los musulmanes alcanzaron Judaybiya, a unos veinte kilómetros de La Meca, el Mensajero les dijo que hiciesen una parada. Sabiendo que escaseaba el agua, lanzó una flecha dentro del único pozo de Judaybiya. El agua empezó a manar y llenó el pozo. Todos bebieron un poco, hicieron wudu (ablución ritual) y llenaron sus odres.[403]
Siendo así que los quraishíes no dejaban a los musulmanes entrar en La Meca, el Mensajero envió a Budayl ibn Warqa, un hombre de la tribu de Juda'a (aliados de los musulmanes) para que anunciase que los musulmanes habían venido para peregrinar y que estaban desarmados. Los quraishíes respondieron enviando a Urwa ibn Masud al-Zaqafi. Mientras hablaba con el Mensajero, Urwa trató de mesarle la barba a modo de broma. Mughira ibn Shuba golpeó su mano y le dijo que se la cortaría si Urwa volvía a hacer eso, ya que su mano era impura.
Mughira era el primo de Urwa y había aceptado el Islam dos meses antes. De hecho, tan sólo unos meses antes Urwa había pagado el precio de la sangre de un crimen que Mughira había cometido. ¡Cómo había cambiado el Islam a Mughira! El compromiso de los Compañeros con su causa y su devoción al Profeta impresionó a Urwa, el cual regresó a los quraishíes diciendo: «He visitado a Cosroes, a César y a Negus. Ninguno de sus súbditos son tan devotos a sus gobernantes como lo son los Compañeros de Muhammad con éste. Os aconsejo que no luchéis contra él».[404]
Los quraishíes hicieron caso omiso de este consejo y no dieron una cálida bienvenida a Jarash ibn Umayya, que el Mensajero envió a por Urwa. Jarash fue seguido por ‘Uzman ibn al-Affan, el cual tenía poderosos familiares entre los quraishíes. Aunque ‘Uzman vino a negociar, los quraishíes lo capturaron. Al no llegar a la hora prevista, corrieron rumores de que le habían matado. En ese momento, el Profeta, sentado bajo un árbol, hizo jurar a sus Compañeros que se mantendrían unidos y que lucharían hasta la muerte. Él hizo de representante del ausente ‘Uzman respecto a su juramento.[405] Tan sólo Yadd ibn Qays, escondido tras un camello, no prestó juramento.
La revelación que descendió en aquel momento decía lo siguiente:
Dios se hallaba sin duda alguna complacido con los creyentes cuando te juraron lealtad debajo del árbol. Él sabía lo que había en sus corazones (acerca de la intención y la lealtad sinceras hacia la causa de Dios) y, por lo tanto, Él hizo descender (la dádiva de) paz y consuelo internos sobre ellos, y los recompensó con una victoria cercana (48:18).
En aquel momento de tensión, una nube de polvo apareció en la distancia. Resultó ser una delegación de los de La Meca dirigida por Suhayl ibn Amr. Cuando el Mensajero supo de ello, tomó su nombre que significa «facilidad» en árabe como buen augurio y dijo a sus Compañeros: «La situación se ha aliviado». Finalmente, los quraishíes accedieron a hacer una tregua y se firmó el Tratado de Judaybiya.
Bajo dicho tratado, el Profeta y sus seguidores podrían hacer la peregrinación al año siguiente, no este año, para lo cual los habitantes de La Meca desalojarían la ciudad por tres días. El tratado también estipulaba una tregua de diez años; que la gente y las tribus podrían unirse o aliarse con quienes quisieran; y que los individuos o subordinados quraishíes que desertasen a Medina, serían devueltos. Esta última condición no era recíproca y, por lo tanto, había oposición a la misma en el campamento musulmán. Escandalizó a gente como ‘Umar, el cual le preguntó al Profeta al respecto. Sin embargo, fue de poca importancia. Los musulmanes devueltos a La Meca no solían renunciar al Islam. Muy al contrario, serían elementos de cambio en La Meca.
Justo antes de que el tratado fuese firmado, Abu Yandal, el hijo de Suhayl, llegó encadenado y pidió unirse a los musulmanes. El Mensajero tuvo que devolverlo a su padre llorando. Sin embargo, le susurró: «Dios te salvará dentro de poco a ti y a tus semejantes».[406]
Poco después de que el tratado fuese firmado, Utba ibn Asid (también conocido como Abu Basir) desertó para irse a Medina. Los quraishíes enviaron a dos hombres para exigir su regreso. En su camino de vuelta hacia La Meca, Abu Basir escapó, matando a uno de los hombres e hiriendo a otro. El Mensajero, apelando a los términos del tratado, no le permitió quedarse en Medina. Por lo que se asentó en Iyss, un lugar situado en el camino de La Meca a Siria. Los musulmanes detenidos en La Meca empezaron a unirse a Abu Basir. A medida que el asentamiento crecía, los quraishíes percibieron que ello iba a constituir una amenaza potencial a su ruta comercial. Esto les forzó a que pidiesen al Mensajero que anulase la cláusula pertinente y que admitiese a los desertores de La Meca en Medina.[407]
El Corán llamó al Tratado de Judaybiya «victoria manifiesta»: No cabe duda de que te hemos concedido una victoria manifiesta (48:1). Se comprobó que era cierto por varias razones, entre ellas:
- Al firmar este tratado tras varios años de conflicto, los quraishíes admitieron que los musulmanes eran sus iguales. De hecho, abandonaron la lucha, pero no lo admitieron entre ellos. Al ver a los de La Meca hacer tratos con el Profeta como su igual y como gobernante, una oleada de conversos fluyó hacia Medina desde toda Arabia.
- Muchos quraishíes se beneficiaron de la paz resultante al reflexionar finalmente sobre lo que estaba pasando. Quraishíes destacados como Jalid ibn Walid, Amr ibn al-As y ‘Uzman ibn Talha, famosos por sus habilidades militares y políticas, aceptaron el Islam. ‘Uzman era la persona encargada de la custodia de llaves de la Kaba. Tras la conquista de La Meca, el Mensajero le honró encargándole el mismo cometido.
- Los quraishíes consideraban la Kaba como propiedad exclusiva de ellos, por lo que solicitaban de sus visitantes que les pagasen un tributo. Al no someter el peregrinaje de los musulmanes a dicho tributo, los quraishíes acabaron, sin darse cuenta, con dicho monopolio. Las tribus beduinas comprendieron que los quraishíes no tenían derecho alguno a alegar propiedad en exclusiva.
- En aquel entonces había hombres y mujeres musulmanes viviendo en La Meca. No todos en Medina sabían quiénes eran. Algunos servían al Mensajero como espías. Si se hubiese entablado una batalla en La Meca, el ejército musulmán victorioso habría matado a alguno de ellos. Esto hubiese provocado una gran angustia personal, a la vez que el martirio o la identificación de los espías del Profeta. El tratado previno dicho desastre.
El Corán señala ese hecho:
Y Él es Quién contuvo sus manos de vosotros y vuestras manos de ellos en el valle de La Meca, después de que Él os hubiera concedido la victoria sobre ellos. Todo aquello que hacéis Dios sin duda lo contempla. (Dios los derrotó ya que) son aquellos que no han creído y que os impidieron (visitar) la Mezquita Sagrada y (no permitieron que) las ofrendas alcanzaran su destino. Y si no hubiera habido (en La Meca) hombres y mujeres creyentes a los que vosotros no conocíais y, por lo tanto, podíais haberles arrollado, y así pues algo indeseado os podría afligir por su causa (por lo que vosotros hicisteis) inconscientemente, (Dios no habría refrenado vuestras manos de la lucha. Sin embargo contuvo vuestras manos) de modo que Él pueda admitir a Su Misericordia a quien Su Voluntad dispone (perdonando a los creyentes en La Meca, y permitiendo a muchos de entre los habitantes de La Meca que abrazaran el Islam a tiempo). Si ellos (los creyentes y los incrédulos en La Meca) se hubieran separado claramente, habríamos castigado sin duda alguna con un castigo doloroso a aquellos incrédulos que se hallaban entre ellos. (48:24-25).
El Profeta realizó la peregrinación menor al siguiente año. La afirmación: «No hay más deidad que Dios y Muhammad es Su Mensajero», sonó por toda La Meca. Los quraishíes, acampados en la colina de Abu Qubays, oyeron este portento de la próxima victoria del Islam. Esta fue, de hecho, la confirmación de Dios de la visión que dio a Su Mensajero:
Dios sin duda alguna ha confirmado la visión para Su Mensajero como verdad (y la cumplirá sin lugar a dudas) en realidad: en verdad vosotros entrareis en la Mezquita Sagrada, si Dios quiere, en suma seguridad, con vuestras cabezas afeitadas o vuestro pelo recortado, y no tendréis nada que temer. Pero Él sabe siempre lo que vosotros no sabéis, y (por lo tanto, sin permitir que vosotros ingreséis en la Mezquita este año,) os ha concedido una próxima victoria antes de esto (48:27).
El acuerdo le permitía al Mensajero tratar con otros. En las expediciones posteriores al tratado, los musulmanes conquistaron las formidables fortalezas judías de Jaybar, proponiéndoles que se convirtiesen o que aceptasen el gobierno musulmán pagando tributo a cambio de protección (yizya). Sus vecinos, además de otras tribus árabes, estaban impresionados por la creciente fuerza del estado musulmán.
Los musulmanes cumplieron fielmente las cláusulas del tratado. Sin embargo, una tribu aliada de los quraishíes no lo hizo así. La tribu Banu Bakr atacó a la tribu Banu Juda que se habían aliado al Profeta. Por lo tanto en diciembre de 629, el Mensajero marchó con un ejército de diez mil hombres contra La Meca, capturándola sin apenas resistencia el primer día del nuevo año. La Kaba fue purificada de ídolos y, en los dos días siguientes, los habitantes de La Meca abrazaron el Islam. Esto debía ocurrir ya que:
Él es Quién ha enviado a Su Mensajero con la guía Divina y la Religión de la verdad para que él pueda hacerla prevalecer sobre todas las religiones. Dios basta como testigo (para la verdad de Su promesa y la misión de Su Mensajero). Muhammad es el Mensajero de Dios; y aquellos que se hallan en su compañía son firmes e inflexibles frente a los incrédulos, y compasivos entre sí. Vosotros los contempláis (constantes en la Oración) inclinándose y postrándose, buscando el favor de Dios y Su complacencia y aprobación. Sus señales se encuentran en sus rostros, marcados por la postración. Ésta es su descripción en la Tora; y su descripción en el Evangelio: como una semilla que ha echado su brote, después lo ha consolidado, y a continuación se ha levantado firmemente en su tallo, deleitando a los sembradores (con alegría y maravilla), que con ellos llena a los incrédulos de ira. Dios ha prometido a todos aquellos de entre ellos que creen y obran actos buenos y rectos el perdón (que traerá bendiciones imprevistas) y una tremenda recompensa (48:28-29).
[403] Muslim, Hadiz No.1834; Bujari, 4:256
[404] Bujari, 3:180; Ibn Hanbal, 4:324; Tabari, 3:75.
[405] Ibn Hisham, 3:330.
[406] Ibn Hisham, 3:321-33; Ibn Kazir, 4:188-93.
[407] Ibn Hisham, 3:337-38.
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