Indulgencia

Los humanos son criaturas con cualidades y defectos extraordinarios. Hasta la aparición del ser humano no había criatura viva que albergase ese tipo de opuestos en su interior. Al mismo tiempo que los humanos agitan sus alas en los firmamentos de los cielos pueden, por un súbito descarrío, convertirse en monstruos que descienden a las profundidades del Infierno. Y es inútil buscar algún tipo de relación entre estos terroríficos ascensos y descensos; son extremos porque su causa y efecto tienen lugar en planos muy diferentes.

Hay ocasiones en las que los seres humanos parecen un campo de trigo cuyas espigas se mecen con el viento; en otras, aunque parecen ser tan dignos como el árbol solitario de la llanura, pueden venirse abajo para no levantarse nunca más. Del mismo modo que hay veces en las que no son pocos los ángeles que los envidian, tampoco son pocos los demonios que, a veces, quedan atónitos ante su comportamiento.

Para los seres humanos, cuyas naturalezas contienen tantos altibajos, el cometer maldades no es parte esencial de su naturaleza, sino algo inevitable. Y aunque el caer en desgracia sea algo accidental, es lo más probable. Para la criatura que va a dañar su buen nombre, la indulgencia tiene una importancia enorme.

Por muy valioso que sea pedir y esperar el perdón y quejarse por las cosas que se nos han ido de las manos, el perdonar es un atributo y una virtud mucho mayores. Pensar que la indulgencia está separada de la virtud o que la virtud está separada de la indulgencia es un error. Un proverbio de sobra conocido dice: «Errar es humano, perdonar es divino». ¡Qué acertadas son estas palabras! Ser perdonado significa ser reparado; consiste en retornar a nuestra esencia y descubrirnos de nuevo. Por este motivo, la acción que más complace a la Misericordia Infinita es toda esa actividad que se lleva a cabo en medio de esos latidos que marcan la búsqueda y el retorno.

Todo lo creado, ya sea animado o inanimado, fue introducido a la indulgencia a través de la humanidad. Y del mismo modo que Dios ha mostrado Su atributo de la indulgencia valiéndose de la humanidad, ha puesto la belleza del perdón en el corazón humano. Y aunque el primer hombre asestó un golpe terrible a su esencia al caer, algo que casi era una exigencia de su naturaleza humana, el perdón vino de los cielos por el arrepentimiento que sintió en su conciencia y por sus súplicas sinceras.

Los seres humanos han conservado una serie de regalos, como la esperanza y el consuelo, que han heredado de sus ancestros a lo largo de los siglos. Cada vez que alguien se equivoca, con solo embarcarse en el mágico transporte de buscar el perdón y superar la vergüenza que han causado sus pecados y la desesperación que han engendrado sus malas acciones, es capaz de obtener una misericordia infinita además de mostrársele la generosidad que contiene el velar los ojos ante las faltas de los demás.

Gracias a que tienen esperanza en conseguir el perdón, los humanos pueden elevarse por encima de las negras nubes que amenazan su horizonte y aprovechar la oportunidad para ver la luz en su mundo. Los afortunados que son conscientes de las alas edificantes de la indulgencia viven sus vidas rodeados de melodías que complacen a sus espíritus. Es imposible que la gente que ha entregado su corazón a la búsqueda del perdón no perdone a los demás. Desean con la misma intensidad ser perdonados y perdonar. ¿Habría alguien capaz de negar el perdón sabiendo que al beber del río de la indulgencia se puede salvar de los fuegos del sufrimiento que causan sus errores en el mundo interior? ¿Habría gente incapaz de perdonar sabiendo que el camino para obtener el perdón pasa a través de la indulgencia?

Los que perdonan son honrados con la indulgencia. El que no sabe cómo perdonar no puede esperar ser perdonado. Los que cierran a la humanidad el camino que lleva a la tolerancia son monstruos que han perdido su humanidad. Esos brutos que nunca se han visto inclinados a pensar sobre sus propios errores jamás podrán experimentar el elevado consuelo de la indulgencia.

Cuando se encontró con una multitud que estaba a punto de apedrear a una pecadora, Jesucristo dijo: «Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra».[1] Si de verdad se comprende esta idea, ¿puede alguien que tiene un pecado en su conciencia atreverse a apedrear a otra persona? ¡Si pudieran comprender este asunto esos desgraciados de hoy en día que pasan los días sometiendo a pruebas de fuego las vidas de los demás! La verdad es que si el motivo para apedrear a una persona es nuestro odio y nuestra maldad, si esto ha sido lo que ha motivado la sentencia, entonces no debe permitirse que se dicte. Lo cierto es que si no destruimos los ídolos de nuestro «ego» con la misma valentía que lo hizo Abraham, jamás seremos capaces de tomar la decisión correcta, ya sea en nuestro nombre o en el de los demás.

El perdón surgió y alcanzó la perfección con la humanidad. Y en lo que a ello respecta, podemos atestiguar la indulgencia más desarrollada y la tolerancia más implacable en los arquetipos de mayor calibre de toda la humanidad.

El odio y la maldad son las semillas del Infierno que los espíritus malignos han diseminado entre los seres humanos. Pero a diferencia de los que propician el odio y la maldad y convierten la Tierra en un pozo del Infierno, nosotros debemos aprovisionarnos de esta benevolencia y salir en ayuda de nuestra gente, que está sufriendo problemas incontables y está siendo empujada incesantemente hacia el abismo. Los últimos siglos se han convertido en años corruptos y sumamente desagradables por culpa de los excesos cometidos por la gente que no conoce el perdón ni acepta la tolerancia. El mero hecho de pensar que estos desgraciados serán los que nos gobiernen en el futuro basta para que se nos hiele la sangre en las venas.

Por esta razón, el regalo más preciado que la generación de nuestros días puede dar a sus hijos y a sus nietos es enseñarles a perdonar, a perdonar incluso cuando estén confrontados con la peor de las conductas y los sucesos más desagradables. Sin embargo, creer que se puede perdonar a las personas monstruosas, a esos seres malvados que disfrutan haciendo sufrir a los demás, es un insulto a la idea de la indulgencia. No tenemos el derecho a perdonarlos; hacerlo sería una falta de respeto a la humanidad. Pero yo no creo en la posibilidad de que alguien acepte un acto que sea una falta de respeto a la indulgencia.

Una generación que creció en un determinado momento del pasado bajo una presión hostil constante, vio el horror continuado y la brutalidad en el oscuro mundo al que había sido empujada. Vio sangre y pus, no sólo en la oscuridad de la noche, sino también a plena luz del día. ¿Qué podía aprenderse de una sociedad cuya voz, respiración, pensamiento y sonrisa estaban teñidos de sangre? Las cosas que se presentaron a esta generación eran justo lo contrario de lo que necesitaba y deseaba. Lo que hizo esta generación fue adquirir una segunda naturaleza por causa de años de abandono y sugerencias engañosas; el desorden y la sedición que causaron se convirtieron en una inundación. Si al menos pudiésemos ahora comprenderlo. Pero ¡Ay! ¿Dónde está esa comprensión?

Nosotros creemos que el perdón y la tolerancia curarán la mayor parte de nuestras heridas, siempre y cuando este instrumento celestial esté en manos de quien comprende su lenguaje. En caso contrario, las formas incorrectas de conducta, las usadas hasta ahora, causarán muchas complicaciones y sólo servirán para confundirnos de ahora en adelante.

Diagnostica la enfermedad y disponte a tratarla:
¿Acaso crees que cualquier ungüento será la cura de todas las heridas?

Ziya Pasha[2]

* Este artículo fue escrito en 1980 y apareció por primera vez en Çağ ve Nesil [«La era y las nuevas generaciones»], Kaynak, Izmir, 2003 (primera edición 1982), págs. 57-60.
[1] Evangelio de Juan, Capítulo 8, Versículo 7.
[2] Ziya Pasha (m. 1880): Personaje influyente del mundo literario que fue miembro y defensor de los Jóvenes Turcos, una organización nacionalista secreta que se formó en Estambul en Junio de 1865.
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