Huzn (Tristeza o Aflicción)
Los sufíes utilizan la palabra huzn (tristeza) como lo opuesto del regocijo y la alegría, y para expresar el dolor que suscita ser consciente de las responsabilidades humanas y dedicarse a ideales elevados. Todo creyente perfeccionado seguirá sufriendo este dolor según sea su grado de creencia y tejerá su vida con los «hilos» de la tristeza en el «telar» del tiempo. En resumen: se sentirá esta tristeza hasta que el espíritu de la Verdad de Muhammad se respire en todos los rincones del mundo, hasta que cesen los suspiros de los musulmanes y de otros pueblos oprimidos, y los mandatos Divinos se acaten en las vidas cotidianas de la gente.
Esta tristeza continuará hasta que se complete el viaje, con seguridad y buen estado, a través del mundo intermedio de la tumba (al-'Alamu’l-Barzaj) y el creyente vuele hacia la morada de la felicidad y bendición eternas sin ser detenido por el Tribunal Supremo en la Otra Vida. Las aflicciones del creyente no cesarán hasta que no se haga manifiesto el significado de: «Toda la alabanza y la gratitud son para Dios, Quien ha eliminado la pena de nosotros (tal como habíamos sufrido hasta que fuimos admitidos aquí). Sin duda nuestro Señor es Indulgente, Aquel Quien corresponde (la gratitud de Sus siervos)» (35: 34).
La pena o la tristeza surgen cuando el individuo percibe lo que significa ser humano, y va aumentando en proporción al grado de penetración y discernimiento que posee aquel que es consciente de su humanidad. Es una dinámica necesaria y sintomática que hace que el creyente se vuelva constantemente hacia el Todopoderoso y que, una vez percibidas las realidades que causan su tristeza, busque refugio en Él e implore Su ayuda para enfrentar su incapacidad.
El creyente aspira a conseguir cosas preciosas y muy valiosas, tales como la complacencia de Dios y la felicidad eterna y, por lo tanto, trata de hacer «un negocio muy ventajoso» con medios limitados y en el corto espacio de una vida. Las aflicciones que experimenta el creyente a través del dolor y la enfermedad, además de otras desgracias y pesares, se asemejan a un medicamento eficaz que elimina las transgresiones y permite hacer eterno lo que es temporal y que agranda el mérito personal, que es como una gota, hasta convertirlo en un océano. Podría decirse que el creyente que pasa la vida en un estado de tristeza continua participa, hasta cierto punto, de la vida de los Profetas, puesto que ellos también pasaron sus vidas en ese estado. Es muy apropiado comprobar que la gloria de la humanidad, la paz y las bendiciones sean con él, que pasó su vida rodeado de aflicción, es descrito de forma muy acertada como «el Profeta de la Aflicción».[1]
La tristeza protege al corazón y a las emociones del creyente de la corrosión y la decadencia, y le apremia a concentrarse en el mundo interior y en cómo avanzar por el camino. Ayuda al viajero del camino de autoperfección a obtener el rango de una vida espiritual pura, algo que otro viajero no podría conseguir ni tan siquiera con períodos de cuarenta días de arrepentimiento y austeridad. Lo que tiene en cuenta el Todopoderoso es el corazón, no la forma o apariencia externa. Y entre los corazones de las personas, aquellos que Él más tiene en consideración son los tristes y destrozados, llegando a honrar a sus poseedores con Su presencia, tal y como se declara en una narración: «Yo estoy cerca de aquellos que tienen los corazones destrozados».[2]
Sufyan ibn Uyayna dijo: «Hay ocasiones en las que Dios tiene misericordia de toda una comunidad por el llanto de uno que está triste, con el corazón destrozado».[3] Esto sucede así porque la tristeza surge en el corazón sincero; y entre las diversas acciones que acercan a Dios, la aflicción o tristeza es la que menos puede ser empañada por la ostentación o por el deseo de ser alabado. Parte del favor y de las bendiciones de Dios se destina a aquellos que necesitan purificar ese favor o bendición de ciertas impurezas. Esa parte se llama zakat, que literalmente significa «purificar» o «incrementar» porque purifica las posesiones del individuo de las impurezas que han aparecido al ganarlas o utilizarlas y hace que se incrementen como una bendición de Dios. La tristeza o la aflicción desempeñan un papel similar porque es la parte de la conciencia o mente de la persona que purifica y luego mantiene esa pureza y limpieza.
Se ha narrado en la Tora que, cuando Dios ama a Su siervo, Él hace que su corazón tenga ganas de llorar; si hay alguno que no Le gusta o Le enfada, infunde en su corazón ganas de divertirse y de jugar.[4] Bishru’l-Jafi[5] dice: «La tristeza o aflicción es como un gobernante. Cuando se establece en un lugar, no permite que los demás residan en ese mismo sitio».[6] El país que no tiene gobernante está en un estado de confusión y desorden; el corazón que no siente aflicción está arruinado.
¿Acaso el que tenía el corazón más sano y próspero, la paz y las bendiciones sean con él, no estaba siempre apesadumbrado y absorto en sus pensamientos? El profeta Jacob, la paz sea con él, «escaló y fue más allá de las montañas» entre él y su querido hijo, el profeta José, la paz sea con él, llevado por la tristeza y fue testigo de cómo se cumplía un sueño agradable. Se dice que los suspiros de un corazón afligido tienen el mismo mérito y valor que las recitaciones e invocaciones de los que adoran a Dios con regularidad y con frecuencia, y que la piedad y devoción de los ascetas que se apartan del pecado.
El más veraz y confirmado, la paz y las bendiciones sean con él, dice que la aflicción que provocan las desgracias de este mundo hace que se perdonen los pecados.[7] Si nos basamos en esta declaración, podremos ver lo valiosas y misteriosas que son las penas que surgen por los pecados cometidos, por el temor y amor a Dios, y cómo aquellas pertenecen a la Otra Vida. Hay algunos que sienten tristeza porque no cumplen con sus deberes de adoración con la perfección que debieran. Otros están apesadumbrados porque, a pesar de sentirse en la presencia de Dios y no olvidarle nunca, pasan también un tiempo en compañía de los demás para guiarlos hacia la Verdad. Tienen miedo de alterar el equilibrio que existe entre estar siempre con Dios y la compañía de la gente. Estos son los purificados que tienen la responsabilidad de guiar a los demás.
El primer Profeta, Adam, la paz sea con él, fue el padre del género humano y de los Profetas, y también el padre de la aflicción. Comenzó la vida de este mundo saboreando la tristeza: una debilidad momentánea en el autocontrol (profético), en la autodisciplina y determinación, la caída del Paraíso o el Paraíso perdido, el separarse de Dios, y, a partir de entonces, la tremenda responsabilidad de la Misión Profética. Durante toda su vida suspiró embargado por la tristeza. El profeta Noé, la paz sea con él, se vio sumido en la aflicción cuando se convirtió en Profeta. Las olas de tristeza provocadas por la incredulidad absoluta de su gente, y por el castigo inminente de Dios, se estrellaban contra su pecho como las olas de los océanos. Y llegó un día en el que esas olas hicieron aumentar de tal modo los océanos, que cubrieron las montañas e inundaron la tierra de pesar. El profeta Noé se convirtió en el Profeta del Diluvio.
El profeta Abraham, la paz sea con él, parecía estar programado en base a la tristeza: la que provocó su lucha con Nimrod, el ser arrojado al fuego y vivir siempre rodeado de «fuegos», el tener que dejar a su esposa e hijo en un valle desolado, el sentirse obligado a matar a su hijo y muchas otras aflicciones sagradas que pertenecían a las dimensiones internas de la realidad y del significado de los acontecimientos. Todos los demás Profetas, como Moisés, David, Salomón, Zacarías, Juan el Bautista y Jesús, la paz sea con todos ellos, experimentaron la vida como un cúmulo o repertorio de aflicciones y la vivieron sumidos en el pesar. El más grande de los Profetas, y sus Seguidores, también probaron las aflicciones más tremendas.
¡Señor nuestro! Perdónanos a nosotros y a nuestros hermanos de religión que nos han precedido en la creencia; y no permitas que nuestros corazones alberguen sentimientos equívocos contra ninguno de los creyentes. ¡Señor nuestro! Tú eres Perdonador y Compasivo. Y concede paz y bendiciones a nuestro maestro Muhammad, el siempre lleno de piedad y compasión.
[1] At-Tabarani, Al-Mu‘yamu’l-Awsat, 22:156; Al-Bayhaqi, Shu‘ab, 2:155.
[2] Al-‘Ayluni, Kashfu’l-Jafa’, 1:203.
[3] Al-Qushayri, Ar-Risala,139.
[4] Al-Qushayri, Ibíd., 138.
[5] Bishru’l-Jafi (767–840): fue uno de los maestros sufíes más conocidos del siglo VIII. Nació en Marw y vivió y murió en Bagdad. Pasó su vida aprendiendo y practicando el conocimiento. Solía ir descalzo, razón de que le apodaran Al-Jafi («el descalzo»).
[6] Al-Qushayri, Ibíd., 138.
[7] Al-Bujari, «Marda», 1; Muslim, «Birr», 52.
- Creado el