El equilibrio de lo espiritual y lo físico
La verdadera vida es la que se vive a nivel espiritual. Aquellos cuyos corazones están vivos, habiendo conquistado el pasado y el futuro, no pueden ser limitados por el tiempo. Tal gente nunca se desvela excesivamente por las penas del pasado o las ansiedades ante un futuro incierto. Los que no pueden experimentar la existencia plena en sus corazones llevando una vida frívola y superficial, siempre están en tinieblas y se inclinan a la desesperación. Ellos consideran el pasado como una horripilante tumba y el futuro como un pozo sin fondo. Es un tormento si se mueren y también si sobreviven.
El establecer una relación sana con un largo y gran pasado así como con un futuro mejor depende de la comprensión apropiada que cada uno posee acerca de la vitalidad de su corazón y de su alma. Los afortunados viven en este nivel y comprenden plenamente esta vida. Ven el pasado como los grandiosos tronos y tiendas de campaña de nuestros ancestros, el futuro como senderos que conducen a los jardines del Paraíso bebiendo de la inspiración de su conciencia interior como si fuese de la fuente de Kavsar[1], van más allá de la casa de huéspedes que es este mundo. Pero los desafortunados, los que no pueden alcanzar tal nivel de comprensión y esfuerzo, viven vidas que son peores que la muerte y sus muertes son un infierno de oscuridad sobre oscuridad.
Hay un soporte mutuo y una relación perfecta entre las acciones de uno y su vida interior. Podemos llamar a esta relación un "círculo virtuoso". Actitudes tales como la determinación, la perseverancia y la resolución iluminan la conciencia interior y el brillo de esta conciencia interior fortalece la voluntad y el propósito, estimulándonos a horizontes cada vez más altos.
Esos afortunados cuyas acciones reflejan la obediencia de sus espíritus, siempre buscarán cómo complacer al Creador y a la humanidad y continuarán adquiriendo virtudes loables. Su referencia –qibla[2]- siempre apuntará a la misma dirección –mihrab[3]- y su avance siempre seguirá la misma vía. Aunque pueda ocurrir algún desvío de vez en cuando, un remordimiento verdaderamente sincero y una penitencia de todo corazón desvanecerán el estado de estar conscientes del pecado, de sus corazones y de sus almas. Tras esto, retornarán a sus senderos, a menudo con reanimado vigor.
Los afortunados que desempeñan sus deberes meticulosamente y a conciencia, quienes atienden con esmero cada pequeño detalle, gozan del orden, la armonía y la devoción al deber en sus mundos exteriores. Al mismo tiempo, gozan de la luz pura de sus mundos interiores y, en alas de sus oraciones, logran varias veces al día el rango de los ángeles.
Este entendimiento y equilibrio en los corazones humanos, es decir, la experiencia interna y la meticulosa práctica de la religión junto al amor y el anhelo de eternidad, con el pasar del tiempo fueron reemplazados por un formalismo tosco y un misticismo que nos convirtieron en perezosos. Desde entonces, estos dos grupos fatídicos han contemplado sus propias inspiraciones, que no son más que la luz que pueda proceder de las luciérnagas, como equivalente de la intensa y diversa brillantez de la Revelación. Bloquean nuestro paso a nuevos horizontes de pensamiento y oscurecen los horizontes de nuestras aspiraciones esparciendo humo y polvo por nuestro sendero iluminado.
En conclusión, podemos caracterizar los soldados de la verdad de tal manera: los soldados de la verdad tienen una estructura fortalecida, como el acero templado, que puede aguantar todas las presiones y ataques. Su intelecto puede combinar, tal como un químico experto haría, la Palabra Divina y todo el conocimiento del momento en un recipiente y así obtener una síntesis nueva. Sus espíritus han sido perfeccionados en el mismo crisol que perfeccionó a semejantes maestros espirituales como Mawlana Rumi y Sheij Yilani. Son tan modestos que se ven a sí mismos como gente común y corriente entre los demás. Finalmente, su altruismo ha alcanzado tal nivel que pueden olvidar sus propias necesidades y deseos en consideración a la felicidad de otros.
[1] Uno de los ríos en el Paraíso.
[2] La dirección en la que los musulmanes se dirigen cuando rezan a La Meca. El individuo es el punto de partida y la Kaba, situada en La Meca, es el punto final.
[3] Parte característica reservada al imam que se encuentra en las mezquitas para indicar la dirección en la que los musulmanes deben dirigirse al rezar.
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