Gülen y Sartre sobre la Responsabilidad
Los dos últimos capítulos se centraron en el ser humano ideal como es concebido por Confucio, Sócrates y Gülen y el papel que dichos seres humanos ideales desempeñan en el gobierno del estado o la nación, y en el liderazgo de la comunidad. Concluimos afirmando que los tres pensadores eran humanistas en el amplio sentido de la palabra; principalmente porque apoyan profundamente la idea de que los seres humanos son capaces de llevar a cabo en sí mismos un ideal moral e intelectual, y que una sociedad humana puede progresar como un todo hacia dicho ideal a nivel colectivo, y que la educación es el mecanismo principal a través del cual esto se cumple. Toda la discusión llevada a cabo en los dos capítulos anteriores se basa fundamentalmente en una convicción sobre los seres humanos que Gülen trata a lo largo de su obra, y a la cual él se dedicó principalmente en sus escritos: la idea de que los seres humanos son responsables del mundo.
La responsabilidad humana del mundo, de su propia vida y de la vida de los demás, de la sociedad y del futuro es un tema constante a lo largo de siglos de humanismo y en gran parte del discurso religioso. En verdad, los principios fundamentales del humanismo respecto al poder, la capacidad, la habilidad y la belleza de los seres humanos, individual y colectivamente, no tiene sentido, o al menos son vulnerables a la acusación de vacuidad moral a no ser que sean acompañados de una fuerte creencia en la responsabilidad humana en el mundo y del mismo. Afirmar el poder y la habilidad humana en el mundo sin afirmar su responsabilidad para emplear dicho poder en la creación de las partes del mundo susceptibles de la intervención humana parece, en el mejor de los casos, ilógico o, en el peor de los casos, cínico. La filosofía humanista, —es decir, una creencia en la habilidad y responsabilidad de los seres humanos como creadores del mundo en un sentido significativo— por lo tanto, apoyó algunos de los grandes logros humanos que han conseguido la gente y las sociedades. Muchas de las maravillas del mundo del arte, la literatura, la arquitectura, la filosofía política y social, la medicina y otros campos existen porque ha habido gente que creyó en su poder en crear nuevas cosas, desarrollar nuevas perspectivas y lograr nuevos adelantos muy importantes. Algunos contemplaron su poder como concedido por Dios o por dioses y consideraron su servicio y sus logros un modo de adoración a Dios. Otros consideraron su poder desde una perspectiva irreligiosa. En ambos casos, la gente reclamó su poder, de dondequiera que fuese derivado, así como su responsabilidad de emplearlo para el bien de la sociedad.
Para el diálogo final en este libro sobre el tema de la responsabilidad, podría elegir como contertulio de Gülen a un gran número de la larga serie de humanistas tanto orientales como occidentales. Muchos filósofos, escritores, estadistas, teóricos y pensadores de muchas épocas y de muchas culturas han tratado el tema de la responsabilidad en diferentes grados en sus obras. Incluso aquellos con fuerte adhesión teológica a un Dios Todopoderoso, Omnisciente y Predestinador podrían figurar en una lista de aquellos que afirmaron una fuerte noción de responsabilidad humana del mundo. (Gülen mismo está en esta categoría). Sin embargo, para este último diálogo he elegido al principal exponente de una de las escuelas más influyentes de filosofía del siglo XX, un filósofo que defiende más que nadie esta noción de responsabilidad humana para prácticamente todo. Este filósofo es Jean Paul Sartre, perteneciente a la escuela del pensamiento existencialista.
Inmediatamente surgen preguntas respecto a esta elección, preguntas legítimas que han de ser respondidas antes de continuar. Ante todo, parece problemático emparejar a Gülen con un ateo como Sartre. ¿Cómo podría existir cualquier semejanza o diálogo entre un ateo, por un lado, y un erudito musulmán por el otro? ¿Por qué querríamos que existiera un diálogo entre ellos? Los ateos y los teístas, especialmente los monoteístas, se denuncian mutuamente y, por lo tanto, no están interesados en dialogar. Sin embargo, esta es la mismísima razón de por qué el diálogo debería existir, aunque en este caso sólo existiera en las páginas de un libro. La inherente libertad de la consciencia humana prácticamente garantiza que los ateos y los monoteístas, y todo el espectro de creencias que se halla entre medio, continuarán existiendo en el mundo tal y como lo hacen ahora y probablemente como siempre lo han hecho. Las denuncias mutuas entre ateos y creyentes no hacen sino socavar la coexistencia pacífica en el mundo globalizado y asombrosamente diverso de hoy. No podemos permitir que las denuncias mutuas se conviertan en la norma o sigan siéndolo entre la gente discrepa en asuntos de fe. Debemos impulsar el diálogo, incluso entre aquellos que no tienen, o parece que no tienen, nada que decirse los unos a los otros.
En segundo lugar, Gülen mismo critica abiertamente a Sartre y al existencialismo. En su obra The Statue of Our Souls («La Estatua de Nuestras Almas»), Gülen ubica el existencialismo en la larga lista de los «-ismos» aberrantes que han arrasado Turquía y occidente a finales del siglo XIX y el siglo XX, junto al marxismo, el durkheimismo, el leninismo y el maoísmo. Gülen habla de la juventud turca de dicho período:
Algunos se consolaron a sí mismos con los sueños del comunismo y la dictadura del proletariado; otros se hundieron en los complejos freudianos; algunas mentes se perdieron en el existencialismo y se enredaron en Sartre; otros babearon sobre lo sagrado mencionando Marcuse; y otros comenzaron a malgastar sus vidas con los delirios de Camus…1
Claramente, Gülen no es un admirador del existencialismo ni de ninguno de sus dos defensores más importantes, Sartre y Camus. Por lo tanto, ¿cómo y por qué debemos ubicar a Sartre en cualquier tipo de conversación significativa con las ideas de Gülen cuando Gülen tiene un concepto muy bajo de las ideas de Sartre? Esto es simplemente otra versión de la primera pregunta. Gülen rechaza el existencialismo en muchos aspectos. Sastre, si estuviese vivo, rechazaría muchas de las ideas de Gülen. De nuevo, sin embargo, esto no impide que haya un diálogo entre ellos. Si lo impide, entonces el proyecto entero del diálogo, tan fundamental en el movimiento Gülen, está severamente socavado ya que solamente aquellos que están de acuerdo en gran medida entre ellos podrían dialogar entre sí. Puede existir una relación y un respeto genuinos entre gente que rotundamente discrepan en sus puntos de vista, tal y como hacen Gülen y Sartre o cualquier otro creyente y ateo. Es más, Gülen puede cumplir su función de erudito musulmán siendo obligado por el Corán a deplorar el ateismo y rechazar las ideas ateas, y sin embargo, todavía sigue respetando a la persona por el mero hecho de ser un ser humano que posee un valor inherente y una dignidad. El diálogo es el medio a través del cual mantenemos nuestra atención sobre la humanidad de los demás, incluso cuando, o quizás especialmente cuando, discrepamos rotundamente en sus ideas. Encontrar cosas en común entre diferencias radicales es una estrategia probada para la coexistencia pacífica entre la gente que en gran medida discrepa. Dichos difíciles diálogos pueden, en realidad, ser los más importantes de mantener. Así que, con esto en mente, volvámonos a Sartre y Gülen para ver qué conexiones, si las hay, pueden existir posiblemente entre sus ideas.
Las ideas de Sartre y las del existencialismo como un todo, adolecen de la popularidad que el movimiento existencialista poseyó a mediados del siglo XX. Es decir, se hizo tan popular como filosofía tanto en Francia como a lo largo de occidente, que se convirtió incluso en una corriente de moda. El existencialismo estuvo, y aún lo está, extendido en lengua vernácula por aquellos cuyas interpretaciones reflejan una comprensión popular y «masiva» de sus ideas, más que a través de una lectura constante y minuciosa de sus temas principales tal y como son expresados en las obras de muchos representantes de la escuela. Además, esto se complica por el hecho de que la mayoría de los existencialistas no están de acuerdo entre ellos sobre todos los aspectos o sobre la mayoría de los mismos en algunos casos. La mayoría considera a Sastre, uno de los escritores más prolíficos de dicha escuela, como el exponente principal de la perspectiva existencialista completa, una posición que él acepta hasta cierto grado en algunos pasajes de su obra.
Sartre era plenamente consciente de las interpretaciones limitadas y con frecuencia categóricamente erróneas del existencialismo, y de las pretensiones hechas en la cultura popular sobre dicha escuela de pensamiento como un todo. Hace referencia a dichas preocupaciones en un ensayo comúnmente titulado «El existencialismo es un humanismo» o simplemente «Existencialismo», que forma parte de una obra más amplia publicada en 1957 titulada «El Existencialismo y las emociones humanas». En dicho pasaje, Sartre identifica los errores principales que la gente hace al interpretar el existencialismo, o al identificar sus afirmaciones principales sobre la realidad humana. Al defender el existencialismo frente a esas pretensiones problemáticas, contemplamos una visión del «ser humano» en el mundo bastante distinta a la de las interpretaciones más comunes sobre el existencialismo. Sartre expresa un tema de la responsabilidad humana que inspira la acción apasionada y la afirmación poderosa de la capacidad humana para dar forma al mundo. Sartre se detiene justo antes de llegar a usar el término «deber» para describir la relación de los seres humanos con el mundo al que pueden dar forma. Sin embargo, el espíritu de la palabra está ahí, aunque la letra no esté. Aquellos que eligen vivir en el mundo y no se hacen responsables de él viven una vida infrahumana y son cobardes. Dichas afirmaciones, junto a otras por el estilo, forman un núcleo de ideas que, al final, se asemejan profundamente a ciertos temas en el pensamiento de Gülen.
Sartre resume las acusaciones contra el existencialismo al principio del ensayo, y luego continúa definiendo y explicando su versión del mismo. Mientras explica los componentes básicos del existencialismo, responde a las acusaciones más comunes llevadas contra el mismo. Las acusaciones son simples y muy conocidas, basadas en la comprensión popular del existencialismo: que promueve la pasividad o el quietismo, que hace hincapié en todo lo feo que tiene la vida o se deleita con el mismo, y que niega la seriedad de los cometidos humanos. En resumen, la gente critica y rechaza el existencialismo ateísta francés porque lo interpretan como un tipo de nihilismo o la celebración de la nada. Nada en última instancia existe; ni Dios, ni valores absolutos, ni el significado esencial o fijo para la vida o para la gente; por lo tanto, no tiene sentido ser social o políticamente activo, ni asumir constantes esfuerzos para mejorar el mundo o para llevar a cabo adelantos muy importantes en el conocimiento.
Sartre rechaza, incluso se mofa ligeramente, de esta comprensión del existencialismo y dedica la primera parte de su respuesta a estas acusaciones definiendo el existencialismo con exactitud. Dice que todas las variedades de existencialismo, el cristiano y el ateo, tienen una afirmación común: que la existencia precede a la esencia. Sartre, como un defensor de la variedad atea, dice que esta afirmación es especialmente válida para su versión del existencialismo. La «esencia» se refiere aquí a un propósito, significado o una naturaleza. La mayoría de los objetos inanimados han sido creados para cumplir un propósito o un significado que existe en las mentes de sus creadores. Un cortapapeles, por ejemplo, llega a la existencia después de su inventor lo diseñase y lo fabricase en respuesta a un propósito, una meta o un significado que el inventor tenía respecto al cortapapeles. El inventor necesita algo para cortar el papel, pero no existe nada que lo haga, por lo tanto inventa un cortapapeles cuyo propósito y significado en la existencia es cortar papel. Su esencia precede a su existencia. La mayor parte de la gente, dice Sartre, piensa sobre Dios en este sentido respecto a los seres humanos: Dios crea a los seres humanos para cumplir Su propósito y su significado está ligado a dicho propósito. Su esencia precede a su existencia de la misma manera que el cortapapeles. El significado, el propósito y la naturaleza están predeterminados por sus creadores en ambos casos. Las entidades llegan a la existencia y, en el caso de los seres humanos, procuran conocer su propósito a fin de alcanzar la felicidad.
Sartre, sin embargo, es un ateo, lo cual significa que no existe un Dios en cuya mente el significado, propósito y naturaleza del ser humano —la «esencia» humana— morase antes de que cree a los seres humanos. Ya que no existe Dios, los seres humanos simplemente existen, llegan a la existencia primero y su esencia viene después. Para los seres humanos, la existencia precede a la esencia, y este es el primer principio del existencialismo. Sartre lo explica así:
¿Qué significa aquí que la existencia precede a la esencia? Significa que el hombre empieza por existir, se encuentra, surge en el mundo, y que después se define. El hombre, tal como lo concibe el existencialista, si no es definible, es porque empieza por no ser nada. Sólo será después, y será tal como se haya hecho. Así, pues, no hay naturaleza humana, porque no hay Dios para concebirla. El hombre es el único que no sólo es tal como él se concibe, sino tal como él se quiere, y como se concibe después de la existencia, como se quiere después de este impulso hacia la existencia; el hombre no es otra cosa que lo que él se hace. Éste es el primer principio del existencialismo2.
Por lo tanto, no existe un significado predeterminado o propósito para la vida humana, porque no existe Dios que la haya concebido. Los seres humanos simplemente existen, son impulsados hacia la existencia y han de hacerse a sí mismos su propio propósito, significado y naturaleza. Ya en este principio, vemos las semillas de la responsabilidad que Sartre planta en su filosofía sobre los seres humanos, especialmente ya que los seres humanos llegan a la existencia como seres pensantes y, en la medida en que se desarrollan cognitivamente, tienen consciencia de sí mismos. Sartre continúa explicando:
El hombre es ante todo un proyecto que se vive subjetivamente, en lugar de ser un musgo, una podredumbre o una coliflor; nada existe previamente a este proyecto; nada hay en el cielo inteligible, y el hombre será, ante todo, lo que habrá proyectado ser… Pero si verdaderamente la existencia precede a la esencia, el hombre es responsable de lo que es. Así, el primer paso del existencialismo es poner a todo hombre en posesión de lo que es, y asentar sobre él la responsabilidad total de su existencia. Y cuando decimos que el hombre es responsable de sí mismo, no queremos decir que el hombre es responsable de su estricta individualidad, sino que es responsable de todos los hombres3.
Dos temas importantes para nuestra discusión surgen de este pasaje. Primero, la responsabilidad de la que Sartre habla se extiende más allá del individuo hacia el resto de los seres humanos. Esta afirmación esta ligada a lo que Sartre entiende por subjetividad; es decir, en todo momento los seres humanos están relacionados con el mundo, el mundo humano, el mundo del ser humano. Nunca podemos salir de este mundo, fuera de nuestra humanidad, hacia una perspectiva «objetiva» aislada del mundo y de los demás. Todos existimos, por naturaleza, en el mundo con los demás, como parte del mundo, en una humanidad comunitaria. Por lo tanto, cuando elegimos nuestras vidas y tomamos responsabilidad de crearlas, no las creamos sólo para nosotros, sino que las creamos para todos porque estamos relacionados con todos. Estamos enraizados en la subjetividad. Elegir no es sólo para nosotros individualmente, sino para todos. Sartre dice: «En efecto, no hay ninguno de nuestros actos que, al crear al hombre que queremos ser, no cree al mismo tiempo una imagen del hombre tal como consideramos que debe ser»4.
Un segundo punto importante de la larga cita anterior tiene que ver con la definición de Sartre de un ser humano. En la cita, Sartre distingue a los seres humanos de «un musgo, una podredumbre o una coliflor». Los seres humanos no son meros objetos entre otros objetos, abandonados en las manos del destino, a los caprichos del ciego instinto corporal, el destino o el clima. Más adelante, en su ensayo, hace referencia a este punto de modo enérgico. Afirma lo siguiente sobre la teoría del existencialismo:
Esta teoría es la única que da una dignidad al hombre, la única que no lo convierte en un objeto. Todo materialismo tiene por efecto tratar a todos los hombres, incluido uno mismo, como objetos, es decir, como un conjunto de reacciones determinadas, que en nada se distingue del conjunto de cualidades y fenómenos que constituyen una mesa o una silla o una piedra. Nosotros queremos constituir precisamente el reino humano como un conjunto de valores distintos del reino material5.
Aquí, Sartre separa al existencialismo del materialismo que, tanto Gülen como muchos otros desde una perspectiva religiosa, también rechazan de manera definitiva por ser un síntoma de enfermedad espiritual, un aspecto del ateismo o una explicación reduccionista de la vida humana. Sartre lo rechaza también, a pesar de utilizar distintos modos de argumentación. El existencialismo de Sartre no permite que la gente se halle al nivel de las piedras, las sillas o el musgo. En lugar de ello, insiste en que los seres humanos son mucho más que eso; no porque han sido creados por Dios con un propósito y significado, sino porque desde su nacimiento exhiben claramente en sus propias vidas la capacidad para la consciencia, la consciencia de sí mismo y auto-consciencia de sí mismo, a diferencia de otro ser vivo. A diferencia de los otros seres, pensamos, en el sentido cartesiano pleno de la palabra, el cual incluye el pensamiento por sí mismo o el pensamiento sobre el ser. Esto marca una diferencia categórica entre los seres humanos y los otros seres vivos. Es más, es este dominio de la humanidad el que da lugar a la creación de valores, ideales y significado. Hallándose la gente en esta condición, enraizados en la subjetividad humana, debemos decirnos a nosotros mismos al comienzo de cada acción, si somos honestos y responsables en el mundo: «¿Soy yo quien tiene derecho a obrar de tal manera que la humanidad se ajuste a mis actos?»6. Sartre dice que no preguntarse esta pregunta es vivir en lo que él llama «mala fe» consigo mismo y con el mundo.
Claramente, una persona deprimida, cansada, pasiva y aislada no es lo que Sartre concibe cuando habla de alguien que toma responsabilidad de sí mismo y del mundo. Dicha persona elude su responsabilidad de su propia vida y de la de los otros llevándose las manos a la cabeza de manera cansada: «¿Qué se puede hacer? Nada». Todo lo contrario, según Sartre, se puede hacer mucho. De hecho, somos los únicos que lo hacemos, y «lo hacemos» incluso cuando nos sentamos y decimos que no lo estamos haciendo y negamos nuestra responsabilidad aludiendo que hemos nacido de esa manera, o que no podemos hacer nada por ello o que el destino lo ha decretado. La pasividad resignada es el resultado de una filosofía que abandona la vida humana al destino y al determinismo materialista. El existencialismo, por otra parte, rechaza el fatalismo y el determinismo materialista y contempla toda la vida del ser humano como un campo de acción y responsabilidad, enraizado en la afirmación de que no hay nadie más que nosotros, seremos lo que nos hacemos que seamos y el mundo será lo que hacemos de él, ni más ni menos. Sartre emplea gran parte de su ensayo describiendo los «rasgos» de vivir plenamente dentro de esta consciencia de responsabilidad y acción, y los etiqueta con estas tres palabras: angustia, desamparo y desesperación. Malinterpretados, estos conceptos nos dejan deprimidos y pasivos. Apropiadamente comprendidos nos ponen en el mundo intentando poner en práctica los mejores planes para nosotros y para el mundo. Por angustia, Sartre se refiere a la experiencia que uno tiene al vivir reconociendo plenamente su responsabilidad. Señala:
Esto —la angustia— significa que el hombre que se compromete y que se da cuenta de que es no sólo el que elige ser, sino también un legislador, que elige al mismo tiempo que a sí mismo a la humanidad entera, no puede escapar al sentimiento de su total y profunda responsabilidad. Ciertamente hay muchos que no están angustiados; pero nosotros pretendemos que se enmascaran su propia angustia, que la huyen7.
Tanto escapar de la angustia misma como de la noción de ser responsable constituyen mala fe según Sartre. Afirma que nadie que esté en una posición de liderazgo conoce esta angustia como la conoce el comandante que elige si dirige a sus soldados hacia la batalla sabiendo que de su decisión dependen las vidas de sus hombres. Por supuesto, él puede evitar la responsabilidad y pasársela a sus superiores diciendo que dirigiendo a los hombres hacia la batalla tan sólo seguía órdenes. Sartre dice que, sin embargo, el comandante interpreta las órdenes y decide si actuar o no. Por lo tanto, es responsable de su elección. No sentir angustia en esta posición es no hacerse responsable. Además, sentir angustia no permite la inacción por parte del comandante. A pesar de todo, debe elegir si mandar o no a sus hombres a la batalla. Más allá de ser una excusa para la inacción, su angustia es la condición misma para su acción. Esta angustia, dice Sartre, «No es una cortina que nos separa de la acción, sino que forma parte de la acción misma»8.
El desamparo también es muy simple, dice Sartre. Por desamparo se entiende, según él, «queremos decir solamente que Dios no existe, y que de esto hay que sacar las últimas consecuencias»9. Sartre rechaza la tendencia modernista occidental que afirma el ateismo, aunque sin embargo sigue actuando como si un reino transcendente de moralidad, propósito y significado existiese. En una idea así, Dios es un concepto anticuado que ha de ser abandonado, sin embargo los valores y significados enraizados en la existencia de Dios pueden de alguna manera tener todavía la misma supremacía como si Dios existiese, por lo que la sociedad puede avanzar confortablemente. A Sartre no le parece esto solamente ilógico, sino también irresponsable. Indica:
El existencialista, por el contrario, piensa que es muy incómodo que Dios no exista, porque con Él desaparece toda posibilidad de encontrar valores en un cielo inteligible; ya no se puede tener el bien a priori, porque no hay más conciencia infinita y perfecta para pensarlo… Dostoievski escribe: «Si Dios no existiera, todo estaría permitido». Este es el punto de partida del existencialismo. En efecto, todo está permitido si Dios no existe y, en consecuencia, el hombre está abandonado, porque no encuentra ni en sí ni fuera de sí una posibilidad de aferrarse. No encuentra ante todo excusas10.
La última frase es fundamental aquí y es muy fácil que pase desapercibida. Sartre no dice que tan solo deberíamos hacer todo lo que nos plazca porque como Dios ya no existe nada tiene ningún valor divinamente establecido y ninguna noción del Bien existe. En lugar de ello, dice que cuando vivimos en la plena consciencia de estos hechos, claramente vemos que somos nosotros, no Dios, los responsables de todo. No recurrimos a abandonar los acontecimientos en nuestras vidas o el mundo a la «voluntad de Dios» o al «Plan de Dios» o algo de esta naturaleza. Nosotros decidimos lo bueno y valioso, no Dios. Sentimos la angustia que acompaña a esta posición, la increíble responsabilidad de todo, el desamparo o la soledad que son nuestros en el mundo. No sentirlo o no intentar sentirlo es «presentar excusas» para nosotros.
Sartre llega hasta el punto de decir que incluso aunque Dios exista nuestra situación humana no cambia. Ofrece en su ensayo varios ejemplos de creyentes que viven como si Dios hubiese elegido el camino para ellos o como si los valores que practican y han elegido estuviesen firmemente enraizados en Dios: una mujer que oye voces espirituales que le ordenan hacer cosas; un estudiante que recibe la orientación vital de Dios a través de un sacerdote; un católico que actúa en base a los signos que le llegan de Dios; un jesuita que ve la mano de Dios en todas las circunstancias de su vida. En todos esos casos, Sartre dice que la gente elude su responsabilidad, no porque se atreven a creer en Dios, sino porque rehúsan ver su propia responsabilidad en su creencia. No ven que son ellos mismos los que determinan lo que es y lo que no es un signo de Dios, ya sean las voces que oyen de Dios o del diablo, ya sea correcto lo que dice el sacerdote o no lo sea o cómo deben ser interpretados los textos sagrados, etc. Incluso si Dios existe y manda ángeles para hablarnos, para darnos una revelación que escribimos palabra a palabra, somos nosotros los que decidimos si los ángeles son merecedores de ser escuchados y cómo hay que interpretar las palabras que nos dan. Al final, seguimos siendo responsables. No podemos presentar excusas para nosotros y no podemos escaparnos. Sartre, al final de su ensayo, explica que el existencialismo no dedica tiempo alguno defendiendo su ateismo, fundamentalmente porque al final da lo mismo con respecto a la responsabilidad humana. Señala:
El existencialismo no es de este modo un ateísmo en el sentido de que se extenuaría en demostrar que Dios no existe. Más bien declara: aunque Dios existiera, esto no cambiaría; he aquí nuestro punto de vista. No es que creamos que Dios existe, sino que pensamos que el problema no es el de Su existencia11.
De cualquier manera, somos responsables del mundo, nuestros valores, nuestro significado y nuestro propósito. No hay escapatoria de ello, e intentarlo es vivir en mala fe con el mundo.
Por último, por desesperación, Sartre quiere decir que debemos actuar en el mundo, como gente plenamente responsable, sin ni siquiera saber si nuestros actos van a lograr los resultados deseados. No podemos, tal y como Hegel hace, depender de un Geist transcendental para guiar la historia hacia metas cada vez más elevadas de nuestras acciones. Tampoco podemos depender de la bondad humana innata, o de la ubicuidad de la Verdad o de cualquier otra noción para asegurar que nuestras acciones van a lograr nuestro deseado futuro. Nada está garantizado, señala Sartre:
Puesto que estos hombres son libres y decidirán libremente mañana sobre lo que será el hombre; mañana, después de mi muerte, algunos hombres pueden decidir establecer el fascismo, y los otros pueden ser lo bastante cobardes y desconcertados para dejarles hacer; en ese momento, el fascismo será la verdad humana, y tanto peor para nosotros; en realidad, las cosas serán tales como el hombre haya decidido que sean12.
No tenemos garantías de que nuestras acciones darán fruto después de que hayamos muerto y estemos fuera del campo de acción. Algunos dirían, entonces, que este hecho por sí mismo justifica la inacción y la pasividad, y se preguntan por qué uno se tiene que molestar en actuar si es posible que nuestras acciones no den fruto alguno. Otra vez, Sartre dice aquí que somos responsables. Seguimos siendo responsables del mundo entero incluso aunque estemos limitados por nuestra propia mortalidad. Por lo tanto, sentimos desesperación. Sartre señala:
¿Quiere decir esto que deba abandonarme al quietismo? No. En primer lugar, debo comprometerme; luego, actuar según la vieja fórmula: «No es necesario tener esperanzas para obrar». Esto no quiere decir que yo no deba pertenecer a un partido, pero sí que no tendré ilusión y que haré lo que pueda. Por ejemplo, si me pregunto: ¿Llegará la colectivización, como tal, a realizarse? No sé nada; sólo sé que haré todo lo que esté en mi poder para que llegue; fuera de esto no puedo contar con nada. El quietismo es la actitud de la gente que dice: «Los demás pueden hacer lo que yo no puedo». La doctrina que yo les presento es justamente lo opuesto al quietismo, porque declara: «Sólo hay realidad en la acción». Y va más lejos todavía, porque agrega: «El hombre no es nada más que su proyecto, no existe más que en la medida en que se realiza, no es, por lo tanto, más que el conjunto de sus actos, nada más que su vida»13.
Por lo tanto, al igual que la angustia, la desesperación es la condición de nuestras acciones; y no puede ser una excusa para la inacción si continuamos siendo responsables del mundo. La imagen en este pasaje es la de la gente que se entrega completamente a los cometidos que tienen entre manos, a esos proyectos y planes a los que están más dedicados y en los que encuentran su más elevada realización; todo el tiempo sabiendo que no hay garantías de que su trabajo pueda ser completado, pero sabiendo que son plenamente responsables del mundo, a pesar de la angustia, el desamparo y la desesperación.
Lo importante a mencionar aquí es que ser responsable y padecer angustia, desamparo y desesperación no es intrínsecamente una vida mísera. Sartre se atreve a decir que el existencialismo es un tipo de optimismo, aunque un optimismo estricto. La vida vivida dentro de la responsabilidad ciertamente involucra sacrificio y sufrimiento, pero esto no equivale a una vida llena de miseria y depresión. La vida vivida dentro de la responsabilidad es una vida de acción, de logro y cumplimiento de proyectos, una vida de creación poderosa. Es verdaderamente una vida inventada y un mundo inventado; y es inventado por nosotros, los seres humanos, seres distintos a los demás por nuestra propia consciencia de nosotros mismos y nuestro dominio interno de valoración y consciencia. La mayoría de la gente, por supuesto, se horroriza de la posibilidad de vivir una vida creada o inventada. No quieren tomar responsabilidad plena de sus vidas o del mundo y prefieren hacer que el destino, Dios, las circunstancias, la naturaleza o la biología sean responsables de sus vidas. Siendo afrontados con el horror de su propia responsabilidad, huyen en mala fe y arremeten contra la escuela de pensamiento que afirma su responsabilidad.
Sartre vivió su propia vida como un activista social y político, un filósofo, un maestro, un soldado y un ciudadano involucrado consecuente con su idea de la responsabilidad. Sartre dice al final de su ensayo:
Así, creo yo, hemos respondido a cierto número de reproches concernientes al existencialismo. Ustedes ven que no puede ser considerada como una filosofía del quietismo, puesto que define al hombre por la acción; ni como una descripción pesimista del hombre: no hay doctrina más optimista, puesto que el destino del hombre está en él mismo; ni como una tentativa para descorazonar al hombre alejándole de la acción, puesto que le dice que sólo hay esperanza en su acción, y que la única cosa que permite vivir al hombre es el acto. En consecuencia, en este plano, tenemos que vérnoslas con una moral de acción y de compromiso14.
Gülen no rechaza a Sartre por sus puntos de vista sobre la responsabilidad. De hecho se da una fuerte semejanza entre Gülen y Sartre sobre este tema, a pesar de que estén en desacuerdo prácticamente en el resto. Como musulmán y expresando sus ideas en el marco de un contexto islámico, Gülen habla sobre asuntos de mediación y responsabilidad humanas en el mundo de modo paralelo al de casi todos los teólogos de los grandes monoteísmos cuando tratan dichos temas. De hecho, estos asuntos han preparado el terreno para una discusión, un análisis y un debate ricos a los largo de los siglos en las grandes religiones que postulan un Dios Todopoderoso y Omnisciente. El quid de la cuestión es reconciliar la tensión entre la voluntad de Dios y la providencia, por un lado, y la voluntad humana y la acción, por el otro. La mayoría de los teólogos monoteístas, especialmente los que sostienen una recompensa y un castigo eternos, no niegan el libre albedrío humano, ya que haciéndolo niegan la responsabilidad humana de sus actos, lo cual pone en tela de juicio la justicia de la existencia de un Cielo o un Infierno eternos como «recompensa» por las acciones humanas, una creencia fundamental tanto en el Cristianismo como en el Islam. Si los seres humanos no tienen el libre albedrío, ¿cómo pueden ser castigados o recompensados por sus acciones? Por otro lado, postular una mediación humana plena y libre parece que socava la idea de la providencia Divina. Dios no es el director supremo del mundo si los seres humanos en su libre albedrío eligen otro camino para el mismo. Por lo tanto, esta tensión entre la providencia Divina y el libre albedrío humano recibe una gran atención por parte de los teólogos, y los intentos de reconciliar la tensión, o moderarla, son numerosos y varios a lo largo de las tradiciones*.
No necesitamos discutir estos asuntos aquí salvo decir que esta tensión o asunto está en el segundo plano cuando Gülen expone sus nociones sobre la responsabilidad del ser humano en el mundo. Por consiguiente, él nunca dirá, tal y como Sartre hace, que los seres humanos son completamente responsables del mundo tal y como existe en la historia, porque de esa manera socava la idea de la providencia y el Decreto Divinos en el cual él cree mucho. Gülen predica el Dios del Islam, el Todopoderoso y Omnisciente Dios que es el Creador de los Cielos y de la Tierra y que lo sabe todo. Toda realidad y existencia es lo que es por el Decreto Divino y no tiene existencia o realidad en absoluto fuera de dicho Decreto. Este compromiso de fe caracteriza todas las afirmaciones que Gülen hace sobre la responsabilidad humana y es la diferencia fundamental de las cosmovisiones de Sartre y Gülen que se resiste a una mediación.
Gülen habla sobre este tema, sin embargo, de un modo que nos ayuda a comprender cómo habla sobre la «consciencia de responsabilidad» del modo en que lo hace en The Statue of Our Souls («La Estatua de Nuestras Almas») y en otras obras. Habla de este asunto empleando una palabra clave traducida al español como «vicerregente» o «vicerregencia». Empleando dicha palabra ya indica, al menos en español, que él está realizando un sutil equilibrio con respecto a la providencia Divina y el libre albedrío humano. La vicerregencia significa administración, gobierno y responsabilidad, por supuesto. Sin embargo, el prefijo «vice-» connota sustituir a una autoridad superior, incluso quizás por decreto. Aquí tenemos la perspectiva de Gülen en pocas palabras, junto con la de otros teólogos de las tradiciones monoteístas que se enfrentaron al difícil desafío de reconciliar la Divina providencia y el libre albedrío humano. El Omnisciente y Todopoderoso Dios, por decreto, creó la existencia de tal manera que el mundo humano en su existencia es afectado por la mediación humana. La gente, o bien cumplen dicho cargo o no; y sufren las consecuencias en esta vida y en la próxima. Independientemente de ello, los infinitos y, por lo tanto, los misteriosos (ya que nuestras mentes finitas no pueden comprender lo infinito, pero sin embargo pueden «llamarlo» así) planes de Dios para el mundo y toda la existencia quedan cumplidos. Una vez más, es un equilibrio delicado que no puede, tal vez, resolver totalmente la tensión entre la Divina providencia y el libre albedrío humano; pero hace, quizás, el mejor trabajo posible de ello que puede hacerse y que preserva un lugar serio para la mediación y responsabilidad humanas en el mundo, que es lo que aquí nos concierne.
Gülen basa sus afirmaciones respecto a la vicerregencia humana en el Corán (2:30): «Estableceré en la Tierra a un vicerregente»15. Como vicerregentes, los seres humanos son representantes divinos en el mundo. Gülen señala:
Si el ser humano es el vicerregente de Dios en la Tierra, el favorito de toda Su creación, la esencia y el núcleo de la existencia en su totalidad y el espejo más brillante del Creador —y no hay duda de que esto es así— entonces, el Ser Divino, que ha enviado al ser humano a este reino, nos habrá dado el derecho, permiso y la capacidad de descubrir los misterios en el alma del Universo, descubrir el poder, la fuerza y el potencial ocultos para usar todo para su propósito y para ser los representantes de las características que Le pertenecen a Él, tales como el conocimiento, la voluntad y el poder16.
Aquí, vemos a Gülen llevando a cabo el delicado equilibrio mencionado con anterioridad. Afirma de forma convincente que los seres humanos son tanto la creación como el espejo de Dios. La gente son tanto criaturas como reflejos sometidos al Creador y representantes del mismo Creador. Esta es la posición del vicerregente: sometido siempre a los decretos de Dios, y siempre, por el mismo decreto, encargado de representar y hacer el trabajo de aquel Dios en el mundo con las capacidades internas que reflejan aquellas de Dios. Gülen continúa así explicando la vicerregencia humana:
La vicerregencia humana del Creador tiene lugar en una esfera excepcionalmente amplia que abarca actos que van desde creer en Él y venerarle a comprender los misterios de las cosas y las causas de los fenómenos naturales y, por lo tanto, ser capaz de interferir en la naturaleza… Estos seres humanos genuinos intentan ejercer su libre albedrío de un modo constructivo, trabajando y desarrollando el mundo, protegiendo la armonía entre la existencia y la humanidad, recolectando las bondades de la Tierra y de los Cielos para el beneficio de la humanidad, intentando elevar el tono, la forma y el sabor de la vida a un nivel más humano dentro del marco de la orden y el permiso del Creador. Esta es la verdadera vicerregencia dentro de la cual se halla la servidumbre a Dios17.
Nótese el rango de la acción humana en el papel de vicerregente, el cual incluye el reconocimiento religioso y la veneración, el conocimiento científico del mundo natural, los modos de «afectar» al mundo natural o manipular el mismo con fines positivos y mejorar la vida humana en modos cada vez más enriquecedores y humanos. Como vicerregentes, los seres humanos son responsables de todo esto. Son responsables ante Dios, como representantes terrenales, del cumplimiento de sus deberes en dichos dominios.
Gülen trata el tema de la vicerregencia humana con mucho detalle en The Statue of Our Souls («La Estatua de Nuestras Almas») de modo más enérgico y radical que en otras obras. Al principio del libro, trata la discusión sobre la providencia Divina y el libre albedrío humano, afirmando al final el delicado equilibrio que ya hemos citado anteriormente. Añade una interesante reflexión sobre el libre albedrío humano:
Dios nos ha concedido el libre albedrío… y lo acepta como una invitación a Su Voluntad y Fuerza de Voluntad y promete establecer los proyectos más esenciales sobre esta voluntad, un plan que Él ha puesto en práctica y continúa haciéndolo. Dios creó nuestra voluntad como motivo para el mérito o el pecado; como base para la recompensa y el castigo; y lo acepta como un agente al que ha de ser atribuido lo bueno y lo malo… Esto es por lo que Dios atribuye importancia a nuestra voluntad y a los deseos y aspiraciones de la humanidad. Lo acepta como condición para la construcción y la prosperidad tanto en este mundo como en el Más Allá, haciéndolo una causa considerable, como un interruptor mágico de un mecanismo eléctrico potente que puede iluminar los mundos18.
Por lo tanto, aquí Gülen afirma que el mecanismo de la voluntad humana establecida por Dios, es el mecanismo que determina las realidades tanto de este mundo como del Más Allá. Afirmar el significado supremo de la voluntad y la acción humanas en el mundo no socava de ninguna manera la voluntad de Dios; de hecho, la voluntad humana es la confirmación y la ejecución de la voluntad de Dios en el mundo, por lo que apartarse de la humanidad, la fe, el conocimiento y la verdad es tan problemático. Apartarse de esas cosas es abdicar del cargo de la vicerregencia responsable y usar los poderes de dicho cargo para el mal; lo cual afectará la vida a niveles más profundos, porque el dominio de responsabilidad de dicho cargo incluye tanto la totalidad de esta vida como la próxima, en resumen, toda la realidad.
Comenzamos a ver, después, el comienzo del tono que Gülen adopta a lo largo de The Statue of Our Souls («La Estatua de Nuestras Almas»). Un tono de pasión y urgencia que llama a la gente que tomará plenamente este título de vicerregencia y que cargará en sus hombros el peso de la responsabilidad intrínseca a dicho papel. A lo largo del resto del libro, Gülen trata en detalle los rasgos del carácter de estos vicerregentes, muchos de los cuales hemos tratado en los dos capítulos anteriores, ya que los supremos vicerregentes son los «herederos de la Tierra», la «gente de corazón» o la «gente ideal». Aquí, sin embargo, nos centramos en esos rasgos del carácter que se relacionan directamente con la responsabilidad del mundo. Uno de esos rasgos es la acción, o ser persona de acción. Gülen lo explica así:
La acción es el componente más importante y necesario de nuestras vidas. Llevando a cabo las responsabilidades particulares a lo largo de nuestra acción y nuestro pensamiento continuos, enfrentándonos y haciéndonos cargo de las dificultades particulares, en cierto sentido, sentenciándonos a todo ello, a pesar de que ello sea a costa de muchas cosas, siempre tenemos que actuar y esforzarnos. Si no actuamos tal y como somos, seremos arrastrados por las olas causadas por el impulso y las acciones de los demás y a los remolinos de los planes y pensamientos de los demás. Y, entonces, estaremos forzados a actuar en nombre de los demás. Permaneciendo apartados de la acción, no interfiriendo en las cosas que ocurren alrededor de nosotros, no siendo parte de los acontecimientos que nos rodean y permaneciendo indiferentes ante los mismos es como dejarnos derretir, como hielo que se convierte en agua19.
Los lectores inteligentes podrán darse cuenta ya de las líneas de semejanza entre Gülen y Sastre en este punto particular. Gülen identifica aquí la acción como el componente principal de la vida humana. Sólo a través de la acción nos convertimos en los herederos de la Tierra del modo descrito en los capítulos anteriores. Sólo a través de la acción nos creamos a nosotros mismos y al mundo en el modo mencionado en este capítulo. Sin acción, es decir, sin involucrarnos, sin asumir la responsabilidad de las cosas y hacernos cargo del sufrimiento que esa responsabilidad naturalmente implica, nos abandonamos a las acciones de los demás, abandonamos nuestro papel como seres humanos y vicerregentes y elegimos, en su lugar, una vida predeterminada o determinada por otros similar a la existencia de los objetos inanimados o de los animales que viven según un instinto integrado, en vez de la elección y la consciencia. Nuestra humanidad se derrite cuando nos negamos a actuar y a asumir las responsabilidades de la acción. En otro pasaje, Gülen dice que eligiendo no actuar (lo cual, desde luego, es una acción en sí misma, aunque irresponsable) elegimos la muerte: «El aspecto más profundo de la existencia es la acción y el esfuerzo. La inercia es disolución, descomposición y otro nombre para la muerte»20.
Gülen dice que la gente de acción desempeña muchos papeles en la sociedad, «a veces un leal patriota, un héroe de acción pensante, a veces un devoto discípulo de la ciencia y del aprendizaje, un artista genial, un estadista, y, a veces, todo ello»21. Dedica todo un capítulo en resumir las vidas y las obras de personajes recientes de la historia turca. Lo que les distingue y les une a todos ellos, según Gülen, es la increíblemente plena responsabilidad que asumían virtualmente de todo; la llamada del infinito que oían sonar a lo largo de su consciencia que son responsables del mundo y que cada molécula de su ser y su energía debía estar empleada en servicio activo de dicho cargo. Gülen explica de la siguiente manera:
Su responsabilidad es tal que lo que penetre en la comprensión y fuerza de voluntad consciente de un individuo nunca permanece fuera de ello: la responsabilidad ante la creación y los acontecimientos, la naturaleza y la sociedad, el pasado y el futuro, los muertos y los vivos, los jóvenes y los viejos, los letrados y los iletrados, la administración y la seguridad… todo el mundo y todas las cosas. Y, por supuesto, sienten el dolor de todas estas responsabilidades en su corazón; las sienten como desquiciadoras palpitaciones, exasperación en el alma, siempre compitiendo por su atención… El dolor y la angustia que surge de su consciencia de responsabilidad, si no es temporal, es una oración, una súplica que no es rechazada, y una fuente poderosa de más proyectos alternativos y la nota más atrayente de las consciencias que han permanecido claras e incorruptas22.
Este es un pasaje extraordinario. En primer lugar, nótese el dominio de la responsabilidad, «todo el mundo y todas las cosas», incluyendo el pasado y los muertos. Nada que pueda penetrar en la comprensión o en la consciencia está fuera del dominio de esta responsabilidad. Si podemos pensar sobre ello y es real (no imaginario), somos responsables de ello. En segundo lugar, nótese el sufrimiento que acompaña a la responsabilidad; «el dolor y la angustia» que acompañan a esta consciencia. Gülen, en este pasaje, y en otros de la misma obra, habla de las dificultades internas que acompañan a asumir seriamente el papel de vicerregente o heredero de la Tierra. Frecuentemente, hace referencia a Rumi, el gran poeta del siglo XIII que escribe elocuentemente sobre el dolor y el sufrimiento que acompaña al gran amor y la angustia del anhelo por el Bienamado, que es un profundo sufrimiento, sin embargo el amante no se da por vencido para evitar el sufrimiento, ya que el amor del Bienamado es la razón de la existencia y el alma de la vida. Los vicerregentes de Gülen son aquí los que aman fervientemente al Bienamado. En este caso, el Bienamado es Dios, la creación de Dios, toda la realidad que viene de Dios, todas las cosas y todo el mundo. Amar al Bienamado es ser responsable de ello. Es un anhelo, un sufrimiento, una palpitación del corazón, y una consciencia estremecedora, imposible de evitar mientras se esté «enamorado». El amante está sentenciado a ello como amante. No es un obstáculo para amar. Es la misma condición de dicho amor. Finalmente, el pasaje mencionado indica que esta responsabilidad es la llamada para todos los seres humanos verdaderos, y que siempre que oyen la «nota» de esta llamada a través del sufrimiento, activan más proyectos y planes. Gülen dice que la gente de responsabilidad ama dicha responsabilidad tanto que por ella renunciarían al Paraiso23.
La semejanza con Sartre es obvia a pesar de que reconocemos que Gülen y Sartre generan sus ideas y sus obras desde marcos filosóficos totalmente diferentes, hasta tal punto que parece a primera vista poco probable que exista cualquier semejanza entre ellos. Sin embargo, está claro que cada uno de ellos desde sus enormemente diferentes puntos de origen respectivos y desde cosmovisiones totalmente divergentes, expresan opiniones paralelas de la vida humana en el mundo en lo que se refiere a la responsabilidad humana del mundo. Tanto Sartre como Gülen emplean todas sus energías intelectuales para subrayar la necesidad urgente en la vida de la gente que asuma responsabilidad del mundo y para recalcar el hecho de que el mundo siempre ha sido y continuará siendo aquello que hagamos de ello. Tanto Gülen como Sartre podrían haber escrito estas palabras que figuran en The Statue of Our Souls («La Estatua de Nuestras Almas»):
Todas las personas que tengan un sentido de responsabilidad individual seria dirán: «Tengo que hacer esto yo mismo. Si no lo hago ahora, en la medida en que pueda, entonces probablemente nadie lo hará», y correrán para ser los primeros en hacerlo y los abanderados24.
Tenemos que confiar en nosotros mismos y en nuestros poderes, independientemente de que creamos que nos vienen de Dios, tal y como Gülen cree, o que no proceden de Dios, tal y como Sastre hace, y rechazar esperar que algo o alguien aparte de nosotros haga nuestro trabajo por nosotros. Empujar nuestra responsabilidad hacia otros es vivir en «mala fe», usando una frase de Sartre, que, curiosamente, cuadra bastante bien con la afirmación de Gülen sobre la gente de fe que rechazan la responsabilidad: viven una «mala fe».
Una cita final de Gülen sella su visión sobre la verdadera vida humana y florece e ilumina con exactitud aquello que debería ocurrir si un mundo de bondad, verdad y libertad para todos llegase a existir, y el papel que desempeña la gente para hacer que ese mundo llegue a la existencia. Una vez más, el espíritu de la cita se asemeja al espíritu, y no a la letra, de las sensibilidades sartreanas. Gülen señala:
De hecho, en este territorio tan vasto, necesitamos mentes refinadas y voluntades de hierro que abracen e interpreten la creación en su profundidad, totalidad y humanidad, en toda su vastedad mundana y celestial que puedan llevar el título de vicerregente de Dios sobre la Tierra, que sean capaces de intervenir en los acontecimientos y desafiar el espíritu huérfano y el pensamiento endeble que no confiere importancia alguna a la consciencia de responsabilidad, a los valores humanos, al conocimiento, a la moralidad, a la verdadera contemplación, a la virtud y al arte25.
El espíritu profundo aquí es la valentía, la valentía de la responsabilidad. En nuestra cobardía y mala fe, nos escapamos de la responsabilidad de nuestras propias vidas y del mundo. Nosotros, de un espíritu cobarde y endeble, presentamos excusas por nosotros y culpamos de la situación del mundo a los demás, al destino o a las circunstancias. Todo el tiempo, el mundo pesa sobre nuestros hombros, lo reconozcamos o no, o asumimos o no dicha responsabilidad. El mundo continúa pesando sobre nuestros hombres aunque elijamos la muerte y la inercia, la vida de un musgo, la de una silla, la de una roca, una vida inferior a la que ha sido designada para nosotros por Dios, la Naturaleza o la Existencia. La vida auténtica, ante Dios o ante la Vida, es la vida de responsabilidad, aquellos que la viven sufren la desesperación y la angustia de dicha vida; pero también son los seres que verdaderamente merecen ser llamados «humanos». Tienen voluntades de hierro y corazones valientes que les empujan hacia adelante en medio de su aflicción hacia dominios muy extensos de responsabilidad por todo el mundo y todas las cosas. Estos individuos son verdaderos héroes de la humanidad y es sobre sus hombros donde el mundo se realiza. Tal y como Gülen y Sartre afirman, la sociedad humana siempre ha sido y continuará siendo lo que los seres humanos hacemos de ella.
1 Gülen, The Statue of Our Souls («La Estatua de Nuestras Almas»), pág. 35.
2 Sartre, «Existencialismo» en Basic Writings of Existentialism, pág. 345.
3 Ibíd., págs. 346-347.
4 Ibíd.
5 Ibíd., pág. 358.
6 Ibíd., pág. 348.
7 Ibíd., pág. 347.
8 Ibíd., pág. 348.
9 Ibíd., pág. 349.
10 Ibíd.
11 Ibíd., pág. 367.
12 Ibíd., pág. 354.
13 Ibíd., pág. 355.
14 Ibíd., pág. 357.
15 Gülen, Toward a Global Civilization of Love and Tolerance, pág. 122.
16 Ibíd.
17 Ibíd. págs. 124-125.
18 Gülen, The Statue of Our Souls («La Estatua de Nuestras Almas»), pág. 15.
19 Ibíd., pág. 59.
20 Ibíd., pág. 99.
21 Ibíd., pág. 68.
22 Ibíd., pág. 95.
23 Ibíd., pág. 97.
24 Ibíd., pág. 154.
25 Ibíd., pág. 105.
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