Implicaciones del Nacimiento del Profeta
El es quien ha retirado el velo que cubría el rostro de la creación y ha desenterrado los secretos alojados en el espíritu de las cosas. Al eliminar la discontinuidad entre ambos, volvió a unir la tierra con los cielos. Hizo que la mente y el corazón se encontraran en el marco de la esencia más profunda, librando así al poder de la razón a las inmensidades metafísicas. Él es quien ha desvelado la verdad oculta tras las cosas, animadas o inanimadas, y ha determinado su interpretación según reglas universales, mucho antes que cualquier otro y a un nivel que supera al de los científicos más renombrados. Él es quien ha pronunciado las palabras más esenciales sobre el universo, el que ha explorado las cosas y los sucesos con sus palabras, y ha removido el velo de los secretos para que podamos contemplar lo que hay detrás de todo. Fue él quien elevó el pensamiento humano hasta el punto de intersección entre el cuerpo y la mente, y el que, al destruir las nociones obsoletas, transformó este mundo corpóreo en un corredor hacia los cielos. Él es el profeta Muhammad, el último Mensajero de Dios, la paz y las bendiciones de Dios sean con él.
En este mundo, en el que solíamos vivir de forma descuidada, hemos aprendido cosas sobre el Creador a través del Profeta. Hemos sentido y hemos sido conscientes de las bendiciones que se derraman sobre nosotros, gracias al modo en el cual ha iluminado nuestra visión. Hemos aprendido de él, una vez más, sentimientos de gratitud por estas bendiciones, la noción de la bondad perfecta (ihsan) y la forma de alabar a Dios. Gracias a los mensajes que nos ha traído, podemos comprender la relación entre el Creador y lo creado, la relación entre el adorador y lo Adorado, de un modo apropiado a la inmensidad del Creador y adecuado a nuestra servidumbre. Antes de que pusiera el pie en este mundo –su pie es nuestra corona– la luz y la oscuridad estaban entremezcladas, lo hermoso y lo feo iban de la mano, las rosas estaban rodeadas de espinas, el azúcar estaba oculta en la caña, la tierra estaba oscura para mortificar al cielo, el cielo era un vacío terrible y helado, lo metafísico estaba aprisionado por las estrecheces de lo físico, lo espiritual estaba ensombrecido por lo corpóreo, el espíritu era una frase seca y vacía y el corazón estaba oscurecido por la carne. Fue gracias a la luz que él derramó sobre nuestra visión, que cayeron el mundo anterior y los pensamientos desgastados, uno tras otro… y la oscuridad fue vencida por la luz. Y el alma y la espiritualidad de nuevo tomaron las riendas. Fue gracias a las interpretaciones que dio sobre la humanidad, la existencia y el mismo Dios, que el universo se convirtió en el libro de lo Divino, legible y comprensible. De un extremo al otro, este enorme universo se convirtió en una manifestación del arte Divino. Los fenómenos naturales se convirtieron en ruiseñores que contaban historias del Creador, llamando a Dios, y proclamando alabanzas a la capacidad de Dios de crear tanta perfección desde la nada.
Las emociones estaban en la oscuridad, hasta que los ojos de la humanidad se despertaron a su luz. Los pensamientos carecían de consistencia y los corazones estaban abatidos por la soledad. No había alegría sin pesar, ni manifestaciones de placer sin dolor. No había una sola gota de los reinos del más allá, de forma que las vertientes del corazón carecían de manantiales o de verdor alguno. Gracias a que él honró a este mundo con su presencia, se rompió el maleficio de la sequía que prevalecía por doquier. En los cielos, los ojos se llenaron de lágrimas y los corazones se tiñeron con el color de las laderas del Paraíso. El sufrimiento de los corazones, secos y agrietados por la sequía, finalizó por completo. Y la fuente de luz apareció en los horizontes de las almas que habían estado retorciéndose en agonía en las garras de la muerte.
Hasta el momento en que honró este mundo abandonado, estaban mezcladas la verdad y la mentira, el bien y los pecados eran compañeros, la virtud era un concepto oscuro y la deshonestidad era frecuente en el mercado de los deseos y caprichos pasajeros. La condición de la humanidad era terrible, por llevar una vida en total contradicción con el verdadero propósito de su creación. Tenían impreso en la frente el sello de la rebelión y en sus almas habitaba el desvarío. Las gentes se temían las unas a las otras, en esta salvaje tierra de calamidades… Lo correcto era pisoteado y el poder más brutal lo controlaba todo con su insolencia. Ser un depredador era de hecho un privilegio, porque sólo podían hablar los que tenían garras… El luchar como animales era la norma. Atacarse unos a otros se consideraba honroso. El único derecho era el de la fuerza. Pensar en la justicia era algo inimaginable. Los débiles sufrían pesadillas de opresiones… La rectitud, la inocencia y la castidad estaban en su punto más bajo, peor aún que en nuestros días. El corazón y la mente no importaban. El pensar recto y los sentimientos religiosos eran despreciados. La conciencia era una vaga idea, arrinconada en algún lugar de la mente, entre las nociones ya perdidas. El espíritu era maltratado y se arrastraba a niveles por debajo de la vida biológica. La rapiña era común. El robo era comparado a la caballerosidad y el pillaje a la valentía. Los pensamientos eran miserables, las emociones desbocadas, los corazones despiadados y los horizontes eran negros como la pez… Y él vino en medio de ese período, con la magnífica inmensidad de su corazón bastando para todo. Vino y limpió con un solo gesto la suciedad del mundo. Despejó los horizontes tenebrosos y revivificó los corazones con la esperanza de la luz. Llamó a todo el género humano para que contemplara el nuevo día que surgía de un resplandeciente amanecer. Quitó el velo que cubría los ojos de la gente y permitió que las almas disfrutaran del placer de dar testimonio de algo nuevo, de cosas que nunca habían visto antes. Hizo que el pulso de la mente se acompasase con el ritmo del corazón. Y transformó los desvaríos de la gente en fervor espiritual.
Cuando él vino, la más sincera de las sonrisas sustituyó a la congoja de los rostros enlutados. Vino, y la opresión calló. Cesaron los lamentos de los oprimidos y revivieron en los corazones los sentimientos de justicia. Él llegó y se detuvo el dominio de la tiranía, dio una lección a los transgresores y liberó la lengua de los justos.
Si todavía podemos hablar de las cosas perfectas a pesar de tantas pesadillas y desastres, se lo debemos al magnífico Libro celestial que él nos ha traído, como compilación de valores universales. La emoción en nuestros corazones al buscar el bien, lo bello y lo humano, viene de la luz que él ha derramado, una luz coloreada por la infinitud. El anhelo por el éxtasis eterno que sentimos proviene de la luz de la fe que él ha activado en nuestras almas.
El conocerle nos ha transformado. Hemos comprendido que hemos sido creados para la eternidad, que esta es nuestra razón de ser. Y entonces, nuestros corazones desolados se han convertido en jardines espléndidos. Lo que había a nuestro alrededor se tiñó con los colores del Paraíso. Cuando la Providencia nos sonrió y nos unimos a su bando, uno tras otro se desplomaron los monstruos que estaban al acecho. Los lobos y los chacales se refugiaron en sus cubiles, con los rabos entre las patas. Las serpientes cambiaron de actitud y se hicieron ami-gas de las palomas. Se apagaron los fuegos demoníacos, uno tras otro, y los demonios huyeron a los valles de la desesperación. Y fue entonces cuando se pudo sentir una aureola de espiritualidad.
¡Oh luz que has iluminado nuestros mundos oscuros! ¡Oh rosa cuyo maravilloso aroma ha transformado los mundos en perfumerías! Tu súbita partida, como una puesta de sol en nuestros corazones, ha transformado las mañanas de esperanza en noches oscuras de pesar. La niebla impide la visibilidad y los caminos son confusos. Ha llegado un tiempo en el que la mente ha sido desviada de tu camino para ir hacia otros valles. Las mentes rechazan comprenderte y los monstruos que acechaban están por todas partes. Han intentado borrar tu nombre de nuestros corazones y que las nuevas generaciones te olviden. Estos perversos empeños han sumido a nuestro ruinoso mundo en la infelicidad y el destino de la comunidad está doblegado por la miseria. Hemos fracasado a la hora de defender nuestro terreno. No hemos sido como se supone debíamos ser, ni hemos podido llegar al destino pretendido. Nos hemos distanciado de nuestras raíces espirituales y no hemos sabido interpretar el mundo. Nos hemos dejado sumir en la atmósfera marchita de un colapso deprimente. Y mientras todos los demás corrían hacia los horizontes de sus intenciones privadas, nos hemos quedado confinados donde estábamos, en un helado desaliento.
En el mundo actual prevalece una aterradora incertidumbre. La comprensión es estrecha, los pensamientos están distorsionados y los sentimientos de renovación y revitalización están paralizados. Durante años, la bendita tierra en la que has nacido ha permanecido en la más absoluta desolación. Y ahora ya no produce fruto alguno. Tu querida ciudad natal protesta en silencio por nuestro descreimiento. Ya sea Damasco o Bagdad, todas tienen partos anómalos. Balj y Bujara están empeñadas en una búsqueda inútil en valles vacíos. Konya busca su consuelo en el folclore. De un extremo al otro, el espíritu de la gran Andalucía guarda luto por su pasado. Estambul sufre constantes fluctuaciones, bajo las garras de la indeterminación. Y hay todo un mundo que está solo, huérfano, retorciéndose en el paroxismo y torturado por el tiempo.
Una sombra negra ha caído sobre tu mensaje esplendoroso. Una obstrucción terrible se interpone entre tú y nuestros corazones, causada por la falta de atención, la ignorancia y la falta de una comprensión adecuada. En este eclipse que sufrimos, no podemos ver ni evaluar correctamente lo que nos rodea, y menos hablar sobre el futuro. Yo no puedo tan siquiera decir si las almas a las que no ha llegado tu luz podrán ser revivificadas. ¿Cómo va a ser posible que revivan las masas que no adopten de ti su luz, su color o su estilo?
Durante este periodo infeliz hemos contemplado con desagrado cómo se ponía tu espíritu tras las laderas de nuestros corazones. No pudimos hacer nada ante ese helado ocaso y hemos permanecido pasivos, dando ejemplo de la impotencia más absoluta. Y luego cesaron las bendiciones divinas, la gracia, la paz, la felicidad y los poemas más dulces del periodo de bienaventuranza. En estos días en los que anhelamos tu bendito rostro y tu carácter, lo que nos toca vivir es la tristeza y el silencio. En este periodo aciago, conforme atravesamos vacíos negros como la pez, los cielos no tienen un aspecto prometedor. Las estrellas ya no nos hacen guiños. El sol y la luna ya no tienen el color que tenían en tu época. La oscuridad nos rodea constantemente y nos sobresaltan los gruñidos de las criaturas de la noche. Tú ya no estás entre nosotros y lo que puede oírse a nuestro alrededor son los silbidos de las serpientes y de los insectos. Los gritos de los murciélagos resuenan por doquier. Ya no sé decir si tu corazón está roto por culpa nuestra –si acaso eso es posible–, aunque de una cosa sí que estoy seguro: es muy probable que te hayamos hecho daño. Lo cierto es que creer en la mera posibilidad de esta frase es una declaración esperanzada. No obstante, si tú no nos procuras tu ternura y honras nuestros corazones, quedaremos completamente destrozados, hechos pedazos. Y si tú no vienes y disipas el humo y la polvareda en este nuestro mundo, nos ahogaremos en este aire viciado.
¡Oh el más querido por nuestros corazones! Permite, por favor, que seamos tus anfitriones una vez más. Establece tu trono sobre nuestros corazones y ordénanos las tareas que desees. Ven, por favor, y expulsa la oscuridad que habita en nuestro interior. Haz que todo nuestro ser sienta las inspiraciones de tu espíritu y muéstranos el camino hacia un nuevo revivir. Ven y dispersa las sombras, más grandes cada día, con tus luces que son la corona del sol, y apaga el fuego de la opresión y la injusticia. Ven y quita el cerrojo a las cadenas colocadas en los cuellos de esas pobres criaturas asentadas en el rencor, el odio y la enemistad. Vivifica nuestros corazones con el entusiasmo del amor y de la tolerancia, pues han sido privados de la misericordia y de la compasión. Ven y haz que nuestros espíritus descubran la brillante luz de la mente y de los corazones con la inmensidad de la lógica y del razonamiento. Libera de la enajenación nuestro interior.
Tras tu partida, algunos de nosotros quedamos atrapados en la razón y comenzamos a perder la orientación hacia el camino recto. Y algunos nos rendimos a los dulces sueños y perdimos el tiempo en fantasías. Fuimos incapaces de profundizar en los abismos de la vida espiritual y dejamos de comprender el lenguaje de la razón. Ignoramos la razón y corrompimos el mundo. Descuidamos por completo nuestros corazones y regentamos nuestras propias muertes.
¡Oh sol y luna de nuestras noches oscuras! ¡Oh único guía de los que se han destruido en el camino! No has nacido ni naces una sola vez, como ha pasado con nosotros. Para ti cada periodo es un nuevo amanecer y nuestros corazones son los humildes horizontes de tu ascenso. Nuestra abyección es para ti una invitación y esperamos tu luz con ansiedad. Por favor, ven y ten piedad de nuestros corazones sollozantes. Por amor al Creador, resplandece sobre nuestras almas, no nos abandones ni nos quemes con el fuego de tu ausencia. No sabemos lo bastante ni tenemos el poder de hacer el bien. Nuestros pecados y nuestros errores son inconmensurables. Lo que te ofrecemos ni siquiera es igual a una «mercancía de escaso valor» (Yusuf, 12: 88)… No queda nadie a cuya puerta no hayamos llamado. Aquellos hacia los que abrigábamos esperanzas y aquellos hacia los que nos hemos dirigido, nos han engañado y dejado a mitad del camino. No tenemos la energía para andar ni para mantener la posición actual. Dado que tú eres el amo –no hay dudas al respecto– ¿por qué dejar sin atender tu vergel? Pero incluso pedirte esto es una falta de respeto. Y como estar al mando es tu derecho, ¡quién se puede atrever a hablar en nombre de ese puesto!
¡Oh sultán de los corazones, cuya misericordia antecede a su justicia! Reconocemos habernos olvidado de ti y haberte faltado al respeto, pero has visto cosas peores en ocasiones anteriores. A pesar de haber sido agraviado, no cortaste las relaciones con los que te habían sido infieles. Llegaste a alzar las manos y rezar por los que te habían golpeado en la cabeza y roto el diente. Esgrimiendo como excusa el hecho de no saber quién eras, no les maldijiste ni aprobaste ese tipo de deseo. Abriste tu regazo de tal manera que incluso individuos como Abu Yahl albergaron esperanzas. Y tú vinculaste cada palabra y cada acto a la inmensidad de la misericordia del Todopoderoso. Aunque no tenemos siquiera derecho a formular nuestras expectativas, no nos cabe duda de que todo lo que haces es el resultado de tu carácter ejemplar.
¡Oh amigo! Muchas primaveras han pasado mientras permanecíamos atrapados en este colapso. Y a pesar de que vamos dando traspiés, todavía seguimos tus pasos. Ven y danos ánimos una vez más. En nuestro estado, tu nombre puede oírse por todas partes gracias a los nuevos brotes de tu vergel. El mundo necesita tu luz de forma desesperada. Y a pesar de no poder viajar de la mejor manera con nuestras rotas voluntades y quebradas esperanzas, seguimos estando en el camino. Tú eres el amado que tanto buscamos, aunque sólo sea con nuestros sentimientos. Ven y derrama tu luz sobre nosotros, una vez más, para que nuestros corazones se llenen de luz y las largas noches que oscurecen nuestros horizontes desaparezcan para ser reemplazadas por la resplandeciente luz del día.
A pesar de que nuestros ojos no ven las señales de tu alborada, tu sabor, tu deleite y tu perfume nos embelesan a todos. Ven y guíanos de nuevo para que tu luz se derrame sobre nuestras almas. Tú eres, como dijo Itri, «una palmera datilera del monte Sinaí que no arroja sombra alguna; un sol que inunda el mundo, una luz que va de la cabeza a los pies». Tu mensaje, tu pensamiento, tus horizontes y cada aspecto de tu ser es pura luz. ¡Aparta el velo que cubre tu rostro, permite que el mundo se llene de tu luz y deja que tu nombre se escuche por doquier!
¡Oh amigo sublime! Estas palabras que he pronunciado no son un poema de alabanza, ni tampoco una serenata. Son un gemido sin cadencia cuya esencia misma es la nostalgia y cuyo espíritu es la congoja. Pertenecen a tu seguidor leal y son un lamento recurrente…
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