Un Deseo de Gran Alcance Ante las Repeticiones de la Historia
Desde la creación del género humano, el día sigue a la noche y la luz es acompañada por la oscuridad. Al igual que se alternan la luz y la oscuridad sobre la Tierra, los días luminosos han sido seguidos por días de absoluta oscuridad y las épocas de alivio y desahogo fueron reemplazadas por períodos de crisis. En ciertas ocasiones, casi no había rincón alguno no ensombrecido por la oscuridad de la incredulidad y del conflicto. Los caminos carecían de iluminación. El género humano había sido derrotado por la oscuridad. El escenario estaba atestado de personas descontroladas, llenas de vanas ideas, que propagaban por el mundo su inútil parloteo. A veces, la consciencia colectiva contenía la respiración ante tanto ruido y entraba en un silencio contemplativo. A la postre la palabra cayó en el descrédito. Los esclavos adquirieron el sello de la autoridad. Las masas se convirtieron en juguetes de la demagogia. Eran manipuladas hacia el silencio o hacia la acción a voluntad. Personas ineptas eran calificadas como estrellas, mientras a mucha gente de talento le estaba vedado el estrellato. Las falsas pretensiones y la filosofía dialéctica impedían el desarrollo de la lógica y el raciocinio. Pensamientos malignos reemplazaban a las ideas decentes. Las instituciones, de las que la sociedad esperaba misericordia y compasión, estaban ocupadas por individuos crueles, obsesionados con el odio y la animosidad. Valiéndose de estas instituciones, sembraban las semillas de la discordia entre los demás, convirtiéndolos en enemigos los unos de los otros. Se hizo un daño terrible al pensamiento religioso, los parámetros fueron socavados y el caos reinaba por doquier. Copas de dulces bebidas fueron reemplazadas por vasos de veneno, platos con miel y nata por marmitas de inmundicias, y la luz fue sustituida por la oscuridad.
En esas épocas terribles y fatídicas, las mentes llegaron a un estado de confusión tal que la gente no podía evitar sentirse inquieta, incluso cuando extendían la mano hacia la cosa más decente y más noble. Sin confiar en nadie, nos calificábamos mutuamente de «salvaje», «animal», «brutal» y «bárbaro». Los individuos creyentes y con escrúpulos, si es que quedaba alguno, eran humillados y silenciados. Los esclavos de la oscuridad eran crueles y feroces, y las personas que anhelaban la luz esperaban la llegada de una mano amiga que apareciese en el horizonte de las bendiciones milagrosas. Suspiraban por los amaneceres. Soñaban con unos tiempos nacidos de la misericordia. Pero cuando al pensar en ello sus labios tímidamente sonreían, eran barridos por tormentas de congojas. Los instantes fugaces de felicidad eran reemplazados por años de amargura.
De acuerdo con el concepto «la historia se repite», lo que acabamos de decir se aplica a nuestra época. De forma repentina, los horizontes claros y soleados se cubren de niebla y de humo, la visión se entorpece y los corazones se estremecen de tristeza. Los días de alegría se eclipsan. La oscuridad ensombrece nuestros pensamientos, las voluntades se resquebrajan y las esperanzas se derrumban. Hay ocasiones en las que sentimos como si el sol ya no volviera a levantarse y la luz del día ya no fuera a aparecer. Las almas sin guía tiemblan de desesperación interna por las maldiciones resultantes.
Por lo que a nosotros respecta, estamos seguros de que pronto finalizará este último caos repleto de inmundicias, y que vendrán días felices en los que el destino divino aclarará los caminos para nuestra sociedad. De hecho, las historias de la gente del corazón ya se están narrando por doquier. Por todas partes hay almas puras que contienen la respiración con el anhelo de encontrar el Paraíso perdido. Cientos o miles de personas meditan sobre estas cuestiones, contemplando el propósito de la creación y las causas naturales. No obstante, por lo que respecta a nuestras vidas espirituales, estamos atravesando un período bastante nebuloso. Hay además un viento helado que de momento sopla y llena el aire con las vibraciones de la tristeza. Incluso los lugares que rebosan de alegría están, en ocasiones, imbuidos de congoja y desesperación. A pesar de todo, sabemos de sobra que la desesperación y la aflicción no pueden durar mucho. Y cuando los horizontes reluzcan para ayudarnos a distinguir el bien del mal, todas las dificultades sufridas se verán inmediatamente mitigadas. Las distancias serán fácilmente sometidas mediante los esfuerzos. Las colinas se transformarán en valles y éstos se harán más llanos. Será entonces cuando los ideales se entrelazarán con el viaje y no se sentirá la menor señal de adversidad ante el encanto de los horizontes del objetivo.
Hoy en día, aunque sea débilmente, las manos están tendidas hacia la cuerda del corazón y los hálitos de las almas se escuchan por doquier. La razón y el corazón van de la mano. El pensamiento abraza la inspiración y sus profundidades deslumbrantes. La lógica está subordinada a la Revelación Divina. Las ciencias nos guían hacia la fe. El conocimiento sigue al conocimiento intuitivo. Los laboratorios hacen ascender a los aprendices hasta el lugar de la oración. Las voluntades están avivadas y decididas con la ayuda del agua de la vida que ofrece la fe. Los ojos contemplan los mismos horizontes con sagacidad. Y, contradiciendo a la física, surgen por doquier manantiales metafísicos. Parece evidente que la nieve y el hielo, por muy fríos que sean, no podrán sobrevivir durante mucho tiempo, a la vista del calor que generan las fuentes. Las ventiscas, por muy fuertes que sean, no podrán apagar las antorchas protegidas por las linternas de las tendencias naturales de la naturaleza humana, siempre y cuando Dios lo permita. Y, aunque hay ocasiones en las que la mayoría nos volvemos de color escarlata, temblando por los muchos problemas o alborotados por la furia de los vientos, es evidente que dedicamos nuestras más cálidas sonrisas a todo lo que nos rodea, como las rosas que emergen de los capullos, rebullendo como ruiseñores que vuelan de una rama a otra. No podemos negar el hecho de que nuestros corazones palpitan con esperanza, expectantes por ver si nos llegan los sonidos de las «cascadas de la vida» y si sobrevuela sobre nuestras cabezas «la mano blanca»[1]. Las almas que ya han despertado reflexionan sobre estas cuestiones, de forma confiada. Es como si hubiesen llegado a los límites de sus corazones, y están llenas de alegría, gracias al entusiasmo que produce haber percibido los olores del Paraíso, por muy pequeño que sea el goteo de ese perfume.
Los que son capaces de filtrar los asuntos cotidianos con sus corazones y sus almas, pueden sentir bajo sus pies la llegada de una primavera que trae un sol resplandeciente y todos los matices del color verde. Cascadas de ayuda y de esfuerzo borbotean en el cauce de las bendiciones divinas, y se dirigen hacia el mar sin obstáculo alguno. Pasan por encima, o sobrevuelan los obstáculos, y tratan de representar con todo detalle, con las hermosas líneas geométricas que van dejando tras de sí, la misión que les ha confiado el destino divino. Los caminos los saludan cuando pasan. Obstáculos aparentemente insuperables son aplastados y anulados y parece como si se postrasen ante estos seres bendecidos.
Este es el estado de las almas maduras. En todo momento, como si fuesen incensarios, esparcen su fragancia en torno suyo. Quemándose como si fueran barritas de incienso, transmiten a todo el mundo con sus gemidos la alegría de quemarse. Cuando es necesario, rugen como leones haciendo gala de su carácter. Cuando es preciso, cantan como ruiseñores llenando las almas de alegría y de consuelo. Sus frentes han sido impresas con el sello del afecto y la humildad. No sufren opresión ni son tiránicos. Cuando muestran su modestia ante su Señor es una visión incomparable, llevando la humildad hasta el extremo. Se puede decir, como resumen, que son los héroes que han logrado mezclar en un mismo recipiente la conducta del león con los hábitos de la paloma. Quienes gozan del regalo de conocer sus profundidades más internas, siempre quieren estar con ellos.
¡Cómo deseo que mi cuerpo tiemble ante mi Señor, como los árboles se mecen, en un estado de apertura a este manjar, llamando a Su puerta con el anhelo de ser aceptado! ¡Cómo deseo poder ocuparme de mis propios errores, en vez de concentrarme en los que veo aquí y allí! ¡Cómo deseo poder detectar mis propios defectos y fracasos con cada latido de mi corazón! Mi anhelo más sincero es que los valores que van a ser pesados en la balanza de la vida sean resultado del cómputo meticuloso filtrado a través de mis contemplaciones internas. Mi deseo sincero es que el balance de mis cuentas sea anotado en la columna de los activos, y que se atribuya a Él todo el crédito referido a los logros con los que he sido bendecido. Lo que deseo sin pausa alguna es olvidar por completo la comodidad y la languidez, buscar la paz del corazón en el trabajo y permanecer tranquilo ante la adversidad. Lo que anhelo es gemir como Job y llorar como David por mis errores y mis modales equivocados, por muy pequeños que éstos sean. Quiero dedicar toda mi vida a conseguir la paz y la seguridad del género humano. Tengo el deseo de disfrutar de un amor tan inmenso, que sea capaz de abrazar a todo el mundo con calidez y sin discriminación. Y quisiera olvidarme de la ira, del odio y de la animosidad.
Entreguémonos a la tarea de conseguir la iluminación profunda del género humano. Derritámonos como velas en nuestros intentos de iluminar nuestro entorno, ya sea lejano o cercano, dándole preferencia sobre nuestros deseos egoístas. Dondequiera que vayamos, seamos la voz y el traductor de la verdad, con un espíritu de devoción auténtica, hablando de Él y transmitiendo Su mensaje. Seamos tan respetuosos en nuestras relaciones con Dios, y tan sinceros en nuestra sumisión a Él, que los ángeles celestiales tengan envidia de nuestros modales y los seres espirituales se sientan obligados a retroceder unos pasos ante los significados con los que rebosamos. Envolvámonos con el color de los amaneceres que siguen a las noches en las que se ofrecen a Dios las oraciones más sinceras. Asumamos el papel que nos ha sido otorgado en el momento de la creación. Actuemos rectamente. Pongamos fin a nuestra comodidad, sin temer las dificultades, y corramos con tal rapidez que incluso los pájaros nos miren asombrados. Proclamemos la verdad con tal sinceridad que las criaturas salvajes busquen refugio en sus cubiles, presas del temor. Cuando nos sintamos como un león, no causemos temor a la gente. En vez de eso, intentemos quitar los grilletes a nuestra voluntad. Y cuando nos sintamos como el fuego, no iniciemos nuevos incendios, sino más bien encendamos velas para iluminar a la gente que está a nuestro alrededor. Cuando nos convirtamos en una crecida de agua, fluyamos dulcemente hacia huertas y jardines para darles vida. Cuando soplemos como vientos, llevemos las semillas propagadoras. Reunamos gotas de humedad para enseñar a las nubes cómo convertirse en la lluvia de la misericordia divina.
Debemos mostrar un respeto ferviente hacia los que son queridos por Dios. Dios trata y considera a la gente de forma diferente. Puede llegar a situar a una persona por delante, para que sirva como altar a la hora de glorificarlo. Puede susurrar en sus almas los enigmas de la existencia, para luego coronarlas con un califato especial. Al llevar a esta persona a unos nuevos horizontes, por medio de la fe y el conocimiento intuitivo, les permite sentir la verdad de Su presencia. En la Otra Vida, Él prepara la felicidad eterna para estas personas. En sus corazones, Él abre puertas que dan al Paraíso. Él transforma este mundo, parecido a un calabozo, en la sala de espera del Paraíso venidero. A los que en este mundo actúan de forma sutil, Él les honra permitiendo que contemplen Su belleza en la Otra Vida. Él aporta miles de aspectos a la vida unidimensional. En sus mundos mágicos, Él transforma los mares en laderas cubiertas de rosas del Paraíso, y los infiernos en ebullición perpetua los transforma en ríos de vida llenos de murmullos. Cada nuevo día, Él crea para ellos mundos nuevos plagados de increíbles maravillas.
Ciertamente, los que viven en este mundo ciegos, sordos e incluso muertos, serán incapaces de percibir un mero destello de lo dicho hasta ahora. Los que actúan con imprudencia, los que hoy no toman en serio estas graves advertencias, es muy probable que sollocen en el futuro como penitencia. Así que estemos vigilantes hoy para que mañana podamos descansar. Lloremos mucho hoy para no tener que derramar mañana lágrimas de arrepentimiento. Concentrémonos a todas horas en el horizonte hacia el que nos dirigimos para que no nos distraigan las cosas atractivas que bordean el camino. Si no somos capaces de ver este mundo como un mercado donde se comercia para obtener unas ganancias que se llevarán a la Otra Vida, y no gestionamos nuestras vidas según este principio, si vivimos nuestras vidas llevados por los caprichos de los deseos carnales, entonces no debería sorprendernos si un día alguien nos pone una silla de montar y nos utiliza como montura. Este es el tipo de trato que recibirán el de mente estrecha, el engreído y el débil de carácter. El valor del género humano es directamente proporcional a su grado de conexión con Dios y a la continuidad de sus relaciones sinceras con Él. El cuerpo que, con forma humana, está contaminado de deseos libidinosos y está alejado de Él, valdrá menos que el barro, por muchos adornos que tenga de oro, plata y satén.
¡Venid y libraos de las preocupaciones corporales y de la lascivia! ¡Volveos hacia Él con todo vuestro ser y fijad la mirada en Él¡ De esta manera incrementarán su valor estos regalos iniciales. No olvidéis jamás que Su favor convierte en mar a una gota, en sol a una partícula y que además transforma vuestra impotencia y vuestra pobreza en vuestra mayor fuerza. Por el contrario, si confiáis en vuestro poder, cometeréis un grave error –como el que trata de calentar grandes calderos con una sola chispa– y os expondréis al ridículo. Debéis conocer los límites de vuestro poder y vuestros recursos. Si ignoráis este punto crucial y pretendéis establecer hechos basándoos en fantasías, todo lo que hagáis acabará por desmoronarse y aplastará vuestra fe y vuestras esperanzas. Evaluaos con frecuencia, utilizando la contemplación y la crítica interior, determinad vuestra posición según vuestras capacidades y recursos, y sed conscientes de la relación entre vuestro potencial y el esfuerzo realizado. Tratad de no convertiros en «portadores no fieles de dones divinos», es decir, esforzaos para no ser tomados por una persona consentida que se ha hecho arrogante por culpa del mecenazgo de otras personas.
Confía en la gracia Divina al más alto nivel, pero no dejes de cumplir con lo que te exija el libre albedrío. No esperes que unos vientos menores te lleven a tu objetivo. Reflexiona sobre el hecho de que aquellos que han sido llevados a los niveles más elevados por los vientos de hoy en día pueden ser arrojados a los pozos más profundos por las tormentas de mañana. Intenta vivir en consonancia con estas realidades.
Has de saber que la religión es un camino que lleva a la cercanía divina. Aférrate pues a la religión como guía de vida. ¡Busca refugio en el abrigo seguro de la fe y sométete al Creador! Nunca titubees a la hora de confiar en Él y compórtate siempre con decencia ante Él. ¡Esfuérzate por ser un creyente modesto, sin vanidad ni ostentación alguna! Los corazones repletos están en silencio, como si fueran cajas llenas del mineral más puro. Las almas vacías hacen mucho ruido, como las alcancías de los niños que contienen una pocas perlas falsas. Recuerda que tu corazón está siempre vigilado por Dios, incesantemente. ¡Mantenlo siempre limpio e inmaculado y verás cómo avanzas hacia el altar eterno! Hasta ahora, el que se ha dirigido hacia ese altar nunca se ha perdido, mientras que quien ha buscado lealtades en otros lugares jamás ha conseguido la victoria. Por el contrario, los que han buscado refugio en esa puerta han permanecido llenos de entusiasmo, han sido honrados con la eternidad y han evitado la desgracia de ser esclavos de otras entidades. Cuando uno Lo encuentra y permanece ante a Él, cuando uno desvela en Su presencia los sentimientos más profundos, Lo glorifica y Lo ensalza. Permanecer en silencio significa contemplar con la meditación y la autocrítica. Los que consiguen estar en Su presencia y proximidad sienten siempre el agua de la vida, por mucho que estén en un desierto. Los que confían en Él en todas sus acciones siempre cosecharán rosas, aunque sólo hubiesen sembrado arbustos de espinas. Y aunque estén en condiciones infernales, siempre están tranquilos y en paz. Los versos siguientes son su lema:
Los siervos de Dios no pueden ser esclavos de otro esclavo.
Los verdaderos sirvientes nunca quedarán desamparados.
Sus almas están llenas de alegría en la reunión,
Nunca serán decepcionados incluso cuando lo estén todos los demás.
Tal vez un día tengamos la oportunidad de tratar este tema.
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