La Mujer Desde Una Perspectiva Limitada
La mujer es un monumento de afecto respecto a su dotación interna, y su afecto proviene de su creación y naturaleza. Esta decente naturaleza, —si no es mancillada con intervenciones erróneas— siempre piensa en el cariño, habla con afecto, se comporta tiernamente, observa a los que están a su alrededor con cariño durante toda la vida y concede a todo el mundo dicha ternura. Mientras abraza a todo el mundo con afecto, sirviéndoles con amor, al mismo tiempo, —debido a su refinamiento y su sinceridad— ella siempre aguanta sus penas. Tiembla como un tul sobre todo el mundo, sus padres, hermanos, amigos y todos los parientes; y cuando llega la hora (en su casamiento) sobre su cónyuge y sus hijos. Al compartir florece con placer, goce y alegría como una rosa, y riega a aquellos que están a su alrededor con sonrisas. Y cuando ve que sufren por algo, se pone pálida, se marchita como las hojas y gime de dolor.
Ella quiere ver cosas hermosas y estar rodeada de la belleza; a veces consigue lo que desea, y otras no. A veces el viento sigue soplando tan severamente alrededor de ella para sacudir todo lo que posee. Es en ese momento cuando vaga con dolor enfurecido por el agotamiento, y respira con sus lágrimas. Y a veces se pone tan alegre como una niña con las bellezas que aparecen en su horizonte, y proporciona la alegría a manos llenas a todo el mundo.
Una mujer que encuentra a su compañero espiritual y que sacia su sed con sus hijos no se diferencia de las huríes (hermosas doncellas) del Paraíso; y el hogar establecido alrededor de esa persona no es diferente que el Jardín de Firdaws en el Paraíso. Y tampoco es sorprendente que los niños, que crecen saboreando el cariño a la sombra de este Paraíso sean parecidos a los ángeles. En efecto, una persona afortuna da que crece en tal ambiente vivirá en un estado de alegría más allá de este mundo como si hubiera alcanzado los Jardines de Firdaws en el Paraíso; y riega sonrisas a los que están a su alrededor. En tal hogar, las formas y los cuerpos podrían parecer diferentes, pero el alma que gobierna cada uno es única. Y, esta alma, que emana de la mujer en todo momento y rodea la casa por completo, como una magia, o un espíritu, se hace sentir por todo el mundo como si los condujera a ciertas direcciones. Una mujer bendita cuyo espíritu no está encadenado, ni ha mancillado el horizonte de su corazón se asemeja a la Estrella Polar en el sistema familiar; ella se queda donde está y gira en torno a sí misma, y todos los otros miembros del sistema estructuran sus existencias alrededor de ella, y se marchan hacia sus destinos fieles a ella. De hecho, nuestra relación con el hogar es temporal, limitada y relativa. Pero la mujer, aunque tenga otras tareas o no, siempre se mantiene erguida en medio de su cocina donde el caramelo de afecto, piedad y amor hierve a fuego lento. ¡Cuántas cosas prepara y sirve para alimentar nuestros sentimientos!
Una mujer que está totalmente orientada hacia la eternidad en términos de sentimientos y pensamientos, hace que nuestras almas perciban los sentidos que ningún maestro o profesor logran; y ornamenta nuestros corazones con las caligrafías más hermosas de los sentimientos más profundos, que no se pierden en la noche de los tiempos ni son borrados por nadie. Entonces, al equipar nuestro subconsciente, nos hace alcanzar un potencial tan rico en la vida futura que podemos reclamar el mundo entero con ello. Nosotros, en la presencia de esta «señora perfecta» (insan al-kamila), siempre tenemos el sentimiento de que la piedad, el afecto y los poemas del Más Allá fluyen sobre nuestras almas, y temblamos con la alegría de lo divino.
Para nosotros, la mujer, sobre todo en su dimensión maternal, es tan inmensurable como el cielo y es una profusión de sentidos y afectos que rebosan en su corazón como las numerosas estrellas de los cielos. Ella siempre se encuentra cómoda con su destino agridulce, permanece en paz con su felicidad y su dolor, se entremezclan en ella la alegría y las inquietudes, y protege su alma frente al rencor y el odio. Ella, en persecución de la búsqueda del renacimiento y el desarrollo en todas sus acciones, es la fuente más pura del Califato Divino, así como el corazón y la esencia de la ternura humana. Sobre todo, la mujer afortunada, que ha abierto la puerta de su corazón entornado hacia la eternidad en virtud de su creencia y su fe en la vida después de la muerte, ocupa una posición tan prodigiosa en un punto maravilloso —una posición que puede ser llamada la unión del mundo de lo material y los sentimientos o cuerpo y alma—, que cualquier otro título o posición se asemejarían a una débil llama de vela ante su verdadero mérito que luce como un Sol refulgente, ya que su lugar, posición y atributos están tan acentuados que quedan ocultos bajo la sombra de su valor real.
La mujer, en nuestro mundo de pensamientos y valores, es el color más importante del fenómeno de la creación, el pilar más próspero y mágico de la humanidad, la proyección intachable de las bellezas del Paraíso en nuestros hogares, y el sostén más seguro de nuestra existencia y continuidad. Antes de su creación, el Profeta Adán estaba so lo, la naturaleza no tenía vida, la especie humana estaba destinada al colapso, el hogar no era diferente al hueco de un árbol como si fuera la guarida del animal, y el ser humano era el preso de la tapa de cristal de su propia vida. Con ella, se formó un segundo polo y los dos polos se juntaron. La existencia se animó con una voz y visión nuevas y diferentes; la creación entró en la fase de la finalización y el solitario humano fue transformado en una especie, pasando a ser el factor más importante del Universo. Ella llegó y le hizo ganar a su cónyuge valores más allá que todos los demás.
Aunque la mujer, tanto fisiológica como psicológicamente, sea de una naturaleza y características diferentes, eso no denota ninguna superioridad al hombre sobre la mujer o viceversa. Imaginad a la mujer y el hombre como el nitrógeno y el oxígeno en el aire; ambos son sumamente importantes en términos moleculares, con respecto a combi naciones y posiciones especiales, además de necesitarse el uno al otro en un mismo grado. Hacer una comparación entre los hombres y las mujeres es tan absurdo como comparar las sustancias que forman el aire, como por ejemplo decir que el nitrógeno es más valioso o que el oxígeno es más beneficioso. De hecho, el hombre y la mujer son idénticos en cuanto a su creación y su misión en el mundo, y se necesitan mutuamente como la flor y la abeja. De hecho, Dios creó a la mujer como compañera del hombre, nada más. Adán no podía existir sin Eva, y Eva no podía existir sin Adán. Esta primera pareja tenía una misión muy importante, ser el espejo y el intérprete tanto del Creador como de la creación. Ellos eran como dos cuerpos y un alma, y representaban dos caras de una sola realidad. Con el tiempo, los entendimientos vulgares y los pensamientos arrogantes han arruinado esta unión. Y con ello, tanto la armonía de la familia como el orden social están arruinados también.
En realidad, como dijo Ibn-i Farid la belleza tanto de la mujer como la del hombre es un brillo de la belleza del Creador, la más hermosa de todas las Bellezas. Y que estas dos maravillas de la creación deben aceptarse el uno al otro tal y como son además de apoyarse mutuamente, siempre ir de la mano, y trasladarse a otra dimensión de la belleza desde la que en ese momento se encuentran. Y cualquier otro acercamiento y el método fuera del marco determinado por el plan de creación los hace grotescos y agresivos, en especial, ya que la parte más significativa de la belleza y elegancia es el sentimiento puro, cuando la mujer que es considerada como el espejo multidimensional de la belleza de la Verdad Eterna (Dios) pasa a ser opaco con los densos tintes de su naturaleza mundana, y reduce su deber, convirtiéndola en un instrumento perjudicial; el motivo de que la llamen supuestamente fitna (maligna) podría ser este comportamiento especial por su parte.
De hecho, mientras la mujer es consciente de su profundidad interior y permanezca dentro de los límites de su naturaleza, se hace un espejo tan brillante que refleja las bellezas esenciales de la creación que aquellos que —dentro de límites legales—, la miran con justicia y piensan con justicia, se liberan de su oscuridad corporal inmediatamente y suben al horizonte de placer de las bellezas de la Verdad Eterna (Dios) y hacen que su corazón cante:
«Sol de la belleza de las bonitas caras que se desvanecen al final;
Pero soy el amante del Interminable; no amo lo que se desvanece».[1]
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