El Horizonte del Corazón y del Espíritu
Cuando se menciona el corazón, lo primero que nos viene a la mente es el órgano con forma de piña, situado en la parte izquierda del torso, justo debajo del pecho izquierdo, que tiene nervios y músculos, aurículas y ventrículos, que funciona con autonomía y es la raíz y el centro de las venas y las arterias, y que también está relacionado con la respiración y el movimiento de los pulmones. No obstante, cuando hablamos aquí de la palabra «corazón», nos referimos a la facultad espiritual o divina que constituye uno de los cuatro elementos fundamentales de la consciencia y el centro de nuestro mundo de emociones, reflexiones, consciencia, sentidos, cognición y espiritualidad. Hablando en este sentido, el corazón es la esencia de la verdad del ser humano.
La facultad a la que nos referimos con la palabra corazón, es una escalera que lleva a la perfección humana, una proyección de los reinos trascendentes, la puerta más grande del cuerpo humano abierta hacia la espiritualidad, el único laboratorio donde se forja nuestra individualidad y el criterio más importante que nos permite diferenciar entre lo correcto y lo incorrecto. Nuestra relación con nuestro espíritu, utilizando la mente de manera positiva, al tiempo que estudiando y analizando nuestras inclinaciones humanas, depende por completo de este centro. Así pues, este es el corazón que con el tiempo se transforma en la vista y el oído de nuestro espíritu. De acuerdo con el «punto de confianza y punto de buscar ayuda» (nokta-i istinat, nokta-i istimdat), que son las dimensiones más profundas del corazón, nuestras sensaciones y percepciones se transforman en la visión del corazón, nuestra mente se convierte en su indagador y nuestra fuerza de voluntad en su director y administrador.[1]
La fuente que nutre y provee a este corazón espiritual es la fe, y el camino para alcanzar el contentamiento es el continuo recuerdo de Dios. Tal y como declara el Corán: «Aquellos que han creído, aquellos cuyos corazones hallan reposo y satisfacción en la remembranza y la devoción incondicional a Dios. Que sepáis que es con la remembranza y la devoción incondicional a Dios que los corazones hallan reposo y satisfacción». (Sura del Trueno, 13: 28). Esta es la única manera de que remitan los dolo-res del alma y se venzan las tensiones y las depresiones. Y luego, las brisas de la complacencia comienzan a soplar en el mundo de nuestras emociones. Esto es así porque todo ha comenzado con Dios. Él es la Fuente Original, de modo que todas las causas, que parecen extenderse en ciclos o conexiones interminables, tienen su final en Él. Todos los deseos, anhelos y esperanzas terminan en Él. Él es el Primero, antes de Quien no había nada y Quien no tiene un segundo. Él es el Refugio final, y después de Él no hay nada. Ni en el mundo corpóreo, ni en nuestro mundo interior, ni en la facultad de la consciencia podemos hablar de algo superior a Él. Él es el último límite, sin que haya nada más allá. Cuando se Le recuerda con un reconocimiento total, el pensamiento humano alcanza sus horizontes más lejanos, el intelecto y la lógica llegan al nivel de la perplejidad y del asombro[2], y el espíritu llega al punto más lejano que puede alcanzar el ser humano. Este es el punto en el que se hacen realidad todas las expectativas, donde se descubre que todas las ansiedades de este mundo carecen de base alguna, donde las causas caen una tras otra y donde todo está teñido por la Unicidad Divina.
Y mientras se llega a este punto, todo aquello que desea el género humano —bendiciones y agradecimientos, alegrías y esparcimientos, descubrimientos y satisfacciones— y que tiene como objetivo conseguir lo mejor, cuando se llega por fin a este punto, todo termina de repente. Una vez que se ha llegado a Él, se acaban todos los anhelos y deseos, cesan de forma instantánea las efervescencias del viaje espiritual, y las emociones y las reflexiones se convierten en pura misericordia, como la humedad que se condensa para formar el rocío. En este punto terminan todos los deseos de ascender en el ámbito de la causalidad, y la necesidad de buscar una autoridad desaparece de la mente. Y a uno le invade la alegría, como si estuviese ahora paseando por el largo camino que se había estado buscando. Y a partir de ese momento, el viaje continúa acompañado por las brisas de la tranquilidad, que soplan muy por encima de las consideraciones de cantidad y calidad, en las diferentes longitudes de onda de las manifestaciones Divinas, y que se combinan con un amor ininterrumpido, un entusiasmo alborozado y las emociones de la reunión.[3]
El corazón espiritual tiene una misteriosa relación con el corazón físico, similar a la del cuerpo con el alma. Sin embargo, hasta el presente no se ha podido establecer nada definitivo sobre estas relaciones. Lo que podemos reconocer, de entrada, es que casi todo lo que se ha dicho sobre esto hasta nuestros días puede ser dicho sobre cualquier aspecto de la verdad; no obstante, esto no es esencial para nuestro tema.
La relación del espíritu con la «vida espiritual» y la «espiritualidad» es evidente.[4] El Corán dice: El espíritu procede de la orden de mi Señor… (Sura al-Isra 17: 85). Esta declaración tiene un significado muy concreto, enfatiza la realidad de que el espíritu es algo que sólo puede conocer el Creador. Nadie, excepto Dios, puede conocer la verdad del espíritu.
El espíritu es una ley con existencia exterior, una ley con consciencia del Reino de las Órdenes Divinas y del Atributo Divino de la Voluntad, tal y como ocurre con las leyes de la creación, que son realidades fijas con una existencia continua. El espíritu y las leyes que ope-ran en el universo tienen la misma naturaleza y proceden del Reino de las Órdenes Divinas. Son idénticas en lo que se refiere a su fuente y a su naturaleza perenne. Said Nursi explica el espíritu de la siguiente manera: «Si el Poder Divino vistiese a las leyes que operan en el universo con cuerpos externos y perceptibles, se convertirían en espíritus. Por otra parte, si Dios despojara a los espíritus de la consciencia, se convertirían en leyes similares a las que operan en el universo».[5] Esta concisa explicación de la verdad del espíritu, a la cual alude el Corán de forma sucinta, es lo suficientemente contundente como para poner fin a todos los alegatos metafísicos sobre su esencia y realidad. A decir verdad, cada acto Divino es realizado de forma inmediata, sin que necesite la existencia o función intermedia de cualquier causa física, condición, medio o instrumento. Cuando Él quiere crear algo le basta con dar la orden «¡Sé!» y es. Esta orden es suficiente para que algo entre en la existencia perceptible. Dicho con otras palabras: para que algo adquiera una cierta naturaleza es suficiente que lo quiera Dios Todopoderoso. Aunque a la mente le parezca que el continuo venir a la existencia de las cosas es algo ordinario, le es imposible explicarlo sin atribuirlo al Dador auténtico de las órdenes.
Cuando consideramos al espíritu nos referimos en ocasiones al Espíritu Supremo (Ruh al-A‘zam), que es un hálito de Dios Todopoderoso, y que denota el nivel más perfecto de existencia espiritual. Pro-cede de Dios y es el espíritu más cercano a Él, y le son inherentes los secretos que pertenecen al Reino de las Manifestaciones Trascendentales de la Divinidad. Del mismo modo, el hecho de que el género humano sea el vicerregente de Dios en la Tierra se debe a que tiene este espíritu. Este espíritu que está en el interior de los seres humanos es un regalo que procede de un ámbito ajeno a la materialidad del reino corpóreo. Es como un idioma, un traductor de consideraciones metafísicas. En primer lugar, esta esencia, a la que llamamos espíritu, es una manifestación de los Reinos de la Existencia y del Conocimiento Divinos, es una ley consciente del Reino de las Órdenes Divinas por su relación con la Esencia Divina, y es luminoso y transparente por su capacidad perfecta a la hora de aprender y conocer a su Creador. Si se quiere estar abierto a los secretos Divinos —y todo lo creado tiene el potencial para ello—, esto sólo será posible con el corazón y el espíritu. Y del mismo modo que los secretos relacionados con la verdad de la Divinidad sólo pueden ser visionados desde el horizonte del corazón, a través del ojo del espíritu, también la cercanía a Dios que va más allá del intelecto, la lógica y la reflexión, y más allá de lo causal, sólo puede ser entendida mediante el espíritu y las reglas del corazón.
El espíritu es un observador y el corazón es su observatorio. El espíritu es un atleta en el camino hacia Dios y el corazón es su fuente de energía más vital. El espíritu es un viajero y el corazón es el guía que lo conduce hacia su destino. Podemos incluso decir que el corazón es el misterioso lugar de reunión con su verdadero Amado, más allá de los límites o las modalidades de la cantidad y la calidad. Por esta razón, si uno quiere volverse hacia la eternidad, lo primero es volverse hacia la puerta del corazón, seguir contando historias sobre el corazón, mezclarse con la gente del corazón y vestir su espíritu con plumas de las alas del corazón, para no ser distraído por los obstáculos del mundo físico. En el camino hacia la eternidad, el corazón es la mano o el ala de la persona; es una dinamo que obtiene su energía de los reinos del más allá. Los que cuentan con el apoyo del poder del corazón y emprenden, bajo su guía, el camino hacia los cielos, no necesitan de otro medio. Viajan hombro con hombro con los espíritus. Las almas que corren hacia la cercanía del Trono Divino sin cansarse, son como los jinetes del corazón que han logrado liberarse de los asuntos carnales. El sonido de las alas de los ángeles se escucha sin cesar en los mismos reinos donde ellos baten las suyas.
Con su existencia intermedia entre este mundo y el próximo, entre las dimensiones interna y externa, y entre los mundos físico y metafísico, el corazón es como un Ser Humano Universal entre los humanos. Ha sido creado en el punto de intersección de los reinos espirituales y materiales, con el sello de su Creador. Tiene una amplia zona de contacto. Esta amplitud es aquello que le permite envolver al mismo tiempo que es envuelto, ser contenido al mismo tiempo que contiene. Y estando en el interior del cuerpo, el corazón es la auténtica fuente de su vida, es el guía del cuerpo en el camino hacia la eternidad, a pesar de que parece estar limitado por lo físico. El espíritu está abierto a las iluminaciones gracias a la luz del corazón, y es atractivo gracias a su atracción primordial.
En la naturaleza humana, la forma y la vida física son una especie de elementos secundarios que van a remolque de la esencia del corazón. Lo cierto es que el valor que demuestran tener la apariencia y la vida depende por entero del corazón. El intelecto siempre ha tejido sus obras más perdurables en la atmósfera del corazón. Cuando las inspiraciones del corazón envuelven a la mente, desaparecen las falsas luces relacionadas con la lógica y el razonamiento. Sólo permanece el brillo esplendoroso de la vela del corazón, cuya cera y mecha tienen su origen en los reinos del más allá.
Agua pura fluyendo en la fuente del corazón, suministrada por la infinitud. En torno al farol del corazón, cuya luz y color proceden de los reinos ulteriores, los seres del espíritu giran sin cesar como si fueran mariposas. Los que consiguen llegar a esa fuente de vida son como los que han puesto su alfombrilla de la oración en el mismo césped verde que Jadr.[6] Y los que tienen ese farol en sus pupilas ya no quieren volver a abandonar esta fuente de luz. Que se alce el velo que cubre el rostro del corazón y que despierte a la eternidad del ojo del corazón depende absolutamente del tiempo y de la paciencia activa. Y como los ojos de los corazones de quienes utilizan bien el tiempo y practican esta paciencia se abrirán sin duda alguna, tarde o temprano, no se puede dudar que, con el paso del tiempo, sus lenguas acabarán convirtiéndose en cascadas de elocuencia. Cuando llegue el momento, y sus corazones se iluminen con las luces de los horizontes a los que han llegado, y cuando su lengua esté libre de ataduras, interpretarán melodías tan bellas que cautivarán a todo el mundo.
El corazón es un horizonte tan abierto a los secretos divinos que el alboroto de los ángeles y el batir de las alas de los espíritus se oyen como si estuviesen a dos pasos de distancia. Para los que llegan a esa estación de secretos, el Sidra[7] y la Kaba se convierten en un todo integrado. El Rawda[8] del Profeta se convierte en un refugio del Paraíso del Firdaws[9].
El Nombre Divino Al-Awwal (El Primero)[10] toma el color de Al-Ajir (El Último)[11]… Az-Zahir (El Externo)[12] está teñido con el color de Al-Batin (El Interno)[13]… las emociones personales son presas del asombro[14] más absoluto, el espíritu se siente estupefacto… el lenguaje retrocede un paso… el corazón se prepara para hablar con la lengua del alma. Y todo lo que existe está fascinado con el encanto de la infinitud.
El discurso de la gente del corazón carece de letras y palabras, se comunican a través de sus espíritus. Tal y como dijo Rumi, hablan entre ellos sin lenguas ni labios… Se sonríen mediante el color de sus corazones, que se refleja en sus rostros como si fueran rosas. Entre estas almas, sumergidas por entero en el tinte del corazón, la idea de «tú» o «yo» desaparece por completo y lo que queda es un «nosotros» que depende de «Él». En este contexto, nunca compiten entre sí, no tratan de apagar la luz de los demás y no buscan preferencia diciendo «mi vela» o «mi antorcha». A decir verdad, una luz no reta a otra, la primavera no lucha contra el verdor, el mar no seca a una gota. Lo único que hace lo brillante es provocar que otra brille aún más, los rayos de una luz vienen a ayudar a otra, la primavera vive mezclada con el verdor, el mar prepara el camino de la inmortalidad de cada gota… Todo lo que hay nos susurra poemas que hablan de «nosotros».
Mientras una persona dependa de sí misma, no podrá salvarse de ser un átomo, una gota o incluso una nada. Por otra parte, cuando la persona rompe el cristal del ego, se funde con los demás en la inmensidad de su corazón y consigue una naturaleza distinta. Más allá de su estrecho mundo, se convierte inmediatamente en un sol, un océano y un universo. Como las gotas de lluvia que se unen y forman una cascada, se convierten en ríos, emprenden el camino hacia la infinitud y se elevan hasta alcanzar un valor incomparable. Y si fracasan en la obtención de ese valor, se quedan rodeados de valores mundanos y materiales cuya valía sólo dura hasta la tumba. Y cuando mueren un buen día, todo termina y desaparecen como las hojas caídas del otoño. Las rosas, en cambio, las flores del jardín del corazón, permanecen siempre frescas y no se marchitan. He aquí unas pocas palabras de extraordinaria belleza que nos hablan del sufrimiento de un alma que lo ha entregado todo a este mundo:
A unos les duele la conciencia y a otros el cuerpo;
lo que hice por placer, acabé por lamentarlo.
Namık Kemal
Escuchemos ahora palabras llenas de esperanza, la voz del corazón:
En este mundo, todas las flores se marchitan,
Las dulces tonadas de los pájaros son breves;
Yo sueño con veranos que duran,
¡Siempre!
.....
En este mundo cada hombre se lamenta, por la amistad o el amor perdidos;
Yo sueño con cariñosos amantes que perduran,
¡Siempre!
Sully Prudhomme
Escuchemos ahora estas palabras que, como si fueran una oración, lo relacionan todo con una inmensa estima a lo Divino:
…Yo soy mortal, pero no quiero lo mortal. Yo soy impotente, así que no deseo lo impotente. He entregado mi espíritu al Más Misericordioso, así que no deseo nada más. Sólo quiero Alguien que sea mi amigo para siempre. No soy más que una partícula insignificante, pero deseo un sol inacabable. En esencia no soy nada, pero deseo toda la creación. Said Nursi (Decimoséptima Palabra)
Las cosas indeseables son las que nos abandonan cuando damos dos pasos. Y lo realmente deseable es el Amado a Quien siempre se puede ver en los horizontes del corazón. Los que ascienden a las cimas del corazón y Lo contemplan[15] con el ojo del alma, puede considerarse que lo han encontrado todo y están a salvo. Los que viven sin ser conscientes de esta posibilidad, se lamentarán eternamente llenos de anhelo y amargura. La ascensión a esa ciudadela pasa por liberarse del muro de la vida biológica y volverse hacia la vida del corazón y del espíritu. El medio más expedito de conseguirlo, que ayuda a un rápido ascenso, es estar siempre abierto a las verdades de la fe, a la unidad Divina y al conocimiento de Dios.
[2] Para una explicación de «asombro» (hayra) en el sentido sufi, véase Dahsha y Hayra en Gülen, op. cit. Vol. 1.
[3] Ibíd., Asq e Ishtiyaq.
[4] Estos dos conceptos epistemológicos necesitan estudiarse de forma separada en la disciplina del sufismo.
[5] De «Semillas de Verdad» en el Sermón de Damasco Nº 19 de Said Nursi.
[6] Jadr (Jidr): Personaje coránico que representa el vigor eterno o la obtención de la eternidad mediante un elixir.
[7] Sidratul Muntaha, o el Árbol de Loto del límite más alejado, es el nombre de la estación espiritual a la que llegó el Profeta en el Viaje Nocturno y significa lo más cerca que se puede llegar a Dios.
[8] El Jardín del Profeta o Rawda es la zona comprendida entre su tumba bendecida y el púlpito desde el que solía dar sus sermones. Se ha transmitido que el Profeta dijo en una ocasión: «Entre mi casa y el púlpito está uno de los jardines del Paraíso».
[9] La morada más elevada del Paraíso. El Profeta dijo: «Pedidle a Dios el Firdaws puesto que es la morada más elevada que hay en el Paraíso».
[10] El Primero, a Quien nadie antecede.
[11] El Último, el que existe durante toda la eternidad mientras que el resto de los seres son perecederos.
[12] El Externo que abarca toda la existencia desde fuera y sin que nadie Le contenga.
[13] El Interno que abarca toda la existencia desde dentro en Su conocimiento.
[14] Véase Dahsha y Hayra en Gülen, op. cit. Vol. 1.
[15] Lo que se traduce aquí como «contemplar» (tamasha) indica más una consciencia de Dios que el hecho literal, lo cual es algo imposible en el mundo corpóreo.
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