El carácter fidedigno y no pedir recompensa alguna
Los Profetas eran completamente dignos de confianza y no pidieron ninguna recompensa por sus servicios. Esta característica tan importante es mencionada cinco veces en la Sura ash-Shu’ara (los poetas). Todos los Profetas dijeron lo mismo: No cabe duda de que soy un Mensajero para vosotros, digno de confianza. Por lo tanto apartaos de la desobediencia de Dios con veneración a Él y obedecedme. No os pido recompensa alguna (por transmitiros el Mensaje); mi recompensa incumbe sólo a Dios (26:107-9, 125-27, 143-45, 162-64, 178-80).
Entre su propia gente, el profeta Muhammad era famoso por su honradez incluso antes de su proclamación de la Misión Profética. Era conocido como «al-Amin», el veraz, digno de confianza. Como sus predecesores, no pidió nada a cambio por llamar a la gente a Dios.
Los Profetas nunca pensaron en la ganancia material, la recompensa espiritual, ni el Paraíso; se esforzaron sólo por la complacencia de Dios y ver a la humanidad dirigirse a la verdad. El profeta Muhammad era el más destacado en este sentido. Ya que dedicó su vida al bienestar de la humanidad en este mundo, también lo hará en el Lugar de Reunión en el Día del Juicio Final. Mientras todos los demás se preocuparán sólo por ellos, él se postrará ante Dios, suplicará por la salvación de los musulmanes, e intercederá ante Dios en favor de otros.[46]
Aquellos que tienen la intención de difundir los valores eternos del Islam deberían seguir estas prácticas. Cualquier mensaje basado en una intención impura, independientemente de la elocuencia, no tendrá ningún efecto sobre la gente. Este punto está subrayado con frecuencia en el Corán: Seguid a aquellos que no piden de vosotros ninguna recompensa (por su servicio), y son rectamente guiados (36:21).
Con respecto al altruismo, la sinceridad y la paciencia del Mensajero de Dios, en un hadiz él mismo dice: «Si quisiera y deseara, Dios haría correr las montañas de oro a mi derecha e izquierda, pero yo no quiero» (Tabarani, «Al-Mu’yamu’l-Awsat», 6/141; «Bayhaki, Shuabu’l-iman», 2/173).
‘Aisha relató que a veces no se preparaba comida alguna durante cuatro días consecutivos en su casa.[47] Abu Huraira también relata: «Una vez entré en la habitación del Profeta. Él estaba haciendo el salat, sentado y gimoteando. Le pregunté si estaba enfermo. Contestó que tenía mucha hambre para estar de pie. Empecé a sollozar amargamente, pero me detuvo, diciendo: “No llores, quien soporte el hambre en este mundo estará a salvo del tormento de Dios en el siguiente”».[48]
Un día un ángel apareció y preguntó al Mensajero de Dios: «¡Oh Mensajero de Dios! ¡Dios te saluda y pregunta si te gustaría ser un rey-Profeta o un esclavo-Profeta!». Gabriel le recomendó la humildad. El Profeta levantó la voz y contestó: «Deseo ser un esclavo-Profeta, que un día suplica a su Señor hambriente y otro día Le agradece a su Señor satisfecho».[49]
El Mensajero de Dios solía comer con esclavos y siervos. Una vez una mujer lo vio comiendo con ellos y dijo: «Come como si fuera un esclavo». El Mensajero de Dios respondió: «¿Podría haber un esclavo mejor que yo? Soy un esclavo de Dios».[50]
El Mensajero del Dios es, en virtud de ser un esclavo de Dios, nuestro maestro y el de la creación, como lo dijo elocuentemente Galip Dede:
Un rey ensalzado, el Rey de los Mensajeros, Oh mi Maestro.
Eres una fuente interminable de ayuda para el indefenso, Oh mi Maestro.
Dios te honró jurando por tu vida en el Corán, Oh mi Maestro.
En la Presencia Divina, tú eres el grandioso, Oh mi Maestro.
Tú eres el bienamado, el loable, el alabado de Dios, Oh mi Maestro.
Tú eres nuestro rey eterno, enviado a nosotros por Dios, Oh mi Maestro.
[46] Bujari, «Tawhid», 36; Muslim, «Iman», 326.
[47] Bujari, «Riqaq», 17; Muslim, «Zuhd», 28.
[48] Muttaqi al-Hindi, Kanz al-‘Ummal, 7:199.
[49] Ibn Hanbal, 2:231; Hayzami, Mayma‘al-Zawa’id, 9:18-19.
[50] Hayzami, 9:21.
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