Llamada a la Misericordia

Es fácil constatar que quienes no comparten los mismos valores heredados del pasado o no se basan en las mismas fuentes que nosotros, son incapaces de apreciar nuestra congoja; ni tampoco pueden evitar quedar sorprendidos con nuestras actitudes más genéricas. Los que se enfrentan al presente y al futuro solamente desde el punto de vista materialista y tratan la vida basándose en los meros aspectos corporales, tan solo pueden sentir o degustar los placeres superficiales y pasajeros del cuerpo. Y, una vez más y siempre según esta visión corrompida, lo que no tiene relación con la corporeidad o con el cuerpo en sí no merece la pena ser mencionado. El pasado y el futuro carecen de significado alguno. El pasado y el futuro no son más que refugios en los que pueden guarecerse aquellos que han perdido el presente. Lo que este tipo de gente considera esencial es el presente; lo demás, para ellos, es perder el tiempo. Y lo cierto es que, atrapados en tan estrecha perspectiva, no son capaces de entender declaraciones como aquella que dice: «Si supierais lo que yo sé, apenas podríais reír y lloraríais con frecuencia».[1] El Sultán de las Palabras, el Profeta de quien se ha transmitido este hadiz, sabía de sobra por qué lloraba, del mismo modo que esos espíritus desarrollados que están satisfechos solo con la fe, el conocimiento divino y el amor, y están preparados con sus armas para la eternidad, saben muy bien por qué lloran y qué es lo que buscan. Esa gente tiene muchos motivos para llorar.

Además de la creencia y conseguir la paz –cuestión que interesa a todo el mundo− o el peligro de ahogarse en la incredulidad, hay una multitud de problemas que necesitan resolverse, tanto sociales como económicos, políticos y culturales. Hay casos de injusticia que se consideran causa fundamental del malestar social. Hay derechos que necesitan ser reconsiderados y redistribuidos de acuerdo con los valores humanos y siguiendo los principios de la ecuanimidad y de la conciencia. Están nuestras esperanzas e ideales relacionados con la eternidad y, oponiéndose a ellos, hay obstáculos antidemocráticos que no pueden ser analizados, además de la propaganda del poder. Hay muchos ámbitos en los que la emoción todavía domina a la razón y las órdenes se dan siguiendo la imprudencia del poder. En muchas partes del mundo los errores humanos y las acciones que se consideran incorrectas son todavía eliminados con lágrimas y sangre. De vez en cuando se lleva a la gente obligada en dirección al Paraíso o se la empuja con rudeza hacia el Infierno, sin tener en cuenta sus deseos o sus opiniones. Cada día se forman nuevos bandos y cada equipo lucha por sus esperanzas o por sus propuestas; cada ideología describe el estilo de vida que conviene a sus principios. Y, lo que es más, a la gente se la obliga a encajarse en esta estrecha semblanza y a que viva como corresponde. A lo largo y ancho del mundo, en cientos de lugares, las conciencias individuales siguen siendo aplastadas, el deseo de la comunidad se sigue ignorando y los ojos de la conciencia siguen cegándose.

Lo cierto es que la manera más fácil de aliviar sus dolores y eliminar la represión social y personal, es dejar de interferir con sus conciencias y enseñarles cómo existir con su propia voluntad y su propia valoración. Lo cierto es que, si el mecanismo de la conciencia se mantiene vivo y en la sociedad se respetan la voluntad y la conciencia, la gente podrá ser humana y ser dirigida hacia los valores humanos. Los individuos sólo pueden considerarse verdaderos ciudadanos cuando existen con su propia conciencia y su propia voluntad, para así llegar a la madurez y ayudar a los demás en el terreno espiritual. De no ser este el caso, la sociedad se verá ineludiblemente afectada por problemas de tipo social, político, administrativo y económico. Una comunidad que está compuesta de piezas inadecuadas, incongruentes o unidas a duras penas, no puede ser calificada de nación. Y de la misma manera, una masa que parece ser una nación pero que se ha deteriorado sin posibilidad de recuperación, no puede prometer un futuro brillante. Si queremos la salvación de la sociedad como un todo, es fundamental que todos y cada uno de los individuos estén alertas y motivados. La estrella de la buena fortuna de nuestra sociedad aparecerá de una manera sorprendentemente reconfortante si imploramos la salvación de los demás, hombro con hombro y con las palmas vueltas hacia el cielo.

La esencia de los principios fundamentales que nos ayudan a alcanzar la tan deseada madurez se compone de ser conscientes de la fe con toda su peculiar profundidad, de saber soportar el dolor y los esfuerzos en la adoración, ser morales en todas nuestras acciones, estar revitalizados en el ámbito de lo espiritual, de la conciencia y de los sentidos, y de medirlo todo con la corrección del corazón. Si estamos iluminados con estos principios podremos trascender los límites de la individualidad, exigir algo en consonancia con estos principios y, al mismo tiempo, ser conscientes de lo que pedimos. Y si damos un paso más podremos conectarlo todo con la eternidad y evaluarlo con el criterio más elevado. De esta manera, compartiendo todos esos aspectos beneficiosos de la humanidad, podremos proclamar una vez más el firme deseo de ser «de la naturaleza y la forma más perfectas»[2] como seres humanos que somos. Yo creo que esos seres bendecidos que comprenden esta cuestión tan crucial no sólo intentarán llevar a los demás por el camino recto sino que también garantizarán su propio futuro.

Me veo obligado a repetir que los proyectos individuales de iluminación espiritual que no tienen como fin ayudar a la comunidad están condenados al fracaso. Más aún, no es posible resucitar los valores que han sido destruidos en los corazones de los individuos que viven en sociedad, ni tampoco los que lo han sido en la conciencia o en la voluntad. Del mismo modo que no son más que una ilusión los planes y los proyectos para la salvación individual que no estén relacionados con la salvación de los demás, la misma fantasía es creer que se conseguirá el éxito como un todo paralizando al mismo tiempo el despertar del individuo.

Basándonos en esto, creemos que −una vez entendido por nuestras voluntades individuales y nuestras conciencias que todo el mundo tiene sus propias manos− el juntar estas manos con voluntad y con conciencia colectiva es lo que puede solucionar todos los problemas. Con este tipo de actitud podemos esperar mantener, e incluso incrementar, la fertilidad de nuestras vidas individuales, al tiempo que obsequiamos a los demás con el elixir de la vida; y esto hará que nuestra valía material y espiritual aumente de forma gradual. Para nosotros, cuanto más altruista sea un plan o un mero intento y cuanto más a menudo esté dirigido hacia el bienestar de los demás, más consistente y más prometedor nos parecerá ser. Esto es verdad porque lo que mantiene viva a una persona es el objetivo de elevar a los demás. Lo contrario de esto es el interés personal que mata o paraliza a los seres humanos. Los que malgastan sus vidas buscando el interés personal acaban por corromperse tarde o temprano, estén o no metidos en políticas deshonestas. Pero, por otro lado, aquellos que se mantienen vivos, sirviendo de inspiración para que otros despierten, caminan seguros suministrando el elixir de la vida en los lugares donde los demás son arrastrados por el viento como si fueran hojas secas. Y esta es la gente que, en este maratón que se desarrolla en este mundo y en el que ha de venir, han sido premiados con «la satisfacción».

El fraternalismo de los políticos que parecen haber aceptado la existencia y el derecho a la vida de los demás porque sirven a sus intereses personales, es algo en lo que jamás se puede confiar; ni tampoco se está a salvo cuando se les lleva la contraria. Este tipo de gente lo único que hace es pensar todo el tiempo en sus intereses personales. Por eso adulan e incluso se someten a los caprichos de otras personas. Si es necesario, esa gente aplasta a quienes pueden permitírselo y discurren siempre nuevos planes contra aquellos a quienes necesitan. Cuando acceden al poder son tiranos despóticos; y al contrario, cuando se ven débiles se acobardan y actúan servilmente. Al estar mintiendo sin cesar se ven derrotados por sus propias argucias y así preparan su perverso y sórdido final. Se convencen a sí mismos de que tienen a todos embaucados y engatusados y de que, además, hacen lo correcto. Y sin embargo, estos pobres políticos se exponen demasiado al destruir su reputación para favorecer sus carreras. Un intelecto tan engañoso, fácil de detectar en algunos, es un trastorno muy serio y una enfermedad psicológica incurable. Las personas de esta clase buscan siempre su interés personal, a pesar de que no sirven para nada. Así y todo, esto no les sirve para mejorar su reputación ni dar fama a su carrera y suelen acabar encogidos y serviles.

En el caso contrario, las raíces de la conducta de la gente de servicio son un extenso periodo de preparación y un severo sufrimiento, seguidos de una llamada a la misericordia, cuyo objetivo es la búsqueda y defensa de los derechos de los seres humanos. Esta llamada va más allá de la responsabilidad individual y transciende los límites de la conciencia de la responsabilidad social con una sinceridad muy profunda; y es el tipo de misión que corresponde a una persona de corazón. La gente del corazón son los líderes de todas las acciones caritativas, sus trabajos reflejan su estilo propio y son claros y honestos en todas sus obras. Por muy inclementes y despiadadas que sean las circunstancias, este tipo de personas están decididas a no apartarse del camino trazado y, confiando en sus propios principios, no se alteran por nada. Con sus sentimientos internos y externos están programadas para, en cierto modo, ver y oír a Dios, para conocerlo y vivir con Él. Este tipo de actitud ante el mundo parece demostrar que es posible observar el cenit de la Otra Vida. Pero aún hay más; la forma de vida que han adoptado estas personas, con todas sus variantes, es lo suficientemente clara y carente de límites como para permitirles entrever un destello del tranquilo refugio que les espera en el Más Allá. La verdad es que éstos, los de corazón más puro, ya han conseguido ese objetivo que los demás solo pueden soñar con conquistar tras millones y millones de años de duros trabajos. Se supone que han llegado a disfrutar de la compañía de Dios y que se sientan con los moradores del rango más elevado, rodilla con rodilla, hombro con hombro, demostrando así ser los que han conseguido la victoria eterna. Siempre sinceros y profundos, la gente del corazón busca incesantemente grandes proyectos y grandes alturas. Piensan en la misericordia, hablan sobre la misericordia y buscan la manera de expresarse con misericordia. Y se esfuerzan de tal manera en conducir a todo el mundo, sin discriminación alguna, a la gloria infinita, que sacrifican los placeres del mundo futuro y el poder espiritual, sin tan siquiera mencionar los intereses materiales y el deseo por obtener rango alguno. Su nivel espiritual y su relación con los demás muestran una actitud espiritual que pone de manifiesto el hecho de encontrarse en la presencia del Poder Supremo. Y donde los demás perecen, ellos viven una y otra vez.

Teniendo presente la máxima «No quieras para los demás lo que no quieres para ti mismo», esta gente del corazón se esfuerza con denuedo por los demás para que se beneficien de lo que ellos ya han visto que es útil. La inmensidad de los horizontes de esta gente es tal que son incluso capaces de hacer revivir la misericordia en el corazón de los tiranos. Al mismo tiempo, creen que estar con los oprimidos es lo mismo que estar con Dios y, en consecuencia, los apoyan y defienden.

Vivir para los demás es el factor más importante que define la conducta de estos héroes. Su mayor preocupación estriba en sus ansias de ser elegidos para tales misiones y su característica más destacada es que su mayor ambición es buscar la complacencia de Dios. Cuando se esfuerzan para sacar de la oscuridad a los demás no sienten dolor alguno ni sufren la conmoción que causa el deleite de iluminar a los demás. Los logros que esta gente consigue se consideran revelaciones de Su sagrada ayuda, y este tipo de personas se inclinan con toda modestia, anulándose a sí mismos una y otra vez, día tras día. Y además de todo lo dicho, tiemblan con la idea de que sus emociones lleguen a interferir con las obras que han hecho llegar a la existencia y dicen entre gemidos: «Tú eres todo lo que yo necesito».

Hemos esperado mucho tiempo y con impaciencia la llegada de esas manos bendecidas para que transformen lo que puede ser descrito como «las tierras asoladas, los hogares arruinados y los desiertos remotos» en una nueva realidad. Y nosotros estamos decididos a esperar muchos más años con fe, deseo y decisión. Y pedimos que la expectación que estos corazones puros y compasivos tienen de Su Misericordia Infinita sea con creces respondida.

* Este artículo apareció por primera vez en Işığın Göründüğü Ufuk [«El horizonte donde apareció la luz»], Nil, Estambul, 2000, págs. 189-195.
[1] Bujari, «Kusuf», 2; Muslim, «Kusuf», 1; Tirmizi, «Zuhd», 9; Ibn Maya, «Zuhd», 19.
[2] «En verdad que hemos creado al ser humano con la naturaleza y la forma más perfectas». (Sura at-Tin, 95: 4)
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