Retrato de la Gente del Corazón
Armados con su visión, su fe y sus actos, las gentes del corazón son los héroes que integran en sí mismos la espiritualidad y los significados. Su profundidad no consiste en su conocimiento o en sus adquisiciones sino en la riqueza de sus corazones, la pureza de sus almas y su cercanía a Dios. Creen que los principios que se presentan a la humanidad en nombre del conocimiento sólo tendrán valor si la conducen a la verdad. Del mismo modo contemplan la información, y en especial el conocimiento abstracto que no tiene un uso práctico, como algo insignificante porque no ayudan a los seres humanos a comprender la realidad de las criaturas, ni a la materia, ni a comprenderse a sí mismos.
Las gentes del corazón son un monumento a la humildad y a la modestia, están entregadas a la vida espiritual, decididas a permanecer alejadas de la suciedad material y espiritual, vigilando siempre los deseos corporales y dispuestas a luchar contra males tales como el odio, el resentimiento, la codicia, los celos, el egoísmo y la lujuria. Tratan siempre de otorgar el valor más elevado a lo que es correcto, de transmitir a los demás lo que sienten sobre este mundo y sobre la Otra Vida y son siempre pacientes y cautas. Gentes de fe y acción que, en vez de hablar y hacer ruido, viven según sus creencias y tienen una personalidad que sirve de ejemplo a los demás. Este tipo de personas sigue hacia adelante, sin detenerse jamás y enseñando cómo hacerlo a los que caminan hacia Dios. En su interior tienen una hoguera que no puede apagarse. Y sin embargo, y a fin de no desvelar este doloroso fuego que arde en su interior, estas personas jamás se quejan a los demás y emiten su calor a los espíritus de los que buscan refugio en ellas.
Los ojos de la gente del corazón evidencian el anhelo por los reinos trascendentales. Entregadas a la complacencia de Dios, son las gentes del progreso y el esfuerzo con las distancias, hasta el punto de correr como un caballo árabe pura sangre hasta que alcanzan al Amado, sin esperar nada a cambio.
Las gentes del corazón son partidarias tan sinceras de la verdad que en lo único que piensan es en instaurar la justicia en la Tierra, estando dispuestas, cuando Él así lo quiere, a renunciar a sus propios deseos y caprichos. Abren sus corazones a todos los demás y los acogen con afecto mostrándose como ángeles de la guarda en la sociedad. En lo que respecta a sus obras y actitudes, tratan de ser compatibles con todo el mundo, intentan evitar la competición perniciosa con los demás y evitan el resentimiento. Y a pesar de que, de vez en cuando, toman decisiones que benefician sus convicciones, creencias, métodos y maneras, jamás compiten con los demás. Antes al contrario aman a todos lo que sirven en nombre de su religión; aman a su país y a sus ideales. Y lo que es aún más importante: dan con generosidad a otras personas que buscan actividades positivas e intentan demostrar todo el respeto posible a las ideas y a la filosofía que adoptan otros individuos.
Además de estos afanes y actividades, las gentes del corazón que buscan la manera de atraer Su ayuda, dan la mayor importancia a la ayuda y al auxilio de Dios. Prestan mucha atención a la unión y a la solidaridad, pues las consideran un medio de la ayuda de Dios. Están dispuestas, con el mayor de los entusiasmos, a cooperar con todo aquel que esté en el camino recto. Y además, y para lograr una comprensión de esa unión, siguen, a pesar de sí mismas, un camino. Creyendo firmemente que la unión atrae la misericordia y que la separación y la disputa no llevan a ninguna parte, estas gentes hacen todo lo posible por ganarse la ayuda y la buena disposición de todos y están siempre dispuestas a recibir las lluvias de la ayuda Divina.
Las gentes del corazón son amantes de Dios y buscan con devoción Su complacencia. Vinculan sus acciones a Su complacencia sin que les afecten las circunstancias. Su gran ambición es complacerle, y para conseguir este objetivo están dispuestas a gastar o abandonar todo lo que tienen, pertenezca o no a este mundo. Y en sus pensamientos no hay espacio para expresiones desagradables del tipo «yo lo hice», «yo triunfé» o «yo lo gestioné». Estas gentes disfrutan haciendo los trabajos de los demás, haciéndolos como si fueran sus propios trabajos, se deleitan con esos logros como si fuesen suyos y siguen con humildad a esas otras personas dejándoles a ellas los honores y la facultad de dirigirlos. Y lo que es aún más, como consideran que los demás son más idóneos y capacitados a la hora de servir a la religión y a la humanidad, proporcionan a otras personas prestaciones más confortables mientras que ellas, dando un paso hacia atrás, siguen sus servicios como unas «personas normales».
Las gentes del corazón están demasiado ocupadas luchando contra sí mismas y sus errores como para interesarse en las faltas de los demás. Lo que hacen, en cambio, es servir de ejemplo a los demás en aquello que significa ser una buena persona, y les guían para que consigan horizontes más elevados. No miran ni se fijan en aquello que pueda hacer daño a otras personas. Al responder con una sonrisa a los que han demostrado tener actitudes negativas, este tipo de personas anulan la mala conducta con la afabilidad y nunca quieren dañar a nadie, incluso cuando han sido dañadas una y otra vez.
Para el hombre de corazón −un soldado de la realidad que se ha entregado a buscar la complacencia de Dios con emociones, ideas y acciones− lo prioritario es llevar una vida basada en la fe perfecta y equipada con la sinceridad. Si lo hace de esta manera, será muy poco probable que esta persona sea disuadida de alcanzar su objetivo, por mucho que se le ofrezcan los cielos además del mundo en que vivimos.
La gente del corazón nunca compite con los que persiguen los mismos ideales y recorren el mismo camino; ni tampoco los envidian. Más bien, al contrario, completa lo que otros han dejado inacabado y cuando se relaciona con otras personas las tratan como si estuviesen tan estrechamente conectados como los órganos de un mismo cuerpo. Siguiendo fielmente un entendimiento completo de la renuncia, hace que sus homólogos acaparen la luz de los focos, tanto en los asuntos terrenales como en los que no lo son, mientras ella se retira a un segundo plano. Actúa como si fuese el portavoz que pregona los logros de los demás y aplaude y acoge sus proezas con la misma alegría que sentiría si estuviese en una fiesta.
Basándose en gran medida en métodos y actitudes, la gente del corazón lleva a cabo sus acciones de acuerdo con su propia naturaleza. No obstante, intenta siempre respetar las acciones y los pensamientos de los demás. Estas personas son capaces de vivir en armonía y compartir participando en el desarrollo de proyectos comunes. Y se esfuerzan siempre por sustituir la palabra «yo» por la palabra «nosotros». Pero por encima de todo esto, lo que hacen es sacrificar su felicidad por la de los demás. Y al hacerlo no esperan agradecimiento ni respeto de persona alguna. Llegan incluso a pensar que esperar tal cosa es una forma de corrupción moral, razón de que eviten ser el centro de atención, de la fama y de la fortuna, lo mismo que se evita el escorpión o la serpiente; lo que esperan es ser olvidados cuanto antes.
La gente del corazón no viola los derechos de ninguna otra persona, ni tampoco persigue la venganza. Incluso en las circunstancias más críticas tiende a comportarse con calma y a hacer lo que se debe poniendo en ello todo su empeño. Su respuesta a los actos malvados es la afabilidad y, al considerar la perversidad una característica del mal, trata a quienes la han dañado como si fueran monumentos a la virtud.
La gente del corazón lleva una vida iluminada por la luz del Corán y de la Sunna y dentro del marco de la conciencia de la taqwa (piedad), la bendición y la santidad. Está siempre alerta ante los sentimientos egoístas, el orgullo, la fama, etc., ante las cosas que matan al corazón. Los actos gloriosos que hacen esas personas los atribuyen al Poseedor Verdadero diciendo: «Todo proviene de Él». En las cosas que dependen de la voluntad evitan decir «yo» y prefieren refugiarse en el «nosotros».
La gente del corazón no teme a nadie. No hay cosa alguna que le cause pánico. «Confiando en Dios trabaja duro y espera que el resto venga de Su ayuda», frase que ilustra su carácter; y jamás incumplen su promesa.
La gente del corazón jamás se enfada con nadie ni se siente ofendida por los que tienen el corazón conectado con Dios. Cuando ve que sus hermanos o hermanas de religión hacen algo malo, no los abandonan. Y para evitar la vergüenza no da a conocer falta alguna, ya sea pública o personalmente. Antes al contrario, se cuestiona y culpa a sí misma por haber atestiguado un acto inmoral.
La gente del corazón evita hacer comentarios sobre las actitudes de los creyentes que pueden interpretarse de otra manera. Siempre piensa de forma positiva sobre lo que ve y oye y nunca percibe esas acciones como si fuesen negativas.
En cada acto y en cada obra, la gente del corazón tiene presente que este mundo no es el lugar de la recompensa sino más bien el del servicio. Por lo tanto, cumple con la disciplina más estricta los deberes que son responsabilidad suya, pensando al mismo tiempo que es una falta de cortesía con Dios preocuparse por las consecuencias. Considera prioritario llevar a cabo las acciones por Dios y con la complacencia de Dios para poder servir a la religión, a la creencia y a la humanidad; y por muchos que sean sus triunfos, se lo atribuyen todo a Dios sin tan siquiera pensar en tomar algo para sí misma.
La destrucción del orden no desespera a la gente del corazón, como tampoco le molesta que otra gente se le oponga. «Este mundo no es lugar para discusiones y conflictos, sino más bien para aguantar y resistir» dice, al tiempo que cierra los dientes con paciencia. Busca la salida en cualquier situación en la que se encuentre, sin perder la esperanza incluso en los momentos más críticos, y está siempre planeando, con una perseverancia tenaz, todo tipo de estrategias. Y hoy en día, cuando descubrimos que se desprecian los valores humanos, cuando vemos que aparecen grietas en el pensamiento religioso, cuando en todo lugar resuenan los altercados que causan aquellos a quienes no les preocupa nada, necesitamos a la gente del corazón como el aire que respiramos y el agua que bebemos.
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