¿Cuáles son las razones de que el Islam se propagara a lo largo y ancho de tan vastos territorios en un plazo de tiempo tan corto y que sus detractores fueran incapaces de impedirlo durante casi mil años? ¿Y cuáles son las razones de la derrota y el fraca
Un musulmán podría ser definido como aquel que cree en Dios y en los principios de la fe decretados por Dios, quien nunca considera lo opuesto a estos principios —ni siquiera se plantea la probabilidad—, y se rinde y somete a sí mismo a Dios. Un musulmán es aquel que, incondicional y sinceramente, actúa y ejecuta todas Sus prescripciones en su vida personal, familiar y social. Sin embargo, durante algunos períodos, los musulmanes podrían haber sido incapaces de hallar la oportunidad de representar al Islam en todos los aspectos. Aún así, si la gente ardiera en el amor y el anhelo de representar al Islam y se angustiara en el ansia por vivir y actuar sobre él, con la Voluntad de Dios, no serían responsables, culpados o reprendidos por los errores colectivos. Todo sistema sutil y complejo desmantelado y dejado a un lado sin emplear, suele olvidarse con el paso del tiempo, puede ser reensamblado y dispuesto para que funcione de nuevo después de grandiosos esfuerzos y diligencias. Esfuerzos aún más intensos si este sistema fuera un camino de vida por el cual llevar las cargas y responsabilidades que, a largo plazo, es prolífico de tranquilidad y felicidad, y a corto plazo, intenso y arduo en ocasiones… Qué difícil realizar ese camino de vida de nuevo, reavivando el consentimiento no sólo de unas pocas personas sino de una sociedad entera. Y aún así, si la gente es decidida, perseverante y sincera en cuanto a la intención de hacerlo trabajar de nuevo, sus esfuerzos pueden ser suficientes para eximirlos, aunque no hayan tenido éxito. Si la gente persigue dicho objetivo en completo compromiso y anhelo, como una cuestión de vida o muerte, seguramente no serían responsables si la meta se les escapara. En efecto, para estar exento de responsabilidades, uno debería vivir el Islam profundamente o consumirse en el deseo de vivirlo realmente. Cualquier acto opuesto a esto traerá consigo consecuencias en este mundo y en el Paraíso. En este mundo, la gente soporta humillaciones y vejaciones como consecuencia de vivir apartada del Islam; serán condenados a vivir en todos los ámbitos de la vida social, política, comercial, militar, bajo el poder y dirección del escepticismo, y serán superados en las áreas del conocimiento y la tecnología. Posteriormente, en el Paraíso, se les interrogará y serán castigados severamente por haberse rendido a los poderes de la incredulidad.
Durante casi mil millones de años, los musulmanes experimentaron un desarrollo incomparable con respecto a su civilización y merecieron el más alto reconocimiento. Durante el período de los Califas Rectamente Guiados el desarrollo tuvo una calidad sublime y celestial. Quienes siguieron al Profeta en su primer siglo islámico fueron verdaderos representantes del correcto camino islámico de la vida. El Mensajero de Dios comenta lo siguiente refiriéndose a dicho período:
Los ejércitos musulmanes llegarán, después de mí, a las puertas de las ciudades, donde se les preguntará, «¿Alguno de entre vosotros vio al Profeta?» La respuesta será afirmativa, y las puertas se abrirán para ellos. Aquellos que los sucedan también realizarán la yijad y serán interrogados, «¿Hay alguna persona entre vosotros que haya visto a aquellos quienes han visto al Profeta?» Ellos responderán, «Sí», y las ciudades serán conquistadas por ellos. Finalmente vendrá la tercera generación, a la que se le preguntará a su vez, «¿Alguno de vosotros ha visto a aquellos que han visto a los seguidores de los compañeros del Profeta?», Cuando esta pregunta también reciba una respuesta afirmativa, la conquista le será concedida a ellos también.[1]
Nuevamente, en otro relato registrado en Bujari y Muslim, el Mensajero de Dios dice a esas tres generaciones que le sucederán: «Los mejores de entre vosotros son aquellos que viven en mi época, luego aquellos que les sucedan, y luego aquellos que los sigan».[2]
Esas tres generaciones siguieron estrictamente los pasos del Profeta y, en consecuencia, les fueron otorgadas grandes victorias.
Cuando observamos nuestro pasado islámico, contemplamos que los eventos históricos confirman los dichos del Profeta. El período de los Cuatro Califas duró treinta años. Durante el dominio del tercero, Osman, los musulmanes se dispersaron en todas las direcciones del mundo conocido. En una dirección marcharon hacia el Mar de Aral y en la dirección opuesta hacia Erzurum, en la Anatolia oriental. A pesar de ciertas diferencias y desacuerdos en ese momento, el espíritu de la Yijad contra el escepticismo fue siempre poderoso, manteniendo la conciencia de ser activo y seguir adelante. Durante ese tiempo los musulmanes conquistaron el norte de África en su totalidad. Uqba ibn Nafi fue el musulmán comandante en esa campaña y murió a la edad de 50 años. Sin embargo, la campaña concluyó satisfactoriamente mientras estaba con vida y las tribus beréberes le escucharon y obedecieron. Cuando alcanzó el Océano Atlántico, cabalgó en su caballo hasta el mar y ahí se detuvo, exclamando: «¡Oh Dios! Si este mar de oscuridad no estuviera ante mi, llevaría Tu Nombre, que es fuente de luz, a tierras extranjeras tan lejanas como el más distante rincón del mundo».[3] Los grandes musulmanes de aquel tiempo no contaban con modernas embarcaciones o aviones para viajar bajo cualquier tipo condiciones climáticas. En esa época, acampaban en un monte o seguían la marcha, y los ríos eran atravesados con simples balsas. A pesar de la escasez de medios, los musulmanes fueron capaces de viajar y conquistar vastas extensiones de territorio en diferentes partes del mundo y en un corto lapso de tiempo.
Uno de los misterios del destino es que adondequiera que los Compañeros del Profeta fueron, en cualquiera de las tierras que conquistaron, se puede hallar hoy en día población musulmana, incluso en países alejados del corazón de la península Arábiga —tales como Daguestán, Turkmenistán, Uzbekistán o Kazajstán—. Estos países aún poseen mezquitas y madrazas que ofrecen su servicio a la comunidad islámica, así como han surgido de entre su población sobresalientes científicos y eruditos, quienes fueron, y siguen siendo reconocidos como los mejores, desde Bujari a Muslim, pasando por Muslim y Tirmidhi, así como Ibn Sina (Avicena) y al-Farabi, puesto que el Islam fue vivido especialmente en aquellas tierras. Ciertamente creemos que el esplendor y excelencia de un carácter, espíritu y conciencia islámicos serán experimentados de nuevo en aquellos lugares, y los musulmanes recuperarán su antiguo estatus en el mundo.
Cómo pudieron los Compañeros del Profeta conquistar tantos lugares en tan corto tiempo ciertamente posee sus propias explicaciones y significados. En primer lugar, los Compañeros eran plenamente fieles a la causa del Islam. Percibidos de manera superficial por sus enemigos, debieron parecerles personas que habían perdido el juicio, y en verdad que sus logros fueron tales como para impresionar y paralizar toda imaginación. Por ejemplo, Ali durmió en la cama del Profeta, en lugar de este, en la noche que el Profeta dejó Medina y sus enemigos rodearon la casa con la intención de asesinar al Profeta bajo una lluvia de espadas. Ali aceptó la posibilidad de ser asesinado. Pero las manos de los politeístas permanecieron suspendidas en el aire, al ver que la persona que yacía en la cama no era el Profeta sino un joven de 17 años que aceptó tal sacrificio sin importarle su vida. Por otra parte, al escuchar los constantes bramidos del ganado y de los animales domésticos, Abu Yajl y otros politeístas subieron al techo de la casa de Abdullah ibn Jahsh para averiguar lo que estaba pasando ahí. Se sorprendieron por lo que contemplaron. Todos los miembros de la familia habían abandonado la casa para seguir al Profeta, sin llevar consigo sus pertenencias, sin pensarlo dos veces, con el único propósito de marchar a Medina para permanecer con el Profeta. Acerca de esto Abu Jahl le dijo a Abbas: «¡Qué extraño! Tu sobrino ha provocado tal división (iftiraq) entre nosotros que es imposible de explicar o entender». Casa, bienes y muebles, esposa, niños y familia, todo fue abandonado, renunciaron a todo, por amor a Dios, a Su Mensajero y al mensaje que trajo. ¿Cómo podrían los politeístas comprender tal cosa?
Mientras Abu Bakr emigraba de La Meca a Medina, no llevó a nadie consigo, dejó a sus hijos, esposa y padre, a quienes amaba devotamente. Osman no llevó consigo a su esposa, Ruqiyya, la querida hija del Profeta, mientras viajaba. Ruqiyya fue la luz de los ojos del Profeta, todos y cada uno de los musulmanes sacrificaría su propia vida miles de veces por ella. Sin embargo, Ruqiyya permaneció finalmente en La Meca y Osman emigró a Medina. Tal era la lealtad al Profeta en aquel tiempo.
Sahl bin Amr fue a ver al Profeta para llegar a un acuerdo con él en Judaybiya. Él fue uno de los últimos en abrazar el Islam más tarde. No fue agresivo como los otros, sino una persona gentil. De hecho, Dios lo recompensó por su bondad con el Profeta y fue bendecido con el Islam y se convirtió en uno de los Compañeros del Profeta en la última etapa de su vida. A su regreso tras encontrarse con el Profeta dijo a la gente en La Meca:
¡Oh gente!, he cumplido con mi cargo de legado ante reyes —Cósroes, Negus o los emperadores bizantinos — pero nunca he visto a un rey a quien los hombres le honren como lo hacen los Compañeros de Muhammad. Si él ordena algo, dejan detrás todo por hacer cumplir su palabra; cuando realiza su ablución, ellos prácticamente pugnan por la misma agua; cuando él habla, sus voces se callan en su presencia; no fijan su mirada en su rostro, sino que bajan sus ojos, como muestra de reverencia…[4]
No obstante, el Profeta aconsejó a los que le defendían: «No me protejáis como los persas hacen con sus mayores».[5] El Profeta demostró gran modestia y vivió en suma humildad, por lo que se elevó a una categoría más elevada que la de los ángeles. Se ha dicho que cuando el Profeta vio por primera vez al Arcángel Gabriel, el Mensajero estaba asustado. Sin embargo, como uno de los santos seguidores del Profeta subrayó: «Si Gabriel hubiera comprendido la esencia de la haajaat al-Ahmadiyya (la verdad de Muhammad), se habría desmayado y no habría regresado ante él hasta el Día del Juicio Final». El Profeta siempre se elevó más y más alto en cuanto a sus poderes de relación, obediencia y servicio a Dios. No obstante, cada paso hacia el Altísimo intensificó su humildad. Se presentó a sí mismo como un hombre sencillo, uno entre muchos otros, y estuvo profundamente perturbado por cualquier otra manera o tratamiento con la que fuera tratado personalmente.
Aquel fue un período tal en el que los Compañeros se unieron profundamente al Profeta y se armonizaron con él de manera aplicada. Cuando el Profeta dijo: «Vuestra sangre es mi sangre, vuestra vida es mi vida», sus palabras ratificaron lo que de hecho sucedía en completo acuerdo y armonía. Cuando llegó el momento de extender y representar el Islam en el extranjero, cuando fue necesario emigrar a diferentes tierras y climas, ninguno de ellos cuestionó el por qué. Simplemente se marcharon y nunca pensaron en regresar a sus antiguos hogares. Olvidaron la idea de regresar, apartaron el miedo a estropear la sinceridad de su intención de emigrar tan sólo por el amor a Dios, temblaban con el pensamiento de morir y ser enterrados en sus lugares de origen. Sa’d bin Abi Waqqas tuvo fiebre en La Meca, y se estremeció por la pena. Cuando el Profeta preguntó la razón de su tristeza, explicó que estaba preocupado de que pudiera morir en La Meca después de haber emigrado a Medina, y su viaje no pudiera ser completado.
De camino a Jaybar, el Profeta no quiso llevar a Ali en la expedición porque éste sufría de cierta dolencia en los ojos. Sin embargo, Ali no estuvo dispuesto a quedarse atrás y dijo: «Oh Mensajero de Dios ¿me permitirías permanecer con las mujeres y los niños?» Él tomó parte en la expedición y la ciudadela de Jaybar fue conquistada posteriormente gracias a su extraordinaria valentía.
Una vez, antes de dejar Medina para una expedición, el Profeta designó a Umm Maktum, un hombre ciego, para que se quedara al mando durante su ausencia. Estuvo exento de la lucha porque era ciego, el resto que permanecía en Medina eran mujeres y niños. Años después, Umm Maktum supo que los musulmanes marcharon a enfrentarse con los persas. A pesar de su avanzada edad, se unió a la marcha de los soldados y expresó su deseo de tomar parte en la vanguardia de la batalla. Algunos musulmanes, principalmente Mughura ibn Shu’ba, quisieron mantenerlo alejado del frente, pero Umm Maktum halló la oportunidad de hablar con el comandante de los musulmanes, Sa’d ibn Abi Waqqas y dijo: «Mugira bin Shu’ba quiso impedirme luchar en el camino de Dios. Si cualquiera de ustedes me impide luchar y morir en el camino de Dios hoy, me quejaré ante el Califa Umar». ¡Qué razón para quejarse tan excelsa, el que le impidieran dar su vida en el camino de Dios! Cuando le preguntaron que podría hacer, él respondió: «Sí, soy ciego, pero esto no me impedirá sostener la bandera y caminar hacia el frente. Siendo así, me gustaría sostener el estandarte en la vanguardia del ejercito, en primera línea de combate». Él realmente aprovechó la oportunidad de no escudarse en excusas, sino que tomó parte en batalla, sostuvo el estandarte en primera línea, caminó y halló lo que anhelaba: ser mártir en la Batalla de Qadisiya.
Los Compañeros pertenecían a esta clase de gente tan ensalzada, aquellos que menospreciaban el peligro, en el camino de Dios, de exponerse a la muerte por amor a su verdadera creencia para llevarla a otras tierras.
Aunque Abu Talha era ya una persona muy anciana, delgada y débil, cuando se enteró que el ejército se preparaba para ir a Chipre, llamó a sus nietos y les dijo que desearía tomar parte en la expedición: «Escuché del mismo Profeta que Chipre sería conquistada[6] y pienso que es tiempo para ello, desearía pues tomar parte en dicha campaña. Sin embargo, no es posible para mí sentarme en una silla de montar y montar a caballo. Por lo tanto, átenme apretadamente al caballo para que no me caiga». Sus nietos no quisieron ceder a la petición de su abuelo y arguyeron que era demasiado viejo y lo excusaron de estar ausente en la batalla. Sin embargo, les respondió que el versículo coránico exhortaba a la gente a luchar en el camino de Dios así como a la no discriminación entre jóvenes y ancianos; él lo leyó, citando su sentido absoluto. Al final, los nietos no fueron capaces de disuadirlo y Abu Talha se unió al ejército tal y como deseaba. No obstante, su salud se resintió antes de completar la jornada ya que era muy anciano y estaba débil, falleciendo posteriormente aunque hizo lo que había deseado con ansia en este mundo, y tal vez habría dicho al exhalar su último aliento: «¡Todos los agradecimientos y las Alabanzas sean a Dios! Tú me concediste lo que anhelé».
Otro Compañero, Abu Ayyub al-Ansari, quien hospedó al Profeta en su hogar, había contraído matrimonio y tenía varios hijos cuando el Mensajero llegó a Medina por primera vez. Los nietos de Abu Ayyub lo ayudaron a montar el caballo antes de su partida a Constantinopla (actual Estambul) bajo el mando de Yazid. Desde la llegada del Profeta a Medina hasta el gobierno de Mu’awiya y el gobierno de Yazid, pasaron 40 ó 50 años. Abu Ayyub debió tener por lo tanto alrededor de 75 u 80 años de edad cuando llegó a las inmediaciones de Constantinopla.
Detengámonos en este punto para preguntarnos: ¿Qué fue después de esos Compañeros del Profeta? Hay muchos versículos en el Corán y dichos del Profeta alabando sus virtudes y atributos. Dios los denominó Ansar (Ayudantes, Colaboradores) y Muhajirun (Emigrantes) y los glorificó. Incluso fueron profetizados en el Viejo y Nuevo Testamento (la Torá y el Evangelio). Habían escuchado al Profeta decir que los victoriosos ejércitos del Islam llegarían a las puertas de Europa, y dar las noticias de que Constantinopla (hoy Estambul) sería conquistada por los musulmanes. Muchos intentos fueron emprendidos para realizarlo y así ser dignos de estas palabras del Profeta: «Ciertamente, Constantinopla será conquistada. Bendito es el comandante que la conquistará, y benditas sus tropas».[7] Ya que esta ciudad fue en sí misma un símbolo del extenso dominio, el Profeta por ello dirigió a su comunidad a llevar consigo el Islam a lo largo y ancho del mundo. El único objetivo que tenían era estar entre las tropas que el Profeta alabó y por lo tanto conseguir el beneplácito de Dios. No existía ningún otro motivo, ambición o propósito detrás de las dificultades y peligros que soportaron. Ya que el Profeta señaló el mérito del ejército a los ojos de Dios, los Compañeros compitieron para llegar a ser miembros de dicho ejército.
Esperando ser objeto de las alabanzas del Profeta, Abu Ayyub al-Ansari (Halid bin Zayd) se puso en camino de Medina a Constantinopla a pesar de su avanzada edad. La ciudad fue sitiada durante semanas y meses, pero a los musulmanes no les fue concedida la conquista. Antes de dicho acontecimiento, Abu Ayyub al-Ansari estaba totalmente agotado y esperaba la muerte debido a su avanzada edad. Una de las cosas que nunca dejaba de preguntar era: «¿Hay noticias de la conquista?». Finalmente, el comandante del ejército se dio cuenta que estaba ya al borde de la muerte y le preguntó al noble Compañero del Mensajero de Dios si tenía algún deseo. Abu Ayyub al-Ansari dijo: «Llévame lo más lejos posible. Si es posible, llévame y sepúltame dentro de las murallas de Constantinopla. Vinimos a conquistar Constantinopla, pero veo que no he sido bendecido con tal conquista. Por otra parte, creo definitivamente que un día las palabras del Profeta se harán realidad y serán llevadas a la práctica por otros musulmanes. Por consiguiente, desearía ser enterrado allí. Escuchar en mi tumba los sonidos de sus espadas y escudos entrechocando me complacerá. Déjame escuchar por lo menos las voces de esos soldados benditos». Alrededor de cinco o seis siglos más tarde, Estambul fue conquistada por un comandante y sultán otomano, cuyo nombre era también Muhammad (Mehmed), a los veintidós años edad. Manifestaciones del destino tan dulces como el fin de un período en la historia y el comienzo de una nueva era, ser bendecidos con las buenas nuevas del Mensajero de Dios, derribar una puerta de acero, como la puerta de Jaybar, y dirigirse a la conquista de territorios en Europa, para representar por completo el espíritu Muhammadiano en su momento fueron la bendiciones que portó sobre su persona el Sultán Mehmet II «El Conquistador». Puede decirse que él representó el espíritu Muhammadiano en su tiempo como un Mahdi; estuvo entre las voces de los soldados que Abu Ayyub al-Ansari deseó escuchar y dar la bienvenida en Estambul y que finalmente así hizo.
Aquella gente que sincera y devotamente se comprometió a sí misma con irshad y tablij (guiar e instruir a otros) por igual o esforzarse en aquello que poseen (lucha material y física, la yijad con sus vidas y riquezas) pueden conquistar el Mundo y albergar su autoridad en éste. Tal y como el Profeta de Dios expresó en un hadiz, cuando el miedo a la muerte controla las almas de los musulmanes, todo lo alcanzado comenzará a desaparecer por partes. Gozamos de un gran estatus e influencia entre la gente y la historia del mundo desde hace dos o tres siglos. Ahora lo hemos perdido. Sólo puede haber una explicación para esto. Nos sentimos victoriosos cuando tuvimos el espíritu islámico, y conservamos nuestra sumisión, obediencia y sentido del servicio a Dios en una firme y sólida condición. Durante el período en el cual comenzamos a retroceder, nuestras almas fueron presas del miedo a la muerte y esclavizadas por este, así como por otros temores, debilidades, el amor por la vida, las ambiciones así como preocuparnos por nuestro propio futuro.
Los musulmanes en el pasado se extendieron por todas partes en el mundo conocido y transmitieron el Mensaje Divino, estableciendo el mejor y más noble tipo de gobierno. ¿A qué puede ser atribuido este logro sino al hecho de que ellos realmente dedicaron su riqueza física, espiritual y material al camino de Dios?
No importa de cual nación o condición étnica descendían, vemos en todos ellos héroes que erigieron a partir del Mundo Islámico el mismo espíritu. Desdeñaron e ignoraron el placer de vivir para sí mismos y prefirieron el placer de hacer vivir a los demás en su lugar. Lo único que tenían en mente era extender la religión a la que habían sido destinados como creyentes y seguidores, y fueron recompensados con el correspondiente altísimo honor. En el Sultanato de Rüm de los turcos selyúcidas, el Estado Otomano y otros estados, en gobernantes como regentes Alparslan, Kilicarslan, Murad Hüdavendigar, Fatih (Sultán Mehmet II), Yavuz, Salahaddin Ayyubi (Saladino) y muchos otros, apreciamos el mismo espíritu y sabiduría.
Alparslan, el sultán selyúcida, derrotó a los Bizantinos en 1071 y por ello las puertas de Anatolia y los vastos territorios bizantinos se abrieron a los musulmanes. Pronunciaron un sermón antes de la Batalla de Malazgirt (Manzikert), una de las grandes batallas decisivas en la historia, y concluyeron con esta plegaria: «Oh Señor, haz que la toga y ropas blancas que llevo sean mi mortaja hoy». Aquellos musulmanes marcharon al campo de batalla y se convirtieron en mártires en lugar de vencedores, y lo probaron así llevando sus mortajas puestas antes de la batallas. De ese modo estuvieron, sin duda alguna, y sin haberlo pensado dos veces, preparados para combatir al ejército enemigo, mucho más numeroso. Al final del día, los musulmanes obtuvieron la victoria y el enemigo fue vencido y muchos cayeron prisioneros, incluido el emperador bizantino Romano IV Diógenes, y creemos que el Sultán Alparslan fue sincero cuando dijo que no era feliz ya que no había alcanzado su objetivo de convertirse en mártir.
El Sultán otomano Murad I, apodado Hüdavendiðar («Soberano» o «Maestro») oró durante toda la noche: «Oh Señor, haz a mi ejército victorioso y permite que muera como mártir», antes de luchar frente a los serbios en Kosovo. Su oración fue aceptada, derrotó a los serbios, vio a su ejército triunfador pero mientras estaba examinando a los soldados heridos, fue apuñalado de muerte por un serbio. Tendido en el campo, le preguntaron acerca de su última voluntad. Dijo dos palabras «Nunca desmontar». Entonces falleció. El deseo que expresó fue que nunca dejaran de luchar en el camino de Dios y que llevaran su Mensaje Divino siempre más lejos.
El magnifico estado (y estados) instaurado por gente de dicha categoría excelsa disfrutaba de tal prestigio y autoridad en el equilibrio de poder en el mundo que otras naciones los observaron y adaptaron, rigiendo sus propios asuntos de estado en consecuencia. Ejercieron tales esfuerzos en el camino de la Verdad, y menospreciaron cualquier cosa excepto aquello, que anteponían a Dios en primer lugar en todo plan y asunto por encima de todo. Pensaron y evaluaron todo de acuerdo a la Voluntad y el Placer Divinos, y se convirtieron en defensores de la Causa Suprema. Por esta razón Dios protegió nuestras fronteras de todo intruso, y encabezamos una decorosa y gloriosa vida en el pasado. Cuando perdimos esos altos atributos y dicho espíritu, fuimos rodeados por todos lados, degradados y finalmente capturados por nuestros enemigos. Primero agonizamos en espíritu, luego en dignidad y honor, y posteriormente en términos físicos y materiales. Y ahora, observamos a las supuestas «superpotencias» y esperamos su ayuda y apoyo en toda circunstancia. Nos consideramos más victoriosos si nos las arreglamos con dejarles nuestras obligaciones y deudas.
Si quisiéramos recuperar y representar al Islam sublimemente como ellos lo hicieron en el pasado, primero debemos recuperar esos factores que hicieron a nuestros antepasados alcanzar su elevada categoría, sin desatender a ninguno de ellos. Ya que la verdad es ...el hombre no puede poseer nada sino por aquello por lo que se esfuerza (Najm 53:39).
[1] Bujari, Fada’il al-Ashab, 1; Muslim, Fada’il al-Sahaba, 208-9.
[2] Bujari, Ibíd., 1; Muslim, Ibíd., 212.
[3] Ibn al-Athir, Kalim fi al-Tarikh, 4/106.
[4] Bujari 3:180; Ibn Hanbal 4:324; Tabari 3:75
[5] Abu Dawud, Adab, 151-152; Ibn Hanbal, Musnad, 5:253
[6] Al-Bidaya wa l-nihaya, 7, 152.
[7] Otra narración del hadiz es la siguiente: «Ciertamente, Constantinopla será conquistada. Qué grande será el comandante que la conquistará, y qué excelente es su ejército». Ahmad Ibn Hanbal, Musnad, 4/335; Hakim, Mustadrak, 4/422.
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