Espíritus Consagrados a Dios

El rasgo más característico de quienes se han consagrado a obtener la complacencia de Dios y al ideal de amar y ser amado por Él, es que nunca esperan nada a cambio, ya sea material o espiritual. Cosas como el beneficio, la riqueza, el precio, la comodidad, etc., cosas a las que la gente de este mundo presta mucha atención, no significan mucho para ellos; carecen de valor y no las consideran medida alguna.

Para los consagrados, el valor de sus ideales trascienden al de los bienes terrenales hasta tal punto que es casi imposible apartarlos de lo que buscan –la complacencia generosa de Dios− para llevarlos hacia otro ideal. El hecho es que, desapegados por completo de las cosas finitas y transitorias, los consagrados sufren una transformación tal en sus corazones para poder volverse hacia Dios que cambian hasta el punto de no reconocer más objetivo que su ideal. Como se entregan por completo a la tarea de hacer que la gente ame a Dios y sea amada por Dios, dedicando sus vidas a la iluminación de los demás y, además, porque han conseguido orientar su meta hacia esa dirección unificada que en cierto sentido contribuye a realzar este ideal, eluden los pensamientos separadores y antagónicos, tales como «ellos» y «nosotros», «otros» y «nuestros». Esta gente tampoco tiene ningún tipo de problema –explícito u oculto− con otras personas. Lo único en lo que piensan es en cómo pueden ser útiles a la sociedad y en cómo pueden evitar las disputas con la sociedad a la que pertenecen. Cuando detectan un problema actúan más como un líder espiritual que como un guerrero, conduciendo a la gente hacia la verdad y hacia la espiritualidad más elevada y absteniéndose de cualquier tipo de dominio político o pensamientos autoritarios.

Lo que conforma el espíritu profundo de estos espíritus consagrados, entre otros muchos factores, es el conocimiento, el uso de este conocimiento, una intensa y sensata comprensión de la moralidad y de su aplicación en cada uno de los aspectos de la vida, y la virtud más fiable y la conciencia de su indispensabilidad. Buscan refugio en Dios de la fama, de la fría propaganda basada en el interés y de los actos y hazañas ostentosas; estas cosas no prometen cosa alguna en el nombre de su futuro, esto es, en aquello que concierne a la Otra Vida. Y, además, al vivir de acuerdo con sus principios, se esfuerzan sin cesar por conducir a aquellos que les miran e imitan para que se sientan sobrecogidos ante los sublimes valores humanos. Al hacerlo, este tipo de personas no esperan interés o amabilidad de nadie e intentan con denuedo eludir toda clase de interés personal o beneficio; lo evitan lo mismo que a la serpiente o al escorpión. Al fin y al cabo, su riqueza interior tiene una fuerza centrípeta que no permite actos publicitarios, de alarde o de ostentación. Su conducta afable, reflejo de sus espíritus, es de una calidad tal, que fascina y hace que les siga la gente de discernimiento.

Y es precisamente por esta razón por la que los consagrados nunca desean alardear de sí mismos, ni anunciarse ni difundir propaganda sobre sus personas; ni tampoco ambicionan ser reconocidos o admirados. En vez de esto lo que hacen es esforzarse, con todas sus energías y su poder, en alcanzar la vida espiritual; y todas sus acciones dependen de esta sinceridad, de este sencillo deseo de complacer a Dios. Dicho con otras palabras, lo que intentan con cada uno de sus actos es conseguir la complacencia de Dios, y se esfuerzan con denuedo por alcanzar este objetivo sublime sin contaminar su empeño casi profético con expectaciones mundanas, con ambición o con la admiración o la estima de los demás. Y como la fe, el Islam y el Corán se critican y cuestionan en el mundo de hoy, esta gente tiene que utilizar toda su energía para contrarrestar esos ataques. Es absolutamente esencial que estos individuos sean apoyados en sus pensamientos islámicos y en sus sentimientos, y que esta gente sea puesta a salvo de la falta de objetivos para vincularla con ideales sublimes. Y es preciso satisfacer esta necesidad hasta el punto de que las personas nunca se sientan obligadas a buscar otra cosa más que la revitalización de la fe en los corazones de sus propios arquetipos y de su propio estilo. Esto también podría describirse como reconducir a la gente hacia la vida espiritual. Este tipo de estrategia es sumamente importante, especialmente en una época en la que algunas personas lo basan todo en el cambio o transformación de la vida social e intentan transformarlo todo según nuevos modelos. Cuando se intenta una reconducción hacia la vida espiritual siempre habrá consenso, acuerdo y solidaridad mientras que, si por el contrario, se confía únicamente en el cambio será fácil percibir disputas, divisiones e incluso confrontaciones.

Gracias a la comprensión de una dirección unificada, los consagrados no experimentan sensación de vacío en sus mentes ni en su raciocinio. Antes al contrario, permanecen abiertos a la razón, a la ciencia y a la lógica, y consideran que esto es un requisito previo de sus creencias. Al haberse derretido en las profundidades de la cercanía a Dios −una cercanía que depende del mérito propio− y en el océano que se asemeja a la Unidad Divina, sus deseos terrenales y sus pasiones corporales asumen una forma nueva (el deleite espiritual como resultado de la complacencia de Dios) con un patrón nuevo y un estilo también nuevo. Esta es la razón de que los consagrados puedan respirar el mismo aire que los ángeles en las cimas de la vida espiritual al tiempo que conversan con los seres terrenales y cumplen con los requisitos lícitos de la vida en la Tierra. Esto hace que a los consagrados se les considere relacionados con los mundos del presente y del futuro. Su relación con el mundo presente se debe a que aplican y acatan las fuerzas físicas. Lo que les vincula con la Otra Vida es que evalúan todas las cuestiones a la luz de su vida espiritual y de la vida del corazón. Cualquier tipo de inhibición que la vida espiritual imponga sobre la vida de este mundo no implica un abandono completo de la vida mundana; y esta es la razón por la que esta gente no puede despreciar este mundo por completo. Más bien al contrario; siempre están en el centro del mundo en vez de en la periferia, y lo gobiernan. Pero esta postura, sin embargo, no es para el mundo, o en nombre del mismo, sino más bien en nombre de la sumisión a las fuerzas físicas y un intento de conectarlo todo con la Otra Vida.

A decir verdad, esta es la manera de mantener el cuerpo en el marco que le corresponde y al espíritu en su horizonte específico; es la forma de conducir la vida bajo el liderazgo del corazón y del espíritu. La vida corporal, finita y restringida, debe ser de la manera que merece la corporalidad, mientras que la vida espiritual, siempre abierta a la eternidad, debe buscar la infinitud. Si solamente se tienen pensamientos supremos y transcendentales, si se lleva el tipo de vida que exige el Dador de la Vida, si iluminar a los demás es lo más importante y se busca siempre la cúspide, uno se convierte de forma natural en alguien que practica un programa supremo y, de esta manera y hasta cierto punto, se limitan los deseos y las pasiones personales.

Por supuesto que practicar esta forma de vida es todo un reto. Y sin embargo, esta misión tan ardua es bastante sencilla para los que se han entregado a Dios, para quienes pretenden glorificar Su Nombre, para aquellos que van y vienen con asiduidad a la puerta de Dios intentando que la gente sea consciente de Él, con una mano en las puertas de los corazones de la gente y con la otra en Su puerta. Lo cierto es que no hay nada que les parezca difícil a aquellos que sienten en su pecho el calor de la cercanía a su Creador y tratan de inculcar la creencia a la comunidad a partir de sus propios pechos, a veces con sobrecogimiento y otras veces con amor cordial. Dios otorga Su favor al apóstol del corazón que, en primer lugar, confina su mirada a Él, piensa solo en Él, busca las maneras de encontrarle y se aprovecha de todos los medios para alcanzarle a Él. Al mostrar esta actitud en Su Sagrada Presencia, Dios recuerda a todo el mundo que debe respetar a esta clase de personas y recompensa a esta minúscula porción de lealtad terrestre con una cantidad muy superior de Su lealtad celestial. He aquí, condensado en una gota, parte de ese vasto océano del pláceme celestial:

Y no rechaces a los que invocan a Su Señor mañana y tarde anhelando Su «Faz». No eres responsable de ellos en nada, del mismo modo que ellos no son responsables de ti en nada. (Al-An‘am, 6: 52)

Las personas mencionadas aquí, esas de las que Dios advirtió a Su Profeta que no «echase de su lado», eran precisamente la gente que asistía con frecuencia a las reuniones del Mensajero de Dios, la gente que se entregaba a la complacencia de Dios. Siempre que esta entrega sea sincera e incondicional, es muy probable que Dios otorgue Sus bendiciones a este tipo de personas. Cuanto más intenten complacer a Dios y más incondicionalmente se consagren a Él, más posibilidades tienen de ser estimadas y recompensadas; y lo más probable es que se conviertan en tema de conversaciones sublimes. Cada pensamiento, palabra y acto de estas personas se convertirá en una atmósfera luminosa en la Otra Vida, una atmósfera que también se podría denominar «el rostro sonriente del destino». Esta gente afortunada que ha henchido sus velas con los vientos puros de su fortuna, navegan hacia Él con una bendición especial y sin ligarse a cosa alguna. Vale la pena fijarse en la descripción que hace el Corán de estas personas:

Los hombres a quienes ni el comercio ni la compraventa pueden desviar de la remembranza de Dios, y establecer la Oración conforme a todas sus condiciones, y pagar la Limosna Purificadora Prescrita; temen un Día en el cual todos los corazones y ojos estarán torcidos. Dios les recompensará conforme a lo mejor de todo lo que han hecho, y les dará todavía más de Su generosidad. Dios proporciona de manera inconmensurable a quien Su Voluntad dispone. (An-Nur, 24: 37-38).

Al haber eliminado todo tipo de pena y desaliento y al haberse sometido a Dios y, en consecuencia, estar a salvo de todos los problemas, esta clase de espíritu libre ya no tiene nada más que descubrir. Comparado con estos logros, todas las bendiciones, pasiones y placeres mundanos son como platos vacíos abandonados en mesas llenas de suciedad. En relación con el mundo y lo que éste contiene, las hermosuras a las que aspiran estas personas en sus mundos espirituales carecen de comparación alguna. A fin de cuentas, aquello que florece o verdea en la primavera para luego palidecer en el verano no puede ser considerado como algo diferente. Conscientes de esta realidad, los espíritus orientados hacia la eternidad hacen caso omiso de todo lo que no significa la satisfacción eterna y van por los senderos de sus corazones camino de los viñedos y los jardines sin permitir que sus corazones se aten a este mundo o a otras trivialidades terrestres.

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