Mahabba (Amor)

Mahabba (Amor)

Mahabba significa afecto, sentimientos tiernos y amables, preferencia y amor. El amor que afecta e invade los sentimientos de la persona se llama pasión; el amor que es tan profundo e irresistible que se inflama por el deseo de la unión[1], se denomina fervor y entusiasmo. Los sufíes han definido el amor como la relación del corazón con el Amado Verdadero, como un irresistible deseo de Él, el denodado esfuerzo por cumplir Su voluntad o Sus mandatos en todas las acciones y pensamientos, y como el estado de hallarse extasiado y embriagado, sin «sobriedad», hasta el momento de la unión o reunión. Estas definiciones pueden resumirse como el «estar de pie» en la Presencia de Dios, como el estar liberado de todas las relaciones y preocupaciones pasajeras.

El amor verdadero significa que el amante está totalmente absorto en el Amado, que está siempre con Él, tanto interna como externamente, y que no desea ninguna otra cosa. El corazón de la persona que tiene este nivel de amor late siempre con una nueva contemplación del Amado, en cada instante. Su imaginación viaja siempre en Su atmósfera misteriosa, sus sentimientos reciben en cada momento nuevos mensajes procedentes de Él, su voluntad transforma en alas estos mensajes y desea encontrarse con Él de forma apasionada.

Si el amante que trasciende su propio «yo», llevado por las alas del amor, llega hasta el Señor en el horizonte de la pasión y el entusiasmo, y desempeña las responsabilidades que debe a su Rey, con sus sentidos y facultades internas y externas, podrá ver entonces que el corazón de ese amante se establece en Su visión. Ese tipo de naturaleza del creyente «arde» con la luz de la Grandeza Divina, con la Luz de la «Faz» Divina, y aquél queda perdido presa del asombro y la maravilla. Con la copa del amor en los labios, con los velos que cubren el mundo Invisible alzándose uno tras otro, el creyente queda embriagado con la comprensión de los significados que surgen como relámpagos desde detrás de esos velos, y se extasía con el deleite que produce ver todas esas escenas desveladas. Anda y se detiene cuando Dios así se lo ordena, su habla no es sino una inspiración que procede de Él, y el silencio, cuando lo guarda, se hace en Su nombre. Y en determinadas ocasiones viaja hacia Él, está en Su «compañía» o está ocupado transmitiendo Su mensaje a los demás.

En el contexto del amor que a Dios Le tienen Sus siervos distinguidos, hay algunos que han definido el amor como otorgar favores, como obediencia y devoción, o como la sumisión incondicional en el contexto del amor que el siervo siente hacia Dios. Los siguientes versos de Rabi‘atu’l-‘Adawiya resultan adecuados a la hora de expresar este significado:

Hablas de amar a Dios y sin embargo no Le obedeces:
Juro por mi vida que eso es algo muy extraño.
Si tu amor fuese verdadero, Le obedecerías,
Pues el amante obedece a quien ama.

El amor está basado en dos importantes pilares: uno es el que se manifiesta mediante los actos del amante (el amante intenta acatar la voluntad del Amado) y el otro es el mundo interior del amante (el interior del amante debe estar cerrado a todo lo que no esté relacionado con Él). A esto es a lo que se refieren los paladines del amor cuando hablan sobre este tema. Según ellos, el interés emocional, o el gusto por cualquier tipo de placer, incluido el espiritual, no pueden llamarse «amor» en un sentido verdadero. No serán sino una forma de amor alegórico.

No todos los amantes pueden sentir la misma intensidad de amor por el Amado; el amor depende de la profundidad espiritual y emocional del amante, y del grado de conciencia y de meticulosidad de éste a la hora de obedecer al Amado. Por ejemplo, el amor que sienten los que están al comienzo del camino no está asentado ni es constante. Sueñan con poder adquirir el rango de la excelencia amparándose en la Verdad de Muhammad en cuanto Ahmad y, en ocasiones, reciben signos del conocimiento de Dios, se emocionan sobremanera con el destello de la «luz» que aparece en su horizonte y sienten de forma imprecisa asombro y maravilla.

Por otro lado, los que han hecho grandes progresos vuelan en los cielos del amor hacia el punto más elevado. Viven en la atmósfera brillante del Corán como encarnaciones y ejemplos vivos de los valores morales del profeta Muhammad, la paz y las bendiciones sean con él. Y, cuando están tratando de vivenciar esas elevadas cualidades, no esperan recompensa material o espiritual ni tampoco exigen deleite alguno. Cuando están en la cúspide de esta sagrada encarnación, como árboles frutales cuyas ramas se inclinasen por el peso de los frutos, baten las alas de la humildad y mencionan constantemente al Amado. Y si se ven sacudidos por una falta o error, se autocensuran y luchan denodadamente contra sí mismos.

Y por último, los más adelantados en el amor a Dios son como nubes llenas de agua en el «cielo» del Islam. Sienten toda la existencia con Él, viven con Él, y ven y respiran con Él. Siguiendo un ciclo interminable, están sumidos en el dolor de la separación (con respecto a Él) y llenos del deseo de encontrarse con Él; cuando están aliviados o vacíos, se suben a un rayo de luz y descienden a la tierra para abrazar a toda la existencia.

El que se vuelve hacia Él de todo corazón y con un entusiasmo sincero, sin que importe el grado de su amor, recibe una recompensa relacionada con la profundidad del sentimiento y del afecto que siente por Él. El primer grupo de personas mencionado más arriba reciben favores y misericordias especiales. El segundo grupo llega al horizonte donde se perciben los Atributos de la Gracia y la Majestad, y está a salvo de los defectos del carácter. Los del tercer grupo son iluminados con la luz de Su Ser, despiertan a la realidad de las cosas y están en contacto con la dimensión de la existencia que se oculta tras los velos. Esto quiere decir que el Todopoderoso manifiesta la luz de Su Grandeza, o «Faz», para quemar con ella los atributos corporales de aquellos a los que ama, y luego los eleva al reino de los Atributos Divinos, como Quien Todo lo Ve, y Quien Todo lo Oye. Así los hace despertar por completo al hecho de ser impotentes y desvalidos cuando están ante Él, y así llena sus corazones con la luz de Su existencia.

Aquél cuyo amor ha alcanzado este grado, y que se ve recompensado con tanto favor Divino, consigue una vida eterna que está más allá de la existencia y de la no existencia. Como la barra de hierro que, al calentarse en la llama, llega a parecer un bastón de fuego, es posible que este amante no pueda ya distinguir al Ser Divino de Sus manifestaciones y, en consecuencia, exprese sentimientos y experiencias en términos relacionados con falsas creencias, como son la encarnación y la unión (con Dios). En esas circunstancias es preciso tener presentes los criterios que establece la Sunna.

Las expresiones que pronuncian los individuos profundamente espirituales que están perdidos en, y embriagados por, el amor a Dios, no pueden utilizarse como criterios a la hora de juzgarlos. En caso contrario, podríamos llegar a sentir enemistad hacia esos amigos de Dios que gozan del favor de Su continua compañía tal y como declara el hadiz del Profeta: «La persona está con el que ama»,[2] y también como declara el hadiz qudsi: «El que se ha convertido en enemigo de Mis amigos, Me ha declarado la guerra».[3]

¡Dios nuestro! Haz que amemos la creencia y sea atractiva para nuestros corazones; y haz que odiemos la incredulidad, la transgresión y la rebeldía; haz que seamos de conducta recta y pensamiento acertado. Y concede paz y bendiciones a nuestro maestro Muhammad, el maestro de los Mensajeros.

[1] En la terminología sufí, «unión» no debe confundirse con «comunión» o participación con el Ser Divino, tal y como postulan algunas filosofías o tradiciones gnósticas erróneas. La relación fundamental entre Dios y el género humano, incluida la persona de mayor rango de toda la humanidad, es decir, el profeta Muhammad, la paz y las bendiciones sean con él, es la relación del Creador con lo creado. En el contexto sufí, unión significa descubrir a Dios en el corazón o volver a reunirse tras la separación. Para el género humano, el mundo es el ámbito de la separación, y estamos destinados a regresar a nuestro hogar. Este regreso tendrá lugar cuando muera la persona, puesto que ahí comienza su paso al otro mundo. Aunque el sufí es capaz de encontrar a Dios en su corazón cuando todavía está en este mundo, la verdadera reunificación tendrá lugar en la Otra Vida, en el Paraíso.
[2] At-Tirmizi, «Zuhd», 50.
[3] Al-Bujari, “Riqaq” 38.

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